Parece un cliché. Uno de ésos que -sorpresivamente- se cumplen. Ocurre luego de escuchar dos veces aquello de "Ésta es la residencia de James Ellroy. No estoy en estos momentos, si quieres deja tu mensaje y yo te contactaré de vuelta". Ocurre al tercer intento, cuando el famoso escritor de policiales por fin responde y entra de lleno disculpándose: "Hola, James Ellroy acá. Eres el periodista de Chile ¿no?, ¿te hice esperar mucho?". Y el cliché que se cumple no es que Lee Earle "James" Ellroy (1948) hable con una voz rasposa y profunda, tal como uno lo imagina luego de leer sus libros y ver alguna de las intimidantes fotos que acompañan sus biografías. O que sea cortante a la hora de responder y reiteradas veces diga shit o fuck haciendo un hincapié especial en esas palabras. No. El cliché es el ruido de fondo de esta entrevista. El ruido de Los Ángeles -donde Ellroy ha vivido durante casi toda su vida-, ciudad que tal vez se escucha demasiado similar a la imagen que él ha delineado en sus historias, infectadas de corrupción, asesinatos y violencia. Así, a lo largo de esta conversación se escucharán sirenas de ambulancias, patrullas policiales y mucho ruido de automóviles pasando por las autopistas de alta velocidad cercanas a la casa de este autor de 16 libros, entre los que destaca el ya clásico La Dalia Negra (1987).
Y todos esos elementos sonoros, claro, no son ajenos para Ellroy. Él tiene una relación de amor/odio con Los Ángeles. Ahí nació y vivió intermitentemente, hasta que en 1995 se mudó a Kansas con su primera esposa. Volvería el 2006 luego de divorciarse. "Hay muchas culturas extranjeras. Todas con diferentes lenguajes que no entiendo. Me parece que hay demasiada gente en los países de donde vienen estos inmigrantes", dice. "Es excesivo para una ciudad de este tamaño. Por ejemplo, sabía que tenía que estar en mi casa para hablar contigo a tal hora, pero me quedé atrapado en un taco gigante y me tomó el doble de lo que tenía pensado. Es una mierda".
Y el odio, por supuesto, no es sólo por el caótico estado actual de la ciudad. Ellroy sabe que volver a Los Ángeles es, en parte, volver a su infancia. A escenas sobre las que no teme escribir, pero que prefiere comentar superficialmente en las entrevistas. Escenas como cuando abandonó el colegio y se sumergió en los peores barrios hasta terminar en la cárcel con una neumonía severa, debido al consumo de grandes dosis de alcohol y su adicción a una sustancia derivada de la metanfetamina. O como cuando, en un intento de equilibrar su vida, empezó a trabajar como caddie de golf, lo que apenas le servía para alquilar una pieza ínfima. O el capítulo de su juventud en que mató a un dóberman con sus propias manos. "Ésa es una historia muy vieja -dice Ellroy algo enojado cuando uno se la recuerda-. ¿Cómo la averiguaste?".
"Hay muchas culturas extranjeras en Los Ángeles. Todas con diferentes lenguajes que no entiendo. Me parece que hay demasiada gente en los países de donde vienen estos inmigrantes. Es excesivo para una ciudad de este tamaño".
- Sale en uno de sus libros (Mis rincones oscuros) y en las biografías de usted que hay en internet...
- El perro saltó y le pegué con un tubo reiteradas veces. Pero fue el perro el que me atacó primero. Ya no hablo mucho de esa historia. Fue hace tiempo. Mucho tiempo. Y no estoy orgulloso de eso. Amo a los perros.
Madre que estás en los cielos
Fue en junio de 1958 cuando el cuerpo de Jean Ellroy apareció en un vertedero cercano a una carretera. Había pasado tiempo desde que los padres del escritor se habían separado. Ellroy, entonces de 10 años, vivía con su padre y veía a su madre los fines de semana. Cierto día unos policías aparecieron por su casa para comunicar la muerte de Jean. Unos niños pertenecientes a una liga de béisbol encontraron el cuerpo de ella. La única información que se manejaba era que la madre de Ellroy comió con un hombre y una mujer en un café y luego se fue con ellos en un auto. De ahí en adelante todas las pistas se volvieron difusas. Tanto, que el caso nunca se cerró. Pero no para todos. Como un péndulo que le pesa todos los días, Ellroy nunca ha podido cerrar ese capítulo. En los 90 volvió a obsesionarse. Desempolvó viejos documentos del Departamento de Policía de Los Ángeles, contrató a detectives y a ex policías para que lo ayudaran. Pero nada. En Ola de crímenes -libro publicado originalmente en 1999, disponible ahora en castellano- se puede hallar la primera crónica al respecto. Una donde -sin pudor- Ellroy ventila todo: "Pedí que me sacaran del funeral. Tenía diez años y me daba cuenta de que podía manipular a los adultos y aprovecharme de ellos. No le conté a nadie que mis lágrimas eran cosméticas, como mucho, y en el peor de los casos una expresión de alivio histérico. No le conté a nadie que en la época del asesinato, yo odiaba a mi madre".
Esa crónica, del año 1994, sería el puntapié de algo más grande. En Mis rincones oscuros (1996), Ellroy cuenta que cuando escribió su primera gran obra, La Dalia Negra, lo único que estaba haciendo era intentar responder con la ficción algunas de las hilachas sueltas respecto al caso de Jean. "Pensé en mi madre cuando lo escribía. Fue un proceso detallado y largo. Extrapolé personajes reales a la ficción. Y resolví el caso de la Dalia. El libro, además, fue el final de un periodo de bloqueo que tuve. Sé que mi madre aparecerá en cualquier libro que escriba (sean memorias o novelas), aunque no sea el núcleo de la historia".
Los infiernos de Ellroy
- ¿Cree que se habría convertido en escritor si ella no hubiese muerto?
- Es difícil de contestar. Pero me parece que sí, la muerte de mi madre me dio forma. Le dio forma a mi currículum mental. Por eso, creo, me convertí en un escritor de historias de crimen y misterio social.
- Luego del asesinato de su madre, pasó por una etapa oscura en su adolescencia. ¿Qué lo salvó de perderse?
- Dios salvó mi vida. El centro moral, mi educación cristiana salvó mi vida. El deseo de ser alguien salvó mi vida. El deseo por las mujeres, asimismo, me salvó. Quería escribir libros y estaba lleno de vergüenza por el tipo de vida que estaba llevando hasta ese entonces.
La fortaleza de la soledad
Lo otro interesante de Mis rincones oscuros es que, gracias a esas memorias, Ellroy atrajo a un puñado de lectores fuera del círculo de los policiales. Muchos de sus pares empezaron a admirarlo por ese libro, violento y honesto a la vez. Roberto Bolaño es el caso más cercano. En una de sus míticas reseñas sobre el género de las autobiografías, dijo: "Ellroy, a quien muchos desprecian por consideraciones tan imbéciles como que se trata de un escritor de género, escribe una autobiografía sesgada, unas memorias que surgen directamente de los límites del infierno". Y claro: los vínculos entre el autor de Los detectives salvajes y James Ellroy -cualquier lector aventajado de ambos escritores lo sabe- no se quedan ahí. Tanto la tercera como la cuarta parte de 2666 se convierten a ratos en homenajes encubiertos de Bolaño tanto al tipo de prosa como a la sordidez de la historias de Ellroy. "No. No tengo idea quién es ese escritor", responde. "No conozco nada de Chile ni nada de América del Sur. Ni de cultura ni de escritores ni nada. Nunca he ido. Sólo he estado en Japón, Australia, Canadá y México".
- ¿Le gusta viajar?
- No, no me gusta viajar. No me gusta nada que interrumpa mi ritmo de vida normal. Sólo viajo cuando tengo que hacer giras literarias.
Ellroy es un solitario. Él lo deja claro cuando le preguntan sobre su vida personal. No tiene televisión ("la vendí luego que me dejara mi anterior esposa") y menos un computador ("escribo a mano"). Y si bien alguna vez estuvo involucrado en las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, hoy ya no lo hace. Poco sabe sobre la adaptación que HBO planea a partir de los dos primeros libros de su Trilogía USA Underworld. "No veo la televisión. No leo libros", escupe. "Mira, no te estoy molestando.
"No tengo familia. Vivo solo. No me interesa la cultura. No voy a fiestas. Soy autorreferente. Sólo hablo acerca de mí y de los libros que he escrito. No reseño la obra de otros escritores. Lo único que me gusta es tirarme en medio de la oscuridad y descansar. ¿Te quedó claro?".
Llevo una vida pacífica. Tengo una novia. Veo muy poco a los pocos amigos que aún tengo. No tengo familia. Vivo solo. No me interesa la cultura. No voy a fiestas. Soy autorreferente. Sólo hablo acerca de mí y de los libros que he escrito. No reseño la obra de otros escritores. No tengo interés en la cultura en general. Lo único que me gusta hacer es tirarme en medio de la oscuridad y descansar. ¿Te quedó claro?".
- Suele decirse que usted es un escritor políticamente conservador. Pero leí en un sitio web que votó por Obama. ¿Es verdad eso?
- Sí. Pero no me gusta hablar de política.
- ¿Por qué?
- Porque me distrae de la razón principal de que me hayas llamado, que es hablar de los libros que he escrito. Y Obama no tiene nada que ver con mi obra.
- Pero gran parte de su obra está relacionada con eso. La novela América toca el tema del asesinato de Kennedy y los complots políticos tras ese caso...
- Es verdad. Pero sólo escribo sobre eventos que sucedieron tiempo atrás. Entre los años 50 y 60. Y sólo eso. Te lo repito: no quiero hablar de política.
- ¿Y cómo se entera de lo que sucede en el mundo?
- No me entero. No leo diarios ni veo noticias. Me importa una mierda. Siempre tengo trabajo que hacer. Me aíslo de lo que pasa a mi alrededor. No uso internet. A veces, algunos amigos me cuentan sobre las noticias y listo.
- Por último: pensando en alguien que nunca ha estado en Los Ángeles, ¿qué le recomendaría hacer?
- Le diría que arriende un auto, que consiga un mapa y maneje por los alrededores (si es de Chile y sabe inglés como tú, va a poder manejar los dos idiomas que más se hablan acá, así que no tendría problemas). No le puedo asegurar a nadie que no le pase nada peligroso. Y en lo que respecta a mí, ya no veo la hora en que pueda escapar de esta maldita ciudad.