Por Yenny Cáceres Julio 9, 2010

© José Miguel Méndez

Drina Rendic es un personaje atípico de la cultura chilena. Se hizo conocida mediáticamente como socialité, pero como gestora cultural ha estado desde los inicios del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), en calidad de miembro del directorio nacional. Fue nombrada durante el gobierno de Ricardo Lagos, en 2006, fue ratificada por Michelle Bachelet y ahora pretende continuar en ese cargo hasta el 2014.

Está más allá del bien y el mal, dicen quienes conocen las redes en el mundo cultural de esta ingeniera comercial formada en Estados Unidos. Es parte de los directorios del Centro Cultural Palacio La Moneda y de Chile Transparente. En su casa organiza comidas donde puede reunir en una misma noche a Roberto Ampuero y Arturo Fontaine.

No sólo votó por Sebastián Piñera. Fue co-coordinadora de los grupos Tantauco de cultura y no teme opinar de nada. Clara y directa, los eufemismos no entran dentro del vocabulario de Drina. Así fue como salió a enjuiciar la salida del subdirector del Consejo, Nicolás Bär. Y así es como defiende con firmeza la labor del CNCA y está empeñada en dar a conocer cómo funciona realmente desde adentro.

-¿Por qué existe tanto desconocimiento sobre el funcionamiento del Consejo?

-Porque es un organismo atípico dentro del sistema del Estado. Es un Consejo que depende directamente del presidente. Ningún otro consejo tiene un presidente con rango de ministro. Para mí es lo mejor de dos mundos. Es importante que se entienda que el ministro, para bien o para mal, no actúa solo: tiene un directorio que diseña las políticas junto con él. Eso no pasa en ningún otro ministerio.

-Pero justamente por esa estructura, este modelo tan participativo genera sospechas…

-Cuando no conoces algo, tienes sospechas. El conocimiento es lo que genera confianza. Que la opinión pública no sepa cómo funciona el Consejo es culpa de nuestra estrategia comunicacional. Nunca se ha explicado realmente bien cómo funciona, y de hecho nuevamente estamos posicionando al ministro como la única figura, como si fuera un ministerio, y no lo es. La labor que tenemos por delante, comunicacionalmente hablando, es explicar a la opinión pública que existe esta modalidad participativa, con la sociedad civil diseñando las políticas y haciéndolas cumplir.

"¿Qué opciones tenía la ministra Urrutia? Negarse a que estas personas llegaran al Consejo o bajar el moño si la presidenta se lo imponía. Y ella bajó el moño".

-Desde afuera, este modelo puede ser visto como un poco burocrático, con directorio nacional y directorios regionales.

-Yo lo evalúo como una maravillosa oportunidad de recoger la opinión de todos los actores involucrados. El Ministerio de Educación, ¿es más eficiente con su verticalidad y su poca participación en las decisiones? El CNCA ha realizado una gran labor en estos 6 años, pero la prensa se ha preocupado más de mostrar las falencias, el desorden administrativo. Aquí, la administración se hace a través del mismo modelo de los otros ministerios. Con una persona que se supone que el ministro nombra como su subdirector. Pero en el caso de Paulina Urrutia, por un tema político, le impusieron cuatro subdirectores diferentes en cuatro años, entonces la administración fue muy pobre. Funcionó pésimo, porque los subdirectores no eran personas expertas en administración, sino que estaban haciendo carrera política.

-¿El hoyo financiero que tiene el CNCA no es responsabilidad de la ex ministra?

-Es una responsabilidad política. Si un subalterno falla, el jefe máximo asume la responsabilidad política. Pero cuando tienes cuatro subdirectores que no tienen idea de administración, eso produce un tremendo desorden. ¿Qué opciones tenía la ministra Urrutia? Negarse a que estas personas llegaran al Consejo o bajar el moño si la presidenta se lo imponía. Y ella bajó el moño.

-Por eso llamó la atención que Cruz-Coke sacara a Bär.

-El ministro tuvo el coraje de tomar el toro por las astas. Él lo nombró, supongo, pero él se dio cuenta que esta persona no era la adecuada, que no tenía manejo.

-¿A la ministra Urrutia le faltó ese coraje?

-Claro. Supongo que pensó que si se negaba, iba a pagar un costo político. Ella tomó su opción. Y fue uno de los pocos ministros que duraron cuatro años. Supongo que decidió que el desorden era preferible a que ella fuera relevada de su cargo.

-¿Y hubo sólo desorden? ¿No hubo pérdida de dinero?

-No. Nosotros recibimos tres informes de la Contraloría, y en ninguno de ellos se descubrió dolo. Era un desorden tremendo, pero solucionable. Vamos a salir muy pronto de Dicom.

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-Igual uno se pregunta: ¿cómo se produce una deuda de 1.400 millones de pesos por desorden?

-Nosotros tuvimos un presupuesto de 62 mil millones de pesos el año pasado. De ese presupuesto, Contraloría cuestionaba 8 mil millones. Cuestionaba dónde estaban las facturas, los cheques... Cuando se fueron metiendo en el tema, se dieron cuenta que las facturas existían, pero archivadas en otro lado. No había un jefe encima de la contabilidad.

-¿Y cómo puede demostrar que el CNCA ha hecho una buena gestión, pese a este desorden administrativo?

-Los fondos concursables aumentaron cuatro veces en los últimos cinco años. En cuanto al acceso, se ha comprobado que la diversidad de las audiencias ha crecido: cerca del 50% de éstas son personas de clase media. Eso desvirtúa la creencia de que la cultura es elitista. Con programas como Chile en mi Barrio se ha llegado a las personas de menos recursos. El 50% de las personas siente que tienen un centro cultural cerca de su hogar y el 85% piensa que tiene mucho más acceso a la cultura que sus padres.

-¿Qué tendría que hacer el CNCA para alcanzar mayoría de edad?

-Éstas son mis opiniones, yo no soy vocera del Consejo. Sin embargo, veo que la gran tarea por delante es consolidar lo que se ha hecho, construir sin destruir, porque hay una base sólida. Ahora tenemos que dar el salto a una mirada más visionaria, como por ejemplo la internacionalización de nuestra cultura. Así como lo hacemos con el vino.

-¿Cuál sería la cultura exportable?

-Las industrias creativas. Tenemos la industria del libro, del cine, de la música. Pero también hay nuevas industrias naciendo, como los videojuegos. Un 1,3 % es lo que aportan las industrias creativas en Chile. El promedio mundial es de más de 5%, pero hay países, como Estados Unidos, que tienen el 11% del PIB.

-¿Cómo lograr esto? ¿Qué pasa con los empresarios?

-Habría que darles facilidades a los empresarios que están involucrados en estas industrias. Se les debería dar créditos blandos, capacitación, facilitarles el marketing afuera. El presidente Piñera es tan pragmático, tan ágil, tan futurista… si alguien va a lograr esta proyección  de la cultura chilena en el extranjero, va a ser bajo su mandato. Va a ser el sello Piñera en la cultura.

-¿Está consciente que en el mundo cultural la llegada de un gobierno de derecha se ve con recelo? ¿Cree que la derecha va a estar a la altura de este desafío?

"El presidente Piñera es tan pragmático, tan ágil, tan futurista... si alguien va a lograr esta proyección de la cultura chilena en el extranjero , va a ser bajo su mandato. Va a ser el sello Piñera en la cultura".

-Justamente en esto que estamos hablando es donde la derecha tendría su gran campo de acción, porque la derecha entiende de gestión, de evaluaciones, de ponerse metas. El hecho de que las industrias creativas se transformen en un porcentaje significativo del PIB tiene mucho que ver con la filosofía de la derecha.

¿Una socialité?

Cuando Drina Rendic llegó al directorio del CNCA, fue postulada por la Asociación de Gestores Culturales, Adcultura, tomando en cuenta su labor en la Corporación Cultural de Lo Barnechea (COBA) y la Fundación de las Orquestas Juveniles. No oculta su orgullo al contar que "me eligió el presidente Lagos, en un proceso bastante democrático", a partir de una terna, "como una muestra de pluralismo y como representante de la derecha".

-¿Le trajo problemas ser la representante de la derecha en el primer directorio del Consejo de la Cultura?

-Para nada. Me trajo más problemas con mis pares de derecha que con las personas que estaban conmigo en el Consejo. Ahí recibí una buena acogida, pero sentí el rechazo de muchas personas que creían que había capitulado y me había puesto a trabajar para el gobierno de la Concertación. A mí no me afectó, pero me sorprendió.

-Cuando llega al Consejo, mucha gente la conocía más como socialité que como gestora cultural. ¿Sintió muchos prejuicios?

-¿Qué es ser socialité? Yo nunca me vi como socialité. Yo creo que Las Últimas Noticias acuñó ese término. Ellos me hacían una pregunta y aparecía "socialité Drina Rendic". Y yo decía, ¿cuál será la definición de socialité? No sabía si era bueno o malo. Hace 14 años yo dirigía la Corporación Cultural de Lo Barnechea y por esa labor empecé a relacionarme mucho mediáticamente, pues necesitaba esa visibilidad para los auspiciadores y para que los medios cubrieran tus eventos. Ofrecíamos una parrilla distinta a las otras corporaciones culturales, realizábamos debates, apoyábamos a las orquestas juveniles. Entonces teníamos más cobertura.

-¿Nunca se sintió una socialité?

-¿Socialité es una persona que hace mucha vida social? Yo hacía vida social, pero con un fin. La vida social para mí es una herramienta, y sigue siéndolo. Con eso agradezco a las personas que han colaborado, a las embajadas que participan en nuestros proyectos. Las personas que creen que lo haces como un fin en sí mismo, se equivocan. En mi caso es una herramienta de gestión.

La derecha y su mujer fuerte en cultura

Arte e inversión

Decir que la casa de Drina Rendic en Lo Barnechea parece un museo, puede sonar exagerado. Pero algo de eso se respira. Eso sí, más que los habituales tapices, lo que sorprende es que en las paredes de la salita donde se sienta para esta entrevista sólo cuelgan obras de artistas chilenos contemporáneos, como Arturo Duclos y Patrick Hamilton. Una afición que partió hace 25 años, cuando compró su primera obra de arte de un chileno en el taller Jorge Tacla, en Nueva York.

-¿Por qué la élite en Chile no colecciona arte contemporáneo?

-Creo que es un error pensar eso. De partida el arte contemporáneo no es barato. Creo que las personas que más compran arte contemporáneo son las que tienen más recursos económicos. Y si no es así, habría que preguntarles a las galerías de arte cómo sobreviven.

-Las galerías siempre se quejan de eso. Pero, poniéndolo de otra forma, ¿por qué en Chile no hay colecciones como la de Constantini, que permitió abrir el Malba en Buenos Aires, o como la colección Cisneros, en Venezuela?

"Hace 20 años había el mismo número de empresarios que se interesaban por la música y el arte. La diferencia es que ahora ven más rentable un proyecto cultural".

-Porque en Chile hay menos fortunas. Cuando comprar un Picasso o un Van Gogh, que han batido récords en las subastas, puede significar 100 millones de dólares… no sé si hay mucha gente en Chile que tenga ese poder económico. ¿Cuántos Rolls-Royce ves en la calle? Ni uno.

-Y entre sus pares, ¿hay interés por comprar arte contemporáneo chileno?

-La gente que yo conozco está interesada en el arte contemporáneo, y también en el arte clásico chileno. Lo ven como una inversión. A excepción de ciertos artistas, como Matta y Jaar, los demás no son muy conocidos afuera y eso es un campo que tenemos para desarrollar también. Así nuestro arte subiría de valor y sería una mejor inversión.

En mi caso, yo no compro por inversión, lo hago porque me llena el espíritu.

Aterrizaje en Chile

De niña, tuvo clases de piano y de ballet. Su papá era un gran lector, un croata "con visión cosmopolita", que cuando ella terminó el colegio la mandó a estudiar al extranjero. "En esa época era raro. Yo no conocía a ninguna otra mujer que se hubiese ido a estudiar a Estados Unidos en los 60", confiesa. Eso sí, la mandaron a Portland, una universidad chica y católica. "No era un ambiente desbocado. Yo veía a Berkeley con horror". Allí conocería a su marido, el empresario Humberto Becerra, y no volvería a Chile hasta 1981. Se dio cuenta de que la gestión cultural estaba muy atrasada y se propuso aplicar sus conocimientos de ingeniera comercial. Sus primeros pasos los daría a mediados de los 80, junto a los Amigos del Teatro Municipal.

-¿Qué tanto ha cambiado ese panorama? ¿Ahora los empresarios se interesan más en la cultura?

-Las empresas ahora tienen la Responsabilidad Social Empresarial. Ese concepto antes no existía en Chile. Los empresarios se empezaron a dar cuenta que no bastaba con hacer un cheque para un proyecto en particular, sino que tenían que involucrar a sus trabajadores y hacer que su entorno fuera más culto. Muchos empresarios empezaron a ver distintas maneras de canalizar sus proyectos de marketing y RSE. Una de ellas es la cultura. Pero creo que es un error decir "les encanta la cultura más que antes". Hace 20 años había el mismo número de empresarios que se interesaban por la música y el arte. La diferencia es que ahora ven más rentable un proyecto cultural.

-¿Cuánto la marcó haber vivido 20 años fuera?

"Yo tenía amigos negros en la universidad. Incluso le conseguí una beca en la UC a uno para que viniera a jugar básquetbol a Chile. Mis papás lo recibían en la casa y decían, 'éstas son cosas de la Drina, el amigo negro'".

-Es lo que más me marca. Mucho más que ser ingeniero comercial. Me afectó en la apreciación de la diversidad de género, religiosa y socioeconómica. Si algo tengo que agradecerles a mis padres, es haber tomado la drástica decisión de mandar a una niñita de 17 años a vivir afuera. Me marcó esa aceptación de la diversidad, incluso racial. Yo tenía amigos negros en la universidad. Incluso le conseguí una beca en la UC a uno para que viniera a jugar básquetbol a Chile. Mis papás lo recibían en la casa y decían "éstas son cosas de la Drina, el amigo negro".

-Y a su regreso, ¿no le chocó la sociedad chilena?

-Me chocó la homogeneidad, hasta en la gastronomía. Nadie salía del filete con arroz. La ensalada de apio con palta y nueces era la máxima sofisticación. Nunca me olvidaré cuando, recién llegada, fui al supermercado y compré endibias. La gente me paraba y me preguntaba, "oye, ¿qué haces con eso?". Esta homogeneidad me hizo sentir que podía aportar algo.

-Pero esto de trabajar ad honórem en los directorios en que participa, incluso cuando estuvo en el COBA, ¿no es un poco ingrato?

-Sí. Tal vez sea porque las personas que trabajan ad honórem, por lo general, no dan tanto de sí. Pero yo me lo tomo muy en serio.  

-¿Por qué lo hace? Podría estar jugando golf con sus amigas…

-Eso me lo pregunto muchas veces. Siento que he cumplido una misión llenando nichos que hacen falta. "Qué te importa", me dice mi marido. Me importa porque la búsqueda de la excelencia es demasiado importante para mí. Tengo demasiada impaciencia con la mediocridad. La mayoría de mis amigas me encuentran loca. Sin embargo, me siento muy cómoda en el ámbito cultural. Me siento valorada y aceptada.

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