Dice Nicanor Parra en un poema llamado Chile: "Llegan a los 40 con barriga / Andan a salivazos con el cielo / No reconocen méritos a nadie / Dicen estar enfermos y están sanos/ Y lo peor de todo/ Dejan papeles sucios en el prado".
El tercer verso lo comenzará a sufrir muy pronto el historiador Manuel Vicuña, co-conductor del programa "Algo Habrán Hecho", estrenado el pasado domingo por TVN, con la probable reacción de algunos de sus colegas: tan chilenos como el resto, finalmente; incapaces de ver mérito en el desempeño del otro.
Porque una cosa es ser entrevistado por la televisión para dar una visión erudita de los acontecimientos del pasado, pero otra muy distinta es parapetarse junto a Francisco Melo debajo del caballo de Pedro de Valdivia en la Plaza de Armas y salir corriendo cuando vienen los indios. Y eso, sólo para empezar, fue lo que hizo este doctor en Historia de la Universidad de Cambridge, investigador de temas tan diversos como la belle époque chilena, los grandes oradores del país, el espiritismo en nuestras tierras y la inusual grandeza de su pariente lejano Benjamín Vicuña Mackenna.
Manuel Vicuña algo ha hecho y eso constituye su propia coartada para explicar sin complejo alguno la decisión de dejarse seducir por los dulces atributos de la pantalla chica. Con apenas 40 años, es decano de Ciencias Sociales e Historia de la UDP, ha publicado más de seis libros -entre ellos, "La belle époque chilena. Alta sociedad y mujeres de elite en el cambio de siglo" (2001), "Voces de ultratumba. Historia del espiritismo en Chile" (2006), "Un juez en los infiernos. Benjamín Vicuña Mackenna" (2009)-, además de diversos artículos. Su llegada a la televisión es nueva para él y para los telespectadores.
Dice que "hay muchos en el mundo intelectual que miran a la televisión como un medio que idiotiza a la gente, y creen que la labor del académico es sólo hablarles a sus pares y evitar la divulgación del conocimiento, ser como los guardianes del fuego sagrado... A mí eso me resulta odioso, porque uno sólo dialoga con los especialistas, se enclaustra en un mundo esotérico y deja de lado la vocación original del discurso historiográfico: una actividad intelectual que quiere dinamizar los debates públicos, para lo cual requiere mantenerse fiel a un lenguaje accesible a un público ilustrado más amplio que el académico. Por eso uso más el ensayo que la monografía, y por eso el paso a la televisión tiene su lógica".
- Claro que hay formas y formas: ¿no te parece discordante andar "arrancando de los indios en la Plaza de Armas"?
"Hay muchos en el mundo intelectual que miran a la televisión como un medio que idiotiza a la gente, y creen que la labor del académico es sólo hablarles a sus pares , ser como los guardianes del fuego sagrado... A mí eso me resulta odioso".
- Para mí esto es una apuesta a jugar un rol distinto, adoptar los papeles que la televisión propone. Éste es un formato novedoso para el historiador y también para la televisión. Yo me siento cómodo jugando ese rol. Al final de cuentas, la historia como forma de conocimiento copa la escena, y eso es positivo para todos.
- Dentro de poco irá a aparecer entre tus colegas el comentario de "ah, ese joven Vicuña, que como historiador es un gran actor...".
- Eso no me preocupa. Nunca faltan los comentarios odiosos y la televisión los detona como nada, porque es una fuente de propagación viral de la envidia.
Historia de la elite
La opción de "Algo Habrán Hecho" es una especie de revisitación emotiva de esa misma historia que tanto nos aburrió de niños: un modo de pasar desde esos párrafos estériles del Frías Valenzuela a un relato con sangre corriéndole por las venas. Un nuevo paseo por lo que Vicuña llama "los lugares clásicos de la memoria chilena", aquello que está latente en la memoria de todos.
- El programa es un reencuentro con viejos conocidos.
- Claro, personas que por la aridez con que se enseñaban no despertaban interés o, peor aún, generaban antipatía.
- Ahí el formato de "Algo Habrán Hecho" es muy relevante...
- Ése es su gran logro. Y no tiene tanto que ver con lo que Pancho Melo y yo podamos relatar o comentar, sino con la fuerza de las recreaciones, con personificaciones convincentes y una dirección de arte que genera una aproximación veraz y muy sensorial al fenómeno histórico.
- ¿Y tenemos algo en común en la manera en que miramos a los personajes de nuestra historia?
- Lo que está sin duda latente es que hay ciertas figuras en torno a cuyas vidas conviene detenerse para contar una historia de significación nacional. Y eso tiene que ver con una tradición del relato histórico chileno, que ha hecho de ellos los actores fundamentales, por razones legítimas o ilegítimas, pero con una eficacia a prueba de críticas. Una herencia del siglo XIX.
- ¿Tan lejana?
- Claro, con Vicuña Mackenna, Barros Arana, Miguel Luis Amunátegui, que consideran necesario, para construir el Estado-nación, la existencia de un relato convocante y que se pueda masificar a través de los procesos formales de enseñanza.
¿Y Manuel Vicuña qué ha hecho?
- Un relato bastante elitista en un inicio...
- Completamente elitista: aparecen estos grandes individuos con marginación absoluta de personas que pertenecen a otras clases sociales, por ejemplo.
- Me recuerda la crítica constante de Gabriel Salazar...
- Al menos en eso tiene razón...
- ¿Ha sido una mirada historiográfica excluyente?
- En la medida en que se le considera el único relato válido.
- ¿Y no lo ha sido siempre?
- Hace tiempo que ya no lo es. El relato del siglo XIX es muy autocomplaciente, el legado ideológico de una oligarquía que sólo exalta los logros de sus propios hijos. Pero surge inmediatamente la duda en relación con cuáles son las figuras que hay que idolatrar. El caso sintomático es Portales, y ése es un debate fundante de nuestra historia nacional: ¿fue Portales el gran canalla o el gran fundador de la República? ¿Creó el orden del Estado o lo corrompió con su autoritarismo?
- ¿Qué predomina hoy en la mirada hacia nuestros personajes históricos: las realidades o los mitos?
- Predomina una gran ignorancia. Los personajes de nuestra historia son hoy figuras en un panteón, a las que se idolatra y a la vez se las mira con ese escepticismo socarrón tan chileno, que siempre salta ante cualquier forma de autoridad.
- Y eso no ayuda a la comprensión de la historia como un proceso...
- Para nada: más bien obstruye esa posibilidad de comprensión. Cuando miramos la Independencia, vemos sobre todo una disputa mezquina entre grandes personalidades, pero no lo que en el fondo estaba en juego: proyectos distintos sobre cómo construir una República, lo que implica una revolución completa en relación con lo preexistente.
- ¿Eso estaba en juego por sobre la propia Independencia?
- Lo que pasa es que la Independencia de España se come todo lo demás, porque es la supuesta gesta nacional, pero hay otras luchas en esa etapa, que tienen un carácter más actual para nosotros: la construcción del orden republicano, una discusión candente en todo el siglo XIX y que sigue vigente hoy.
- ¿De qué manera?
"Varias de esas vacas sagradas no eran historiadores profesionales, sino abogados que vieron a la historia como un campo de batalla ideológico para la conquista de la conciencia de las élites".
- Bueno, en la necesidad de conquistar un orden político fundado en la igualdad de los ciudadanos, y en ciudadanos que entienden la libertad no sólo como la falta de intromisión del Estado en el ámbito privado, que es la concepción liberal, sino con una concepción republicana: es decir, la libertad como ausencia de dominación política. Y eso supone una ciudadanía alerta, consciente de sus derechos y deberes, activa frente a los arrebatos del poder: esas ideas de ayer tienen plena vigencia hoy.
- Dices que la Independencia es la gesta nacional, pero ¿de quiénes es esa gesta?
- La Independencia es un proceso que se resuelve a nivel de élite. Y el gran tema es cómo movilizar al mundo popular. Y es una movilización que ocurre a través de medios coercitivos: por el poder del patrón o a través de levas forzosas. No es un proceso popular, sino una apuesta de la élite.
- ¿Y el pueblo no estaba ni ahí?
- Es que es un Chile sin mecanismos de diseminación de ideas de manera masiva: las ideas circulaban en las tertulias, de boca en boca, y ahí el pueblo no tenía cabida. El analfabetismo es mayoritario, y la prensa recién asoma la cabeza en la década de 1810. Por eso todos, realistas y patriotas, echan mano del poder pastoral de la Iglesia, con la intención de alcanzar a las multitudes dispersas por el territorio.
- La historia es un campo de batalla en los hechos, ya lo sabemos, pero también en su estudio, como queda demostrado en tantas querellas entre historiadores.
- Es que los historiadores siempre están situados en alguna parte a la hora de emitir una interpretación o un juicio, en el entendido de que se basan en algún fundamento empírico que hace plausibles sus argumentos. La historia es un conocimiento en permanente construcción, nunca es definitivo y ese carácter transitorio siempre conlleva diversidad de enfoques, todo lo cual enriquece la disciplina.
- Pero también están los egos...
- Claro, hay disputas de protagonismo...
- ...algo que en tu generación parece estar menos presente, ¿o no?
- Hay menos búsqueda de preeminencia a base de codazos...
- ¿Será el fin de las vacas sagradas...? Algunos parecen siempre estar buscando imponer una verdad única y definitiva...
-Ahí hay una lucha ideológica muy fuerte, porque varias de esas vacas sagradas no eran historiadores profesionales, sino abogados que vieron a la historia como un campo de batalla ideológico para la conquista de la conciencia de las élites.
¿Y Manuel Vicuña qué ha hecho?
Pinochet: Una batalla perdida
- ¿De qué personajes chilenos de hoy hablará la historia en medio siglo más?
- Los políticos son los que siempre están en la primera línea para ser considerados a futuro, sobre todo en el caso del proceso de transición de una dictadura a una democracia. Los actores de ese proceso van a dar que hablar.
- ¿Y cómo será el juicio definitivo a la transición? ¿Cuánto veremos a futuro de la disputa actual, que se da, por ejemplo, al interior de la Concertación?
- Eso es más polémico porque hay más matices. El debate tiene que ver con definir hasta qué punto se transaron cuestiones fundamentales en pos de un objetivo que se dijo que lo justificaba...
- Como la derogación de la Ley de Amnistía, por ejemplo...
- Claro, es que no era "llegar y llevar". Ahí la discusión es hasta qué punto estaban las condiciones para hacerlo. ¿Se podría haber hecho algo más? Es conversable. Y a veces el argumento de "no están dadas las condiciones" es una forma de chantaje... Pero todo esto es intrínsecamente debatible.
- ¿Y qué queda para la historia en el largo plazo si se mira a los presidentes de la Concertación? Qué va a quedar de Lagos, por ejemplo...
- ...al que le interesaba mucho la posteridad...
- ...sí, la lectura histórica de su gobierno y, sobre todo, de su figura...
- Bueno, de estos veinte años va a quedar la recuperación de la democracia, la reducción de la pobreza y una recuperación de funciones sociales del Estado, que habían sido desmanteladas por el proyecto anterior, el desarrollo de infraestructura, aunque tal vez no con la misma fuerza. También un cambio radical en las condiciones materiales de la existencia de las mayorías.
- ¿Y el haber elegido a la primera presidenta de Chile?
"Hoy se considera que bajo ninguna circunstancia es legítimo violar los DD.HH. y ahí Pinochet tiene un capital político comprometido a futuro. A eso se suma el caso Riggs, que destruyó el único atributo moral que le quedaba, la noción de que era dictador, pero no ladrón...".
- Yo creo que esos cambios sísmicos que se señalan, como que esto es una especie de transformación profunda de la sociedad chilena, son bastante relativos. Claramente es un factor simbólico importante el haber tenido a la primera presidenta del país, pero no creo que eso haya inducido cambios fundamentales en las relaciones de género a nivel cotidiano, que creo son los cambios que de verdad pesan.
- ¿Cómo va a leer la historia a Pinochet?
- Yo no creo que esa lectura mejore en relación con la que se hace hoy.
- ¿No?
- No. Mi impresión es que conforme pasa el tiempo la conciencia del valor al respeto a los derechos humanos es cada vez mayor. Hoy es mayoría la gente que considera que bajo ninguna circunstancia es legítimo violar esos derechos, y ahí Pinochet ya tiene un capital político comprometido a futuro. Y a eso hay que sumar el caso Riggs, que destruyó el único atributo moral que le iba quedando, la noción de que era dictador pero no ladrón...
- ¿Pero qué pasará con la otra versión de su gobierno? ¿La modernización, la liberalización económica...?
- Bueno, los costos sociales, el aumento de los niveles de pobreza han teñido con colores bastante sombríos ese modelo, en el entendido de que tenía una serie de virtudes en la medida en que fuera acompañado de esta especie de seudo-Estado de Bienestar que ha ido construyendo la Concertación.
- ¿O sea, en el largo plazo Pinochet no va a tener ni absolución ni reivindicación?
- Posiblemente no va a despertar las pasiones viscerales que despierta al día de hoy, y uno lo va a mirar con la distancia emotiva que tenemos para mirar a otros personajes autoritarios, como Portales, Manuel Montt o Ibáñez del Campo, sin víctimas vivas o historias traumáticas todavía latentes, pero no creo que eso signifique una apreciación positiva del personaje.
- Entonces la batalla de quienes explican el golpe y las violaciones a los derechos humanos como el resultado inevitable de un proceso paulatino de división y enfrentamiento está perdida...
- Yo creo que es una batalla bastante perdida.