La gigantesca batería de Neil Peart parece un Transformer a punto de ensamblarse, más allá hay un montón de guitarras de Alex Lifeson, y a mi izquierda están los bajos de Geddy Lee y sus teclados. Me congelo hasta que un tipo con pinta de guardia toca mi hombro y me saca del escenario. No es un sueño: sábado 6 de julio de 2002 en el Saratoga Performing Arts Center de Nueva York, perdido en el backstage, tras viajar convencido de que Rush nunca tocaría en Chile. Conseguí una entrevista con Lifeson, hablamos por 40 minutos, me regaló el libro de la gira con una dedicatoria más las firmas de Lee y Peart, y un ticket en las primeras filas para tres horas de concierto que parecieron cinco minutos. El tiempo dice que me equivoqué: Rush toca el 17 de octubre en el Estadio Nacional. Increíble para una banda que suena poco en las radios, mientras la prensa especializada bosteza cuando escucha su nombre, acusándola de nerd, pretenciosa y pirotécnica.
En la última década Rush alcanzó notoriedad más allá de montar grandes giras, y ser alabados y resistidos por las mismas razones: su impresionante virtuosismo y sonido masivo, al servicio de letras con pretensiones filosóficas y literarias. Los tocó la tragedia. La hija y la esposa de Neil Peart fallecieron con un lapso de diez meses, entre 1997 y 1998. El grupo se paralizó y Peart no se sentó tras una batería durante cuatro años. Volvieron y asomaron los elogios no sólo por superar el drama: tras los Beatles y los Stones, es el grupo con más discos de oro y platino en el rock, son citados como influencia por grandes estrellas del género, y tienen una base de fans tan leal como amplia, que les ha valido el título de la banda de culto más grande del planeta.
Encuentros cercanos
Los seguidores de Rush, mayoritariamente hombres, no sólo alucinan por la fijación del trío con la técnica, sino que creen encontrar lecciones de vida en su carrera. "Transmiten excelencia", dice Martín Urionagüena (42), un argentino que se divide entre gerente de una empresa forestal y músico de rock, lejos el fan más grande que he encontrado de Rush. Un tipo que los ha visto 17 veces, cercano a la banda al punto de aparecer en escena con ellos, y capaz de cruzar una muralla humana de 500 mil personas durante cuatro horas hasta llegar a la primera fila, para ver al grupo por 30 minutos en el festival SARS de 2003. "Me vuela la cabeza la genialidad compositiva que tienen, su sonido. Si conoces la historia de la banda, los disfrutas como un núcleo inseparable de tres amigos que van por la vida apoyándose y divirtiéndose. Eso lo vivo como un ejemplo permanente".
Si dependiera de Michael Dumay (37), ingeniero comercial y baterista de la banda tributo chilena H-Sur, los canadienses deberían ser parte de los programas educativos. "Se me paran los pelos de pensar que alguien hizo una canción de 20 minutos como 'Hemispheres' (1978), donde se habla de la batalla entre el corazón y la mente por llevar la fe del hombre, ¡eso lo deberían enseñar en las escuelas!". Cote Foncea (35), baterista de Lucybell, piensa que Neil Peart es el Yoda de la batería. "Es como un senséi. Sólo si uno es sordo y ciego no puede estar influido por su música y letras". Y aunque Foncea no se declara fanático-fanático de Rush, vivió casi una experiencia religiosa con el arsenal de tambores de Peart. "Firmé con la marca DW, la misma de él, y fui a un tour por Los Ángeles. Entonces me invitaron a conocer su batería. Para cualquier baterista es como un sueño. Me senté y más bien acaricié la batería antes que tocarla".
El pasado 11 de julio, Alex Lifeson miró al periodista Alejandro Tapia (33) mientras tocaba "Subdivisions" en el Ottawa Bluefest, y asintió. Entonces Tapia confirmó que Rush vendría a Chile. "Con un amigo los seguimos por cuatro recitales de este tour en Canadá. Queríamos verlos con su público, porque ya habíamos ido a Nueva York en 2007, y yo viajé a Río en 2002. A una bandera chilena le pusimos con plumón 'please go to Chile'. Quedamos en las primeras filas y la levantamos varias veces, hasta que Lifeson la leyó y nos hizo un gesto afirmativo".
El argentino Martín Urionagüena es lejos el fan más grande que he encontrado de Rush. Los ha visto 17 veces y es capaz de cruzar una muralla humana de 500 mil personas durante cuatro horas hasta llegar a primera fila.
Otro encuentro cercano con un miembro de Rush fue registrado en 2008 por el diputado RN Joaquín Godoy (33), en Nueva York. "Voy caminando por la Quinta Avenida y le digo a mi señora 'ahí va Geddy Lee', y ella me pregunta que quién cresta es. Le cuento que es vocalista del grupo que veríamos esa noche en el Madison Square Garden. Entonces ella me dice '¡despierta idiota! Sácate una foto con él'. Así que tengo una foto abrazado con Geddy Lee. De hecho, voy al Nacional con una polera con la foto estampada".
Prohibido el ingreso
En 2008, la banda apareció por primera vez en más de tres décadas en la televisión estadounidense. Los entrevistó Stephen Colbert en su famoso late show, donde lanzó chistes por sus canciones conceptuales y reclamó ante la indiferencia del Salón de la Fama del Rock & Roll por incluir a la banda en su selecta galería. Ese mismo año la revista Rolling Stone, paradigma del medio especializado alérgico a Rush, les dedicó un reportaje. En 2009 se estrenó "I love you man", una comedia bobalicona con Paul Rudd y Jason Segel, donde un par de tipos comparten su fanatismo por Rush, mientras en junio de ese mismo año la banda recibió su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Pero el coqueteo con el mainstream alcanzó su clímax este año, cuando el documental sobre el trío, "Beyond the Lighted Stage", ganó el premio del público en el festival de cine Tribeca, en Nueva York. La película no sólo funciona para conversos, sino que engancha como un relato sobre la amistad y el sentido de la autonomía creativa.
La lista de roqueros famosos y artistas en general declarando su admiración por Rush es contundente. Kirk Hammett, de Metallica, los define como "los sumos sacerdotes del heavy metal"; el creador de South Park, Matt Stone, alaba que "no estaban obsesionados con el pelo o las mujeres"; y Gene Simmons, de Kiss, los califica de intrépidos. El que más vueltas le da a la trayectoria del grupo es Billy Corgan, el cerebro de The Smashing Pumpkins, ejemplo del fanático que no entiende por qué la crítica no acepta a Rush: "Cada tanto aparece un artista que es muy sofisticado, pero dentro de esa sofisticación está presente la persona común y corriente. Son una banda popular, pero el gran problema en su carrera ha sido que nunca fueron aceptados por la elite intelectual. No se puede decir que no saben tocar o cantar. ¿Cuál era el problema? Eran raros, no convencionales".
El culto en Chile: en el primer día en que salieron a la venta las entradas para el recital en el Nacional, se vendieron 10 mil tickets.
¿Nerd yo?
Más de un diario dio por hecha la visita de Lee, Lifeson y Peart en giras anteriores, y no pasó nada. Ahora, cuando se confirmó que finalmente venían, se vendieron 10 mil tickets sólo en el primer día. Francisco Goñi, director de la productora Time For Fun, confía en llenar el Nacional: "Es cierto que es una banda de culto, pero una buena área de marketing sabe lo que quiere el consumidor. Las ventas del primer día no me sorprendieron. Habíamos hecho los análisis y existía mucha expectativa".
¿Miles y miles de nerds en el renovado Estadio Nacional? Porque ésa es una de las acusaciones habituales hacia la banda y sus fans: Rush = nerd. No todos se asumen, claro. "Algo de freak hay, pero tampoco es tanto. Creo que sólo es gente, que le gusta la buena música y sabe de ella", dice Alejandro Tapia. Los hermanos Cristóbal (31) y Andrés Fuentes (41), ingenieros y fanáticos desde que compartían pieza y escuchaban en una radio Sanyo el casete de "Permanent Waves" (1980), se dividen. "¿Nerds? Sí, lo digo por mí y mis amigos que los escuchan. Y creo que los mismos gallos de Rush son un poco nerds. Es una banda para ingenieros", dice el menor. Su hermano responde: "Yo no me considero nerd. Sonará medio pedante, pero creo que los fanáticos de Rush tienen otra inteligencia, porque así es la música de ellos, superelaborada y sofisticada". "Es un desprecio esnob e imbécil", alega el periodista y guionista Francisco Ortega (35) sobre la categoría nerd de Rush. Y saca un dato. "Nunca olvido una entrevista a Kim Deal de los Pixies, donde ella decía que su bajista preferido era Geddy Lee, y el periodista ponía entre paréntesis 'no podía ser tan perfecta'".
Esa tarde en Saratoga con Alex Lifeson, casi al final, le pregunté qué le atraía aún del rock. Dijo que el sonido. "Pararme frente al amplificador con mi guitarra y marcar un riff, esa vibración todavía me emociona". Una hora más tarde, el sonido en directo de "Tom Sawyer", lejos la canción más reconocible de Rush, copaba el lugar, mientras el público tocaba bajos, guitarras y baterías imaginarias, siguiendo las acrobacias instrumentales de Lee, Lifeson y Peart. Un manual de gestos aéreos que siempre se repite cuando este culto subterráneo y masivo se encuentra con sus ídolos.