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Las malditas llaves. Eso. Las llaves. Gabriel Rodríguez tiene esas malditas llaves sobre una repisa en la habitación que usa como taller en su casa en Las Condes. Todas están labradas con cuidado, con la gracia que sólo pueden tener ciertas obras de artesanía secretas. Cada una tiene un poder más grande que la vida. Una es una corona de sombras. Otra es la que abre y cierra un pozo infernal. La última, según Gabriel, es la más peligrosa: abre la cabeza de la gente y permite sacar y meter cosas de ahí.
Todas, por supuesto, son falsas. Todas, por supuesto, están salidas del universo de "Locke & Key", la historieta que Gabriel dibuja con el guión de Joe Hill, aquel escritor de terror que es hijo de Stephen King, pero que con textos como "El traje del muerto" y "Fantasmas" se ha presentado como un autor rabioso y absolutamente inevitable.
Esto lo refrenda también "Locke & Key", la novela gráfica serializada por la editorial IDW (casa que se hizo famosa por "30 días de noche" y por las adaptaciones de series de TV como "G.I. Joe" o "Star Trek"), que en los últimos años no sólo ha merecido todos los elogios de la crítica especializada sino que ha sido nominada a un premio Eisner (el Oscar de los cómics), ha aparecido en la lista de las novelas gráficas más vendidas del New York Times y está a punto de ser adaptada como una serie de televisión a cargo de Spielberg y DreamWorks para la cadena Fox.
Pero me desvío. Lo básico es que Hill escribe y Gabriel dibuja y lo no tan básico (después de 20 números publicados, desde febrero del 2008) es que en realidad es imposible saber dónde termina uno y empieza el otro, porque estamos ante una obra mayor: una compleja novela gráfica que cuando termine va a tener más o menos 850 páginas y que se sumerge en los dolorosos ritos del paso de la infancia a la adultez, por medio de un relato donde se confunden la magia, los fantasmas tristes de asesinos seriales, "La tempestad" de Shakespeare, la violencia como lingua franca, un villano encantador venido de la década de los años 80, unos cuantos niños y adolescentes perdidos y, más allá o más acá de eso, los modos en que una familia intenta lidiar con la muerte reciente del padre. Rodríguez dibuja todo eso con una precisión que no evade la delicadeza, al punto de que en apenas un par de números es capaz de narrar una pelea de gigantes sobre un mar embravecido para, luego, detenerse con cuidado en el ocaso de una madre alcohólica que no soporta la soledad, que no puede con la pena en una casa donde todos los objetos le recuerdan lo perdido, la lanzan al despeñadero de su propio corazón.
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-Si tuviera que describir cómo dibujo, diría que trato de dibujar como Rush hace música-dice Gabriel, en un café del Drugstore, a fines de septiembre de este año.
Gabriel Rodríguez (1974) es arquitecto, está casado y tiene dos hijos y es fanático del rock progresivo. En un medio donde la extravagancia es moda (Mark Millar tiene una foto sacada por ahí vestido de mujer, Grant Morrison hizo conjuros mágicos para algún álbum de Robbie Williams, y Neil Gaiman ha patentado sus gafas de sol casi como un lugar común), Rodríguez carece de cualquier pose de estrella, algo que al leer su cómic se vuelve engañoso: no sólo es capaz de detallar la biología espectral de monstruos abisales, sino también de narrar escenas de violencia íntima, amén de retratar con la misma habilidad el horror de la magia y la maravilla de lo cotidiano. En el medio chileno, aparece a cuentagotas: el año pasado el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura le entregó el Premio Walt Whitman (que este año ganó Diamela Eltit y, antes, el poeta Óscar Hahn) y este 2010 hizo la portada de "Blanco Experimental", una antología con lo mejor del cómic adulto en Chile.
Por supuesto, no ha sido fácil. Hace años Rodríguez abandonó la arquitectura para dibujar cómics y a lo largo de los últimos diez años, pasó de las catacumbas del cómic nacional a estar en el centro de la escena yanqui, acaso la más competitiva del mundo. En el momento en que menciona a Rush, está a punto de irse a Estados Unidos por un par de semanas, para volver en el momento exacto en que la banda de Geddy Lee toque en Chile. ¿A qué va? Está invitado a la Comic Con de Nueva York y va a juntarse con Joe Hill y a hablar con la gente de IDW.
Es su rutina. Así trabaja para Estados Unidos desde acá: lejos de todo y sólo viajando ocasionalmente. La pega la hace por mail y teléfono. El entendimiento es perfecto. La distancia, en vez de complicar las cosas, quizás las mantiene unidas. Por lo mismo, no se mueve de su casa en Las Condes. Antes tenía una oficina que hacía las veces de taller. Ahora trabaja en el segundo piso de su casa. En ese santuario, su hijo menor juega metros más allá de su mesa de trabajo, mientras él dibuja con un lápiz azul y entinta a mano, para luego escanear cada plancha (que tiene un sello con su nombre: su mujer se las regaló para su cumpleaños) y enviarla por mail a sus editores. Allá las reciben y colocan digitalmente el color, los globos de texto y los diálogos. A veces hay cambios. A veces -en realidad, cada vez más seguido-, el editor Chris Ryall sólo espera feliz las páginas de "Locke & Key".
Esa rutina la interrumpe pocas veces, en ocasiones especiales, como ahora, que va a la convención a hacer promoción, pero también a discutir cómo están los avances del piloto de la serie -para Fox- y los ajustes finales de la trama del cómic. Le agrada la idea de la adaptación. En cierto sentido, es un camino de vuelta: él mismo se forjó en los cómics de "CSI", facturado por la misma IDW. Rodríguez llegó ahí en un proceso larguísimo de selección. Estaba postulando por medio de una agencia española. La última prueba fue dibujar en una hora a los personajes de la serie y mandarlo por fax.
Quedó. El primer cómic se publicó el 2003. "Nunca odié 'CSI'. De hecho, ahí descubrí mi vocación. Si le preguntaras a cualquier artista mainstream del cómic gringo cuál sería lo último que quisiera dibujar, probablemente sería ese cómic. Y yo lo pasé bien dibujándolo", asegura.
Antes había probado suerte en el mercado chileno. "El año 98 hice una historia completa de 24 páginas. Fui a Editorial Dédalos. Habían quebrado. Dejé el cómic igual: el año siguiente me llamó Mauricio Herrera para hacer la revista 'Diablo' y ofrecerme pega como ilustrador de 'Mitos y Leyendas' para Salo".
Luego pasó lo de IDW, donde dibujó 27 números de "CSI" y adaptó "Beowulf" (la película de Zemeckis) con guión de Roger Avary, que había coescrito "Pulp fiction" con Tarantino. Ahí también trabajó con Clive Barker (el viejo maestro del horror, autor de "Hellraiser" y "Los libros de la sangre") en la adaptación en formato miniserie de su novela "The great and secret show" y en "Seduth", un cómic en 3D tan extraño como impresionante. Eso -"CSI", Barker y "Beowulf" - fue algo parecido al servicio militar. Rodríguez trabaja solo, sin ayudantes: en planchas pequeñas porque si le dieran más espacio, "el nivel de detalle sería más enfermo". Pero hay algo más: la suma de la experiencia. Las más de mil páginas dibujadas, los ocho años que lleva en esto sin parar. "Dibujar historietas tiene que ver con manejar tus herramientas narrativas y tener claro qué decir y cómo. La única forma de madurar eso es en un proceso infernal de productividad. Lo que más le agradezco a IDW es haber podido dibujar 'CSI' sin parar, durante tres años. Ahí tuve que aprender a funcionar a ritmo mensual, de 18 a 20 páginas en un mes. Hice 27 números de 'CSI', que para mí tenía la ventaja que era tan restringida en su potencial gráfico, que a los pocos elementos que tenía había que tratar de sacarles punta".
Las llaves del reino
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"Locke & Key" es un mundo donde lleva un par de años viviendo, desde que leyó el primer guión sentado en una micro que lo llevaba de su vieja oficina a su casa en Las Condes. "Esto me cayó del cielo", pensó. Lo estudió dos meses antes de sentarse a dibujar. Cuando lo hizo, puso como música de fondo la banda sonora que Ennio Morricone compuso para "The Thing", de John Carpenter.
Funcionó. La serie agarró vuelo. Hill planificó una compleja saga familiar sobre una casa encantada llena de llaves mágicas, que terminó siendo una revisión del horror contemporáneo, un mundo donde "la magia no soluciona nada y es una metáfora del materialismo, algo que se convierte en un chiche que los personajes usan para evadirse de sus problemas, que siguen estando ahí".
Al final del tercer arco argumental, en la mitad exacta del cómic, Hill escribió un número demoledor que detallaba la rutina diaria de la madre de los niños Locke, perdida en una niebla de pena y vino.
Rodríguez tuvo que dibujarlo.
-Ese guión fue fuerte. No fue fácil ese número. No es lo mismo leer el cómic en 15 minutos que estarlo dibujando durante todo un mes, sobre todo en esas secuencias donde la madre empieza a caer en esa espiral cada vez más atroz, exponiéndose a situaciones más patéticas. Fue heavy, un proceso anímico que te afecta a nivel personal, pero también es bueno porque hace que seas más intenso a la hora de dibujarlo. Ésa es una dificultad que yo agradezco porque implica un compromiso emocional con el trabajo; porque pule lo que uno está haciendo.
Aquel compromiso se nota. Hill tomó la decisión de no escribir otro cómic que no fuera "Locke & Key", y desde el año pasado, Rodríguez sólo está concentrado en el horizonte de la casa de los Locke. La simbiosis no puede ser mayor. "El desarrollo visual del cómic ha fluido con una naturalidad que es casi preocupante. Joe me dijo que cuando veía las páginas dibujadas, los personajes tomaban una forma más sólida y era más fácil seguir escribiéndolos. Ya no pensamos en términos de guionista y dibujante: pensamos en términos de este objeto que aparece como libro, que podría aparecer en cualquier otro formato y tendría el mismo grado de compromiso", dice.
La serie de "Locke & Key" ya empieza a caminar sola: el piloto va a durar dos o tres horas -debiera estar listo el 2011- y se está discutiendo si la primera temporada tendrá 6 ó 13 capítulos. El guión va a estar a cargo de Josh Friedman ("La guerra de los mundos"), la producción es de Alex Kurtzman y Roberto Orci, y se acaba de sumar Dan Bishop, el diseñador de producción de "Mad Men".
Mientras, la serie de TV ya empieza a caminar sola: el piloto va a durar dos o tres horas -debiera estar listo el 2011- y se está discutiendo si la primera temporada tendrá 6 ó 13 capítulos. "Podría ser mala, pero por lo menos se va a ver linda", ironiza Rodríguez. El guión va a estar a cargo de Josh Friedman ("La guerra de los mundos"), la producción es de Alex Kurtzman y Roberto Orci, y se acaba de sumar Dan Bishop, el diseñador de producción de "Carnivale", "A single man" y "Mad Men". Mientras, Hill supervisa los guiones. Quizás escriba uno. Rodríguez, en tanto, se concentra en la historieta: "Estamos mentalizados en el final, algo que veo cierto y necesario. Para mí cerrar esto y cerrarlo bien es la mejor muestra de respeto al trabajo que estamos haciendo".
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Pero antes de todo eso está la casa, de la que no hemos hablado mucho hasta ahora. Porque "Locke & Key" trata de una vieja mansión familiar en un pueblo llamado Lovecraft, al que los personajes escapan una vez que el horror se ha instalado en sus vidas. La casa es un personaje más de la historia. Porque todo radica ahí: están las llaves, desperdigadas como granadas. Ahí están los héroes y villanos, dispuestos a abrir sus propias cabezas para exhibirse desnudos en su desamparo y su candidez, en su abrazo con el horror, pero también con el afecto.
Porque quizás la de los Locke es una casa chilena, una de esas casas donosianas, terribles y maravillosas. Un mundo que se despliega en la inminencia de lo cercano, las llaves de un reino que no es más que el aire que cabe entre las manos. Quizás ésa es la virtud del trazo de Rodríguez: esa nitidez, ese horror, esa cercanía:
-La casa con olor a viejo, que para nosotros es muy familiar, es algo que está explotando esta historia y a mí me resulta muy fascinante. Estar vinculado a esta casa obliga a los personajes a ir resolviendo sus conflictos familiares. Y eso es muy chileno, el tema de la gente que se va de la casa porque tiene problemas con su familia, pero que tiene, en algún momento, que volver para enfrentarse a ese hogar. A esa casa que es enorme, pero que es como un laberinto, llena de espacios vacíos, donde al final uno se encuentra con uno mismo.
*Escritor y profesor de literatura.