Todo partió como un reto. A finales de los años 80, José Donoso y el argentino Ricardo Sabanes se juntaban asiduamente. Sabanes había llegado para trabajar en el área de planificación comercial de Planeta en Chile. Más que una editorial, Planeta por esos años era una casona donde se importaban y distribuían libros. Enciclopedias, obras de J.J. Benítez y, a lo más, novelas de Vargas Llosa eran los títulos que se veían. No había autores locales publicados. Y tampoco el interés de publicarlos. Donoso, por su parte, había vuelto a Chile en 1981. Entre otras cosas, en los años venideros empezaría a hacer talleres literarios en su casa. Una instancia que impulsaría la formación de varios de los escritores que estarían a la cabeza de la narrativa chilena. Ésa fue la trastienda para que, en una de las tantas juntas, Sabanes bromeara con el autor de "Coronación" sobre sus pretensiones de publicar escritores, en vez de simplemente coordinar los dineros de la editorial. La respuesta de Donoso fue concisa: "Bueno, no te engañes, tú vas a ser editor cuando edites tus propios autores".
Sabanes tomó la respuesta de Donoso como un impulso. Primero pensó en editar autores chilenos bajo Seix Barral, pero no le dejaron usar la franquicia. Fue en ese momento cuando se puso a pensar una línea nueva para, así, editar autores locales. Y llegó a la idea. Al concepto: Biblioteca del Sur. Ése sería el nombre de la colección que, bajo el alero de Planeta, usaría para editar a los nuevos escritores chilenos y argentinos que, poco a poco, se asomaban en el ambiente literario.
"Queríamos hacer una oferta narrativa pospinochetista. Ya había pasado el plebiscito, las elecciones y ellos, los autores jóvenes, se engancharon porque tenían obra, y yo me enganché porque vi la posibilidad del mercado", recuerda Sabanes. Lo curioso es que, haciendo una revisión de la prensa de la época y de todos los artículos que luego se escribieron sobre el inicio de la Nueva Narrativa, el nombre de Sabanes apenas se menciona. Su trabajo fue, digamos, fantasmal, pero terminó siendo el actor crucial para que toda la camada de escritores chilenos germinara a inicios de los años 90. Jaime Collyer es lapidario. "Sin él, nada de lo que fue la Nueva Narrativa y esa pequeña revolución hubiera sucedido. Él la inició y encabezó", recuerda. "Conocí a Sabanes después de que la editorial decidió publicar mi primera novela. Recuerdo su jovialidad, su entusiasmo, su dinamismo", rememora Arturo Fontaine, quien con "Oír su voz" (1992) consiguió estar 39 semanas en la lista de los más vendidos, uno de los hitos de la Nueva Narrativa. "Sí, he is the man. El inventor. Se vestía muy elegante, como un Gordon Gekko. Admiraba a Gordon Lish, y a la tradición de los editores gringos", dice Alberto Fuguet. Y Gonzalo Contreras también destaca su papel: "Él tenía claro que había varios autores jóvenes rondando. A mí me llamó porque sabía que estaba escribiendo una novela, que luego sería 'La ciudad anterior' (1991) y me llevó a comer a un restaurante para negociar, algo inusual para la época".
Así las cosas, tanto en Argentina como en Chile la figura de Sabanes -quien estudió Arquitectura pero nunca ejerció, y luego tomó cursos de marketing en Buenos Aires- era algo inusitado. Sus padres habían pasado una temporada en Escocia, por lo que le quedó la impronta cosmopolita. "En Argentina le teníamos un sobrenombre: McTaylor. Porque había una tienda, famosa, muy elegante de allá que se llamaba McTaylor", dice Arturo Infante, quien trabajó en los años 80 en Planeta Argentina y contrató a Sabanes para que ayudara en el área de ventas.
Libros marketeros
Aparte de un buen olfato editorial, Sabanes -actualmente director editor internacional de Planeta- instauró una nueva forma de hacer marketing. "Sentamos las bases de una operación comercial muy potente. Las principales herramientas eran las de la comunicación; la utilización de la prensa para la promoción de un libro", dice Sabanes. "Instalamos pequeños detalles, como que la fotografía del escritor llevara la firma del fotógrafo, que era más por darle caché que otra cosa. O que las portadas las hiciéramos con estudios fotográficos". Un ejemplo esclarecedor es lo que pasó con el primer libro de Fuguet: "Sobredosis", editado en 1990 y que, de alguna manera, sirvió de puntapié para la Nueva Narrativa. "Se lanzó en una disco en la calle Suecia (cuando no era decadente, claro). Estaba Donoso, corría el trago y el libro lo presentó Marco Antonio de la Parra, que era como el superasesor de este nuevo movimiento de escritores, ya que escribía artículos en La Época hablando de ellos. Fue todo un acontecimiento para ese tiempo", dice Fuguet.
"Queríamos hacer una oferta narrativa pospinochetista. Ya había pasado el plebiscito, las elecciones y ellos, los autores jóvenes, se engancharon porque tenían obra, y yo me enganché porque vi la posibilidad de mercado", dice Ricardo Sabanes.
Una de las ventajas que tenía Planeta era que quedaba en el mismo edificio del diario La Época, en calle Bulnes, uno de los principales medios de comunicación de esos tiempos y que, a lo largo de los 90, le dio tribuna a la Nueva Narrativa. En parte, gracias a ese diario se posicionaron Gonzalo Contreras, Jaime Collyer, Arturo Fontaine, Carlos Franz y otros de los autores emblemáticos de este movimiento. Lo cierto es que, poco a poco, el catálogo de Biblioteca del Sur empezó a diversificarse. Estaban, por ejemplo, los autores mayores. O que ya habían publicado: Germán Marín, Diamela Eltit, Poli Délano, entre otros. O el mismo José Donoso, que fue el primer autor editado bajo Biblioteca del Sur, en 1988, con "La desesperanza", título que sólo estaba disponible en España hasta ese momento.
En otro costado se posicionaron los best sellers. "Aparecieron los autores superventas como Marcela Serrano o Roberto Ampuero", comenta De la Parra. Dentro de esa camada, uno de los casos emblemáticos fue Hernán Rivera Letelier. Luis Sepúlveda -a quien también publicó Planeta en ese entonces- fue el gran propulsor del narrador del norte. "Recuerdo una vez que, en una comida de escritores en casa de Jorge Edwards, en un momento estábamos hablando de la Nueva Narrativa, y Sepúlveda dijo que el que viene es Hernán Rivera. Y todos quedamos como shockeados y se armó una discusión. Pero sí, al final, acertó", dice Sabanes. Y luego comenta sobre uno de los casos que más lo marcaron: "Recuerdo a un escritor que se suicidó, Adolfo Couve, que vivía en Cartagena, era de una timidez absoluta, de una inseguridad hasta exasperante. A veces uno quería darle seguridad, pero era imposible. Le publicamos libros antiguos y libros nuevos".
El ocaso
El paso de Sabanes por Chile fue más bien breve. Llegó dos semanas antes del atentado a Pinochet (1986) y se fue dos semanas luego de que asumiera Patricio Aylwin (1990). Dado el buen resultado que había conseguido en Chile, sus jefes en Planeta le pidieron que lo replicara en Argentina. Ese escenario, claro, no quitó que floreciera lo que Sabanes había sembrado. Al contrario: desde Buenos Aires seguía al mando de todo. Incluso, en algunas ocasiones, viajó a Chile para controlar cuando un escritor firmaba un contrato. Una de las reuniones más recordadas fue con Roberto Ampuero, quien venía patentado por el éxito de "¿Quién mató a Cristián Kustermann?", su primera y exitosa novela. "Sabanes llegó a Chile, negociamos varios libros y recibí un jugoso anticipo, pese a que yo no tenía agente. Entonces yo tenía una inmobiliaria y negocié como inversionista inmobiliario, es decir, no como alguien que quiere que lo publiquen sino como alguien que sabe que tiene algo que el otro anhela obtener. Esa negociación con Rick fue durísima e implacable", cuenta Ampuero. Alberto Fuguet recuerda cuando viajó especialmente a Buenos Aires para pedirle ayuda en el proceso de edición de "Mala onda" (1991): "Por ese entonces me enfrentaba a dos problemas: en Chile me estaba destrozando Collyer, que era editor de Planeta, y Forn, editor de Argentina, quería que le cambiara a 'Mala onda' el acento y que fuera porteño. Sabanes me ayudó en eso. Al final, la edición salió bien y se publicó primero en Buenos Aires y luego en Chile".
Hacia mediados de los 90, la Nueva Narrativa ya estaba armada y el nombre resonaba en los talleres literarios y en los suplementos de cultura. Asimismo, editoriales como Alfaguara o Grijalbo se instalarían en Chile, lo que traería una sobreoferta editorial que no tenía sintonía con los lectores que, con los años, ya no estaban tan interesados en leer a los autores locales. "Ya había pasado el fenómeno. La transición se consolidaba y el diario La Época agonizaba, al igual que la Nueva Narrativa que, en esos momentos, era una confusión de autores de muy distintos pelajes", dice De la Parra. Sabanes relativiza lo que sucedió. Y hace la diferencia. "En Argentina, Biblioteca del Sur, es una especie de culto", dice sobre la colección que editó en ese país a Rodrigo Fresán y Juan Forn.
"De la Nueva Narrativa se ha dicho siempre que fue un invento de la mercadotecnia y no es así. Hubo algunos muy buenos libros, que sí prendieron entre el público, no fue sólo porque estuvieran bien promocionados", asegura Collyer. De todas maneras, para Sabanes todo tiene que ver con el reto que le impuso Donoso: "Todo partió esa tarde en que me sentía negado y me puse creativo. Y con eso, claro, pude responder al desafío de Pepe".