Por Gonzalo Maier Enero 21, 2011

Uno

Basta con leer los primeros capítulos de "Los sinsabores del verdadero policía" para descubrir que, a diferencia de "El Tercer Reich" (2010), la nueva novela póstuma de Bolaño forma parte de una galaxia cercana al universo de "2666" (2004) y no al cajón de los viejos manuscritos olvidados. Por eso, rápidamente se disipan los miedos, que naturalmente van de la mano con las novelas descubiertas por arte de magia, y aparecen las 323 páginas centradas no sólo en Amalfitano y Archimboldi, dos personajes secuestrados de "2666", sino en muchas de las obsesiones tan cercanas a las últimas y mejores novelas de Bolaño.

"Los sinsabores..." invita a ser leída como un spin-off o como la extensión de "La parte de Amalfitano", el capítulo dedicado al profesor chileno que en "2666" vivía en Santa Teresa y empezaba a coquetear con la locura. Por lo mismo, no hay que ser muy perspicaz para sospechar que la novela que Anagrama lanzará a fines de este mes debió jugar el mismo rol que "Amuleto" (1999) respecto a "Los detectives salvajes" (1998), o que el último relato de "La literatura nazi en América" (1996) frente a "Estrella distante" (1996). Es decir, como la ampliación de un apéndice del que a Bolaño le quedaba mucho más por escribir.

Si la gigantesca "2666" entregaba sólo un par de ideas respecto de Óscar Amalfitano, el  chileno que debió escapar de Barcelona junto a su hija para terminar haciendo clases en la Universidad de Santa Teresa, "Los sinsabores..." cumple con el resto de la tarea. De este modo, la novela retrocede prácticamente hasta sus años de estudiante universitario en Chile para avanzar hasta su viudez, sus aventuras políticas, su labor como el primer traductor de un tal "Arcimboldi", para detenerse en el momento en que a los 50 años descubre su homosexualidad y se enamora de Padilla, un alumno aspirante a poeta. En otras palabras, precisamente en el momento en que la desgracia lo toma de la mano y lo lleva a una ciudad maldita, en donde se esconden el horror, la muerte y un escritor de culto del que casi todos ignoran su paradero.

Padilla, el aparente gatillador del viaje de Amalfitano hacia el infierno, será un personaje que a la distancia o compartiendo una cama con su profesor de Literatura, marcará el rumbo de la novela. Con él Bolaño vuelve acaso sobre uno de sus arquetipos más queridos: el poeta joven, valiente y hermoso. E incluso más: hay un momento que, visto en retrospectiva -por la enfermedad de Bolaño-, no deja de ser conmovedor. Joan Padilla, el desconocido poeta de Barcelona, está enfermo, al igual que un poema de Óscar Hahn ve a la muerte sentada a los pies de su cama, envía cartas tristes hacia el otro lado del Atlántico e intenta terminar a toda velocidad una novela llamada "El Dios de los homosexuales". Y así Padilla, lector de última hora del misterioso J.M.G. Arcimboldi y el culpable de todos los sueños eróticos de Amalfitano, escribe y escribe intentando adivinar si la muerte se apiadará de él y le permitirá poner el punto final.

Y, de ese modo, la novela, que está repartida en cinco capítulos, se va perfilando como la épica privada y apocalíptica de un profesor que recorrió el mundo luchando por una revolución que al parecer no sirvió de nada, pero que ahora, en la boca del infierno, prefiere mirar cuadros falsificados de Larry Rivers y escribir cartas, como si la muerte no estuviera ya de su lado. Tal vez por lo mismo, "Asesinos de Sonora", la última parte del libro, esté particularmente centrada en Santa Teresa, en Villaviciosa, el pueblo vecino que ya conocimos en el cuento "El gusano" ("Llamadas telefónicas", 1997), y en un grupo de policías zombis que en un billar se preguntan si será necesario salir a hacer su trabajo o si no será mejor aceptar que todo es sencillamente como es.

Dos

Más allá de la ausencia de un final claro -no le pediremos esas convenciones pequeñoburguesas a Bolaño-, algunos capítulos parecen claramente más corregidos que otros, ciertos personajes no parecen tan bien construidos como lo solía hacer el mejor Bolaño, o incluso se encuentran fragmentos tomados de otras obras, como el que abre "Los sinsabores...", sacado textualmente de "Los detectives salvajes".

Es difícil engañarse y uno lee "Los sinsabores..." preguntándose, intentando adivinar si Bolaño quería que ciertos capítulos, algunas escenas, o incluso determinados nombres fueran realmente los que aparecen impresos. Es que tal como escribe la viuda de Bolaño, Carolina López, en una nota que acompaña al libro, la novela está claramente inacabada. Más allá de la ausencia de un final claro -no le pediremos esas convenciones pequeñoburguesas a Bolaño-, algunos capítulos parecen claramente más corregidos que otros, hay un par de discordancias menores (a ratos, por ejemplo, la hija de Amalfitano nació en Buenos Aires y después en el D.F.), ciertos personajes no parecen tan bien construidos como lo solía hacer el mejor Bolaño, o incluso se encuentran fragmentos tomados de otras obras, como el que abre la novela, sacado textualmente de "Los detectives salvajes". Aquí, por ejemplo, es una conversación entre Padilla y Amalfitano sobre los poetas maricas o maricones y en "Los detectives salvajes" son Ernesto San Epifanio y García Madero quienes mantienen exactamente el mismo diálogo.   

Algo similar sucede con Archimboldi, el escritor oculto que cruzaba en silencio los cinco libros de "2666" y que, a estas alturas, es uno de los personajes más emblemáticos en la narrativa del chileno. Ahora, en "Los sinsabores...", Archimboldi tiene una presencia igual de fantasmal, pero levemente distinta. Porque acá Archimboldi no es Archimboldi, sino Arcimboldi -sin la "h" -, tal como aparecía nombrado por primera vez en "Los detectives salvajes". Y, al igual que en esa novela, el escritor al que prácticamente nadie conoce no es alemán, como sucede en "2666", sino francés. Y con esas cartas sobre la mesa, pensar que Bolaño ocupó la figura de Le Clézio, el Nobel de islas Mauricio, para crear a Arc(h)imboldi no es tan descabellado: ambos escriben en francés, tienen una vida errante y difícil de reducir a una biografía ordinaria, los dos firman sus libros con idénticas iniciales (J.M.G. Arcimboldi y J.M.G. Le Clézio), sus novelas suelen situarse en escenarios remotos, y en "La cuarentena", una novela que el mauriciano publicó en 1995, su protagonista era un tipo que venía de una familia casi maldita, el nieto de un aventurero que conoció a Rimbaud y que pretendía volver a la tierra de sus padres, un hombre que llevaba el apellido Archembaud.

Este tipo de indicios, que en realidad son muchos más de los que se pueden anotar acá, llevan a pensar que "Los sinsabores...", una novela que el mismo Bolaño, según López, escribía desde los años 80, también puede ser el embrión de Benno von Archimboldi, del macabro pueblo de Santa Teresa, y en general del big-bang de horrores cósmicos que evolucionará hasta convertirse en "2666". Al leerla pareciera como si en medio de la escritura, cuando ya estaba decidido a terminar el proyecto, Bolaño hubiera descubierto que lo mejor era detenerse, tomar buena parte de las ideas con las que estaba trabajando, y transformarlas en una novela colosal titulada con el número de una lápida perdida en el desierto de Sonora.

Pero quizá lo que más sorprende es que Bolaño, en un libro póstumo de esos que a primera vista parecen víctimas del deseo de publicar hasta lo impublicable, ya es Bolaño. Están los personajes, las obsesiones y los cruces con el resto de su narrativa, tal y como si el gran proyecto ya se incubara dentro de su cabeza. O como si la novela que ahora aparece publicada hubiera estado destinada, en un universo paralelo, a convertirse en un gran y bolañesco aleph. En algún momento, de hecho, un policía de Santa Teresa conversa con Lupe, una prostituta muy amistosa que perfectamente podría ser Lupe, la prostituta de "Los detectives salvajes". También aparece un par de veces Delorme, un misterioso y satánico poeta francés que a Padilla le interesa bastante y que, de paso, trabaja como portero en el edificio parisino en donde, por esos días, vivía Arcimboldi. Delorme, para todos los que recordarán "Estrella distante", no es más que otro de los seudónimos que habría ocupado Carlos Wieder, el poeta asesino, mientras estaba desaparecido en Europa. Y así, en las páginas del libro, el verdadero Bolaño, tal como Archimboldi, ya está pero sin estar del todo.

Tres

Al final, cuando una carta de Padilla da por terminada la novela, queda una sola certeza. Nada más que una. Porque si para Benjamin Franklin existían dos -la muerte y los impuestos-, en Santa Teresa, la ciudad ficticia que como ya sabemos remite a la cruel Ciudad Juárez, no hay más que una: la muerte. Pero esta vez no sólo aparece representada con brutalidad en la frontera mexicana, sino que literalmente sale del libro y les enrostra a los lectores la enfermedad que efectivamente le ganó la pelea a Bolaño y que, a diferencia de lo sucedido con "2666", esta vez sí dejó una novela a medio terminar y muchas preguntas bailando en el limbo de lo incontestable. Aunque para ser franco, tal vez todo lo anterior sea falso y la única certeza sea que al cerrar "Los sinsabores del verdadero policía" recién comprendemos cuánto echábamos de menos las novelas de Bolaño.

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