Por Antonio Díaz Oliva Febrero 4, 2011

Hay algo extraño en comunicarse con Don DeLillo (74). No sólo porque sea casi imposible conseguir una entrevista con él. También porque hablar con DeLillo es, de una u otra manera, realizar un viaje en el tiempo. Un retroceso a una era preinternet. Eso es justamente lo que sucede en esta entrevista con el autor de 15 obras, entre las que se cuentan "Ruido de fondo", "Mao II" y "Punto omega", su última novela que se publicó el 2010 en Estados Unidos y que llegará en los próximos meses a librerías chilenas.

Como siempre, poco hizo DeLillo esta vez en asuntos de promoción y prensa. Dejando de lado las entrevistas que dio en New York Times y Wall Street Journal, en Estados Unidos, y a The Guardian en Inglaterra (y todas a periodistas cercanos de él), ésta es una de las pocas veces que habla de su nueva obra con un medio no anglosajón. "Tienes mucha suerte", dice Samantha, su asistente personal desde hace años. Samantha, de hecho, será la encargada de imprimir las preguntas, llevarlas al refugio de DeLillo, enclavado en Westchester -en un estudio cercano al barrio neoyorquino de inmigrantes italianos donde creció-, y volver al día siguiente para recoger las respuestas, a mano, del autor estadounidense.

Y tal vez todo eso no es raro si tomamos en cuenta que este escritor es el mismo que en 1985, cuando fue a recibir el codiciado National Book Award, se subió al escenario y frente a la intelligentzia neoyorquina agradeció de la siguiente manera: "Mis disculpas por no poder haber estado presente hoy en esta premiación. Y muchas gracias por haber asistido".

DeLillo responde nuestras preguntas de la misma forma en que escribe narrativa: con frases parcas, breves, pero evocadoras. De todas sus respuestas, el caso más gráfico es cuando comenta cómo nació la idea de "Punto omega". Porque luego de "El hombre del salto" (2007) -esa pequeña gran novela donde se narraban los hechos del 11 de septiembre del 2001 a través de historias mínimas-, DeLillo pasó mucho tiempo sin encontrar un tema para escribir. Hasta que un día pisó una sala del Museo de Arte Moderno (MoMA) y se topó con "24 Hour Psycho": una instalación que bajaba la velocidad de proyección de "Psicosis", la película de Alfred Hitchcock, la cual en vez de durar 109 minutos se extendía a 24 horas.

"Siempre he pensado sobre 'Psicosis' como una comedia de horror y creo que Hitchcock lo sentía así. Su deseo, se nota, era manipular la respuesta de la audiencia a lo que él mostraba en pantalla. Quería alcanzar un efecto sobre las emociones de la gente".

"Era una pieza oscura, silenciosa. No había sillas ni bancos", recuerda DeLillo. "El resto vino solo: me imaginé un hombre apoyado en la muralla, viendo atentamente y preguntándose sobre los misterios del tiempo". Y el resto, claro, fue que DeLillo volviera enseguida a su refugio y escribiera a mano -como siempre lo ha hecho- sobre un hombre que todos los días se dirige al MoMA para ver incansablemente esa exposición, mientras los guardias del museo lo miran perplejos.

Comedia de horror

Que no quepa duda: los desiertos son escenarios claves dentro de la obra de DeLillo. "Ruido de fondo" (1985), novela que le valió el reconocimiento dentro del circuito literario, sucede en el desierto de Arizona. Un terreno que vuelve a usar en "Punto omega". Mientras la parte urbana sucede en el MoMA de Nueva York, la segunda parte de la novela se vincula con un antiguo viaje que el autor hizo al desierto de Anza-Borrego, en California, en los años 80. "Ahora volví a visitarlo durante la primera etapa de escritura de esta novela. Pero, claro, todo fue para confirmar y engrosar mis impresiones que tenía de ese viaje que había hecho hace tiempo", cuenta. Y agrega: "El desierto opera como una contraparte a la oscura y fría galería del MoMA".

Es justamente en la parte del desierto donde aparece Richard Elster, misterioso asesor de guerra retirado, ex consejero del Pentágono en temas bélicos y quien ayudó a planificar la invasión a Iraq. En un momento, ese personaje es contactado por Jim Finley, un joven director de cine que desea hacer un documental sobre su vida. Para grabar esa pieza, deciden irse juntos al desierto y encerrarse en una mansión para que Elster devele todos los secretos de su trabajo con el gobierno. El plan funciona bien hasta que un día la hija de Elster los visita y,  luego de salir a dar una vuelta, se pierde sin dejar rastros. De esa manera, "Punto omega" se balancea entre dos ambientes: el misterioso observador que ve "Psicosis" cada día en el museo y los dos hombres enclaustrados en medio del desierto.

La paranoia según DeLillo

- ¿Qué concepción tenía antes de "Psicosis", la película?, ¿le gustaba?

- Siempre he pensado sobre "Psicosis" como una comedia de horror, y creo que Hitchcock lo sentía así. Su deseo, se nota, era manipular la respuesta de la audiencia a lo que él mostraba en pantalla. Quería alcanzar un efecto sobre las emociones de la gente.

- ¿Cómo nació la idea de hacer un contraste entre la parte del desierto y la del museo?

- Bueno, todo tiene que ver con el tiempo. Esa exposición, "24 Hour Psycho", me ayudó a pensar sobre el tiempo en una forma filosófica. Y este ejercicio de reflexionar me llevó a pensar no sólo en las ideas de Elster, sino también en el paso de la novela. En cómo ésta se "mueve" frase a frase, palabra por palabra. "Punto omega", de hecho, me tomó un año de escritura. Y desde el comienzo, quedó clara su forma y tamaño. Asimismo, la estructura y los dos temas centrales -el tiempo y la pérdida- surgieron también de manera prematura.

A DeLillo se le conoce como un arquitecto de la palabra. Se nota que cada frase está puesta cuidadosamente para causar un efecto en el lector: en la mayoría de los casos, es la sensación de que el tiempo parece detenerse. Eso sucede tanto en sus novelas gigantes, como "Submundo", hasta en las historias breves pero rotundas que DeLillo ha lanzando en los últimos años: "Cosmópolis", "Body Art" y, por supuesto, "Punto omega", que apenas sobrepasa las 150 páginas.

El otro aspecto típico de DeLillo es la paranoia. No por nada, el británico Martin Amis lo bautizó como "el poeta de la paranoia". Algo que también Michiko Kakutani, la severa crítica literaria del New York Times, rescató en su revisión a "Punto omega": "Es una novela preocupada de la muerte, del temor humano y la paranoia, y al igual que otros de sus libros, posee una ingeniosa arquitectura, que gana resonancia en retrospectiva".

- Elster es un personaje atormentado por su trabajo con el gobierno. ¿Siempre tuvo presente tocar de forma tangencial la guerra de Iraq?

- Elster es un intelectual seducido por el poder. De alguna manera, él lleva la guerra de Iraq a través del desierto, del viaje que hace por el desierto. Está siempre ahí, en su mente. Y el vasto paisaje árido, además, es un reflejo de Iraq.

- ¿Cómo hace para crear los personajes? En "Punto omega" se puede sentir cómo, a medida que pasan las páginas, los personajes se van expandiendo.

-Sí. Mis personajes suelen crearse ellos mismos día a día, al mismo tiempo que la estructura de la novela se construye lentamente a medida que corre el tiempo. Para mí, la escritura es un proceso de revelación.

'"Punto omega' tiene que ver con que en esta sociedad actual estamos rodeados constantemente por imágenes. Y el fenómeno moderno de tener cámaras en todas partes, desde las de celulares hasta las de vigilancia, tiende a hacer de la imagen un efecto casi pesadillesco".

Imágenes pesadillescas

"No te va a responder preguntas de su vida". Ésa fue una de las advertencias de Samantha, la asistente, a la hora de mandarle el cuestionario a DeLillo. Contemporáneo de Thomas Pynchon y Cormac McCarthy, el escritor estadounidense siempre ha sido reacio a hablar. No tanto como esos colegas, pero claramente nunca le ha gustado ahondar en su ámbito privado. Sin embargo, se anima a contar algo de lo que está trabajando. "En estos días he estado escribiendo cuentos. Tres cuentos he escrito desde 'Punto omega'. Así que… quién sabe, tal vez un volumen de historias breves en el futuro", esboza sobre lo que sería su primer libro de relatos.

Pese a su aparente desapego del mundo y su opción por la introspección, DeLillo no duda de meterse en los temas internacionales que le interesan. Por la misma fecha en que lanzó "Punto omega", hizo una extraña aparición en un acto público para salir en defensa de Liu Xiaobo, un intelectual chino que está preso por su visión disidente y que el 2010 fue premiado con el Premio Nobel de la Paz. No era sólo un episodio de activismo; era, a la vez, la demostración de que DeLillo es parte de esos grupos intelectuales norteamericanos que desean estar atentos a lo que sucede fuera de sus fronteras.

Por ese gusto de mirar más allá de su metro cuadrado, no llama la atención que a la hora de preguntarle por sus lecturas, DeLillo mencione automáticamente a Bolaño. Aunque hay más razones en juego: para muchos, su novela "Submundo" es totalmente homologable con "2666". Ambas son obras monumentales, se dividen en secciones y relatan episodios de la historia moderna, como las muertes en Ciudad Juárez o la crisis de los misiles en Cuba. "Sí, leí 'Los detectives salvajes' y '2666'. Las dos me gustaron mucho", cuenta DeLillo, refiriéndose a la bolañomanía que, aún por estos días, sigue latente en Estados Unidos. "De autores chilenos, también conozco la obra de Ariel Dorfman; he leído varios de sus libros y obras de teatro", agrega.

- ¿Hay algo en especial que le interese del arte moderno? Gran parte de su nueva novela sucede dentro de un museo...

- Más que el arte moderno, lo que me interesa son las imágenes. Mucho de mi trabajo se centra en el poder de las imágenes. Y siempre ha sido así. Es cosa que leas "Americana", mi primera novela, para que te des cuenta de eso.

- Al igual que en varias de sus obras anteriores, en "Punto omega" la paranoia es una de las sensaciones más latentes en la historia.

-Sí. Por lo menos en el caso de "Punto omega" tiene que ver con que en esta sociedad actual estamos rodeados constantemente por imágenes. Y el fenómeno moderno de tener cámaras en todas partes, desde las de los celulares hasta las de vigilancia, tiende a hacer de la imagen un efecto casi pesadillesco. Un efecto del cual, por lo demás, es imposible escapar.

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