De todos los billones de espectadores del mundo (bueno, adolescentes, geeks, nerds y otras variantes de la especie masculina-sin-terminar) que inundarán las salas a partir del estreno de "Invasión del mundo: batalla Los Ángeles", no todos conocen la megalópolis de Los Ángeles, California. Pero eso importa poco, porque el mundo odia Los Ángeles y ama la idea de odiar la ciudad donde está Hollywood, esa comuna-concepto-barrio donde se hacen o inventan o producen las películas que, en efecto, invaden las carteleras del planeta entero. Que los productores y realizadores de estas cintas ("Terremoto", "Volcán", "El Día de la Independencia", "El día que se paralizó la Tierra"; "Transformers"; "Skyline") vivan en esa misma ciudad que no paran de destruir es, por decir lo menos, un tema entre freudiano y una forma nueva en la psicosis de la autodestrucción. Aquel que destroza su casa, ¿no se desprecia a sí mismo?
La idea de ver Los Ángeles arrasada es parte de la seducción de aquellos que llegarán a los miles de cines donde la cinta del ya consagrado Jonathan Liebesman (el mismo del remake de "La masacre de Texas") invadirá todas las pantallas habidas y por haber, desplazando de paso todo lo que huela a Oscar o tenga un personaje con algún dilema menos urgente que salvar su pellejo ante aliens en forma de cucarachas.
En efecto, hay pocas ciudades que han sido más devastadas/destrozadas que Los Ángeles. París y Nueva York, las urbes rivales de Hollywood, la siguen en el ranking. La posibilidad de ver cómo es arrasada la ciudad que produce la mayor cantidad de películas que ve el mundo es -al parecer- algo irresistible, tanto para los que gustan de este tipo de espectáculo orgiástico-bélico como para los que creen que el cine es, antes que nada, el sitio donde nacen los mejores videojuegos (los ansiosos tendrán que esperar hasta agosto para gozar/revivir la cinta es sus plasmas).El mundo se acabará (una vez más) a partir de hoy y la batalla decisiva ocurrirá en la ciudad que hace poco le dedicó un mes a ceremonias que necesitaban de alfombras rojas para ingresar. Este odio-asco de Los Ángeles por Los Ángeles no es nuevo; casi nació con el cine. Y cuando no la destrozan, insinúan que es un nido de ratas y de vicios, que merece ser exterminada (mal que mal, casi todo el cine-negro transcurre en LA y pocas cintas han sido tan anti Los Ángeles como "Barrio Chino" de Polanski, colosal filme que sostiene que una ciudad mal parida merece todo los castigos habidos y por haber). Que los ovnis la ataquen, tampoco nos sorprende. Lo que es nuevo es que algo ya tan repetido y reiterado pueda seguir siendo base para una de las cintas más costosas y "esperadas" del año. Reconozco que casi me he tragado la "estupidez científica" marketinera de esta película, que dice que esto "casi sucedió" en 1942, cuando el ejército de Estados Unidos intentó derribar -sin éxito- naves enemigas sobre el cielo de elei, pero que resultaron ser "otra cosa". Y claro: entre nazis y japoneses, todo quedó en nada y los extraterrestres se fueron para que los aliados ganaran la guerra contra sus enemigos del mismo planeta.
"El mundo se acabará (una vez más) a partir de hoy y la batalla decisiva ocurrirá en la ciudad que hace poco le dedicó un mes a ceremonias que necesitaban de alfombras rojas para ingresar. Este odio-asco de Los Ángeles por Los Ángeles no es nuevo; casi nació con el cine".
"Invasión del mundo" quiere llevar al extremo lo que en 1979 el propio Spielberg fue incapaz de hacer con su fallida comedia "1941". El autor de "Encuentros cercanos del tercer tipo" se demoró sus años en dejar de creer que los extraterrestres eran los tiernos precursores del iPhone para mostrarlos tal como "realmente deben ser" en su remake de "La guerra de los mundos". Pero ya no nos hace falta Tom Cruise para que nos defienda; ahora tenemos marines que, no por casualidad, son representantes de cada raza que habita Los Ángeles (Michelle Rodríguez; el chaparrito Michael Peña; el nuevo galán étnico Adetokumboh M'Cormack; James Hiroyuki Liao; y el ario y actor indie Aaron Eckhart liderando la tropa).
Hay algo exhilarante, lo reconozco, en ver una ciudad arrasada, sobre todo si no es la ciudad de uno. Pero Los Ángeles no es una ciudad cualquiera. No es Bilbao, Bogotá o Boston. Es la ciudad del cine, la ciudad donde se ha rodado y ambientado un porcentaje muy elevado de las películas que se han visto en Occidente. Por eso, cuando Los Angeles es destrozada, lo que se está destrozando es nuestra memoria cinematográfica. Y quizás ésa es la idea perversa de estas cintas: olviden, partamos de nuevo y así podemos seguir entregándoles mierda con sonido Dolby, porque aquel que no tiene memoria ni raíces no puede comparar y creerá que lo que está viendo es único porque es grande, porque es inmenso y porque supuestamente tiene el coraje de matar a mucha gente de razas raras delante de nuestros ojos.
*Escritor y cineasta.