Por Patricio Jara, periodista y escritor Marzo 18, 2011

Es probable que la secuela más seria que arrastre John Michael Osbourne, la más infame por sobrevivir cuatro décadas a los rigores del rock and roll, sea el zumbido permanente que siente en los oídos. Más que los excesos legendarios con drogas y alcohol; más que las pasadas por la comisaría por protagonizar escándalos varios, entre ellos un intento de estrangular a su mujer, la hoy todopoderosa productora Sharon Osbourne, lo que realmente jode al cantante es el pitido que lo sigue, como ha dicho, desde los años que pasó "con la cabeza cerca o, literalmente, dentro de un amplificador".

Pero Ozzy no se cae. Podrá, para algunos, haberse denigrado hasta lo indecible (o en su defecto, reído de todos nosotros) permitiendo que ese pulpo llamado MTV montara en su propia casa un reality show llamado "The Osbournes" (el episodio cuando pide a uno de sus hijos que baje el volumen "a esa música ruidosa" es de antología); podrá acusar evidente fatiga de material a sus 62 años (sufre una enfermedad similar al Parkinson, que lo obliga a medicarse de por vida), pero aun así, tal como alguna vez lo hizo Sandro ayudado por una válvula de oxígeno adosada al micrófono, Ozzy ha tenido siempre el coraje para ir adelante, incluso luego de fracturarse un pie en el escenario haciendo piruetas. El viejo loco inglés aún conserva su vocación, es el mismo endemoniado de Black Sabbath, la última banda hippie y la primera de metal, que en 1970 cantaba "Paranoid" y que el próximo 28 de marzo se presentará en Santiago como parte de la gira de Scream, su nuevo álbum.

"Mi padre siempre dijo que algún día yo haría algo grande", apunta al comienzo de I Am Ozzy, su autobiografía, aparecida el año pasado en Estados Unidos. "'Tengo un presentimiento sobre ti, John Osbourne', me anunció una vez luego de tomarse unas cervezas. 'O vas a hacer algo muy especial o vas a terminar en la cárcel'. Mi viejo tenía razón. Me fui preso antes de que tuviera 18".

Las especulaciones sobre la honestidad de este libro sobraron, pero finalmente en sus 400 páginas el lector encuentra de todo, menos autoindulgencia. Muchos dudaban si Ozzy sería capaz de referirse a cuanto se ha dicho sobre él y que redunda en una larga lista de excentricidades: desde los abusos de sustancias prohibidas, su fortuna (la casa de casi 30 millones de dólares en Beverly Hills), hasta otros episodios más pintorescos, como aqual de los murciélagos (algunos de plástico, otros no) que, dice la leyenda, comió sobre un escenario… o haber jalado una línea de hormigas.

"Es verdad, pero no me acuerdo", responde habitualmente cuando le preguntan por aquellos años locos, sobre todo al comienzo de su carrera solista, tras ser expulsado de Black Sabbath, en 1979. Sin embargo, hay algo más que desde entonces lo caracteriza: su mano abierta con los músicos jóvenes. Ozzy les da la oportunidad (y la bendición) de acompañarlo en sus giras o bien en esa respuesta personal a Lollapalooza (cuyos organizadores no lo dejaron sumarse) y que bautizó como Ozzfest, un evento que desde 1996 recauda más de 20 millones de dólares por temporada.

Muchas de las megabandas de rock actuales alguna vez fueron teloneras de Ozzy; y aquello ha tenido momentos reveladores, como la anécdota que ocurrió con Metallica en 1984: en una prueba de sonido, los californianos comenzaron a tocar canciones de Black Sabbath y Ozzy lo tomó pésimo, al punto de encararlos por lo que consideraba una burla.

Que Ozzy haya hecho un comercial con ese engendro llamado Justin Bieber es una buena muestra de su sentido del humor, similar a cuando grabó un cover de "Stayin' alive" o hizo "Born to be wild" a dúo con la chanchita Piggy.

Cuenta el periodista David Konow en su libro Bang your head. The rise and fall of heavy metal, que los chicos de Metallica quedaron perplejos por la reacción y sólo al ver sus caras de asombro Ozzy entendió lo que significaba Black Sabbath para las nuevas generaciones: había sido fundamental en esa suerte de cambio climático que en los 80 significó la irrupción de la llamada new wave of british heavy metal, y que a Chile llegó con tanta fuerza que alcanzó hasta la televisión, con programas como Magnetoscopio Musical.

Pero después del furor vino la caída. Ozzy, cansado, aburrido, anunció su retiro a inicios de los 90, aunque duró poco. Necesitaba hacer música o se volvía (aun más) loco. Entonces regresó cantando la apoteósica "Perry Mason" y así, entre tanto camino de alborotos, de pronto hacía su gran jugada: reimpulsar su carrera acompañándose con músicos excepcionales y bastante más jóvenes que él, tipos que crecieron escuchando sus primeros álbumes.

El modo como Ozzy se lleva con la fama es contradictorio: si bien hay quienes consideran que el show de MTV hipotecó su linaje de "Príncipe de la oscuridad", pocos recuerdan que antes de comenzar la serie rechazó a través de una carta muy malas pulgas una nominación con la que todo músico se sentiría honrado: ver su nombre (y el de su antigua banda) en el Rock and Roll Hall of Fame. "Ahórrense la tinta, quítennos de la lista y olvídense de nosotros. La nominación no tiene sentido porque no fue hecha por los fans, sino por una élite dentro de la industria y los medios de comunicación, por tipos que nunca han comprado un disco ni menos una entrada para un concierto".

Con esa misma vehemencia en sus respuestas, hoy el cantante mantiene una columna en la revista Rolling Stone, una suerte de consultorio médico-sentimental en el que se presenta como "Dr. Ozzy" y contesta toda clase de extravagancias que terminarán en un libro. La gente le sigue el juego. Eso es todo. Y que haya hecho un comercial con ese engendro llamado Justin Bieber es una buena muestra de su sentido del humor, similar a cuando grabó un cover de "Stayin' alive" o hizo "Born to be wild" a dúo con la chanchita Piggy.

"Ozzy es noticia para rato", apuntó alguna vez el crítico de rock Alfredo Lewin, uno de los chilenos que conocen más de cerca su carrera. "Un hombre con la magia para enfrentar sus demonios y exorcizarlos a través del trabajo. En eso no hay nadie que le gane. Ozzy no para desde que aclara el día y tiene que renacer, alejar los malos espíritus y aquietar las ganas de matar a alguien. La vida de un loco que traspasó la leyenda para convertirse en lo más parecido a un dios".

Si hay dudas, allí están los registros de sus shows. Aunque ya casi no se mueve por el escenario, aunque por momentos arrastra los pies y da la impresión de que necesita aferrarse al micrófono para no perder el equilibrio, verlo cantar "Bark at the moon" casi treinta años después es y será todo un espectáculo. Cuesta no estremecerse. Cuesta no pensar en el milagro de la resurrección.

*Escritor y periodista.

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