Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Marzo 25, 2011

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El barrio es extraño en su aparente calma. Ñuñoa ahí se parece a Las Condes o a un suburbio yanqui: jardines amplios, ausencia de taxis, avenidas curvas. Es ahí donde están las oficinas de Miranda y Tobar y Cristián Heyne tiene su estudio. En realidad, el estudio es un búnker o un refugio: Heyne ha montado su mundo abajo, en el subterráneo. Arriba, en el primer piso, hay un refrigerador gigante lleno de agua mineral y Coca light. Abajo, el aire acondicionado siempre es frío y hay máquinas y teclados y un sillón, y en una esquina reposa un bajo. Abajo está Heyne, vestido con el mismo color negro que tienen las paredes. Ésa es su base de operaciones. Acá, Gepe grabó su último disco y desde este lugar Heyne va y viene por todo el continente. Acá, ahora mismo, coordina la producción del último disco de la argentina Deborah del Corral. Acá, hace poco, acaba de terminar de mezclar la versión que Javiera Mena hizo de una canción de los Caifanes para un disco homenaje en México.

-Aprendizaje es todas las cosas que uno va haciendo. Finalmente, a mí nadie me enseñó esto -dice.

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Lo que sabemos de Heyne es quizás esa condición elusiva de ciertas figuras legendarias. Aquellos datos aleatorios componen la silueta de una personalidad, pero en ningún caso la resumen. Por ejemplo, sabemos que Heyne es el gran productor de música pop chilena de los últimos diez años y que tras la celebración española del pop local -como una revelación, un movimiento, una onda- en páginas web como jenesaispop.com y el diario El País, está su marca indeleble. Porque sabemos que Heyne estuvo detrás de tres de los cuatro discos más celebrados del año pasado (Mena, de Javiera Mena; Música, gramática, gimnasia, de Dënver, y Audiovisión, de Gepe), al punto de que se lo podía leer entre líneas ahí, entre los artículos que señalaban a Chile como el "nuevo paraíso del pop": el nombre de Heyne  como una consigna tan secreta como inevitable. Más: sabemos que tiene 38 años, que es santiaguino. Sabemos que fue uno de los miembros de Los Christianes, aquella banda perfecta y etérea de la primera mitad de los 90. Sabemos que es periodista. Sabemos que junto con Koko Stambuk fueron los cerebros detrás de Pac Man, el nom de plume detrás de la producción de los hits de Supernova y Stereo: ese dance inolvidable que animó el fin del pasado milenio; música sobre intimidad de los adolescentes del país, sobre corazones rotos que se sanan en medio de la pista de baile, como si ahí exorcizaran cualquier tragedia.   Sabemos que produjo alguna vez discos de Daniel Guerrero y Luis Jara. Sabemos que es padre de una hija de 14 años. Sabemos que fundó Unión del Sur, el sello que editó el celebrado Mena (número 1 en la lista de discos del año en clubfonograma.com). Sabemos que no lee revistas de rock, que el periodismo musical no le interesa. Sabemos que es fan de Velvet Underground, de Ryuichi Sakamoto, de My Bloody Valentine, que a esos discos y artistas los escucha desde siempre, que vuelve sobre ellos con la certeza de que son inagotables. Sabemos que tiene buena memoria. Sabemos que detesta a Brian Wilson y a Paul McCartney. Sabemos que Heyne es el alma de Shogún, esa banda que es una especie de mito  -intenso, extraño, secreto- de la escena nacional: alguna vez fichó por EMI; lanzó una canción bailable que era una parodia de los singles bailables (la notable "Disco baby") y luego volvió a arroparse en su propia oscuridad con álbumes como Demonio, La rata o El brujo. Sabemos que ahí, en esos discos, se habla de paisajes arrasados y fiestas donde campean la soledad y el abandono. Ahí, la voz de Heyne es un susurro espectral en medio de una niebla de ruido atrapada en las habitaciones de la canción. Sabemos que Heyne detesta tocar en vivo. Sabemos que sólo se viste de negro. Sabemos que es amigo de Alberto Fuguet y que participó en el soundtrack de sus cintas. Fuguet, por ahí, hizo un video para una canción de Shogún llamada "Ruinas": una larga secuencia de planos de ciudades vacías, imágenes crepusculares de un mundo casi deshabitado. Sabemos que Heyne está ahí y que es visible e invisible a la vez y es quizás quien está detrás del sonido de nuestros últimos años: el fantasma detrás de nuestros audífonos, la sombra que planea en nuestras pistas de baile.

Pop secreto

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Para Heyne, las canciones son relatos y, la música tiene la estructura de una historia. Ya lo dijimos: esas historias que Heyne nos ha contado han sido el sonido de nuestra última década. No es una mala idea. Esos cuentos cobran formas diversas en los discos de Shogún, pero también en los ajenos porque para Heyne el pop es una especie de tradición, un eco que suena hacia atrás en las canciones y que las conecta con algo más allá de ellas mismas.

-Esa intencionalidad que uno les puede dar a las cosas pasa mucho por la verdad. Hay proyectos donde uno puede acomodar todas las cosas de tal modo que sea posible que esa intencionalidad crezca. Pero voy más allá de lo musical. Porque está la obra y está el entorno; el entorno potencia la obra. Pero, por otro lado, esa obra se refiere a ese entorno lo suficiente como para capturar su energía. Por ejemplo, pasa con Velvet Underground. Al lado de los Beatles y los Beach Boys, me quedo con Velvet. Esos otros grupos me molestan por mamones y Velvet, en cambio, me parece que encarna la lógica y la moral opuesta a todas las bandas estúpidas de esa época. Que Brian Wilson sea bueno para la armonía me importa un carajo. Velvet Underground está en otra cosa. Fue un grupo armado, con una vocalista puesta. Así que uno puede agarrar elementos que van más allá de lo musical para lograr un arte que tenga esas segundas lecturas.

Puede ser. Heyne es capaz de trabajar hacia fuera y hacia dentro de una de las industrias -la discográfica- que más han cambiado en los últimos años. Su mirada de ella no es piadosa:  "Yo creo que toda esta desaparición de la industria sólo puede ser algo bueno, en cierto sentido. Antes uno tenía miedo, porque no existía un camino viable por el que tú te pudieras ir si hacías una cosa medio rara. No se podía nomás. Y como que esa idea aún está. Hay una fantasía del disco y lo que conlleva. Pero eso ya no existe, por lo menos no para este tipo de artistas y no para este tipo de mercado. Porque lo que más ha cambiado es el hábito de consumo. El que consume música ya no la conoce por la radio, que finalmente es el medio más importante para la vieja industria fonográfica. El concepto de single no sé si corre: hay una especie de jaula que se rompió. Antes tenías la obligatoriedad de generar un contenido que tuviera las condiciones como para poder insertarte en un sistema industrial, un contenido donde tenías que recurrir siempre a canciones hechas para sonar en radios, canciones bien cortadas, historias bien contadas del modo más seguro posible. El que parte ahora en esto sabe que puede hacer música con su garage band o lo que tenga en el computador. Ése es su set-up, es algo que ni siquiera se cuestiona".

"Hay músicos que tocan mejor o que cantan mejor que ella. O que pueden componer con mucho más oficio. Pero lo que hace la Javiera no tiene que ver con eso. Siempre he pensado que Javiera se va a convertir en una cosa medio histórica en Chile, como la Violeta Parra".

Sigue: "Hay gente que se acerca y me pregunta '¿cómo hacer esto más radial?', y yo les digo 'para qué quieren sonar en la radio, qué ganan con eso'. La Javiera no suena en las radios en Chile, porque en México sí suena. A mí siempre me ha llamado la atención la moral que hay detrás de la Rock & Pop y todas esas radios. Me acuerdo que hubo una época en que sacaron una campaña que se llamaba 'La radio de la gente normal'. ¿La gente normal? O sea, qué prejuicio más atroz tiene que haber para poner eso. Nadie es normal, decir eso es como fascista".

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-La otra vez venía llegando de no sé dónde y el auto estaba estacionado en el aeropuerto, porque me fui por cinco o seis días. Eso sale más caro que un transfer, pero prefiero no hablar con nadie y llegar y subirme al auto. Al salir del estacionamiento, el señor del peaje me dijo: "¿Y para cuándo otro disco de Shogún?".

Heyne recuerda la pregunta y no sabe la respuesta. Hablamos en un café de Providencia, en Pedro de Valdivia, cerca de donde antes tenía su estudio, antes de irse a Ñuñoa. Hace dos años editó El brujo, un disco breve, tan demoledor como desolado, donde canciones como "Las palabras" o "El sabor de la mentira" lo presentaban despojado, de un modo que no había mostrado antes. El manto de ruido eléctrico que aparecía en sus otros trabajos se había esfumado, dejando su voz casi desnuda. Heyne casi no presentó el disco en vivo, que se descargaba gratuitamente por la red, previa solución de un acertijo matemático.

-Shogún para mí es un capítulo del que aún tengo que hacerme cargo, porque yo mismo no asumo muy bien esa faceta -dice-. En algún momento fue algo muy importante para mí, obviamente; pero empecé a dejarlo, empecé a envolverme con la energía de otros proyectos, particularmente de los trabajos con Javiera. Como que ahí he tenido satisfacción suficiente.

Esos otros proyectos son los que aparecen como las joyas del pop chileno más reciente: Dënver, Gepe, Lillyput. Y Javiera Mena: "Hay músicos que tocan mejor o que cantan mejor que ella. O que pueden componer con mucho más oficio. Pero lo que hace la Javiera no tiene que ver con eso. Siempre he pensado que Javiera se va a convertir en una cosa medio histórica en Chile, como la Violeta Parra".

Pop secreto

Tiene sentido. Mena -que fue trabajado codo a codo con Heyne por tres años- no sólo es un perfecto disco de pop bailable al modo de Supernova o Corazones de Los Prisioneros (que eran, según Heyne, la tradición a la cual el disco debía aproximarse), sino que también compone los momentos íntimos de una generación: canciones sobre la proximidad y el abandono, que sus fans leen como si fuera su propia vida, canciones que en el arte del disco aparecen puestas en prosa, como si fueran pequeños cuentos.

O historias: "Yo me acuerdo de una vez que la Javiera tocó en Valparaíso, parece que el 2008, en una disco medio gay. Era como una liturgia. En ese momento la banda eran Gepe, el Diego Morales y ella. El sonido del lugar era pésimo. Sonaba muy despacio pero la gente cantaba tan fuerte que parecía una misa. Y la gente no cantaba esos temas que son como bullangueros, era gente cantando 'Sol de Invierno'. Y yo decía qué heavy como este público funciona así. Y lo que me ha impactado más es que ese fenómeno se repite en México, en España. En lugares chiquitos claro, llenos de gente que se sabe sus canciones. Pero me parece algo muy notable. Todas las canciones de Javiera son himnos. Es como un don que tiene. Me mostraba el otro día un tema nuevo que tiene, para un disco que va a grabar en el futuro y es lo mismo, es exactamente lo mismo".

En estos días, Heyne está decidiendo si se sube a tocar con la banda de Javiera Mena a la versión chilena de Lollapalooza, a inicios de abril. No lo sabe. No toca en vivo para el gran público desde que estaba en Los Christianes. Con Shogún siempre se ha prodigado poco, en espacios cerrados y ambientes controlados: "Me da un poco de vergüenza. Tocar en vivo es aceptar la vanidad de ponerte frente a gente para que te vayan a mirar hacer algo. Me conflictúa".

Hay más cosas. Está la producción musical de la biopic de Violeta Parra de Andrés Wood, y Bonsái, de Cristián Jiménez, basada en el libro de Alejandro Zambra, cuya música incidental la está haciendo Pánico.

"Al lado de los Beatles y los Beach Boys, me quedo con Velvet. Esos otros grupos me molestan por mamones y Velvet, en cambio, me parece que encarna la lógica y la moral opuesta a todas las bandas estúpidas de esa época".

-Hay mucha gente que quiere trabajar conmigo.  Pero es imposible ayudar a veinte bandas al mismo tiempo, porque no puedo producir a veinte bandas al mismo tiempo. Puedo producir con suerte cuatro en un año. Además, no sirve de nada delegar: es un trabajo medio artesanal. Es supervirgen todo en Chile, algo que no pasa en otros lados. Aunque suene medio europeo, está todo por hacerse.

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El año pasado, Heyne paró. Se tomó un descanso: "Vino un stop por primera vez en muchos años. Me quedé solo con un proyecto de afuera, que se dilató mucho. Eso fue entre agosto y diciembre. Fueron cinco meses en que me dediqué a escuchar mucha música. Me bajé discografías que no tenía, terminé de escuchar todo lo de Animal Collective. Se me revalorizó la música en el sentido de estar atento a lo que está pasando, que es una cosa que yo hacía, pero de un modo más profesional".

Le sirvió. Se puso al día. Por ahora, ordena la agenda y le da vueltas al futuro del sello Unión del Sur, que poco a poco adquiere una estructura más profesional. Heyne va y viene de Chile. Hace un par de semanas tenía que ir a Miami a mezclar, pero decidió quedarse: cabía la posibilidad de pasarse mañanas completas haciendo nada, esperando la hora de entrar al estudio. Días antes había vuelto de Punta Arenas, de un viaje que había hecho con su hija Luna.

-Estábamos buscando lluvia y frío. Encontramos mucho frío y poquita lluvia. En las pingüineras, empezó a llover de forma impresionante. Nosotros veíamos una tormenta acercarse a lo lejos, que de repente llegó. Venía con un viento de 60 a 70 kilómetros por hora. Yo me fui adentro del auto. La Luna se quedó fuera. Ella corría alrededor de la camioneta. Yo no tenía idea de que ahí sale el arcoíris por nada. Así como acá hay esmog, ahí sale el arcoíris todo el tiempo. Estuvimos por muchos caminos de tierra. Si te gusta la desolación, ése es el lugar indicado.


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