No es difícil imaginársela. Ahí está Joyce Carol Oates (72), con esa tez blanca y su pelo enmarañado, frente al computador, respondiendo las preguntas para esta entrevista, cuando, ya habiendo terminado, decide poner una frase final. Una frase extra o algo que podría considerarse como un pequeño gesto de gratitud. "¡Gracias por mandarme unas preguntas tan provocadoras!" es lo que se lee al final del cuestionario. Así, no cuesta hacerse la siguiente pregunta: ¿por qué Oates agradece por unas preguntas provocativas? Y la respuesta, por supuesto, está enraizada en algo más complejo. Porque vale aclarar de entrada que detrás de Joyce Carol Oates, a quien siempre le ha gustado provocar, se esconde otra identidad: la de la frágil Joyce Smith. O más bien al revés: detrás de Joyce Smith se esconde Joyce Carol Oates. La primera, claro, es a la cual el 8 de febrero del 2008 se le desmoronó la vida, luego que Raymond J. Smith -su marido por más de 47 años-, después de entrar a un hospital por un pequeño problema respiratorio, muriera repentinamente a la semana por complicaciones de una neumonía. La segunda, a su vez, es la autora de más de cien libros, entre novelas, cuentos, poemas, ensayos, memorias, y candidata, en reiteradas ocasiones, al Premio Nobel de Literatura.
Así, en las páginas de Memorias de una viuda (Alfaguara) queda claro: Joyce Carol Oates no es más que el nombre con que Joyce Smith firma sus libros. Aunque no sólo eso: también es el escudo que usó para esconderse en los meses posteriores al deceso de su esposo. Ese periodo en que estuvo sin dormir y sin poder escribir (lo único a lo que se dedicó fue a inspeccionar archivos de su marido o revisar novelas que ella había escrito con anterioridad). Y no fue hasta un año y varios meses después cuando, como parte de ese duelo, la escritora estadounidense decidió ponerse a escribir estas memorias. Unas memorias donde la autora narra el hecho de tener que seguir siendo públicamente Joyce Carol Oates, e ir a lecturas públicas, invitaciones, mientras en la intimidad de su casa sufría como la viuda Smith. A la vez, también es una historia de amor: de cómo en los años 60 una joven Joyce que se aprontaba a egresar de la universidad conocía a Ray, un treintañero que terminaba su doctorado en Literatura, y se enamoraban y casaban a los pocos meses, e incluso, años más tarde, fundaban The Ontario Review, una prestigiosa revista literaria.
"Una gran parte de la vida de una viuda sucede en un estado de sonambulismo. En verdad, durante todo ese periodo en que murió Raymond no sentí mucho. Y no estoy segura de haberme recuperado emocionalmente".
Y estas memorias, claro, son tan desgarradoras y tan tristes o sufridas como cualquiera de las novelas anteriores de Oates. Esas novelas donde siempre hay niñas huérfanas, familias fracturadas y mujeres que tienen todo en contra, pero logran surgir en la vida. "Una de las cosas que aprendí al escribir este libro es que lamentarse no cambiará nada de lo que ha sucedido o sucederá, y que el miedo y la aprensión no hacen mucha diferencia en una situación así. Durante todo ese período, mi sentimiento general fue una mezcla entre resignación y estoicismo", dice Joyce Carol Oates para Qué Pasa. "Me costaba sentir rabia, por ejemplo, aunque siempre tuve la sospecha de que hubo negligencias médicas en la muerte de mi marido". Así y todo, hay que reconocerlo: hay un poco de morbo al preguntarle a Joyce Carol Oates por más detalles sobre su viudez. Pero pese a haber leído el libro, siempre queda la duda de cómo siguió con su vida.
-¿Y cómo está Joyce Smith en estos días?
-¡Ufff! Todavía se me hace muy difícil responder eso.
El síndrome de la viuda
Tal vez el momento más representativo de lo que uno encuentra en las páginas de Memorias de una viuda, es cuando Joyce Carol Oates visita a una amiga. Semanas después de la muerte de su esposo, va a la casa de Alicia Ostriker, una poeta estadounidense a quien conoce desde hace tiempo. En ese encuentro, Ostriker le dice: "No me puedo imaginar cómo es ser tú en estos momentos". Y Oates responde: "Yo tampoco". Escenas como ésa son las que ayudan a entender por qué la producción literaria de Oates paró el 2008. Desde ese año a la fecha, más que nada ha publicado cosas antiguas (diarios, cuentos que nunca había revisado, nouvelles). Y la culpa, asegura ella en un momento del libro, se debe a que empezó a sufrir el síndrome de la viuda: todos le preguntaban cómo se sentía, todos la invitaban a sus casas o la visitaban porque sabían que estaba pasando por un mal momento. De la noche a la mañana, se convirtió en el centro de atención. Pero no todo es malo: a la vez, esa atención de las amistades se traduce en apoyo. En una parte de las memorias, de hecho, Oates escribe: "Se podría sugerir que, para una viuda o para cualquiera que llora la muerte de alguien querido, no hay manera de sobrevivir sino a través de los otros". Y, sin ir más lejos, varios capítulos del libro son los e-mails que le mandaban los amigos. Amigos como el escritor Richard Ford y su esposa Kristina, el autor y crítico literario Edmund White, su agente literario y otros más. "Esos e-mails, los que escribí y los que me enviaron son parte de esta travesía, del registro de esos meses. Tarde en la noche, cuando no podía dormir, les escribía mensajes a amigos, incluso a algunos a quienes nunca había conocido en persona. Todo eso fue muy importante para mí", comenta.
Mi vida sin Ray
-¿Nunca sintió, como novelista, que todo lo que le sucedió podría haber sido parte de una ficción? ¿O siempre tuvo presente la idea de escribir unas memorias?
-Creo que hay una cierta autoridad en lo que es "real" o lo que ha pasado realmente y por eso escogí este formato. Al final éste es un viaje y el valor de un viaje es que no se puede volver a repetir.
-Lo pregunto porque usted ha escrito, anteriormente, sobre viudas en novelas y relatos.
-Sí, he escrito historias sobre viudas. Pero son historias basadas en la premisa de "qué hubiese pasado" y son ambientadas en mundos, que podríamos decir, paralelos. "Pumpkin-Head", "Probate", "Uranus" y "Sourland" son algunos cuentos, incluidos en la colección Sourland, que ahondan en eso. Y son todas historias relacionadas a mi propia experiencia, pero a la vez son ficción.
A principios de este año, junto con artistas e intelectuales de la talla de Philip Roth o el compositor Quincy Jones, Joyce Carol Oates fue condecorada por el gobierno de Estados Unidos con la Medalla Nacional de las Humanidades. Cuando Obama se disponía a condecorarla, le dijo: "Tengo su libro (Memorias de una viuda), aunque no había tenido tiempo de leerlo". Y Oates le respondió: "No se preocupe, me imagino que ha estado muy ocupado". Pese a encuentros como ése -que deberían tenerla, en teoría, contenta-, para Oates todo sigue siendo como un sueño. O una fase de sonambulismo de la cual, aún, se recupera día a día. "Una gran parte de la vida de una viuda sucede en un estado de sonambulismo. En verdad, durante todo ese periodo en que murió Raymond no sentí mucho. Y no estoy segura de haberme recuperado emocionalmente. A veces, viéndolo desde la perspectiva en que me encuentro, me parece que las emociones son ligeras e insignificantes", dice. Con todo eso, agradece el haber podido regresar a su ritmo anterior: sigue haciendo clases en la Universidad de Princeton y -al parecer- poco a poco volverá a su frenético ritmo de publicaciones (en lo que va del año ya lleva dos libros publicados y anuncia más).
-Me imagino que, ya habiendo pasado un tiempo, ha vuelto a trabajar. Aparte de estas memorias, ¿está preparando otra novela?
-Mi próxima novela se llama Mudwoman y trata de la presidenta de una universidad quien, en su alto cargo, en un puesto muy publicitado y con muchos honores, tiene un colapso físico y nervioso. La novela sigue la trayectoria del colapso y la posterior recuperación.
-Suena como una historia bastante trágica...
-Sí, a primeras parece una historia trágica, pero al final es triunfante. Yo creo que uno se puede recuperar de un trauma extremo, pero no será de inmediato y no será para nada fácil. Y uno nunca volverá a ser la misma persona. Es como una de estas figuras de vidrio que han sido destrozadas y luego soldadas, pero que nunca podrán lucir como eran anteriormente.
Oates reconoce que le es difícil leer este libro, pese a que no es de esas escritoras pudorosas en relación a lo que escriben. "Creo que lo he leído una vez por lo menos, cuando preparaba la versión final; desde entonces, sólo algunas partes aisladas", confiesa.
El viaje de Joyce
Los detalles. Eso era lo que, en los días posteriores a la muerte de Ray, perturbaba a Joyce Carol Oates. Cosas como cuando los gatos que su esposo había adoptado se subían a la cama donde ella estaba trabajando y la miraban feo, como echándole la culpa de que su dueño no estuviese presente. O como cuando, en la primera semana, la exasperaba ver todas las mañanas cómo se apilaban las ediciones del New York Times, que leía su marido, envueltas en una bolsa azul. "Todas las cosas son igual de profundas, igual de triviales, fútiles y sin sentido", escribe en un momento de Memorias de una viuda. Luego de los primeros días, eso sí, se aburrió de esa situación: después de 30 años, llamó para cancelar su suscripción al diario.
-¿Volvió a suscribirse al New York Times?
-No. Pero ellos, digamos, se vengaron de mí.
-¿Se vengaron?, ¿en serio?
-Sí, publicaron una reseña bastante despiadada sobre Memorias de una viuda. La reseña la hizo Janet Maslin, quien generalmente escribe sobre novelas de thriller y misterio. Puedo entender por qué ella estaba enojada, pero no me arrepiento de haber parado la suscripción.
Y pese a que han pasado tres años y hasta escribió un libro, aún a Oates le cuesta volver a la historia de su marido. Reconoce que, de hecho, le es difícil leer este libro, pese a que no es de esas escritoras pudorosas en relación a lo que escriben. Pero en esta ocasión ha sido distinto. "Creo que lo he leído una vez por lo menos, cuando preparaba la versión final; desde entonces, sólo algunas partes aisladas", confiesa.
-¿Y cómo se ha sentido volviendo a esas situaciones?
-Hay otras partes que son demasiado dolorosas de recordar ya que las emociones siguen crudas, pero hay algunas que incluso me hacen sonreír. Y me gustan los capítulos más tradicionales, esos en que cuento la historia de mi relación con Raymond y sobre nuestra vida en los años 60 y más tarde cuando vivimos en Detroit, Michigan.
-En un momento del libro usted escribe: "Ahora me doy cuenta: esta memoria es una peregrinación. Algunas memorias son viajes o investigaciones. Y otras son peregrinaciones". ¿Cómo ha sido ese proceso?
-Bueno, ese proceso, el proceso de estar de luto, no acaba nunca. El marido ausente siempre está presente de alguna manera.
-¿Entonces su peregrinación no ha terminado?
-Claro. Pero un día, después de mucho tiempo, me di cuenta de que tuve mucha suerte de haber estado casada con una persona tan magnífica por más de cuarenta y siete años. Y, repentinamente, todo se me apareció como algo muy obvio: que tenía mucho por lo que estar agradecida.