Lo dice en medio de la conversación. Y lo dice con un acento tan porteño, que cuesta creerle. "Porque, si me preguntás, yo no soy un escritor argentino. No me considero uno. Eso te liquida". Cuesta creerle a Fabián Casas (36) esa confesión. Cuesta porque es sólo cosa de revisar, al azar si se quiere, alguno de sus libros donde es posible encontrar plasmada la Argentina actual; esa Argentina posmenemista que, tanto en sus poemas, ensayos, nouvelles o cuentos parece inmortalizada de manera urgente.
A la vez, es cierto que Casas funciona, por momentos, como un escritor imposible de encasillar en el término "argentino". Para entender eso hay que retroceder. Ir a la época en que Casas, llegando a la treintena, estaba sumergido en una depresión. Un amigo lo vio alicaído y le dijo: "Tenés horla". Algo preocupado, Casas respondió: "¿Horla?, ¿qué es horla?". Acto seguido, su amigo le dijo que debía leer un cuento de Guy de Maupassant, llamado justamente "El Horla". "Me lo trajo y lo leí: era la historia de un tipo que se vuelve loco porque lo agarra un enemigo invisible. Y quedé impactado: ¡era justamente como yo me sentía!". En ese tiempo, Casas llegó a la siguiente conclusión: para no caer en la depresión -aunque, según él, ese estado empalagoso por el cual pasa es una suerte de melancolía aguda- tenía que entrar a otro mundo. Salir de lo que lo rodeaba, o sea, Buenos Aires y sus calles, donde era improbable capear la depresión. Casas agarró el concepto de Maupassant y lo transformó. Creó Horla City, un lugar en donde todo tenía cabida: los poetas que le gustan, los domingos asistiendo a los partidos de San Lorenzo -el equipo de sus amores-, su pasado como boxeador, sus experiencias con las drogas, entre otras cosas.
"Mi literatura es como el bar de La guerra de las galaxias", dice Casas desde Buenos Aires al teléfono. Es un viernes por la tarde y el poeta argentino hace una pausa y se escapa a uno de los patios del lugar en que funciona la revista El Federal, de la que él es director. "Hay una mina con tres tetas, traficantes de Orión, contrabandistas de Venus, músicos de rock, ex futbolistas. De todo hay en ese bar. Pero eso de tener que representar un territorio específico... eso es lo que te mata". Se sabe: en un país con una larga tradición literaria, sacarse ese estigma cuesta. Pero Casas lo ha logrado.
"Mi literatura es como el bar de La guerra de las galaxias", dice Casas. "Hay una mina con tres tetas, traficantes de Orión, contrabandistas de Venus, músicos de rock, ex futbolistas. De todo hay en ese bar".
El año pasado publicó Horla City y otros, compilación de sus poemas, que lo puso definitivamente en el mapa de la literatura argentina, consiguiendo lo que muy pocos poetas logran: vender. Y mucho. Más de tres mil ejemplares en dos meses. "Sí, fue raro. Ahora salió una segunda edición y le va bien, ¿eh? Para lo que es poesía, ha sido como un boom".
Hace unos meses hizo su desembarco en España. La estilosa editorial Alpha Decay publicó Los Lemmings y otros (2005), un libro de relatos. Y le fue tan bien que ya se confirmó la publicación de otros dos títulos suyos en tierras ibéricas. Ahora se prepara para aterrizar en Chile: la editorial Los Libros Que Leo se apronta a lanzar Ocio (2000), una novela breve de larga data, que el año pasado se adaptó al cine (la película tuvo una calurosa recepción en el Bafici del año pasado y pronto estará disponible en el sitio Cinépata). No sólo eso: a fin de año Casas dará una conferencia en la Cátedra Bolaño de la UDP y vendrá como jurado al concurso de cuentos de revista Paula. "Para mí es un honor ser jurado ahí porque estaré con Germán Marín, a quien admiro muchísimo", dice.
Generación de cartón
En pleno año 2001, cuando Argentina se caía a pedazos por culpa del corralito, ser escritor era un deporte riesgoso. Las editoriales sufrieron rápidamente los embates económicos. Fue ahí cuando Washington Cucurto creó el concepto de editoriales cartoneras, que usaba cartón reciclado para publicar libros a precios módicos y con atractivos diseños. Casas se sumó al proyecto, que se llamó Eloísa Cartonera y tuvo una rápida ascensión: publicó a escritores como Ricardo Piglia, Fogwill y César Aira, y la idea se replicó en varias partes de América Latina. "Queríamos hacer libros de cartón, pero yo le agregaba el dato de merchandising: llamar a escritores famosos porque la gente es esnob y necesitamos el apoyo de los esnob al principio. Y ahora está en todas partes. Hasta en Rusia y Noruega. Pero no era una defensa de la pobreza, ¿eh? Queríamos publicar la literatura urgente", dice.
Retrato de un poeta superventas
Con este tipo de gestos se ha creado el ADN literario de Casas. Desde que comenzó trabajando como periodista en Clarín (pese a que estudió Filosofía), siempre ha laburado en medios. Por eso, nunca ha tenido la preocupación de publicar frenéticamente y vivir de la literatura. Tampoco ha profesado una admiración por las editoriales extranjeras. Su forma de ver la literatura es sencilla, tal como su vida. Tanto así que, en medio de esta entrevista, narra con soltura la ocasión en que rechazó una oferta de publicación de Anagrama. Sucedió el año pasado, cuando Jorge Herralde, de visita en Buenos Aires, le dejó claro que lo quería en sus filas. "Me dejó una tarjeta y me dijo que le mandara algunas cosas. Mandé y me contactaron. Les dije que estaría bueno mover los libros por otros países de América Latina, pero que no quería que llegaran a Buenos Aires, porque ése es terreno de mis editores de acá. Y en Anagrama dijeron que no, así que yo no quise", dice. Para Casas, la literatura tiene algo de camaradería: siempre ha sido fiel a su editor, Miguel Villafañe, de Santiago Arcos, una pequeña editorial indie argentina.
-¿En verdad nunca te tentaste de estar en Anagrama?
-Si dependiera de la literatura, le podría haber dicho a Miguel, mi editor, que lo siento, pero que me iba a Anagrama por necesidad. Pero no. Además, me gusta que mis libros vayan creciendo con las editoriales. Lo mejor fue que me publicara una editorial como Alpha Decay.
-Dices que te preocupas de no depender de la literatura, pero me imagino que este último tiempo han sido puras cuentas buenas...
-Bueno, Planeta vendió muchos libros de poemas. Y fui a España a presentar uno, y ahora me van a publicar en Alemania. Pero para mí popular, desgraciadamente, es Tinelli, que es el mal.
Mi amigo Viggo
Hay pocas cosas más extrañas que pensar en la imagen de un poeta haciendo karate. Pero ahí está: lunes, miércoles y viernes, a las siete de la mañana, Fabián Casas se viste de impecable blanco, con su cinturón azul, y parte a un dojo a pegar patadas y manotazos. Eso, dice Casas, es una de las pocas cosas que lo liberan de la depresión. Todo partió cuando una periodista argentina lo entrevistó y luego de leer Los Lemmings, le dijo: "Tenés que hacer karate". Pese a haber practicado boxeo durante seis años, Casas estaba algo reticente al respecto. "Llegué y un maestro japonés me dijo que me sacara los zapatos. Fue bárbaro. Fue como aprender un nuevo idioma. Y me encanta estar en eso: en una fase de incertidumbre".
Hay pocas cosas más extrañas que pensar en la imagen de un poeta haciendo karate. Pero ahí está: lunes, miércoles y viernes, a las siete de la mañana, Fabián Casas se viste de impecable blanco, con su cinturón azul, y parte a un dojo a pegar patadas y manotazos.
Es la misma incertidumbre que, asegura, circula entre los personajes de su obra. "Yo estoy, desde hace meses, hundido en el ocio. Como, cago, duermo; soy una biología que no tiene rumbo", dice el narrador de Ocio, que lleva la misma vida que Casas durante sus veintitantos: drogas, amigos y paseos por Boedo, el barrio donde creció y donde suceden varias de sus historias. Eso y -por supuesto- ir a ver a San Lorenzo. Aunque si bien hoy ya casi no va al estadio, debido a que fue padre hace poco, Casas sigue siendo un fanático. Una pasión que, entre otras cosas, lo unió con Viggo Mortensen en una amistad que se acentuó aún más cuando el actor, quien vivió gran parte de su infancia y adolescencia en Argentina, publicó a Casas en una antología de su editorial: Perceval Press. Y, hace unos días, a partir de una nueva visita de Mortensen a Buenos Aires para una filmación, hubo un nuevo reencuentro. "Viggo vino a filmar a Tigre, que es una localidad alejada de Buenos Aires. Y los fines de semana aloja en mi casa. Es un flaco superrelajado. Muy, muy humilde. Y para mí algo muy importante, y que aprendí del karate, es que es una persona tipo eterno principiante. Que siempre quiere aprender. Es muy interesado por todo. Y es muy difícil encontrar gente así. Sobre todo cuando es gente famosa. En España, salimos con Patti Smith y era igual. Tenía la misma actitud".
-¿Conociste a Patti Smith?
-Sí, estuvimos como dos días paseando. Ella me preguntaba qué leer acá, qué leer en Chile. Es una mina con una humildad demoledora. Y es muy difícil encontrar gente así. Por lo menos acá, estás diez minutos con cualquier rockero y lo querés ahorcar. Son insoportables.
-Volviendo a lo de Mortensen, me imagino que ahora, especialmente que anda grabando una nueva película en Argentina, te deben preguntar mucho por él, ¿no?
-Ufff, sí. Me piden que les consiga dónde lo puedo ubicar, que si Viggo va a pasar por acá o por allá, qué sé yo. Así que siempre pienso que les voy a decir que estamos peleados a muerte. Algún día voy a decir que Viggo se pasó al Club Atlético Huracán -el equipo rival de San Lorenzo-. ¡Y a ver si así me dejan de romper las bolas!