Por Yenny Cáceres Agosto 25, 2011

19 de marzo

"Esta casa podría ser un monumento nacional por toda la gente famosísima que ha pasado", dice Raúl Ruiz. Son las 11 de la mañana de un sábado, y este Ruiz luce mucho más repuesto que cuando lo entrevisté en diciembre, para el estreno de Amledi, el tonto. Ha ganado algunos kilos después del trasplante de hígado del año pasado, y hasta bromea con que se tendrá que poner a dieta.

La casa de la que habla es un departamento en calle Huelén, en Providencia, antiguo, con piso de parqué, de otra época. Aquí vivió en los 60, junto a sus padres. Aquí, se filmó El tango del viudo (1967), un mediometraje donde actuaban Luis Alarcón y Delfina Guzmán, que creíamos perdido hasta que Ruiz nos cuenta que apareció hace poco. Aquí, un día llegó a alojar el poeta ruso Yevgeny Yevtushenko, amigo de Neruda. Aquí, un joven Ruiz recibió los consejos de Joris Ivens, uno de los padres del cine documental. Y, en una máquina de escribir Olivetti, en ese mismo comedor frente al que estamos sentados, escribió los diálogos de sus primeras películas.

Como siempre, una entrevista con Ruiz es someterse a una larga sesión de citas, chistes y digresiones ("irse por las ramas derecho a lo esencial", según su propia definición). Este Ruiz habla de películas inconclusas que quiere retomar, como El tango del viudo. De proyectos que realizará en los próximos dos años. De una nueva obra de teatro que estaba escribiendo para Santiago a Mil. Este Ruiz está muy lejos del que apareció en las noticias, el viernes pasado, cuando anunciaron su muerte.

-En sus inicios, ¿por qué se pasa del teatro al cine? Una vez José Román, guionista y crítico de cine, me dijo que él creía que el medio teatral había sido un poco hostil con usted.

-No. Pepe es pesimista y practica el rencor nacional. Entonces para apoyarme dice eso. No, en el teatro me trataron bastante bien, había un espíritu de capilla muy fuerte, se juntaban todos y eran -los que se interesaban en lo que yo hacía- gente de otro medio social, de otra clase social. Todos tenían casas en el campo o iban a casas en el campo, tenían relaciones, se movían… Yo también soy rencoroso, como Pepe que tiene un rencor social, yo también lo sigo teniendo.

-No pensé que usted tenía rencor social. No se le nota.

-Es que lo tengo mitigado porque no lo considero una virtud. Ahora es distinto. Hace unos días me dieron un doctorado honoris causa en Valparaíso y bueno, siempre voy a estas ceremonias como medio aburrido y medio halagado, es una mezcla. De repente miro a los estudiantes y a ninguno de ellos los habría visto en la universidad en mis tiempos, yo era como el único roto digamos. Eran verdaderamente caras populares, caras muy aindiadas, lo digo yo, que también lo soy. Y me vino una especie como de euforia. Me puse contento ese día y suspendí mi juicio sobre Chile y dije, bueno, pase lo que pase, o por las razones que sean, estos chicos están aquí estudiando en la universidad y Medicina, que es una carrera cara y no es fácil de entrar. Entonces de repente tuve la sensación de una verdadera promoción social.

-Pero ahora hay muchos universitarios que tienen que pedir un crédito en un banco para poder estudiar.

-Claro, es terrible. Pero es que más que eso, Chile nunca se va a aceptar como el país racista que es. Y además es un error porque lo que se suele llamar indio es como la cara de un español de Andalucía.

Tengo proyectos para dos años más . Estoy haciendo una cosa que no se debe hacer, que es jugar con el tiempo, la apuesta de que voy a estar dos años más acá.

Justamente los proyectos en que ahora estoy trabajando para dos años más tienen que ver con eso. Estoy haciendo una cosa que no se debe hacer, que es jugar con el tiempo, la apuesta de que voy a estar dos años más acá. Estoy haciendo algo en torno a varias novelas -no son adaptaciones- de Blest Gana. Y lo que quiero hacer justamente es trabajar en ese período en que se va decantando la oligarquía nacional, que es un período que en los países varía mucho. Tenemos un cronista privilegiado de eso que es Blest Gana. Después de la caída de Balmaceda se estabiliza la formación de una casta social. "De Bezanilla para arriba y de Bezanilla para abajo…" ¿Conoces esa expresión? Los curas la usaban mucho. Cuando yo me vine de Valparaíso a Santiago, hice el sexto año de Humanidades, el cuarto medio de ahora, en los Padres Franceses de Santiago, y en esa época solamente habían oligarcas. Ahí usaban mucho la expresión, "éste es de Bezanilla para arriba o de Bezanilla para abajo". Se llegó al extremo de que un cura me quería presentar una niña de apellido Tagle para que los niños salieran Ruiz Tagle.

-Volviendo a sus inicios, ¿cómo fue reencontrarse, hace pocos años, con su primer cortometraje, La maleta (1960/1963)?

-Yo soy una persona de emociones a destiempo, ése es el toque indio, de reacción tardía. Los indios son de reacciones tardías y desproporcionadas. Se atrasan, pero se les pasa la mano. Entonces en el momento no me produjo nada, me lo produjo después, cuando ya la terminé de montar.

-¿Y cuándo encontró El tango del viudo?

-El año antepasado, en el Normandie. La tiene Alex Doll, me propuso que la termináramos. La vi y está pésima, y además se perdieron los diálogos. Tengo la impresión de que está completa, era un mediometraje de casi una hora. En lo que vi estaban todas las tomas, que eran como una hora y media, pero hay que encontrar a una persona sordomuda que pueda descifrar los textos. Después de eso los tomo y los reescribo. Podría haberlo hecho en febrero, pero estuve haciendo pequeñas tareas, bueno escribiendo para una obra de teatro, para reincidir.

-Los cortometrajes que se hacían en esos años, con directores como Sergio Bravo o Miguel Littin, eran muy sociales. Visto desde ahora, resulta raro que en el Cine Experimental de la Chile le hayan dado material para hacer algo tan surrealista.

-Claro, pero ni me preguntaron lo que iba a hacer. De hecho, la gente del Partido Comunista era muy puntillosa sobre ciertos temas. Entonces comencé a ser, no agredido, sino todo lo contrario, solicitado, para ser concientizado. Y yo siempre he tenido problema con que me encasillen.

-Pero usted no era comunista.

-No, pero era como socialista, no era de derecha digamos. A los comunistas les molestaba que alguien no fuera de derecha o de izquierda, les molestaban las medias tintas. Entonces llegaba alguien y me decía: vi lo que hiciste, pero eso no pega con nada. Empezaba así la cosa. Y de repente era un poco cierto porque yo estaba filmando La maleta en la calle, y en la calle de al lado había una manifestación de estudiantes. Era una realidad también eso. Era casi como darle la espalda voluntariamente a una realidad. Eso lo integré después cuando hice Tres Tristes Tigres (1968), que no fue la realidad social, pero por lo menos era la realidad de los bares que yo frecuentaba.

Los años chilenos de Raúl Ruiz

23 de abril

Ha pasado más de un mes desde la última sesión. Ruiz está cansado. Durante todo el mes ha estado supervisando el rodaje de la que sería su última película, La noche de enfrente, que se filmó en el Norte. No viajó a Antofagasta, pero igual se hicieron algunas escenas en Santiago. Que la cita sea el sábado de Semana Santa, más que una falta de religiosidad, en el caso de Ruiz es la prueba de lo que todos siempre han dicho, de que es un director que no descansa nunca.

-¿Cómo conoció a Joris Ivens?

-Bueno, porque el medio acá era chico y él dio un seminario comentando sus películas. Ésa es una de las razones de por qué, cuando puedo, doy ese tipo de seminarios, porque para mí fue muy útil escuchar a Joris Ivens, a pesar de que no tenía nada que ver con lo que a mí me gustaba. Es muy importante ver a alguien que hizo algo y que es un personaje que ya está en la historia del cine y que comenta con la mayor naturalidad cómo hizo ciertas cosas.

-¿Se acuerda de algún consejo que le haya dado?

-Recuerdo lo que dijo cuando le contaron que yo era surrealista. Con esa obsesión de que las cosas no se pueden repetir, que es muy nacional. "El surrealismo es de los años 30, cómo va a haber un surrealista chileno en los años 60", decían. Ivens dijo, "todos los jóvenes son surrealistas, déjenlo tranquilo". Me acuerdo de otra cosa que me dijo, que en Polonia había un movimiento de cortometrajistas y que había cosas que iban en el mismo sentido que La maleta. Citó a Polanski, Dos hombres y un ropero (1958). Ésa sí que es coincidencia.

-En Tres Tristes Tigres y Nadie dijo nada hay un retrato de la bohemia de esos años y de un Santiago que ya no existe. ¿Por qué le interesaba retratar ese mundo?

-Porque era el mundo en el que yo me movía. Lo que yo encontraba ahí era el aspecto sobre todo, cómo decirlo, mágico, por eso es que no había literalmente denuncia social. Estaba implícita. Había más una fascinación por la vida cotidiana de las personas, por su profunda comicidad, en francés se le dice drôlerie, que se ajusta más. El aspecto regocijante de la vida cotidiana, más que el aspecto sórdido o triste. Es también triste, es también sórdido, pero hay algo divertido en todo eso, que es la mirada propiamente chilena.

-Y además está el aspecto del habla…

-Ahí lo que quería tomar en el lenguaje chileno es la sintaxis, mucho más que las expresiones, porque casi no hay expresiones dialectales, son todas expresiones del castellano. Pero la redacción, la manera de decirlas, el espíritu, hace que de repente no se sepa de qué se está hablando, que es como el lenguaje implícito, el decir una cosa por otra es muy fuerte.

30 de abril

Es la última sesión. Copa está inquieta. Maúlla más de la cuenta, y se pasea por los piernas de Ruiz. Copa es la gata de Ruiz, enorme y regalona, herencia de su madre ya fallecida. Ruiz cree que la gata intuye que está por partir. En un par de días más, Ruiz viajará a Francia. Por última vez.

-Durante la UP usted era militante…

Sí, pero ser militante del Partido Socialista quiere decir muy poco. No es gran mérito. Militante del Partido Comunista es cosa seria, o sea, habían reuniones periódicas. En el PS las reuniones se hacían de repente, a veces no.

Nosotros éramos un grupo de gente bastante romántica. Con un romanticismo errático al mismo tiempo, con ganas de hacer muchas cosas, pero sin saber mucho qué, salvo yo, que quería hacer cine y que mi prioridad era hacer cine.

Todo el mundo andaba sobreexcitado, se hubiera dicho que andaban todos con Ritalín. Toda la gente andaba con ganas de hacer las cosas más raras, no necesariamente militantes. Describiéndolo desde ahora era un momento en que había un gran espíritu de juego.

-En una entrevista usted decía que en la UP todos estaban haciendo un papel, como en una gran representación.

-Pero eso siempre en América Latina ha existido, y yo creo que en todas partes del mundo. En América Latina fue más flagrante que la gente asuma roles de personajes del pasado. Pero leyendo este libro monumental de Menéndez Pidal sobre La Canción de Rolando, parece que en la época de Carlomagno todos se ponían nombres de personajes griegos, uno era el Homero, otro era Sócrates, o sea había una teatralidad al asumir roles del pasado para de algún modo decir: eso es lo que yo quiero hacer. En la UP se hablaba de la campaña del terror. Entonces literatura del terror eran libros como Diez días que estremecieron al mundo de John Reed, porque leíamos y era exactamente lo que estaba pasando en Chile, pero en Chile estaban muertos de la risa. Esa risa que le viene a los chilenos después de los terremotos.

-Esa idea de estar representando un papel uno la ve en La Expropiación (1972), Palomita Blanca (1973) o Diálogos de exiliados (1974).

-Sí, se transmite eso, que es bastante diferente de la versión oficial. No es que sea en contra, es un complemento necesario.

-¿Y usted alcanzó a hacer talleres para campesinos y obreros?

-No. Inmediatamente fui bloqueado. Hay que decir la verdad, la cultura, y sobre todo el cine, nunca fue tomado muy en serio. Y eso viene de arriba. A Allende le gustaban las películas del Oeste, punto.  De repente iba por obligación a ver ciertas películas, yo sé que fue a ver Tres Tristes Tigres. Dijo que había que apoyar ese tipo de cine, pero en lo concreto le gustaba el cine de entretención. Hasta el día de hoy el cine no es tomado muy en serio en Chile, sobre todo por la gente de literatura. Todavía es considerado como una entretención o como una excrecencia de otras artes, como la literatura, la pintura o el teatro.

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