Por Diego Zúñiga Septiembre 15, 2011

Los colores importan, claro. A veces, sobre todo en la portada de un libro, parecieran no decir nada, pero en este caso, puntualmente, que es el de Las teorías salvajes, de la guapísima e inconmensurable Pola Oloixarac, se transforman en un mensaje de esos que te dicen que acá, ojo, viene algo importante.

Es un rosado fuerte, intenso. La portada del libro es mitad rosada y mitad blanca y lo que te está diciendo es esto: léeme, ábreme y léeme.

Y si uno le hace caso, se encuentra con esto: con una novela salvaje, con una novela política, con una historia de amor, con un par de nerds, con hackeos al Google Earth, con una gata que se llama Montaigne, con una chica que le escribe cartas a Mao, con una estudiante que persigue, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), a un profesor; con una crítica descarnada a la izquierda de los 70 y a la academia; con un libro sobre los 70 que no deja -ni ha dejado- indiferente a nadie. Y acá podemos hacer una lista interminable de autores importantes que se han sorprendido con el debut de Pola Oloixarac, partiendo por Piglia ("Su prosa es el gran acontecimiento de la nueva narrativa argentina") y pasando por Fogwill (quien le escribió en uno de sus libros la siguiente dedicatoria: "Eres una Fogwill sin pija ¡Jodete!"), hasta llegar a Mario Bellatin (quien sale con ella en una provocadora foto, en la que el mexicano pone su garfio/mano sobre el muslo de Pola).

Porque al final, de eso se trata esta historia: de un libro que se publicó -originalmente- en 2008, en Argentina, por la editorial Entropía, y que luego explotó. Sí, como una bomba de racimo que hoy lo tiene desperdigado con traducciones al francés, holandés, finés, italiano y portugués, además de las ediciones en Perú (Estruendomudo) y España (Alpha Decay), donde ya lleva 5 ediciones y que es la que traerá a nuestro país, a fines de septiembre, la librería La Ciudad Letrada.

Un libro que le cambió la vida a su autora, esa chica que nació en Buenos Aires, en 1977, que estudió Filosofía en la UBA y que en estos últimos 3 años se ha dedicado a viajar por el mundo, presentando el libro, asistiendo a encuentros de escritores (en agosto fue la sensación del festival literario FLIP, en Paraty, Brasil, junto a James Ellroy y David Byrne), participando en antologías (fue seleccionada por la revista Granta, en 2010, en la exclusiva lista de los mejores escritores menores de 35 años de Hispanoamérica) y en distintas residencias. De hecho, estuvo en el programa para escritores de la Universidad de Iowa y la invitaron a la NASA, a una base militar en Moffett Field, California, donde pasó un mes escribiendo. "Son lindas las residencias porque te tratan como a niños. Además, ocurre algo encantador: como me explicaba un día un novelista ruso en Iowa -un tipo fascinante, como suele ser la gente nacida cerca de Irán-, en otras circunstancias todos los escritores se odiarían, pero como nuestro conocimiento de otros idiomas es limitado, podemos tolerarnos; eso mantiene la ilusión de la amistad. Esto, en cambio, es imposible en residencias de músicos, donde comparten un lenguaje; o de artistas plásticos, donde en general siempre tienen ojos", nos cuenta Pola, desde Bariloche, donde está viviendo hace un tiempo.

Pola dejó la vara muy alta con su debut y ahora todos esperan ver qué es lo que viene: "El segundo libro será de la selva", dice. Y luego agrega: "Es todo muy secreto, ¡no puedo contar! Pero trata de orquídeas".

Es allá, en esa ciudad fría y que se llenó de cenizas tras la erupción del volcán Puyehue, donde Pola avanza en su segunda novela, ésa que todos esperan. Porque Pola desde hace rato se transformó en una celebridad, en una chica que no sólo deslumbra por su belleza salvaje y provocadora, sino porque dejó la vara muy alta con su debut y ahora todos esperan ver qué es lo que viene: "El segundo libro será de la selva", dice. Y luego agrega: "Es todo muy secreto, ¡no puedo contar! Pero trata de orquídeas".

Y no dice más. El resto, simplemente, lo deja al misterio.

Una máquina de guerra

-Una de las cosas más atrayentes de Las teorías salvajes es la idea de contar distintas historias sin temores ni restricciones. ¿Cómo ves ahora el resultado, después de casi tres años desde que escribiste la novela?

-Había un campo de cosas defectuosas que cabía explotar, y que podía explotarse desde distintos ángulos y enfoques, como el final de Zabriskie Point. A mí no me gustaba todo eso del "pequeño relato" de las obras contemporáneas versus las "grandes novelas totalizadoras" del Boom; no me gustaban las ideas posmodernas derivadas de una mezcla de Escuela de Frankfurt y Fukuyama -los menciono porque resumen un estado nupcial de la izquierda teórica y el liberalismo- sobre el fin de la historia y el fin de la novela, etc.; y, al mismo tiempo, me divertía mucho detestando todo eso. Mi ambición era hacer una comedia con esas cosas, ver si podía hacer una novela como una máquina de guerra.

-¿Sientes que la novela dialoga con la tradición argentina o no es tan así?

-La novela no es un género muy fuerte en la tradición argentina -Cortázar, Walsh y Borges cultivaron amorosamente las obras enormes de envase corto-. O quizás hay una inversión graciosa: la novela, el género canónico por excelencia, viene a ser marginal y es en las formas breves donde se aloja más cómodo el canon. No sé, no lo pensé mucho. Quizás Las teorías salvajes no es muy argentina en el sentido de que es una comedia, que no es un género usual, menos en cruza con la interpelación histórica. El humor nacional va más por el lado del disparate, la comedia es otro tipo de animal.

Pola salvaje

-¿Hasta qué punto el hecho de que la universidad en la que ocurre la novela haya sido pública y gratuita influye en la atmósfera de la historia?

-Para mí, la musa de la novela es la universidad, o más específicamente la Facultad de Filosofía y Letras. Es algo tan emocionante ver el maelstrom de toda esa gente junta, estudiando Pico della Mirandola o Griego V en las condiciones más oscuras. Es un caos mágico la universidad pública, porque ahí rige el dios de la pasión por las ideas (la filo-sofía) que te puede arrastrar al delirio, y los profesores entregan su vida por un par de frases incomprensibles de Heidegger o Spinoza. Era el lugar perfecto para una comedia divina y dantesca. Nunca hubiera podido escribir mi novela si la universidad no fuera pública y gratuita. Por eso que Piñera rechace la reforma universitaria de los estudiantes me parece lamentable, una violencia contra el futuro de una tradición literaria riquísima como la chilena. Admiro la actitud de los estudiantes chilenos y espero que prevalezcan sobre los minotauros que los gobiernan.

-¿Piensas que podría haber alguna relación entre Las teorías salvajes y las novelas de campus?

-Más que las novelas de campus, mi referencia fueron las películas de estudiantes de los años 80. Michael Fox es el héroe primordial de esta saga, que va de La venganza de los nerds a series de nerds ya crecidos, como en Muelle 56. Ahora el género se estandarizó demasiado con American Pie. La novela de pasaje del joven norteamericano se volvió la crónica de cómo sus pajas se vuelven aceptables para la sociedad. Novelas de campus que adoro: Lucky Jim, de Kingsley Amis, Pálido fuego, de Vladimir Nabokov. Y La mancha humana, de Philip Roth. Y Harry Potter, naturalmente.

La fantasía de los lectores

-Estuviste hace poco en Brasil y la traducción al portugués de la novela ha funcionado muy bien. Lo mismo con la edición española y las demás. ¿Qué te generan todos estos buenos resultados?

-En Brasil, un chico se presentó diciéndome que él era Pabst (uno de los protagonistas de la novela) de São Paulo, si no quería salir a la calle a fumar un porro con él, adorable… Me encanta que los lectores disfruten la novela y se diviertan.

"En algún momento admitís que el revuelo que causa el libro no está bajo tu control: no sólo las interpretaciones que genera, sino las fantasías de los lectores en torno a la persona que los produce".

-¿Pero crees que ese éxito termina siendo, de alguna forma, una especie de presión para lo que estás escribiendo ahora?

-Los segundos libros siempre se escriben bajo presión, pero éste sería mi cuarto o quinto libro (tengo otras novelas en mis discos), así que mejor hacer como ese jugador de fútbol americano que decía, con sabiduría confuciana, que hagas lo que hagas hay 200 millones de chinos a los que no les importa.

-¿En algún momento te has sentido sobrepasada con todo el revuelo del libro?

-En algún momento admitís que no está bajo tu control: no sólo las interpretaciones que genere el libro (Barthes ya dio cátedra), sino las fantasías de los lectores en torno a la persona que lo produce. Es muy de esta época la fascinación con la fuente, el autor -otra de las profecías de la Escuela de Frankfurt que mutó totalmente-. Me costó un poco acostumbrarme, a veces me da fobia y otras me da mucha risa.

Mi gata Gmail

-¿Qué te genera el seguir respondiendo preguntas acerca de una novela que escribiste hace tanto tiempo? ¿No te aburre a estas alturas?

-Trato de evitarlo todo lo que puedo… pero después la gente me cae bien y termino respondiendo. Me encantan las nuevas lecturas, pero trato de no leer esas cosas. No me googleo, ni tengo Google-Alerts, leo sólo las cosas que me acercan los lectores al blog o Twitter. En realidad, todo eso me pone pilas para terminar la novela nueva, así puedo hablar de otra cosa. Jajajá.

-¿Cómo fue la experiencia de estar en esa base militar de la NASA en California? ¿Escribiste o simplemente te dedicaste a vivir, leer?

-Más bien deambulaba por la base tratando de entender lo que pasaba. Tengo muchas notas, todavía no termino de entender la novela, pero sé que es una novela. Hubo un par de fiestas inolvidables.

-Para finalizar: ¿es verdad que tienes una gata que se llama Gmail?, ¿cómo es?

-Es una minitigresa de Bengala. La encontramos cuando era muy chiquita en una feria en El Bolsón. Yo estaba leyendo el libro En la Patagonia de Chatwin y le decíamos Chatwina, y de ahí pasó a Chat, Gchat, y Gmail.

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