Tomemos cuatro liderazgos del pop y hagamos una comparación ramplona. Digamos que Madonna es ambiciosa, que Lady Gaga es excéntrica, que Beyoncé es sexy y que Björk es imaginativa. Mezclemos peras con manzanas en favor de una síntesis injusta. Total, sucede a cada rato en la cháchara analítica-ambiente: Björk puesta a la altura de gente fotogénica y hábil, pero sin un ápice de la complejidad creativa que hace décadas caracteriza su desafío estético. Björk como una más de un grupo al que, en rigor, no pertenece.
Es tan evidente que su música excede el marco de trabajo al que se acogen las y los fabricantes de hits. ¿Qué es lo que ven (o no ven) los que insisten en presentarla como una simple cantante de inquietudes visuales; una intérprete "simpática", pero desconectada de una vanguardia que hoy seduce a científicos, instaladores y diseñadores del más alto nivel? "Se hace la niña chica", opina uno que nunca quiso escuchar algo más allá de "Human behaviour". "Es tan egocéntrica", cree otro, incapaz de traducir la búsqueda humanista de sus versos. "¿Será la próxima Madonna?", pregunta al aire el locutor desinformado que equipara la predecible estrategia de una a la búsqueda arriesgada de la otra.
Ante cualquier artista de identidad poderosa, la comparación con aquellos profesionales a los que su trabajo roza resulta un recurso descriptivo injusto. Björk ha demostrado ser una artista en permanente disposición de propuesta, avanzada en estudios de punta sobre estímulos diversos, capaz de reformular hasta lo más esencial del género en el que trabaja. "No hay pares a su lado", concluía esta semana un periodista de la BBC al intentar describir su octavo y nuevo álbum solista. "La artista lleva a su audiencia en un viaje que ningún otro artista contemporáneo es capaz de planificar, mucho menos realizar. En una palabra: asombroso. De nuevo".
Björk da demasiado trabajo por sí misma para necesitar meter otros artistas a su baile. Sobre todo ahora, que ha salido a explicar un nuevo disco, que más que disco parece un museo tecnológico interactivo aplicado a la música. Un álbum que justificadamente tiene a los analistas de espectáculos, ciencia, tecnología y arte hablando, a la vez, de las aristas infinitas contenidas en menos de una hora de música.
Biophilia estará en tiendas este lunes. Es la octava publicación solista de la islandesa a la que el Estado de su país le regaló alguna vez una isla en agradecimiento por su labor de promoción internacional. Desde ya es mejor estar prevenido de que hablar de "disco" es impreciso. Biophilia es más bien un gran proyecto musical multimedia, que utiliza la excusa de diez nuevas canciones -nada muy disparatado, todas ellas de cuatro o cinco minutos de duración- para ofrecer propuestas diversas en lo sonoro, estético y tecnológico. Su oficina de prensa lo ha definido como "el primer disco de aplicaciones de la historia. Cada aplicación es la expresión de una música, una historia y una idea".
Huele a iPad; o sea, Apple; o sea, juguetitos para adulto (ver nota relacionada). Cada nueva canción de Björk puede escucharse pero, también, utilizarse para jugar y "explorar más profundamente en la música", según ella. La artista sueña con que el proyecto termine usándose en clases escolares. Durante los próximos tres años, su peculiar estrategia en vivo -residencias de seis semanas para presentaciones en pequeños teatros ubicados sólo en ocho ciudades- alternará conciertos y talleres musicales en colegios públicos. Así, una creadora que jamás ha intentado sumarse a las causas sociales correctas, abraza lo que mejor conoce y lo convierte en aporte colectivo: Biophilia es, entre muchas otras cosas, también un método pedagógico, "que espero pueda despertar en los niños lo que la música despertó en mí cuando era pequeña", dice.
¿A qué suena? A electrónica, por supuesto, pero también al exotismo cautivante de una banda sonora de rara conjunción entre tecnología y naturaleza; levantada, en parte, con instrumentos inventados especialmente para el proyecto. Atención a los timbres de unos enormes péndulos metálicos de cinco metros de altura. O al aporte sonoro que hacen el gameleste, mezcla de gamelán indonesio con celesta (el pianito francés que anima "Light my fire", de los Doors), y la bobina de Tesla (ese transformador eléctrico resonante del que parecen salir rayos y centellas). El video "Björk Biophilia instruments", que se aloja en YouTube, muestra algo así como el museo MIM aplicado a un concierto.
Hay algo escénico en todo este gran aparataje sonoro. Muchas de las canciones de Biophilia hablan de fenómenos naturales, y la compositora quiso acompañar la referencia a truenos ("Thunderbolt"), lunas ("Moon") y la rotación de la Tierra ("Solstice") con sonidos asociables. No es más que una nueva vuelta a la antigua obsesión de la autora por vincular tecnología y naturaleza, buscando una banda sonora nueva para un concepto hasta ahora acaparado, muy discutiblemente, por la música new age. Fue una idea esbozada por primera vez en Homogenic, su disco de 1997, un trabajo inspirado en los poderosos paisajes de los alrededores de Reikiavik ("allí donde aprendí a estar sola, y donde echaba a volar mi imaginación mirando un horizonte de colores cambiantes, sin ninguna construcción humana a la vista"). Mark Bell, su principal colaborador para ese álbum, dijo alguna vez haberse impresionado por cómo Björk es capaz de trasladar los sonidos en su cabeza a ejemplos visuales que logran cerrar un sentido: "Necesito un violín más amarillo", solía decirme en el estudio. O pedía voces 'volcánicas' o 'estrelladas'. No sé cómo el resto entendíamos perfectamente lo que intentaba decirnos".
Björk a bordo del siglo
Por lo mismo, ver y escuchar Biophilia en vivo será una experiencia asombrosa. Sobreestimula tan sólo leer la descripción del trabajo visual que acompañará los conciertos. Se supone que cada canción-aplicación tiene una animación asociada, trabajo compartido entre Björk y los artistas Jónas Sen, Stephen Malinowski y Scott Snibbe, este último una estrella en el nuevo género de la instalación interactiva computacional (vale la pena revisar su trabajo en snibbe.com). Los conciertos para Biophilia mostrarán estas animaciones, junto a mezclas en vivo a partir de aplicaciones de iPad e imágenes al aire libre preparadas junto al equipo de la National Geographic. Imaginación, tecnología y Madre Tierra al servicio de música a la vez programada y orgánica. La suya es una dialéctica que se salta el concepto tradicional de "avance" a través de la tecnología -el conservador carril que ha cegado a grupos como U2, por ejemplo-, pues prefiere devolver a ésta a lo esencial, y vincular técnica y naturaleza desde su común potencial expresivo:
"El arte te abre a preguntas sobre el mundo y sobre ti mismo, pero la naturaleza te ubica en una secuencia de estímulos que ningún artista podría jamás replicar. Si logras sacar ideas de ambos universos, y conectarlas, tendrás una obra en la que te sumerjas y salgas cambiado. Por ahora, no se me ocurre mejor desafío que plantearle a mi música".
Biophilia es, en definitiva, lo que su nombre dice: el amor por lo vivo.
Revisa la discografía de Bjôrk, aquí
Una pionera high tech
[Por Alejandro Alaluf]
Desde sus inicios, Björk siempre fue devota de la multimedia. Ese detalle, en una época de una incipiente internet y cuando cualquier cosa con el prefijo "ciber" era considerada cool, no sólo se vio reflejado en la moderna producción de Debut; también, le imprimió un sello techie y futurista a sus videos y a sus shows.
Biophilia es la mejor prueba de que nunca abandonó su vocación tecnológica. Es el primer disco pensado como una aplicación. Como las que uno utiliza en un celular o tablet. Producido en conjunto con Apple y parcialmente grabado en un iPad, el álbum consiste en un conjunto de diez aplicaciones/canciones que estarán agrupadas bajo una aplicación central. Cada canción tendrá un tono y un motivo único. La gracia es que el usuario puede interactuar con ellas y remezclarlas. Además, las canciones vendrán con pequeños videojuegos, animaciones y ensayos relacionados. La aplicación fue desarrollada por el artista interactivo neoyorquino Scott Snibbe, quien también está a cargo de la propuesta visual de sus shows en vivo. Un detalle: la aplicación es gratuita y viene con la canción principal del disco, "Cosmogony". A medida que se acerque el estreno oficial del disco, el 10 de octubre, irán apareciendo más canciones, que tendrán un valor individual de US$ 2. Es un proyecto revolucionario. Porque la idea es sumergir al usuario en una experiencia multimedial que involucre audio, video e interactividad. En otras palabras, Biophilia demanda atención del auditor/usuario. Algo que suena contraintuitivo en estos tiempos. Aunque no para Björk.
Islandia: un orgullo ausente
[Por Álvaro Farías R., desde Islandia]
En Islandia -un país sin luz en invierno y sin noches en el verano- hay más caballos y más corderos que personas. En las afueras de la ciudad está prohibido, bajo pena de una multa carísima, tocar la bocina de un auto, ya que puede molestar a los animales. Los islandeses casi no van a las plazas; en el centro de la capital hay inmensos parques vacíos. Donde sí va la gente es a las piscinas públicas. Ahí te puedes encontrar con los sobrinos del presidente y los Sigur Rós, pero con Björk jamás. Ella no vive ni en Reikiavik, ni en Seyðisfjörður (el pueblo de los artistas). Vive en Londres. Emigró en la década de los 90, así como muchos jóvenes artistas islandeses que todos los años se van para estudiar en las escuelas de arte en Reino Unido.
Acá, Björk tiene un parque a su nombre y una isla que le regaló el Estado por su ayuda en difundir el nombre del país por el mundo. Acá todos, en el campo o la ciudad, conocen a Björk. Pero nadie la ha visto. Ella es como el primo lejano de una familia, ese que todos saben que le fue bien, pero que nunca va a los cumpleaños ni a los bautizos. Un orgullo ausente. Para sus compatriotas, Björk es tan extraña como para el resto del mundo. Los sonidos de Sigur Rós, por ejemplo, son mucho más representativos que aquellos de la islandesa más famosa del mundo.
Ahora esperan tranquilos su nuevo disco. La musa de Escandinavia le hace un guiño a su país: Reikiavik será la primera ciudad del mundo en ver su nuevo show. Para diciembre Björk tiene planeado dar cuatro shows en la arena principal de Islandia. Los cuatro shows ya están agotados desde julio.