Fue como aterrizar en otro planeta. Era a inicios de los años 80 y ahí, con el cinturón aún puesto, con uno de esos típicos abrigos rusos gigantes, el pequeño Igor Semyonovich Shteyngart -de seis años- miraba todo desde la ventana de su asiento. Para él, todo se asemejaba extrañamente a las novelitas de ciencia ficción que por ese mismo tiempo solía devorar con devoción. El aeropuerto internacional John F. Kennedy de Nueva York era radicalmente opuesto al de Leningrado (hoy San Petersburgo), su lugar de nacimiento. No era, como este último, gris y parecido a una película en blanco negro. El aeropuerto de Nueva York era, al contrario, un colorido lugar, donde los anuncios resaltaban para un niño soviético que tenía su primer encuentro con una cultura capitalista.
"Mis padres emigraron por la misma aburrida razón que todos los inmigrantes: querían una mejor vida", recuerda Gary Shteyngart (39) para Qué Pasa, cuando se le pregunta por qué terminó viviendo en Estados Unidos. Con el paso del tiempo, claro, las cosas han cambiado desde ese aterrizaje: poco queda de aquel pequeño tímido y soviético que aterrizó en JFK. Hoy, gracias a su novela Una súper triste historia de amor verdadero (editorial Duomo, próxima a llegar a librerías chilenas), se ha consagrado como una de las voces indispensables de los escritores inmigrantes en Estados Unidos. Aunque, a estas alturas ya ni siquiera se llame Igor Semyonovich, sino que haya reemplazado ese tradicional nombre ruso por un simple Gary. "Cuando llegamos a Estados Unidos pensé que habíamos aterrizado en otro planeta. Todos esos colores, olores, y esos estadounidenses robustos -o algunos pasados de peso simplemente- caminando de un lado a otro. Fue como aterrizar en Marte".
Lector ávido desde pequeño, Shteyngart también tuvo una temprana carrera como escritor. Una carrera que, de igual manera, se remonta a su infancia en la Unión Soviética. Porque en ese entonces escribía para ganarse pequeños trozos de queso. Sí: de queso. Ése era el premio que su abuela le regalaba cada vez que él le daba una nueva entrega de una historia. Una historia inspirada en un monumento. "Era una estatua de Lenin que estaba cerca de mi casa. Yo solía salir y abrazar uno de los pedestales de esa estatua. Oh, Dios, qué lindo que era", dice Shteyngart. "Lenin y el ganso mágico" se llamaba la historia que el pequeño Gary solía escribir. En ésta, el líder comunista y un ganso con poderes mágicos se conocían. Y no sólo eso: planeaban invadir Finlandia para instaurar una república soviética en el país nórdico. Y el plan funcionaba hasta que, en un giro literario satírico que más tarde Shteyngart seguiría usando, Lenin se comía al ganso y, por supuesto, se salía con la suya.
"Combina la oscura congoja de la literatura rusa con el ingenio de la escritura posmoderna americana; la ternura de la tradición de Chejov con el humor hormonal de una película de Judd Apatow", dijo la severa crítica Michiko Kakutani sobre "Una súper triste historia de amor verdadero".
-¿Qué pasaba cuando ya en Estados Unidos veías películas como Rocky?, ¿seguías de lado de los soviéticos?
-Oh, obviamente aprendí que tenía que estar del lado de los estadounidenses. Incluso mis padres me lo advirtieron apenas llegamos: "Igor, no más adoración por Lenin. ¡Ahora adoraremos a Reagan!".
La conjura de los inmigrantes
No es la primera vez que sucede. La historia es así: un escritor que nació fuera de Estados Unidos, pero que estudió y pasó su adolescencia ahí, escribe una novela que mezcla la cultura natal con la adoptiva. La escribe, por supuesto, en inglés (aunque, por ahí y por allá, es posible encontrar palabras de su país de origen). Es el caso de Junot Díaz, el dominicano que ganó el Premio Pulitzer con La maravillosa vida breve de Óscar Wao. O de Daniel Alarcón, el autor peruano de Radio Ciudad Perdida, que escribe sobre hechos como el grupo Sendero Luminoso o el ambiente del Perú de los años ochenta.
El año pasado fue el turno de Gary Shteyngart. Una súper triste historia de amor verdadero, su última novela, editada el 2010 en Estados Unidos -donde fue seleccionado como uno de los mejores libros publicados ese año por varios medios-, consiguió que muchos se rindieran a sus pies. Un ejemplo: Michiko Kakutani, la severa crítica del New York Times dijo que la novela "combina la oscura congoja de la literatura rusa con el ingenio de la escritura posmoderna americana; la ternura de la tradición de Chejov con el humor hormonal de una película de Judd Apatow".
Vale aclarar, no sólo por comentarios como ése que Shteyngart acaparó la atención de los lectores. Para fines promocionales de Una súper triste historia de amor verdadero, el autor colgó un video en YouTube en que aparece dando clases de escritura creativa en la Universidad de Columbia frente a un grupo de alumnos que incluye -nada menos- a James Franco. "James es una inteligente y muy trabajadora. Fue muy amable al acceder a salir", dice Gary sobre el cameo del actor en el tráiler.
De Rusia con humor
La historia que hay detrás de su última novela, que se sitúa en un futuro cercano, es un romance entre un lastimero inmigrante ruso (Lenny Abramov) con una chillona inmigrante coreana (Eunice Park). Lenny -no es difícil adivinarlo-, comparte mucho de Gary, quien, a todo esto, tiene efectivamente una novia coreana. "No, pero no hay tanto de mí en él. Para empezar Lenny es tres pulgadas más alto que yo. Eso, sólo eso, me haría ser una persona totalmente diferente".
Lo más interesante, eso sí, es el contexto en que ese romance sucede. Para empezar, la única forma de comunicación son los äpärät, dispositivos (como los iPads) a través de los cuales uno puede recopilar la información que desee sobre los otros. El orden mundial, a la vez, también se ha desfigurado: Estados Unidos tiene una guerra con Venezuela, China es el prestamista número uno de los norteamericanos, y el edificio de la ONU, entidad que ya perdió todo poder, se ha convertido en un centro comercial por el cual los neoyorquinos se pasean sin culpa. "Siempre he sido un nerd fanático de la ciencia ficción y me encanta escribir sobre sociedades en decadencia", dice Shteyngart. "En mis primeras novelas fue la Unión Soviética y ahora ésta, la americana".
Aunque a la hora de analizar el ascenso de Gary en el panorama de la literatura estadounidense, tal vez haya que mencionar Absurdistán (2006, publicada en castellano el 2008 por Alfaguara), otra novela en clave humorística donde Misha, un gordo millonario judío-ruso, experto en hip hop y en estudios multiculturales y quien habla como un gánster de ghetto afroamericano, termina encerrado en un país abatido por un golpe de Estado, que se asemeja bastante a una nación del Medio Oriente. Esa novela le valió a Shteyngart ingresar a la intelligentsia neoyorquina . Y que fuese escogido como parte de la última generación Granta estadounidense, junto a Nicole Krauss, Jonathan Safran Foer, entre otros. Todo eso ha hecho que se haya convertido en uno de los escritores inmigrantes más reconocidos. En el momento en que Gary responde estas preguntas, sin ir más lejos, viene llegando de un festival literario en Dinamarca, donde compartió con Junot Díaz.
"Los inmigrantes tienen grandes historias que contar", dice Gary Shteyngart. "Además, los estadounidenses no van a publicar a extranjeros (excepto Roberto Bolaño, tal vez), así que es su única forma de conocer una cultura extranjera".
-¿Hay un boom de literatura inmigrante en EE.UU.?
-Los inmigrantes tienen grandes historias que contar. Además, los estadounidenses no van a publicar a extranjeros (excepto Bolaño, tal vez), así que es su única forma de conocer una cultura extranjera.
La única diferencia, claro, es que esos autores tienen éxito tanto en sus países natales como en Estados Unidos. Gary, a su vez, es reconocido en EE.UU., pero en Rusia sus novelas se miran como artefactos extraños que, por lo demás, hablan de sucesos aún algo frescos en la memoria colectiva. Al parecer, todo se debe a las grandes cantidades de humor que Gary usa en su narrativa. Porque no hace poco, cuando estuvo en Rusia dando algunas lecturas, las salas donde leía apenas se inmutaban, a diferencia de otros países. Y luego, a la hora de las preguntas, una señora rusa de edad le comentó que su novela se parecía mucho a Avatar. "¡Y me preguntó si sabía que alguien estaba adaptando Avatar al formato novela! Creo que la literatura está acabada".
-¿Es verdad que, llegado un momento, te diste cuenta que debías ir dejando atrás tu identidad soviética?
-¡Sí! Por ejemplo, mis profesores me dijeron que me deshiciera de mi ancho y peludo abrigo. No, pero en Oberlin, el college marxista hip donde estudié, aprendí a aprovechar esa diferencia de ser inmigrante. Era casi tan bueno como ser de América Latina. Pero no tanto.
-Junot Díaz decía que su estatus de inmigrante lo ayudaba mucho a la hora de conquistar chicas. ¿Te gustan más las mujeres inmigrantes o las nativas?
-Bueno, siempre me han gustado las chicas inmigrantes. Son más turbulentas que las otras. Salir con chicas estadounidenses era como comer una cena de tofu y vegetales. Saludable y apropiado, pero un poco aburrido.
-¿Por qué te cambiaste el nombre?
-Nah, simplemente no puedes sobrevivir en los 80 en Estados Unidos con un nombre como Igor. Aunque si uno lo piensa mejor, Gary también suena algo estúpido ¿no?