Los duros golpes de esa vida expuesta -que es casi la única que ha conocido- podrían haber sembrado en Britney Spears la duda. La duda sobre el tamaño de su ambición como estrella pop, por ejemplo, o del real beneficio del sexo como gancho visual de su trabajo. En esa Britney calva, rellena y furiosa, que hace cuatro años parecía odiar a sus fans y ver en cada colaborador un buitre -cómo olvidarla con ese bate de béisbol en la mano y esa cara de apocalipsis-, creímos que se incubaba el germen de la insumisión a los dictados del mercado. Al diablo con los abdominales duros, las casas en Hello! y la gentileza 24/7. Se abría ante nuestros ojos la posibilidad de una conversión inédita, quizás capaz de arrastrar a cientos de otros cándidos corderos teen a su causa de rebelión rubia. Oh, sí: antes que los indignados inundaran al mundo de justificado hastío, Britney Spears era una estrella Disney hasta la tusa.
Pero corra usted a YouTube y busque "Criminal", el nuevo video de la ex novia de Justin Timberlake. Convencida de sus dotes actorales, la de Mississippi se las arregla allí para vestirse de gala y poner cara de aburrida, recibir un combo y devolverle una patada en los genitales a un mequetrefe; escapar en moto y terminar en la cama (y luego la ducha) con un desconocido tatuado -que, en realidad, es su novio, Jason Trawick-; y, finalmente, triunfar como una ladrona armada, glamorosa y siempre, pero siempre, excitada. Muchos gemidos, mucha piel, mucha mirada inocentona concentrados en menos de cinco minutos de un tema pop mediocre y poco convincente, parte de un disco ídem con el que hoy se juega el pellejo en ese arduo ring de competencia musical, en el que, a estas alturas, las hay más bellas, más jóvenes y más provocadoras que ella. La del video de "Criminal" es la Britney de antes, qué duda cabe: para lucir sexy, logró bajar más de veinte kilos de peso, y su ambición paquidérmica se evidencia en una producción que grita que no se note pobreza.
Britney está hoy muy por detrás de símbolos del sex-appeal escénico, como Rihanna, y no parece interesada en desarrollar un estilo de seducción adulta, como el que sí le funciona a Beyoncé. Nos visita una Britney tibia, con urgentes definiciones de identidad.
La perdimos los ilusos. La ganó la maquinaria pop. El problema es que el mercado no es hoy tan predecible como el que Britney Spears conoció hace trece años, cuando "... Baby one more time" la expuso al mundo con la doble promesa de su escote y su virginidad. Estupendo single ése, a propósito, el primero de una seguidilla de producciones pop, de crescendos brillantes y estribillos pegajosos en los que productores del más alto nivel (Max Martin, Per Magnusson, Bloodshy & Avant) se aplicaron por completo, forjando una cadena de batatazos radiales que duró hasta al menos "Toxic". Pero eso fue en 2004, y la cantante no ha logrado levantar desde entonces un solo single igual de efectivo. Por mucho que Blackout, su disco de 2007, asombrara a la crítica por la profundidad y los muchos recovecos de su propuesta bailable, el nuevo Femme Fatale es un álbum decepcionante, en el que un esfuerzo de asesoría que linda en lo absurdo -hay más nombres de productores que canciones- deja a la joven sin siquiera una mínima voz interpretativa propia, apenas repitiendo las órdenes de sus colaboradores, intervenido su canto por recursos electrónicos burdos e innecesarios. El que pestañea pierde, y Britney Spears se permitió una siesta demasiado larga en la tarde del pop. La que despertó es una cantante atractiva, mas ya no amenazante.
Así, Britney Spears llega a Chile a bordo del Femme Fatale Tour, séptima gira de su carrera. Se trata de un espectáculo vagamente conceptual, inspirado, según ella, en "las mujeres fatales a lo largo de la historia". Sobre el escenario, la cantante asume diferentes papeles con vestuario ad hoc: detective secreta, presidiaria, motociclista, líder ninja. O algo así, según leemos en Wikipedia. Una periodista del diario The Guardian fue a verla en Londres y quedó espantada por la vulgaridad del montaje:
"Despliega una secuencia de sostenes y medias de red, mientras la esposan a una jaula y un gendarme se retuerce contra ella. Luego, un motociclista bigotudo la hace girar sobre las barras de su moto y un grupo de fotógrafos como de los años cincuenta acomoda sus cámaras bajo su falda ondulante para sacarle fotos a su entrepierna. Básicamente, lo que transmite su sentido de la sexualidad es dejarse hacer muchas cosas vistiendo muy poco (…). El concierto hace tanto esfuerzo por mostrar a Spears como peligrosa, arriesgada y sexy que termina siendo ninguna de las tres cosas".
Como recurso de venta, es una opción arriesgada que habrá que ver en vivo si resulta o no eficaz. Britney está hoy muy por detrás de símbolos del sex-appeal escénico, como Rihanna, y no parece interesada en desarrollar un estilo se seducción adulta como el que sí le funciona a Beyoncé. Nos visita una Britney tibia, con urgentes definiciones de identidad aún pendientes. Una Britney ansiosa, demasiado joven para acomodarse en la nostalgia y demasiado mayor para guardar algún misterio. Una Britney incómoda con ella misma, que mira perpleja a un mercado pop que parece indiferente a sus gemidos.