Por Yenny Cáceres Diciembre 14, 2011

Bélgica Castro pertenece a esa raza que habla de los gatos como si se tratara de personas.

Cuando murió su gato Kliban, Sebastián Silva la llamó para darle el pésame.

-Al ver la película, te das cuenta que este gato era como una persona -dice Bélgica.

Gatos viejos está a punto de estrenarse y Tamar, la gata sobreviviente, se pasea como dueña y señora de este departamento frente al cerro Santa Lucía, donde Sebastián Silva y Pedro Peirano, la dupla creativa de La nana, filmaron en forma conjunta esta película.

El rodaje fue hace casi dos años y Bélgica está orgullosa porque sus dos gatos, Kliban y Tamar, "trabajaron" en Gatos viejos. Toma un diario y muestra una publicidad de la película. Aparece el resto del elenco: Claudia Celedón, Catalina Saavedra, y su marido, el dramaturgo Alejandro Sieveking. Y en un primer plano, Tamar, como otra actriz más. Bélgica se ríe a carcajadas.

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Decir que es una de las mejores actrices de Chile es una redundancia. Pero ahí está Bélgica Castro, tremenda, en Gatos viejos, para recordarnos que es una de las mejores actrices de Chile y que nunca está de más recordarlo. Con un Premio Nacional a cuestas y 70 años dedicados a la actuación, es una leyenda, una doña Bélgica que se resiste a ser leyenda. Porque si en la película está enferma de Alzheimer, en la vida real desborda lucidez.

-No tengo ninguna conciencia de la vejez. Yo cumplí 90 ya. Y claro, yo sé que una persona de 90 tendría que estar más serena y menos comprometida -dice.

Pero no. Bélgica sigue haciendo "locuras". Ahora camina más lento, le duelen los pies, pero aun así aceptó filmar una escena en que su personaje, Isidora, comienza a vagar sin rumbo por el cerro Santa Lucía y se mete a una fuente de agua. "Pero eso lo hice cuando todavía no tenía 90, jajá, eso de ir a tirarme al agua", dice.

"Gatos viejos" también es una película sobre el departamento que Bélgica Castro y Alejandro Sieveking comparten desde 1971. Una juguetería para personas grandes, como lo llama Sieveking.

No sabe nadar y le tiene pánico al agua, pero aún así no se le pasó por la cabeza pedir a los directores que cambiaran el guión. Bélgica recuerda que el equipo estaba un poco asustado de que le fuera a pasar algo, de que se desmayara. Pero hizo la escena, e incluso la repitió. Y acá es cuando Bélgica se pone seria y uno recuerda que esta mujer fue una de las fundadoras del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, a inicios de los 40:

-Si tú eres actor o eres actriz, no eres tú el que está haciendo las cosas, es otra persona. Hay un compromiso, que es cumplir con el personaje. En Gatos viejos la Claudia Celedón, que hace de la hija, me da una cachetada espantosamente fuerte. Lo hicimos tres veces, pero la tercera vez había que hacerlo bien, entonces fue más fuerte. Quedé con la sensación de haber recibido una cachetada de esta hija tan desgraciada que le pega a su madre. ¿Ves? Tú cumples con el personaje.

Ese mismo compromiso con la calidad es el que exige al aceptar un proyecto. "Si el director no me da confianza y el libreto me parece malo, digo que no. Por eso he hecho tan poco cine. Las vulgaridades me cargan. Tenemos tantos otros problemas que desarrollar, que cuando empiezan con garabatos y vulgaridades en una película chilena, la rechazo".

De Gatos viejos le gustó el peso de un guión que se interna en la relación conflictiva entre una madre y su hija. Así describe el trabajo con esta dupla de directores: "Sebastián (Silva) es más apurado, entonces te da una indicación muy apurada, de repente tú no entiendes bien y entonces viene (Pedro) Peirano y te lo explica con todo cuidado, él es más calmado, pero los dos son muy imaginativos".

Bélgica no ve películas en la tele. Prefiere ir al cine. La última película chilena que le gustó fue Locas mujeres, el documental de María Elena Wood sobre Gabriela Mistral.  "Es una cosa impresionante, uno llora", dice. Siempre exigente, tres son los directores chilenos que la han marcado: Raúl Ruiz, Andrés Wood y Ricardo Larraín.

Con Ruiz actuó por primera vez en Palomita blanca (1973), en el recordado papel de la madrina de la protagonista. Pero su colaboración preferida con Ruiz es en Días de campo (2004): "Raúl siempre hacía cosas muy no realistas, se volaba mucho y a veces no resultaba. En Días de campo toda la voladura de él resultó y quedó una película expresiva, redonda".

Doña Bélgica

Sobre Andrés Wood, dice "que le dio seriedad al cine chileno cuando hizo Machuca (2005). Esa nueva manera de tratar el cine me impresionó mucho. Yo no trabajaba en Machuca. He trabajado con él varias veces (El desquite, La buena vida) y ha sido muy bueno".

A Ricardo Larraín le debe uno de sus papeles más insólitos: un científico ruso, en Chile puede (2008): "Me moría de la risa, porque era un guatón y tuve que aprender a decir todo eso en ruso. Vino una rusa a enseñarme y me lo grabó en un disco… jajá. Eso fue muy gracioso".

Larraín también fue uno de los que la ayudaron a comprender que la actuación en cine, a diferencia del teatro, es nada más que con la mirada, con los ojos. Y ahí recordamos que verla actuar es lo más cercano a un milagro. Uno que se repite en Gatos viejos. Cuando la vemos bajar ocho pisos, dolorosamente, con dificultad. Cuando recibe esa cachetada en silencio. Cuando uno se detiene en sus ojos, que lo dicen todo.

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Gatos viejos también es una película sobre el departamento que Bélgica Castro y Alejandro Sieveking comparten desde 1971. Y aunque después del golpe del 73 se fueron por una década a Costa Rica, eso no impidió que siguieran acumulando objetos: caballitos de madera, Cristos del siglo XVIII, gallinas de opalina, máscaras de madera, pinturas y libros. Una juguetería para personas grandes, como lo llama Sieveking.

Al entrar a ese departamento, uno intuye por qué Silva y Peirano quisieron filmar la película ahí. Lo más sorprendente es que la pareja accedió sin problemas. Salvo un par de cosas, como un cuadro de la Hormiguita que tuvieron que sacar porque el vidrio de su marco estropeaba la filmación, el living luce exactamente igual a como sale en la película. Durante el rodaje, que duró dos semanas, fueron invadidos por el equipo de filmación, desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde. Pero no les importó y hasta les trajo un beneficio inesperado: después del rodaje aprovecharon de pintar el departamento. Así, el terremoto de febrero del 2010 los pilló con todo perfectamente embalado.

En uno de los libreros luce destacado un retrato de Bélgica junto a Salvador Allende, acompañada por la actriz Carla Cristi. Al lado del sofá, más retratos de distintas épocas, de familiares, de su hijo, de unos amigos que dejó en Costa Rica. El más pequeñito es un retrato de Bolaño. Ahí está el escritor, como un pariente más. "¡Soy bolañista!", dice Bélgica, con la misma intensidad que la vemos actuar. "Parece que lo hubiera conocido personalmente. Y mira que me quedó bien, esto lo saqué de una revista". Y se ríe.

En el marco de la foto de Bolaño se recorta la figura de un gato. Porque, como podemos suponer, este departamento es un altar de gatos. Hay gatos de adorno de distintos tamaños, algunos comprados en México. Pero lo más importante es saber que esta dinastía partió con Henrik Ibsen. Así se llamaba el gato que les regaló el fotógrafo Luis Poirot cuando Bélgica Castro y Alejandro Sieveking se casaron. Bélgica había tenido gatos toda su vida. Para Sieveking era su primera vez. Eso justificó el homenaje al autor de Casa de muñecas.

Eso de sumar nuevos adeptos a esta adoración por los gatos ha continuado. Uno de los recuerdos más queridos que guarda Bélgica de la película es el guión de Gatos viejos. Se para a buscarlo y lo hojea. Es el guión de Peirano, con dibujos de gatos que Silva fue haciendo durante el rodaje. "Sebastián nos decía que les tenía distancia a los gatos y como que se ponía alérgico, pero se le quitó un poco y decía que ahora los aguantaba bastante bien", dice.

Los últimos en llegar a la dinastía, hace once años, fueron Kliban y Tamar, los otros protagonistas de Gatos viejos. Kliban fue bautizado así en honor a un dibujante estadounidense que se hizo famoso por retratar unos felinos divertidos y obesos. El nombre de Tamar es un guiño a la hija del rey David de la Biblia, "que tiene amores con sus hermanos", dice Bélgica, mientras lanza otra de sus carcajadas. Porque Kliban y Tamar son parte de una misma camada. Nacieron de una gata preñada que llegó del cerro y se refugió en el edificio. Antes de ser actor, Kliban comprobó el mito de las siete vidas. Un día se cayó del octavo piso. Estuvo con suero, pero sobrevivió sin secuelas. Durante el rodaje de la película, Kliban se paseaba en los brazos del equipo que filmó Gatos viejos como un chal.Murió hace casi un año.

Ni Bélgica, ni Sieveking, que se suma a la conversación, ocultan su preferencia por Kliban. "Kliban era tan amistoso. Ésta no es tan amistosa", dice Bélgica, apuntando a Tamar. "Kliban era un gato especial", dice Sieveking. Tamar no los escucha. Ahora camina engreída y es la dueña de la casa.

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