Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Enero 4, 2012

Esto pasa hace un par de semanas. En la página, un par de motoristas escapan de un camión asesino. El ángulo es demencial, todo está en suspenso. En la página, no hay marcas de lápiz grafito, ni de bocetos previos: la tinta china puebla todo, el trazo de la plumilla llega a rasgar el papel, las pequeñas manchas explotan con una delicadeza inusitada. Más tarde vendrá el color digital. La página pertenece al primer número del cómic Road rage: Throttle, basado en un cuento de Stephen King y Joe Hill, guionizado por Chris Ryall y dibujado por Nelson Dániel (1976). Desde su departamento, cerca del Paseo Bulnes, donde imagina estas persecuciones por carreteras infernales, Dániel se acaba de enterar que a King le gustó la página. -¿Has hablado con Stephen King?

-No. Con Joe Hill, su hijo, sí. Quizás King ni siquiera existe -dice y luego sonríe.

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Esto no pasa hace un par de semanas. Sucede el 2007. Nelson Dániel se desangra en España. Pasa una semana inconsciente. Tiene un agujero en el estómago por donde se le va la vida. Dániel está en La Coruña trabajando en Santos, la segunda película de Nicolás López. Dániel es parte de Sobras, la productora de la cinta. Antes, ha estudiado Bellas Artes en la Universidad Arcis, en la década del 90. Antes, ha hecho Cesante (2003), que le significó diseñar 300 personajes, animar, supervisar sonido y cuatro años completos de su vida. Cesante fracasa. Antes se hizo cargo del diseño de producción en Promedio rojo (2004), el primer largo de López.

Promedio rojo explota como fenómeno y López y Sobras se meten a filmar Santos, una comedia apocalíptica sobre superhéroes y mundos paralelos. Tardan cuatro años. Todo termina en otro fracaso. Dániel hace de todo: diseño de producción, storyboards, efectos especiales. Fuma dos cajetillas diarias, toma demasiado café. En un momento le aparece una úlcera, luego la úlcera se abre.

Y Nelson Dániel se muere. Y resucita. Y pasa una semana en coma. Vuelve.

Sucede el 2007. Nelson Dániel se desangra en España. Pasa una semana inconsciente. Tiene un agujero en el estómago, una úlcera por donde se le va la vida.

-Sí, vi la luz, pero fue supercorto. Recuerdo haber visto un par de cosas y cuando desperté, desperté como nuevo. Con otra cabeza. Desperté dibujando. Era un deseo físico: quería dibujar. Dibujé todo lo que pasaba en la clínica. Era necesario, era una forma de sacarme eso raro que me había pasado.

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Esto sucede ahora: el arte de Nelson Dániel es extraño para el medio chileno. Sus cómics tienen una cualidad cinética única, evaden cualquier gesticulación virtuosista para preguntarse una y otra vez cómo narrar con imágenes. Aquello es la principal virtud de Lucca (la novela gráfica que hizo sobre su hijo autista junto con Pilar Palacios, su mujer) y 1899 (escrita por Francisco Ortega y best seller con 6.000 ejemplares vendidos): el lector tiene la sensación de someterse a un vértigo que puede ser íntimo o épico. Porque en los trabajos de Dániel todo está en movimiento, siempre; todo está desplazándose hacia algún lugar, ya sea en el arte para una cinta nunca filmada de Robotech o en los mohínes de alguna pin-up psicotrónica que sube a su blog; en la amenazante mano metálica del almirante Grau en un neblinoso Chile diatópico; en los colores que hace para The Cape, la serie que dibuja Zach Howard con guión de Joe Hill para IDW Publishing (la misma casa de Locke & Key).

Así, Dániel pasa de la caricatura al expresionismo sin problemas. Trabaja solo, en su casa. Su marca de estilo más reconocible es aquella bruma hecha de tramas mecánicas y manchas que siempre merodea sus imágenes.

Porque Dániel colecciona manchas:

-Investigar el lenguaje del cómic es lo más alucinante que puede haber. Tengo un stock de manchas. Algunas son manuales y otras son digitales: han sido escaneadas y reprocesadas. Tengo cerca de doscientas manchas que ocupo y mezclo y que dan miles de opciones. Algunas son las favoritas, las regalonas. Con mi mujer, hemos hecho un montón en papel y las hemos escaneado. Las uso para superponer y trabajar en los dibujos. Mi mujer es profesora de dibujo, así que de manchas sabe mucho más que yo.

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El coleccionista de manchas

Esto pasa el 2008, después que Dániel vuelve de la muerte. Luego del fracaso de Santos, deja Sobras. El año anterior lo ha pasado en casa, se ha reencantado con el hecho de dibujar todos los días. Abre un blog (nelson-daniel.blogspot.com) que funciona como una "excusa para ponerme a dibujar cosas que sabía que no iba a poder dibujar nunca: chicas, robots, monstruos".

Funciona. Se demora, pero funciona. Entremedio viene una crisis económica y un año negro: el 2009 el trabajo escasea y se va al diablo el proyecto de una serie histórica con Boris Quercia sobre la fundación de Santiago. Dániel se mete en todas las plataformas posibles. El año termina cuando un viejo conocido de Troublemaker (el estudio de efectos especiales de Robert Rodríguez) lo llama para pedirle una ilustración que saldrá en la película Machete. Dániel la realiza, pero la imagen es cortada en la edición final de la cinta.

La puerta queda abierta. Dániel se comienza a mover, comienza a sonar: dibuja cómics para Pakistán, hace ilustraciones por encargo para coleccionistas, desarrolla conceptos de arte para Hollywood. En algún momento, gracias a deviantART (la red social donde artistas de todo tipo suben sus trabajos), el dibujante Zach Howard le pide una muestra de colores para el número único de The cape, basado en un cuento de Joe Hill. Howard le dice: "Haz lo que quieras hacer, con tus manchas, con tus tramas, con lo que quieras. Por eso quiero trabajar contigo".

Dániel recoge el guante y colorea el número y la miniserie que lo sigue. Sus colores vuelven aún más melancólico el relato, que es una especie de reflexión triste sobre el poder absoluto y sus responsabilidades, a pesar de que en uno de los últimos números el protagonista del cómic destruye un avión de pasajeros con una sierra eléctrica.

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Esto pasa el 2009. Nelson Dániel dibuja Lucca. El guión lo escribe con su mujer, Pilar Palacios, con la que tiene cuatro hijos. Lucca es uno de ellos y padece de autismo. Lucca trata sobre la convivencia del niño con su familia: él es el protagonista. Él es quien narra, el espacio de la página es una representación de su mundo. Por momentos, su lectura es conmovedora, pues indaga en los espacios íntimos de una familia que aprende a comunicarse más allá de las palabras, trata de padres que quieren aprender a ver el mundo tal y como lo ven sus hijos, trata de la compasión y los sacrificios.

-¿Cómo cuentas esta historia?¿Cómo dibujas a tu hijo?

-Es supercomplejo. Con un dibujo más complejo el mensaje se hubiera diluido en el virtuosismo. En algún momento hay que apartar al hijo y transformarlo en un ícono, para poder intervenirlo y trabajar sobre ese ícono. El paso a personaje es difícil. Todo el trabajo del libro es el de dos operadores visuales, mi mujer y yo, preguntándose qué hacemos con esto, hasta llegar a esta especie de diario de vida. No había otra forma de hacerlo, no podía ser un cómic puro.

En "Lucca", su hijo autista es el protagonista. Por momentos, su lectura es conmovedora, pues indaga en los espacios íntimos de una familia que aprende a comunicarse más allá de las palabras. "De todo lo que he hecho, 'Lucca' es lo más logrado", dice Dániel.

Tenía que ser una mezcla de varias cosas y, aun así, debía seguir siendo secuencial. No fue un proceso muy largo. De hecho, casi todos los dibujos son los primeros que hice. Hay un tema en entender el libro como un objeto completo. Esto es mucho menos cómic, creo. O menos cómic tradicional. De todo lo que he hecho, Lucca es lo más logrado.

 

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Esto sucede en 1959: el Che Guevara avanza en medio de una nieve sucia, lleno de restos de naves espaciales o ruinas de civilizaciones desconocidas. Lleva un habano en la mano. Detrás suyo, un par de zepelines iluminan una ciudad gris. 1959 es la secuela de 1899, el cómic que Dániel y Francisco Ortega lanzaron el año pasado por editorial Norma y que fue un éxito de ventas, además de suscitar algunas polémicas: Arturo Prat aparecía caracterizado como un villano, Miguel Grau se presentaba como un traidor al Perú, los chilenos habían lanzado una especie de bomba atómica sobre Lima y una mujer robot, Ygriega, se paseaba alegremente por el Chile del siglo XIX. Lo interesante del volumen era la legibilidad de la historia. Ortega contaba un relato policial sobre amores perdidos y Dániel dibujaba las nieblas del vapor de un país inexistente que era, de modo amenazador, demasiado parecido al real.

El proyecto había surgido al mismo tiempo que Lucca y era, en cierto modo, su reverso: un relato de aventuras que Dániel boceteó en dos semanas y sobre el que Ortega le dio libertad absoluta. A 1899 le fue bien, pasó a los rankings y agotó un par de ediciones, algo inusitado en el campo de la narrativa gráfica chilena. En el año en que el cómic nacional proclamó su resurrección, 1899 fue la obra más exitosa, al punto de que en algún momento surgió la idea de hacer una secuela.  Ortega y Dániel le pusieron nombre al proyecto completo: La trilogía de la metahulla. Un adelanto de 1959, la segunda parte de la trilogía, se presentó en la última Feria del Libro. Los fans alucinaron. Dániel aún no dibuja casi nada. Ortega tiene el plot: los protagonistas son el Che Guevara y Salvador Allende. Por ahora, hay tres editoriales disputando el proyecto. Debería salir en noviembre de este año.

Mientras, Nelson Dániel dibuja y colorea el segundo número de Road rage: Throttle, que debería salir en marzo. IDW quiere más cosas suyas. En algún momento del futuro deberá hacer espacio para 1959. En algún momento, él y su mujer tomarán la decisión de continuar Lucca, que quizás hable de la familia completa. En algún momento, Road rage... acabará y llegará otra cosa. Las manchas seguirán ahí, apilándose como capas. Las páginas originales a tinta seguirán impolutas.

-Texturas, manchas, luces. Cada vez que superpongo una capa van saliendo más cosas. Es un tema de no acabar. Cuando llego a las luces, sé que queda poco en la página. Es todo lo que sé. He aprendido a sistematizar. Me gusta empezar y terminar. Estoy manejando otros ritmos. A pesar de todo, es bastante nuevo para mí.

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