Por Alberto Fuguet* Febrero 8, 2012

En una era en que la idea de hacer listas de fin de año parece irrelevante e inútil y acaso imposible, la temporada de premios cinematográficos, que termina invariablemente con la entrega del Oscar en dos semanas más, se alza como una suerte de cierre necesario. La publicitada ceremonia termina no sólo coronando ciertos filmes y talentos, sino ordenando la casa crítica y develando las actuales modas, tendencias y pulsaciones. Ahora que la cinefilia es un acto privado y la cartelera de cine comercial es rechazada por muchos como "entretención de mall" o, para los más abiertos y tolerantes, no es más que un respetable paseo familiar,  es extremadamente difícil ordenar qué vimos, qué nos gustó o qué fue en efecto lo mejor. En esta era de la fama instantánea, el sabor-del-mes y el nuevo héroe mediático que sirve para "perfilar", cuesta separar lo real de lo tuiteado; lo que tiene sustancia de lo que tiene buen lobby. Mientras algunos quedan sorprendidos con las últimas cintas belgas, iraníes, coreanas o chilenas, lo cierto es que esos filmes nunca llegan a la cartelera y la manera que los pocos que las pregonan accedieron a esas joyas pasó por soportes que van desde lo ilegal hasta lo excéntrico. Paralelamente, los críticos deben recurrir a la creatividad, la pasión y la buena fe para no destruir y despreciar casi todos los estrenos que en efecto llegan a la cartelera, y de paso, no quedar como viejos amargados. Quizás por eso, para no tropezar y volverse predecibles, deben buscar qué aplaudir y, quizás por eso, se alzan en alabar cintas que, en rigor, quizás no son innobles, pero  de alguna manera manchan las carreras de sus directores.

Hay algo doloroso e intolerable en la cosecha Oscar de este año, en ver la cantidad de cintas "infantilizadas" o "para niños" realizadas por aquellos cineastas ya canónicos que lograron su merecida fama haciendo filmes no sólo radicales, sino radicalmente distintos. Cuatro cineastas que hicieron de los setenta los setenta están en carrera a Mejor Película y, a pesar que El árbol de la vida puede ser considerada una obra maestra fallida, surge una sensación de desazón y hasta de pena al ver como estos tigres se están quedando desdentados y, quizás por eso mismo, ahora que no asustan o molestan, están siendo premiados y aplaudidos. Woody Allen, Scorsese, Spielberg y Malick están en la carrera; en otra época, eso hubiera significado un gran año. Este año parece más bien un saludo a la bandera.

Hay algo doloroso e intolerable en la cosecha de Oscar de este año, en ver la cantidad de cintas "infantilizadas" o "para niños" realizadas por aquellos cineastas ya canónicos que lograron su merecida fama haciendo filmes no sólo radicales, sino radicalmente distintos.

El caso que impresiona más es Martin Scorsese, que probablemente gane el Oscar que no obtuvo con Taxi driver o Toro salvaje por Hugo, su fantasía cinéfila acerca de niños, cine-mudo y 3D. Hace tiempo que uno no le pide mucho a Spielberg, excepto explosiones bien sincronizadas, pero ahí está Las aventuras de Tintín (con una mínima nominación) o su bella-pero-inocua cinta de animales Caballo de guerra (¡miren cómo amo a John Ford, miren cómo puedo imitar Lo que el viento se llevó!), nominada a la Mejor Cinta del Año.

El Oscar, entonces, aparece para ordenar la casa y para crear un cierto diálogo con el público. También logra hacerse cargo de aquello bueno que gustó y de aquello atroz que está siendo inflado, como ese abominable trozo de kitsch y sketch de kermés que es El artista, una cinta francesa "muda" acerca del Hollywood de los años 20 (el cine mudo de nuevo), que es pura cinefilia ñoña mal entendida y tiene una de las actuaciones masculinas más desagradables y sobregiradas en cincuenta años (Jean Dujardin, nominado al Oscar), que deja al peor teatro circense como un ejercicio en sutileza.

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"Caballo de guerra" de Steven Spielberg está nominada a Mejor Película

Durante un par de meses (estos últimos, de verano) las supuestas mejores cintas del año pasan a ser aquellas que han sido "bendecidas" por las nominaciones. Esto, claro, es una suerte de perversión porque no es que durante estos meses estamos viendo lo mejor del año; estamos accediendo a filmes que, por un lado, la mayoría cinéfila ha visto de una manera colectiva o están al tanto de ellos (todos saben que Meryl Streep se ganará el Oscar por su Margaret Thatcher; casi nadie sabe lo que hizo este año Carey Mulligan, que no estuvo nominada a nada). Como los críticos están entendiblemente extraviados al no tener espacio para escribir y, por otro lado, no tener realmente ganas de escribir de cintas que no merecen mucho espacio, el Oscar logra no sólo transformarse en un evento mediático sino que marca la pauta, ordena el naipe al apostar por las películas que en el futuro representarán lo que estamos viviendo.

Dios: eso sí que aterra.

Mucha cinefilia, poco cine

Atacar el Oscar no vale la pena: es lo que es y uno sabe lo que es y lo sigue y lo ve igual. Algunos lo ven por las estrellas; otros por la alfombra roja; unos para acceder a sus sonidistas o fotógrafos o editores favoritos; a mí personalmente me gusta y siempre me da pena el montaje de los que ya no están (pero siguen vivos en la pantalla) y uno o dos homenajes a viejos veteranos de una era, que capaz fue mejor. Aquí entra el peligro: uno debería tender a no ser nostálgico, a no creer que antes las cosas eran mejor. Es probable que no lo fueran. Pero este año, esta entrega del Oscar, con todos sus nominaciones no merecidas y con todas sus omisiones, tiende a captar el estado de las cosas: ahí su gracia, ahí su función como una suerte de perfecto medidor del pulso. En ese sentido, la Academia es casi infalible, como de alguna manera siempre lo ha sido. Más allá de todos sus errores, siempre ha terminado nominando, y a veces hasta premiando, aquellas películas que han conectado con el público (estadounidense y global). Y también ha sido capaz de distinguir aquellos filmes que marcan una tendencia, que captan algo de lo que está ocurriendo.

Un buen ejemplo fue lo que sucedió durante los 70, quizás una de las eras más gloriosas creativamente para Hollywood. Es cierto, Scorsese no obtuvo un Oscar a pesar de todas sus nominaciones por cintas claves, pero durante esa década la Academia entendió que las cosas estaban cambiando y de ahí que sorprende recordar que cintas como Perdidos en la noche; Contacto en Francia; El Padrino (parte 1 y parte 2); Annie Hall de Woody Allen y El francotirador de Cimino ganaron el premio mayor.

El Oscar logra hacerse cargo de aquello bueno que gustó y de aquello atroz que está siendo inflado, como ese abominable trozo de kitsch y sketch de kermés que es "El artista", una cinta francesa "muda" acerca del Hollywood de los años 20, que es pura cinefilia ñoña mal entendida.

El Oscar, al estar conformado por mucha gente que va cambiando con los años, posee una cierta capacidad de entender lo que está sucediendo. Es sensible a los cambios, a las tendencias, a las modas. Comete errores, sí, pero da la impresión que se tropieza menos de lo que uno cree. Si ahora consagra cintas como la mediocre y caricaturesca Historias cruzadas, una cinta acerca de nanas negras explotadas (la era Obama), pero donde el verdadero acto de racismo está en la construcción de los estúpidos personajes femeninos blancos; o filmes cuyo eje -quién sabe por qué- está en la nostalgia cinéfila (Hugo; El artista), es porque quizás ahí están pasando cosas. Uno puede estar de acuerdo o no, pero no cabe duda que eso es lo que está gustando y es lo que se está produciendo. Scorsese abandona a los gángsters y abraza a los niños. Quizás hay algo profundo ahí: el cine ahora es de los niños y quizás es mejor que maestros como Scorsese sean los que los alimenten.

Este año la Academia, de una manera casi aterradora, es capaz de captar los aires que están inflando tanto el cine masivo e industrial, como el cine más independiente y marginal. El Oscar, por lo tanto, no está tan extraviado como se tiende a creer. La Red social, la mejor película del año pasado, obtuvo un puñado de premios Oscar; este año el mismo director entregó un trabajo de encargo a partir de unos best sellers trash y la Academia no pisó el palito: La chica del dragón tatuado agarró nominaciones técnicas y de Mejor Actriz, pero hasta el mismo Trent Reznor, premiado el año pasado por su música, fue castigado por participar de esta telenovela nocturna revestida de la mejor estética Fincher, pero de nada más.

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"Hugo", de Scorsese es la que tiene más nominaciones: once

Este año, a pesar de todo, se ha fijado en cintas que, asumiendo lo que Hollywood está produciendo, y cuando hasta los mejores directores y talentos se están yendo a la televisión por cable, no están nada de mal. Me refiero particularmente a Los descendientes (que no es lo mejor de Payne, pero es una cinta de Alexander Payne, lo que ya es un alivio) y a la sorprendentemente inteligente y emocionante El juego de la fortuna, la cinta protagonizada por Brad Pitt, escrita por Aaron Sorkin y dirigida (más por encargo) por Bennett Miller. Estas cintas no van a ganar el Oscar a Mejor Película. Son la excepción a la regla. Son, en efecto, filmes que no han conectado demasiado con el público y que, más bien, parecen películas que van en contra de la tendencia actual de Hollywood.

Que el propio Hollywood las celebre no es raro; es lo que hace siempre.

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