Era una guerra, pero parecía cualquier cosa. O eso pensaba Nito, en medio de la gente gritando, frente a la Casa Rosada, sin entender muy bien por qué estaba ahí, junto a la pareja de su madre, esperando que saliera un general que les hablaría de la guerra, de Argentina, de la patria, del enemigo. El enemigo era Inglaterra. La guerra sería al sur, en las Malvinas. Él tenía ocho años, era 1982, y observaba todo desde el desconcierto: "En la guerra había señores con carritos que vendían cocacolas, cubanitos, gorros y otras cosas que se necesitaban -cuenta Nito, el narrador de Los living, la última novela de Martín Caparrós-. Había muchos policías, también, pero el resto de las personas los saludaban con sonrisas, no como solía ser, que los veían y apartaban la mirada. Había señores y señoras con carteles que decían viva la patria, muerte a los ingleses, muerte a los piratas, las Malvinas son argentinas, y todos saludaban como si se conocieran o, mejor, como si fueran amigos que llevaban semanas sin verse; había un señor disfrazado de pirata -con sombrero negro de ala ancha, un parche en el ojo y un gancho en la mano y cuando pasaba todos lo silbaban y le gritaban puteadas y él sonreía satisfecho porque estaba haciendo algo bueno, ayudando a esto de la guerra".
La guerra como un carnaval. El discurso patriótico. La vida de Nito mezclada siempre con eso, con la historia que se cuenta en los libros -de hecho, Nito nace el mismo día que murió Perón-. Así, una vez más, Martín Caparrós (54), uno de los cronistas más importantes de la actualidad y ganador del Premio Herralde con esta novela, vuelve a una de sus obsesiones:
"La indagación de cómo se cruza la historia general con las historias individuales", dice al teléfono desde su casa en Buenos Aires.
Sus obras de ficción y de no ficción narran ese cruce, casi siempre con Argentina como protagonista o, por lo menos, como un fantasma que se pasea por esas páginas. Y Los living no es la excepción. Porque la vida de Nito avanza entre la dictadura, esa guerra y la Argentina de los 90, para luego dar paso a una historia delirante. Pero no nos adelantemos. Porque ahí, casualmente, están las Malvinas, justo ahora que también están acá.
-Me hace mucha gracia porque, efectivamente, justo estaba mirando Twitter y retuiteé a uno que estaba leyendo ese capítulo, cuando las Malvinas una vez más han vuelto a ser el animador principal del gran circo criollo -dice Caparrós, pocos días después de que la presidenta Cristina Fernández dijera que Inglaterra está militarizando el Atlántico Sur y Argentina denunciara al Reino Unido ante la ONU. Y a menos de dos meses de que se cumplan 30 años desde que estalló la guerra. Aunque parece que hay cosas que no cambian: "El patrioterismo se mantiene incólume, perfectamente incólume", dice Caparrós.
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"Hace unos días Cristina Fernández decía que era muy distinta la posición de Argentina ahora que en 1982, porque la guerra había sido la imposición de una dictadura militar. Y está tratando de borrar que la invasión a las Malvinas tuvo un apoyo que no ha tenido nada que yo recuerde en la historia del país".
Ese 1 de julio de 1974, cuando muere Perón y nace Nito en la novela, Martín Caparrós tenía 17 años y trabajaba en el diario Noticias, en la sección de información general y policiales. Su jefe era nada menos que Rodolfo Walsh -el autor de Operación Masacre, y quien para muchos es uno de los padres de la crónica latinoamericana-, quien lo mandó a la calle a cubrir historias del velorio de Perón. Ahí, en la calle, Caparrós aprendió a mirar y entendió, como escribió alguna vez, que ser cronista es una forma de pararse en el margen. Con el tiempo, desde ese lugar ha escrito sobre el cambio climático, sobre los inmigrantes y sobre los viajes que lo han llevado a recorrer el mundo. Pero su mirada siempre regresa a Argentina. Como en La voluntad (2007-2008), donde en más de 1.500 páginas, junto a Eduardo Anguita recorre la historia de la militancia revolucionaria en la Argentina de los años 60 y 70. O en su último libro de no ficción, Argentinismos (2011), en el que analiza gran parte de los conflictos políticos y sociales ocurridos en la década pasada en su país, sin abandonar, en ningún momento, su mirada crítica -y llena de sarcasmo- que se aprecia en cada página del libro.
Esas mismas críticas se pueden leer en su Twitter (@martin_caparros) y, desde hace cuatro meses, en su blog Pamplinas, asociado al diario El País.
-Escribo ahí una vez por semana. Es mi lugar de publicación en este momento -dice-. Yo tengo una muy vieja rutina de escribir una vez por semana algo sobre alguna cuestión más o menos de actualidad. Son más de 20 años que llevo haciéndolo. Y ese lugar ahora es el blog.
Y en el blog, por ejemplo, publicó, la semana pasada, un capítulo de Argentinismos acerca de la utilidad de tener un ejército -justo cuando está todo el tema de Malvinas-, y también ha escrito sobre la crisis de 2001 y, además, publicó una entrevista de 25 páginas a Sergio Schoklender -un abogado que estafó a la Fundación Madres de Plaza de Mayo-, que generó una polémica en su país: Schoklender vinculó a la fundación con las FARC y dijo que se financiaba con asaltos. Entonces llegaron las críticas. Especialmente desde la izquierda, que no entendió cómo Caparrós dejaba que este hombre dijera todas esas cosas.
Pero él no se inmuta. De hecho, sigue siendo crítico, tanto con la derecha como con la izquierda y, sobre todo, con Cristina Fernández.
-Hay un par de cosas que me gustan particularmente del blog. Una, es que no tengo ninguna imposición de tiempo y espacio. O sea, puedo publicar cuando quiero y en el espacio que quiero. Eso es buenísimo. Ahora, me incomoda un poco que me siento como constreñido, es un espacio un poco demasiado serio, no es realmente un blog. Viste, forma parte de un periódico importante. Es una especie de textura seria que estoy tratando de deshacer, no sé cómo. Y, por otro lado, me incomoda un poco la barbarie de ciertos comentaristas, pero bueno…
-¿Siempre tuviste una mirada crítica hacia Cristina Fernández?
-Sí, siempre fue así -dice y el tono de voz cambia; es el de alguien que habla con cierta resignación, pero continúa-. Desde el principio me pareció que lo que estaba haciendo el kirchnerismo era tratar de neutralizar un cierto potencial de cambio que había aparecido en la sociedad argentina a partir de 2001. Y lo hicieron muy bien, porque convirtieron esa energía en retórica. Consiguieron que de toda esa voluntad de cambio no surgiera, prácticamente, ningún cambio significativo.
La Argentina de Caparrós
-¿Y qué piensas de cómo ha manejado el tema de las Malvinas?
-Es curioso, porque hace un par de días ella decía que era muy distinta la posición de Argentina ahora que en 1982, porque la guerra había sido la imposición de una dictadura militar, y ahora era algo que estaba impulsado por un gobierno democrático… Y está tratando de borrar la memoria imborrable de que la invasión a las Malvinas tuvo en Argentina un apoyo como yo creo que no ha tenido nada que yo recuerde en la historia del país. En ese momento, entre el 90% y el 95% estaba a favor de esa invasión militar, entre ellos su marido. Por lo menos hay documentos que lo demuestran. Pero sí, ahora hay un intento, siguiendo la línea kirchnerista de reescritura de las diversas historias, de reescribir eso haciéndolo quedar como esta especie de nada, de aventura alocada de un grupo de militares argentinos, cuando millones de personas estaban totalmente de acuerdo con esto.
Los mismos que en 1982 acompañan a Nito, en las calles de Buenos Aires, y que saltan y gritan y revolean banderas mientras escuchan al general hablar de una guerra que, finalmente, perderán.
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Dice que no se acuerda, pero busca. Se escucha el tecleo desde el teléfono. Dice que espere un segundo. Mientras, Martín Caparrós busca algo que le recuerde cuándo escribió Los living. Sabe que fue a mediados de 2010, pero sigue buscando hasta que lo encuentra.
-Julio de 2010 dice que la terminé. Qué bárbaro…
Luego, unos segundos de silencio y después la explicación, entre risas. Porque se acuerda de que en ese momento él tenía malaria. Que venía llegando de un largo viaje por África con malaria. Así que se sorprende.
-Será un efecto de la malaria, entonces -dice y se ríe.
Y es que el final de la novela es delirante. Porque la vida de Nito cambia drásticamente cuando conoce a un pastor brasileño y comienza a anunciarles a distintas personas cómo serán sus muertes. Sí, aquí la novela abandona cierto realismo para dejar que la locura entre en la narración. Desde un comienzo hemos leído unos capítulos intercalados en los que un grupo de personas -entre ellos Nito- hablan de una acción de arte y de embalsamar a los muertos. Y esos muertos estarían en los livings de las casas -de ahí viene el título de la novela-, ese lugar donde se reúne la familia para no olvidarlos. Entonces, al final, la imagen se vuelve más nítida. Y entendemos.
La vida de Nito, el protagonista de "Los living", avanza entre la dictadura, la guerra de las Malvinas y la Argentina de los 90, para luego dar paso a una historia delirante.
-Es raro. Tengo un recuerdo fuerte y preciso de cuando escribí todos esos fragmentos en los que Nito se transforma en una especie de ángel de la muerte. Fueron momentos duros, pesados -dice Caparrós, aunque admite que no le costó encontrar la voz del narrador. Que fue un proceso más bien fluido. Y eso se nota. Porque la novela, aunque tiene más de 400 páginas, se lee con mucha facilidad, tal como sus crónicas.
Y es que no hace mayores diferencias a la hora de escribir ficción de no ficción: el trabajo con la escritura y las palabras es el mismo.
-Lo que cambia es que para escribir no ficción tengo que pagar un precio relativamente alto: ir, averiguar, escuchar cosas -dice Caparrós, quien se ha convertido en un referente del género.
-Este año Anagrama, Debate y Alfaguara van a lanzar antologías de crónicas y en las tres estás tú. ¿Qué te parece esta especie de boom del género en España?
-A mí me sorprende todo el tiempo porque en América Latina la así llamada crónica tuvo una especie de éxito, de estima. Es algo de lo que se habla porque "ah, la crónica, sí, los cronistas, qué interesante". Pero trata de publicar 30 mil caracteres en tu revista y después me cuentas qué te dicen. Seguramente estarían más dispuestos a publicar 10 mil caracteres sobre la crónica que una crónica. Me parece que ésa es la síntesis de la situación del género en América Latina. Curiosamente en España hay muy poca producción de no ficción. Y que de algún modo reconozcan el hecho de que hay una producción de esto, pero en América Latina, es como una especie de reproducción farsesca de lo que pasó en los 60' con la ficción, ¿no? Cuando los españoles dijeron: "Ah, hay una novela en castellano, pero se escribe en América Latina". Ahora, en un grado infinitamente menor, dicen: 'Ah, hay no ficción en castellano, pero se escribe en América Latina". Están, de algún modo, reproduciendo ese camino.
Por mientras, Caparrós sigue escribiendo y tuiteando. Tiene más de 34 mil seguidores y en estos últimos meses ha estado más activo que nunca. Tuitea varias veces al día, no se cansa de criticar al gobierno de Cristina Fernández, y escribe tuits como éste: "¿Es cierto que el ministro de Defensa dijo que si nos invaden los ingleses nos defenderemos? ¿Y si invaden los incas? ¿Y los pitufos? #Valor".
Pero no sólo critica. También lee y escribe. Dice, por ejemplo, que le gustaron las últimas novelas de Guadalupe Nettel y Alejandro Zambra. Que son un ejemplo de lo que él llama "la literatura de los naufraguitos", es decir, los autores que nacieron en los 60 ó 70 y que ajustan cuentas con sus padres, algo que a éstos nunca se les hubiese ocurrido.
-¿Estás escribiendo un nuevo libro?
-Estoy trabajando en un librito muy raro, no sé muy bien qué es. Es algo que tiene que ver con comer.
Y luego dice que está un poco nervioso por el libro, porque esta hora de la tarde, mientras hablamos por teléfono, la tiene destinada para escribir.
-Última pregunta, entonces. ¿Qué esperas de Argentina en este año, donde parece que ocurrirán cosas importantes?
-A mí me parece que lo más sorprendente de la Argentina es cómo siempre conseguimos ir a ninguna parte. No hay proyecto, no hay discusión sobre el tipo de país que queremos construir, y, una vez más, de algún modo siento que hemos desperdiciado estos últimos 10 años de prosperidad inmerecida. Somos especialistas en dar vueltas en redondo.