No quería, realmente no me interesaba que Bonsái se convirtiera en película. Le dije que no a un director, después a otro y luego también a Cristián Jiménez, que al poco tiempo insistió y yo volví a negarme, pero esta vez le pedí que me dejara ver su trabajo. Y pasó que Ilusiones ópticas, su primera película, me conmovió como hacía tiempo no me sucedía. Me cautivó su mirada, su búsqueda, que sentí distinta a la mía pero también, en otro plano, muy próxima, familiar. Entonces dejé de ser el escritor reacio y me sentí orgulloso de que alguien como él valorara mi libro.
Confié instintivamente y casi de inmediato en Cristián y decidí que, pasara lo que pasara, en ningún caso sería yo el típico escritor resentido con la adaptación de su novela. Por lo mismo, pensé que si la película no me gustaba, guardaría silencio. Pero tenía un buen presentimiento. Pensaba, sobre todo, en la escena final de Ilusiones ópticas, con la maravillosa Paola Lattus e Iván Álvarez de Araya frente a frente. No voy a contarlo aquí, pero para mí es uno de los finales más arriesgados y bellos que he visto en una película (y eso que es, increíblemente, un final feliz).
***
No fue fácil, para Cristián, escribir el guión. Varias veces sintió que naufragaba. Cada tanto nos juntábamos a almorzar y a hablar sobre la novela y mi posición era extraña pero bastante cómoda, porque yo no me sentía artísticamente comprometido en la película, por así decirlo: no era mi película, no tenía ninguna obligación, y además estaba escribiendo Formas de volver a casa, lo que me absorbía por entero. Cristián me hacía preguntas que nadie me había hecho, porque leía Bonsái una y otra vez, despiadada y cariñosamente. Recuerdo sobre todo una mañana cuando le abrí la puerta y me dijo, a manera de saludo, como los policías: quiero que hablemos sobre la muerte de Emilia. Y de verdad me sentí un poco culpable de haberla matado.
***
Los primeros contactos con Jiménez tuvieron lugar a mediados de 2008, un año después de que apareciera La vida privada de los árboles, mi segunda novela. Y la tarde en que nos juntamos por primera vez, en el Olán grande de Seminario, yo acababa de escribir un par de páginas que buscaba desde hacía meses, y estaba feliz porque empezaba a acercarme a lo que terminaría siendo Formas de volver a casa. Lo menciono porque hay una relación importante entre esa novela y la película, que finalmente aparecieron casi al mismo tiempo, de hecho presenté la novela en Santiago, al día siguiente partí a Barcelona y una semana después estaba en Cannes, para el estreno de Bonsái.
Algunas huellas del proceso persisten en la novela, como la mención a Buenos días, la película de Ozu, uno de los cineastas que comentamos con Jiménez, porque a veces también nos juntábamos a ver películas. Éramos ya un par de amigos que hablaban sobre cualquier cosa mientras él tomaba té (como el Julio de su película) y yo tomaba café (como el Julio de mi libro). Nunca olvidábamos del todo, sin embargo, lo que nos convocaba. De esos diálogos yo extraía pequeñas convicciones suplementarias sobre la creación literaria. Al observar la manera como Cristián se enfrentaba a los materiales yo volvía a pensar en la especificidad de la literatura, esa pregunta clásica del estructuralismo: qué es lo propiamente literario en una novela o en un poema, lo que no se puede hacer por otras vías, en otro lenguaje.
***
Cuando Cristián me mandó la primera versión del guión, empecé a leerlo con ánimo más bien deportivo, pero la experiencia me afectó de forma inesperada y radical. Me resulta difícil expresar esta idea: yo sabía que la novela se convertiría en otra cosa, en una obra muy distinta, ajena, y realmente deseaba eso, pero al leer el guión por primera vez, a pesar de que me parecía bueno y que reconocía en él soluciones asombrosas, sentí que mi novela había sido violentada o borroneada, que el libro ya no existiría más.
La novela que perdí
Esa tarde, casi sin darme cuenta, salí a caminar, enfilé en dirección a la casa donde vivía cuando escribí Bonsái y fumé varios cigarros mirando la fachada. En Formas de volver a casa el protagonista hace algo muy similar, pero ahora me confundo y no sé si escribí la escena antes o después de aquella tarde en que, para decirlo convencionalmente, viví mi duelo.
Me gusta pensar que cuando publicamos libros es como cuando los hijos se van de la casa: queremos que tengan buena suerte, pero es poco o nada lo que podemos hacer por ellos. Y nos interesa mucho más el libro que estamos escribiendo ahora, el que estamos criando. Aquella tarde, sentado en la cuneta, pensé que en adelante mi novela viviría muy lejos, y que quizás iba en camino a convertirse en uno de esos hijos ingratos que no llaman nunca.
***
Lo que pasó después fue simplemente tiempo. Entre la novela y la película hay diferencias de toda índole, y algunas dividirán aguas. A mí me gusta que sea así. Por supuesto, si yo hubiera hecho la película, sería muy distinta: estaría ambientada íntegramente en Santiago, tendría otra música, otra velocidad, otro humor: todo sería distinto. Pero yo no hago películas. Y en otro sentido, me siento muy cercano a lo que Cristián vio en el libro. Es un privilegio, sin duda, que alguien lea tu libro tan a fondo y concrete una lectura propia, autónoma.
Luego supe que Trinidad González, una actriz que me encanta, participaría en la película, y que el papel principal lo haría Diego Noguera, lo que me alegró pues acababa de verlo en Turistas, de Alicia Scherson. Y después estuve cuatro meses en el DF y no estaba previsto, pero al final ese tiempo coincidió con la filmación, lo que lamenté enormemente, porque me habría encantado ir a las locaciones y colarme un poco en ese mundo.
Si yo hubiera hecho la película, sería muy distinta: estaría ambientada íntegramente en Santiago, tendría otra música, otra velocidad, otro humor: todo sería distinto. Pero yo no hago películas. Y en otro sentido me siento muy cercano a lo que Cristián vio en el libro.
***
Cuando Bonsái se publicó, en febrero de 2006, algunos escritores reaccionaron airados contra el libro, y el argumento era que no se trataba de una novela sino de un cuento largo, una nouvelle. Definir la novela como género es imposible, pero de todos modos persiste la idea de que se trata de un relato largo, de doscientas o más páginas (y mientras más larga sea tanto mejor, tanto más novela es). Yo no quería, en rigor, escribir una novela, sino una especie de simulacro o de resumen de novela: del mismo modo que un bonsái es y no es un árbol, yo quería un libro que fuera y no fuera una novela. Por lo demás, si Bonsái se hubiera publicado junto a otro relato se habría dicho que era un cuento largo, y casi nadie la habría aceptado como novela. Pero yo no quería publicar Bonsái en compañía de algún otro relato. Era, para mí, un libro, una unidad. Ése era el proyecto. Incluso alguna vez pensé en añadirle este subtítulo: novela de juguete.
***
El Bonsái de Cristián Jiménez, en cambio, es una película y no un cortometraje. Recuerdo un ensayo en que Susan Sontag dice que una película de hora y media equivale a un cuento y no a una novela, y que ése es el gran error de las adaptaciones, pues los cineastas se ven obligados a simplificar demasiado. También ése era mi mayor miedo, por eso yo no había aceptado las ofertas anteriores: no quería que simplificaran la novela en ningún sentido. No quería, en especial, que la película gritara lo que en la novela se susurra. Cristián pensaba lo mismo. En una reunión inicial yo le pregunté si la novela le parecía "filmable" y él me respondió que no, que para nada. Justamente por eso le interesaba adaptarla.
Es muy raro que la novela sea más corta que la película. Bonsái se lee en menos de una hora y la película dura 90 minutos. Y aunque en esta novela los personajes fingen haber leído un libro, me gusta pensar que, urgido por la prueba inminente, esta vez algún escolar preferirá leer la novela.
***
Vi la película en Cannes, en medio del nerviosismo general, y todavía no descifro lo que entonces sentí. La pantalla de algún modo era un espejo, porque muchas de las frases que esos personajes decían yo las había escrito o las había vivido. Y sin embargo eso no era mío, era de Cristián y de los actores y de esa cantidad casi inverosímil de gente que trabaja en una película. Sentí una mezcla larga de alegría y sosiego. Y la certeza de que esa historia la perdí: de que si ahora me pertenece, es de una forma nueva y profundamente colectiva. Y eso, sin duda, es hermoso.