Un tipo pasa mucho tiempo frente a su computador.
El tipo es diseñador gráfico y se considera algo nerd, algo geek y maneja todos los programas de creación y montaje y after effects a la perfección.
El tipo es colorín y no alcanza a ser hipster, pero es casi, así sin querer, a lo casual; no le gusta mucho la serie Mad Men, quizás porque trabaja en una agencia de publicidad y siente que gasta su vida y su tiempo intentando vender cosas que a él no le interesa comprar.
El tipo emigra a Nueva York desde su Toronto natal y aún no se encuentra. Lo que encuentra es otro trabajo en algo parecido -una productora de comerciales institucionales-, pero al rato capta que con eso no calmará su ansiedad.
El tipo -Kirby Ferguson- ve películas escandinavas, lee novelas, consume diarios, navega por la red. Es algo tímido. Se acerca a los treinta. Es hijo de Google, de YouTube, de Twitter. Decide hacer sketches un poco inspirados en los de Saturday Night Live. Son pequeños cortos con él mismo explicando a la cámara los alcances de temas absurdos, como lo ambiguo que es tratar a tu mejor amigo de dude (huevón) muchas veces seguidas. Los postea. Algunos lo ven y se ríen, pero la verdad es que no pasa mucho. Son chistes, algo adolescentes, inferiores a lo que hace Judd Apatow. Kirby Ferguson entonces capta que ésa será su vida: ayudar a montar y producir documentales sobre fotógrafos profesionales de primera. Nada grave, nada denigrante. Pero eso, para él, no es la vida que desea.
¿Qué puede hacer?
Empieza a ir a cafés. A escuchar lo que se habla en la red, en foros, en chats; está atento a lo que alegan sus colegas. Lo que Kirby capta es una cierta histeria ligada a los derechos de propiedad intelectual, a los copyright y al discurso militante de los copyleft. Ve cómo Creative Commons estalla y cómo, por otro lado, las demandas contra aquellos que osan cruzar la delgada línea gris de los derechos son litigadas por algunos de los mejores abogados de Nueva York.
Algo está pasando.
Algo le estaba pasando.
Algo le pasó.
A Ferguson no le parece razonable que un adolescente con capuchón vaya preso por descargar películas o álbumes de sus grupos favoritos. Menos aún si ese mismo chico con iPod mezcla y samplea melodías o imágenes para hacer algo nuevo, algo suyo.
Pensó en escribir algo, un ensayo, un artículo largo, una arenga. Pero captó que había muchos en la red y que incluso él no los entendía del todo y no siempre estaba de acuerdo. Kirby Ferguson, a pesar que hoy muchos lo ven como un gurú pirata y un ícono del todo-vale digital, ve el fenómeno del robo intelectual o el uso-sin-permiso con distancia. Cree que las cosas no son tan así: que todo depende del caso, y que al no haber lucro de por medio, el asunto adquiere otro cariz. No le parece razonable que un adolescente con capuchón vaya preso por descargar películas o álbumes de sus grupos favoritos. Menos aún si ese mismo chico con iPod circula por las grandes ciudades del mundo, mezcla y samplea melodías o imágenes para hacer algo nuevo, algo suyo.
Samplear.
Mezclar.
Remixear.
Eso es lo que le interesaba a Kirby.
¿Algo que nace fusionando muchos elementos de la cultura es del que lo mezcló o es al fin y al cabo de la cultura? ¿Es arrogancia creerse dueño de algo que en el fondo es de todos y está ahí flotando en el aire?
Kirby siguió pensando.
Decidió partir.
No tenía todo claro, pero pensó que la mejor manera de aprender es crear.
Creó.
Creó después de copiar, remixear.
Se dijo: para qué escribir si puedo ilustrarlo con mis herramientas visuales y se largó a hacer Everything is a remix, un documental-ensayo-tesis-investigación en cuatro partes que, utilizando todos los medios audiovisuales y usando una puesta en escena que sólo puede ser tildada de “webiana”. Pocas obras se sienten tan actuales, tan urgentes, tan conectadas con el medio que analizan y en el cual se exhiben: la red.
Luego hizo algo no tan extraño pero que, en este caso, le cambió, digamos, la vida. Lo posteó en un sitio llamado www.everythingisaremix.info y les envió el link a algunos de sus amigos. Estos amigos se lo enviaron a otros. Antes que terminara la segunda parte, ya tenía cuatrocientos mil hits y ya había fanáticos que querían donarle dinero para que continuara la saga.
Kirby entendió.
Kirby dejó su trabajo (“ahora vivo de lo que me gusta, de aquello que hago bien, vivo de lo que sé y capta mi imaginación”) y captó que su vida sería un remix, que no tenía que ser original (“no hay nada tan poco original que querer ser original”) y que tenía una misión: alentar a los creadores a copiar y, por otro lado, a colocarse del lado “de los buenos” y ayudar a explicarle a la gente qué significan, en efecto, los derechos de propiedad intelectual y hacia dónde puede ir el futuro de la creación en una era digital donde todo se comparte, se copia, se mezcla. Ahora trabaja en un documental acerca de las teorías de conspiraciones, puesto que cree que la gente ama esas teorías porque no entienden cómo realmente funciona el poder y es mucho más divertido (más remix, digamos) creer que las cosas no evolucionan y que todo es una conspiración. Para ellos, posteó la idea, abrió una cuenta Kickstarter y sus fans ya aportaron más de 56 mil dólares.
-Remix partió sin un peso; las cosas están cambiando -dice.
Roba como un artista, copia como un hombre
The Chilean Pirate Way
Kirby Ferguson camina por Santiago de Chile, y a pesar de andar con un iPhone saca una pequeña cámara digital y toma fotos. Se fija en un graffiti de la calle Huérfanos (La evolución lleva a la revolución), que en una librería cerca de La Moneda venden a Marx al lado de la biografía de Steve Jobs y me pregunta quién es Condorito y por qué lo venden en un box set. Le cuento que es el cóndor del Escudo de la Patria y me comenta, espontáneamente, sin tratar de subrayar, sin quebrarse:
-Todo es un remix.
Lo mismo repite, de la misma forma, como un tic, como una muletilla adolescente. Es su awesome, su la raja, su bacán. Desayunamos en un café al aire libre europeizante del Parque Forestal: “This is really a remix”, comenta. Pan con palta… “a remix, man”.
Kirby me comenta que la gente se viste con muchos capuchones (“un país Van Sant, pero más combativo”), y cuando le muestro la Universidad de Chile detrás de la neblina matinal se fija en los grafitis de nuevo.
Más tarde, en un restorán de marisco temático que parece un motel adonde acude la mafia o el set de Beetlejuice, habla de cine con sus nuevos amigos geeks chilenos y los interroga con curiosidad: si usan software piratas, que por qué no usan iTunes, y se sorprende luego de ver lo pavoroso de la cartelera local (“Nicolas Cage acá parece que es grande”). Es capaz de analizar con un pisco sour salpicado de canela a Malick, la película Melancholia, la serie Dexter y el nuevo cine noruego (“un remake de una cinta de Louis Malle, ¿sí?”). Al rato capta que toda la conversación es posible gracias a internet y a lo que simplificadamente se llama piratear.
-No es piratear -le dice un nuevo aliado local-, es sobrevivencia. Es como estamos conectados al mundo. Yo pago por HBO y otras señales de cable; lo que no tolero es tener que esperar para ver In Treatment o la segunda temporada de The Killing.
“La meta de ‘Remix’ es ilustrar que el sentimiento de una autoría total sobre una creación es ilusorio. Por cierto que lo que creaste te pertenece -lo hiciste- pero también le debe y le debes al trabajo de muchos otros, incluso de artistas que no conoces”, dice Ferguson.
-Ahora entiendo más The Chilean Way -comenta mientras intenta comer un caldillo de congrio que está literalmente en llamas-. Acá me parece que todos son más militantes a la hora de definirse como piratas o se llenan de orgullo al asumir su lado filibustero.
Unas horas antes, durante la charla que siguió a la proyección de su alucinante documental (que se encuentra en la red) en el auditorio de la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales, que lo trajo a Chile justamente para aportar al debate, que ahora está más encendido que antes, surgió el tema: qué es válido en esto de “apropiarse”.
Uno, de capuchón verde, lo resumió perfecto:
-Mira, yo tengo mi computador, y lo pagué. No lo robé. Tengo un disco duro y lo pagué. Todos los meses gasto ene en pagar wifi banda ancha. ¿Qué más puedo hacer? Ya gasto harto. No robo; consumo.
Otro chico, sin capuchón, replica:
-Si yo descargo cine arte indonesio es porque el mercado no lo trae. Y tengo derecho a ver cine asiático no comercial si deseo. Yo agradezco que alguien por allá suba las películas que acá lejos puedo bajar.
Copiar para crear
Su “cine” (su ensayo-película) provoca, altera, incendia y mueve. Es curioso lo confesional y personal y fergusoniano que es su filme: sin haber creado nada realmente original, la manera que puso en escena sus ideas y obsesiones, es la prueba máxima que lo que propone es cierto: sampleando y apropiándose de cosas de otros se puede, al pasar por un filtro personal e intransferible, hacer algo nuevo.
-La meta de Remix es ilustrar o poner en escena que el sentimiento de una autoría total sobre una creación es ilusorio. Por cierto que lo que creaste te pertenece -lo hiciste-, pero también le debe y le debes al trabajo de muchos otros, incluso de artistas que no conoces.
Y sigue, embalado:
-La originalidad no es para mí la palabra correcta o adecuada, ya que significa que no tuvo precedentes... esa idea es incorrecta, es falsa… es francamente mitómana y arrogante… me crispa… Es como decir que uno se hizo a sí mismo, cuando en realidad somos criaturas sociales. Nadie sale de la nada y ninguna creación se crea a sí misma.
En esta era de Twitter, un discurso tan simple y a la vez complejo y hasta metafísico como el que plantea Ferguson se malentiende. No es que diga que todo es copia, que sólo basta copiar y pegar. Dice que todo parte con copiar y lo clave -el elemento artístico- está en la intervención, en la mirada, en cómo se enfrenta lo que ya existe para darle una vuelta.
Copiar no es crear.
Pero el que no copia, no crea.
Así, Everything is a remix (que asume que una cabeza del siglo XXI es capaz de procesar en unos 50 minutos todos el pensamiento de los siglos anteriores sumado) se la juega por la tesis que el arte de crear está rodeado de mitos y fantasías y miedos que lo han elevado a algo a lo que acceden sólo los tocados por Dios. Claro: la creatividad nace de la inspiración; las creaciones originales, nuevas, que estallan en tu cabeza, son productos de genios electrificados. Pero la creatividad no es magia, insiste Ferguson. Sucede aplicando herramientas y pensamientos comunes a materiales existentes.
Las cosas por su nombre: aprendemos copiando, imitando, emulando. No podemos crear algo antes de controlar a la perfección las herramientas importantes en el ámbito en que trabajamos. Una vez que hemos adquirido los pilares fundamentales a través de la copia, llega el siguiente paso: transformar.
-Copiar es cuando no tienes intereses creativos, haces lo mismo que hizo una persona, en vez de mezclarlo con algo más. Depende de la creatividad que pongas dentro de tu trabajo. Remixear es combinar o editar material existente para producir algo nuevo. El remix es el arte del pueblo.