Lina Meruane (41) no tiene apuro. A pesar de que es el final de un largo día de clases y actividades en New York University (NYU), la escritora y académica chilena se despide de unos amigos y recibe a Qué Pasa en una de las muchas veredas que forman parte del campus de NYU, esparcido por el Greenwich Village de Manhattan y siempre en expansión. Un poco como la fama de Lina Meruane, cuyos contornos podrían estar a punto de explotar.
Meruane sabe que Sangre en el ojo, su cuarta novela, supone un salto importante en su carrera. No sólo la está publicando en forma simultánea en España (Caballo de Troya), Argentina (Eterna Cadencia) y Chile (Mondadori, se lanza el 9 de mayo) con tres editoriales diferentes, sino que podría ser el texto que la hiciera pasar de nombre de culto a cosas mayores. Y quizás por eso ha caminado las pocas cuadras que separan los edificios de literatura de NYU hacia un restaurante vietnamita para conversar de una novela que -como dirá varias veces más adelante y como le sucede a gran parte de los escritores- siente que ya no le pertenece.
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Lina Meruane vive en Nueva York desde el año 2000, pero más que un viaje de ida, lo suyo fue un regreso: vivió al otro lado del George Washington Bridge (el puente que conecta a Nueva York con Nueva Jersey) entre los 6 y los 7 años.
“Mis dos primeros años de colegio fueron en Nueva Jersey, ¡soy una Jersey girl!”, dice la escritora frente a un vaso de agua, riéndose del estereotipo de la chica suburbana del estado vecino. “Entonces hay todo un relato dentro de la novela que es esa infancia en Nueva Jersey, que no está tan desarrollado, porque yo no recuerdo mucho cómo era el lugar donde viví. Pero fue una experiencia que me inició en dos lenguas, en el español de la casa y el inglés del colegio, que luego se revirtió cuando volvimos a Chile: el inglés del colegio y el español de todos los otros lugares”.
Entre esa infancia bilingüe y su radicación en Nueva York, Lina Meruane se graduó de Periodismo e hizo estudios de Sociología. Trabajó de periodista para una revista de Tur Bus (“Viajaba mucho y escribía prácticamente la mitad de la revista; conocí todo Chile y Mendoza en bus”) y La Estrella de Valparaíso.
“Debe ser mi predisposición”, dice Lina sobre el haber comenzado a trabajar a los 21 años. “Lo que me dio el periodismo creo que fue un acercamiento al hacer literario, porque me dediqué a entrevistar sobre todo a gente de la cultura. Eso me significó hacer mi propio estudio de literatura, porque iba leyendo a medida que iba entrevistando. Y eso me impuso un ritmo de lectura y de escritura muy intenso, y también de reflexión literaria”.
La escritora se niega a confesar cuánto de autobiografía hay en su nueva novela pese a que, igual que la protagonista, sufrió de diabetes y una ceguera parcial.
Pero para cuando vivía en Madrid a fines de los noventa y ya había publicado su primer libro de relatos (Las infantas, 1998), decidió que le faltaba un marco teórico. A poco de regresar a Chile, se consiguió una beca y fue aceptada para el doctorado de Literatura en NYU. Vivió un par de años en Bay Ridge, Brooklyn, pero pronto se instaló con su actual pareja en el extremo norte de Manhattan, en el barrio mayoritariamente latino de Washington Heights.
Una vez superada la valla doctoral (le tomó 9 años, en parte porque también estaba abocada a la escritura de su novela Fruta podrida, que financió gracias a una beca Guggenheim), comenzó a dar clases en NYU. Hoy enseña literatura universal y latinoamericana en inglés (“Un puesto no catedrático”, precisa) y escritura creativa en la pionera maestría de Escritura en Español que la universidad abrió en 2007.
“En realidad mi vida actual tiene que ver un poco con estar en dos lenguas, y con un pie en Chile y un pie acá”, dice Meruane a propósito de sus deberes académicos, que en la maestría de Escritura Creativa la llevan a formar junto con Diamela Eltit un pequeño reducto chileno dentro de una mayoría de académicos argentinos, que incluyen a Lila Zemborain, María Negroni y Vivi Tellas.
“No me siento muy lejos de Chile, en verdad -agrega-. No sé si a ti te pasa, pero yo encuentro que cuando uno está fuera de su país es cuando más chileno se siente”.
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Sangre en el ojo transcurre, tal como la vida de Meruane, entre Nueva York y Chile: se inicia con el derrame que causa la ceguera de Lucina/Lina en un departamento de amigos latinoamericanos en la isla Roosevelt de Nueva York y luego se mueve por distintos puntos de Manhattan; pero la parte central del relato, en términos estructurales y emocionales, se desarrolla durante un viaje a Chile. Dos polos que representan las dos formas de leer el título de la novela: de la sangre en el ojo literal (que ciega a su protagonista), a la figurada, al odio que Lucina comienza a sentir por el mundo mientras intenta recuperar la vista. Un odio que no siempre es explícito, pero sirve de combustible al relato.
“Yo creo que Chile en esa novela constituye como el origen de la rabia”, dice Meruane sobre la diabetes que gatilla la ceguera de su protagonista. Durante ese regreso a Chile, Lucina/Lina ajusta cuentas con su madre y navega por las calles de Santiago a través de sus recuerdos, viendo en su mente imágenes que ya no existen o han sido modificadas, como los agujeros de bala del golpe de Estado en el Palacio de La Moneda y sus alrededores.
“Hay algo que no sé si está en la novela, pero es que yo recuerdo haber pensado: esos hoyos que están en las paredes son como los hoyos que ella tiene en las retinas -dice Meruane-. Como una especie de paralelo entre su enfermedad y un Chile enfermo que todavía no termina de sanar. Para mí Chile es un país que acarrea una herida. Ahí hay un personaje que vuelve, y que está herido y que no sabe si se va a poder curar. Entonces es un regreso muy cargado, porque es un viaje de constatación de que todo lo que le dijeron que podía ir mal, fue mal”.
El ojo de Lina
Y dicho eso, Meruane, a quien las cosas parecen estarle saliendo muy bien, hace una pausa y finalmente pide un vaso de vino. Un vino tinto y de la casa. Es decir, ordenado sin mirar.
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Además de su labor de escritora de ficción y no-ficción (nunca ha dejado del todo el periodismo cultural), y de su vida académica, Meruane comenzó hace un año una empresa de proyecciones inesperadas: una editorial de libros en castellano. El milagro de hacerlo sin ser empresaria ni tener un gran capital es posible gracias a Espresso, una maravillosa imprenta en miniatura -mitad fotocopiadora, mitad invento de genio loco-, capaz de imprimir y encuadernar libros a la orden en pocos minutos. Espresso está ubicada en la librería McNally Jackson de SoHo, donde trabaja el librero uruguayo Javier Molea, quien también es parte del proyecto y organiza en el subterráneo de la librería los que probablemente sean los mejores eventos literarios latinos de la ciudad.
“Básicamente cada lector paga su libro”, dice Meruane adoptando un tono levemente empresarial. “Los márgenes son minúsculos. O sea, no es un gran negocio. Lo estoy haciendo porque de alguna manera rescaté mi trabajo como editora”.
“En Nueva York es difícil encontrar libros en castellano de autores que están aquí. Entonces está eso de poner a circular materiales de la cultura latinoamericana (o “latina”) y ponerlos aquí en español o en edición bilingüe. Es como hacerse cargo de un contexto donde los hispanos somos bilingües”.
Brutas Editoras, que funciona parcialmente en Santiago (donde se diagraman y diseñan los libros), ha editado tres títulos de la colección Destinos Cruzados, que en cada tomo combina crónicas escritas por un hombre y una mujer sobre una ciudad en particular, y ya cuenta con las firmas de autores como Juan Villoro, Enrique Vila-Matas y Sylvia Molloy. Más adelante vendrá una colección de autobiografías gráficas y otra de ficción.
Lina Meruane vive en Nueva York desde el año 2000, pero más que un viaje de ida, lo suyo fue un regreso: vivió al otro lado del George Washington Bridge (el puente que conecta a Nueva York con Nueva Jersey) entre los 6 y los 7 años.
Una de las caras más visibles de “las brutas” es la periodista chilena radicada en Nueva York Soledad Marambio, que conoció a Meruane cuando era su alumna en NYU.
“Lina es la ideóloga del proyecto, pero es un trabajo muy democrático”, dice Marambio, que lleva el título de asistente editorial. “Ella está a la cabeza, pero se trabaja de una manera totalmente horizontal: cada una hace su trabajo de investigación sobre los textos, y luego nos juntamos. Además, Lina tiene un ojo excelente. Incluso cuando está editando a gente de la talla de Vila-Matas o Villoro, no se le pasa nada”.
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Por sobre el ruido del restaurante, Meruane sigue defendiendo el misterio de cuánto de autobiografía hay en Sangre en el ojo. A pesar de que a medida que ha avanzado la conversación han surgido más elementos comunes entre su biografía y la de su álter ego -la madre doctora, la pareja extranjera, los amigos reales que se pasean por la novela levemente alterados-, la escritora se resiste a confesar cuánto hay en ella de autobiografía. Puede ser porque por estos días comienza a recibir atención de los tres países en que se publica el libro (hecho que Meruane explica en parte por razones estratégicas y en parte por el interés que atrajo de varios editores) y la sobreexposición le genera algo de pudor: el difícil tránsito que para un escritor representa pasar de una actividad esencialmente solitaria a hablar de su vida y ser fotografiado.
“Yo tenía mucho interés en escribir un texto más cercano a lo autobiográfico, que es un género en el que yo no he trabajado y me interesaba muchísimo”, dice Meruane hacia el final de la noche, adoptando un tono académico. “Pero lo que me pasó es que empecé escribiendo algo que pensé iba a ser una memoria y se me fue de las manos hacia el lugar de la ficción”.
“Me interesaba la posibilidad de que un lector fuera siguiendo este texto con la lectura de si esto podía haber sucedido -continúa-, y que llegara al final y pensara ‘esto tal vez no puede suceder’, y que eso de alguna manera lo llevara al inicio y pusiera en cuestión la verdad del texto”.
Lina Meruane ha contado en otra entrevista que sufrió de diabetes y de una ceguera parcial, aunque las circunstancias difieran mucho de las de su novela, pero ha eludido hablar de eso toda la noche. Y entonces, cuando el vino casi se ha acabado y los platos están casi vacíos, la miro a los ojos -unos ojos almendrados y chispeantes, que están presentes en su novela desde el inquietante epígrafe inicial, una cita del cuento “Los ojos de Lina” de Clemente Palma- y le hago la pregunta inevitable:
“¿No me vas a contar acerca de tus ojos?”.
Y entonces la escritora, con una sonrisa oblicua en la cara y el mundo por delante, aunque sabe que yo probablemente conozco la respuesta, abre los ojos y pone en el aire seis palabras que son como un muro: “Creo que te lo conté, ¿no?”.”