Fue una odisea desde el comienzo. Diego Rougier (42), director y guionista argentino, apenas se ubicaba en Santiago, pero un día decidió recorrer el norte chileno. A bordo de un auto que arrendó en Iquique, se perdió a solas en el desierto. Y varado en una ex oficina salitrera, tuvo una revelación. En ese lugar solitario, donde lo podían matar a tiros, donde estaba indefenso, había que filmar un western.
La escena ocurrió en 2004, pero gatilla lo que vendría: el próximo 17 de mayo, Sal, su megaproducción sobre vaqueros aterriza con 20 copias en cines y con un elenco encabezado por el español Fele Martínez (La mala educación), al que se suman Patricio Contreras, Gonzalo Valenzuela, Javiera Contador, Sergio Hernández y Luis Dubó.
Al principio, no sabía por dónde empezar. Rougier, que desde niño había visto junto a su padre las cintas de Sergio Leone y Sam Peckinpah en la televisión argentina, quería hacer una relectura moderna del western. Pese a que golpeó algunas puertas en Chile, nadie se quiso embarcar. Entonces decidió que la haría igual, que ésa era la última bala que tenía en el cargador y que no la desperdiciaría. Y una noche de 2008, escribió la idea madre de un guión que tardaría cinco años en hacerse realidad.
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En Sal, un filme con pistolas contemporáneas al cinto, volcamientos de autos y una banda sonora más cercana a la cumbia que al Viejo Oeste, se narra la historia de una obsesión. O más bien de dos. La primera la encarna en la ficción Fele Martínez, un cineasta español que quiere rodar un filme de vaqueros en Chile, y que ante la negativa de los productores, decide viajar al desierto en busca de una historia para su guión. La segunda, la encarna fuera de la pantalla otro extranjero: Rougier, pero ésta sí que llega a puerto. “Hay mucho de mí en el protagonista. De hecho, el embrollo de la cinta se suscita cuando al personaje del cineasta español lo confunden con un vaquero llamado Diego, el cual está siendo buscado por el villano del pueblo por enamorar a su mujer. No pude ser más honesto al contar esta historia”, confiesa el director.
La ambición de Rougier era filmar una superproducción que mezclara lo clásico de las cintas de Leone con la rebeldía de Tarantino. Y para eso debía rodarse en tierras inexploradas, a 200 km de Pica, en el Salar Grande y en la ex oficina Alianza, en una arena cocinada por el sol.
La historia tiene un presupuesto de un millón 300 mil dólares. Y parecía imposible de rodar, pero al director argentino se le clavó a tal punto, que decidió sacarla adelante con su propia productora, Picardía Films, creada junto a su pareja, la actriz Javiera Contador, en 2007.
Algo sabían del funcionamiento de la industria: filmaron cortometrajes que fueron presentados en festivales como el de La Habana y el London Latin American Film Festival. Y Diego, por su parte, arrastraba una consolidada carrera en televisión: en los 90 partió dirigiendo videoclips y conciertos en Argentina, de artistas como Charly García y Bee Gees; luego dirigió el canal MuchMusic; y de la productora argentina de Marcelo Tinelli saltó a Chile el 2004, donde destacó en la dirección de la sitcom Casado con hijos, protagonizada por Javiera Contador.
La ambición de Rougier era filmar una superproducción que mezclara lo clásico de las cintas de Leone con la rebeldía de Tarantino. Y para eso debía rodarse en tierras inexploradas, a 200 km de Pica, en el Salar Grande y en la ex oficina Alianza, en una arena cocinada por el sol. Cuando escribió el guión, ya tenía un héroe en mente: el actor español Fele Martínez, que hace 20 años ya cobraba 150 mil euros por película. “Yo no le podía pagar eso y se lo dije. Pero quería que estuviera y lo terminé convenciendo con un buen guión”, dice Rougier.
No era la primera vez que Martínez apostaba por una película chilena. De hecho, cuando Rougier lo conoció, en 2007, el actor acababa de filmar en Santiago A un metro de ti, de Daniel Henríquez. “Cuando conocí a Diego en la casa de Marcial Tagle (actor de Casado con hijos), ya me sentía como en casa. Así que lo último que le pregunté fue el presupuesto de la película. Cuando me envió el guión, me encontré con un western increíble”, cuenta Martínez.
El villano pensado desde un comienzo para esta historia tampoco puso resistencia. Patricio Contreras imitaba desde chico la caminada vaquera de John Wayne, así que cuando recibió el llamado de Rougier aceptó de inmediato. “Por primera vez podría jugar a los vaqueros, pero con pistolas de verdad, caballos, desierto y la cara llena de polvo. Era el sueño del pibe”, explica el actor, que en la película encarna a un cowboy 2.0. Vende droga en la frontera y tiene una mujer (Javiera Contador) a la que no puede controlar.
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Teniendo al héroe y al villano de su lado, a Rougier le faltaba lo más importante: el financiamiento. Y para eso no le quedó otra que buscar cómplices. A fines de 2008, logró convencer al productor de La vida de los peces, Adrián Solar. Ya no había tiempo que perder. Ese mismo año, Solar lo asesoró para postular al fondo de Corfo y con ese dinero grabaron un teaser. Camino al aeropuerto, cerca de Santiago, entremedio de unos cerros, Fele Martínez, Patricio Contreras y Javiera Contador se calzaron por primera vez las botas vaqueras y contaron en siete minutos un adelanto de la historia que Rougier y Solar saldrían a vender a los festivales de Berlín, Locarno y Cannes. Paralelamente, en 2009 concursaron para el Fondo Audiovisual y también triunfaron.
La idea de filmar un western en el desierto chileno despertó rápidamente el interés de productoras extranjeras, pero sobre todo de los españoles. La casa Just Films, con sede en Barcelona, financiaría parte del rodaje, pero poco antes de empezar a grabar Sal, en 2010, acusaron el golpe de la crisis española . “Nos pidieron que retrasáramos el proyecto, pensando en que podrían recuperarse, pero yo no podía esperar. A través de un crédito bancario, con Picardía Films nos endeudamos, y con aportes privados conseguimos el 50% del financiamiento que faltaba sin hacer ningún cambio al guión. Entre ellos estaba Mega, que compró la película en verde”, revela Rougier.
El director también intentó salvar la película tomando contacto con una productora colombiana, Dynamo, pero cuando ésta le puso como condición incorporar actores de ese país, todo quedó en nada. “Era mi primera película y no iba a traicionar el guión por dinero”, explica. Aprovechando su estadía en Cartagena de Indias, contactó a la productora Cruz del Sur Cine, del argentino Mario Levit. Pese a que Levit había rechazado un proyecto anterior de Rougier, esta vez sí enganchó. “Cuando me mostró el guión de Sal no tuve dudas de que quería participar. Era el primer western latinoamericano que rendía un homenaje al género y le daba una vuelta de tuerca. Sal no se parecía a ninguna película anterior”, cuenta Levit.
La obsesión salvaje de Diego Rougier
Pese a que Sal era una ópera prima y no se rodaba en Argentina, Levit logró el apoyo del Incaa (el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina) y facilitó el asistente de dirección, las cámaras a caballo, los dobles de cuerpo, los efectos de balazos y golpes para el rodaje y su posproducción. Paralelamente, Adrián Solar se consiguió en arriendo con la productora HD Argentina, las mismas cámaras con que se había rodado la película ganadora del Oscar El secreto de sus ojos. “Después de mucho luchar, Sal tiene asegurado su estreno en agosto, en 10 a 15 salas de Argentina”, adelanta Rougier.
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Pero Sal también es la historia de otro productor que empatizó desde un principio con la obsesión de Rougier. Javiera Contador conocía a Luigi Araneda desde que ella estaba en el colegio, y antes de enfrentar el rodaje, lo llamó para que se hiciera cargo de la logística. Aunque el productor de Se arrienda y Baby shower prefería que la cinta se rodara cerca de Iquique, el entusiasmo del director argentino pudo más. En medio de la nada, Araneda instaló camiones generadores, baños químicos, protegió los equipos de la arena, levantó ranchos ficticios, consiguió caballos con Carabineros y compró cabras y gallinas para ambientar las escenas. “Era loco el desierto. Pese a que no andaba nadie, tenía vida propia: de día el sol pegaba como un caballo y de noche hacía muchísimo frío. Calentar comida era de verdad un problema sin luz ni agua, pero Luigi lograba sortearlo todo”, dice Rougier.
“Fue una filmación dura, porque además el viento era muy recontrapelotas y yo tenía que atornillarme el sombrero a la cabeza para que no se me volara. Pese a todo, Diego lo encaraba con mucho humor”, dice Patricio Contreras.
No fue la única adversidad que enfrentaron durante el rodaje. Luigi también tuvo que lidiar con la aduana, que al ver el cargamento que traía el equipo argentino de efectos especiales, les negó el paso. “Imagínate ir al paso fronterizo de Argentina-Chile con armamento verdadero, explosivos para los efectos de disparos. Aunque todo estaba arreglado para que pudieran ser utilizados sin riesgo, fue una odisea conseguir el permiso”, recuerda Levit. Viendo que el rodaje se podía ir al carajo, Araneda simplemente abrió los brazos en la carretera, y para probar que las pistolas eran de fogueo, pidió que le dispararan.
El productor estaba tan involucrado con la cinta que también haría un rol en Sal. Pero el día que le tocaba filmar la escena, tuvo que viajar a Santiago para saludar a su hermana que estaba de cumpleaños. Un mes después del rodaje en el desierto, Luigi Araneda murió de un ataque fulminante al corazón, en diciembre de 2010. “Nos íbamos a Barcelona dentro de unos días a grabar las escenas de Fele Martínez tratando de venderles el western a los españoles, cuando me lo encontré. Nos abrazamos y me dijo que estaba un poco cansado. Pero nunca pensé que no lo iba a ver más. Una hora después murió en la oficina del Consejo Audiovisual”, revela Javiera Contador.
La partida de Araneda puso nuevamente en crisis a Sal. Tras asistir al funeral de su productor, Rougier se sintió huérfano y tuvo ganas de postergar el viaje a España. Pero la imagen indómita del desierto que había descubierto en 2004 fue más fuerte. “Luigi tenía un decálogo del productor, un código supervaquero: decía que siempre hay que terminar lo que uno empieza. A esa frase nos aferramos para terminar Sal”, asegura Rougier.
Hoy el western está dedicado a la memoria de Araneda y es distribuido por Shoreline Entertainment, la misma productora con sede en Los Ángeles que se hizo cargo de La Nana. Galopando a paso firme en festivales estadounidenses, Sal ha ganado premios, como el Mejor Western 2012, en el WorldFest de Houston, Texas. Y se inserta, según Contador, en un revival del género: este año Tarantino también estrena Django Unchained, y la cinta ganadora del Goya, Blackthorn, de Mateo Gil, es otro homenaje al género, pero hecho en España.
Rougier, que ya ha sido comparado por algunos críticos extranjeros con Leone y el director de Pulp Fiction, comienza a respirar tranquilo. Ya no se siente tan indefenso como cuando se perdió en el desierto hace ocho años. Ahora sus cartuchos están llenos.