Por Nicolás Alonso Mayo 24, 2012

Hace casi tres años, el escritor argentino Hernán Casciari (41) abandonó su blog.

Fue el 18 de septiembre de 2009, el día en que publicó su tercer libro, la novela El pibe que arruinaba las fotos. Esa noche, desde su casa en una pequeña localidad de Cataluña, ingresó a su bitácora, Orsai.es -donde desde hace seis años miles de personas de todos los países hispanoparlantes se agrupaban a leer y discutir sus relatos-, y habló de lo único que podía hablar desde hace algunos meses: de la muerte de su padre, en Mercedes, su pueblo en Argentina, a demasiados kilómetros de distancia.

Explicó que había pasado una noche entera leyendo su blog, ese espacio que había comenzado como un cuaderno personal y pronto se había transformado en un fenómeno masivo de literatura online, con varios libros recopilatorios. Había escrito el nombre de su padre en el buscador, y había leído las 30 historias que hablaban sobre él. Y esos relatos, casi sin darse cuenta, se habían transformado en una novela. Luego colgó el libro para su descarga gratuita, y, sin despedirse, desapareció.

Cientos de comentarios de lectores desconcertados -y enojados con el paso de los meses- comenzaron a apilarse en esa última entrada. Muchos lo acusaron de haber abandonado el espacio ahora que los libros surgidos de Orsai tenían éxito en la industria tradicional, y que una obra de teatro inspirada en su primera blogonovela, Más respeto, que soy tu madre, era la más taquillera de la historia de Argentina.

Pero Casciari estaba preparando el volantazo más arriesgado de su carrera. Uno sin vuelta atrás. En una descarnada entrada en el blog, luego de un año de silencio, anunció que se había hartado de la industria de la cultura, a quienes acusaba de poco profesionales y de ladrones, y que por eso renunciaba, frente a sus lectores, a las editoriales Sudamericana en Argentina, Grijalbo en México y Plaza & Janés en España. Y también a su trabajo como columnista en los diarios El País y La Nación.

Ese portazo público, que buscaba levantar todo el polvo posible, tenía como objetivo el marketing de su nuevo proyecto. Quemaba las naves para llevar adelante, junto al mejor amigo de su infancia, un librero argentino llamado Chiri, su gran sueño y una lección para la industria. Había decidido hacer una revista imposible. Una publicación trimestral de literatura y crónica narrativa que agruparía a los mejores autores e ilustradores del mundo, de más de 200 páginas, sin ni un centímetro de publicidad y sin intermediarios entre los escritores y los lectores, ya que serían estos últimos los que financiarían por adelantado cada número y luego lo distribuirían.

“La crisis de la industria, como todas las crisis del mundo, es moral, no económica. Tiene que ver con la codicia y con unos tipos pelados de corbata que están relocos y no les importa nada”, dice Casciari desde España. “Con Orsai quería jugar a que todo eso no existe y que podemos hacerlo desde otro lado. Es un experimento. ¿Qué pasa si hacemos todo al revés?”.

“La crisis de la industria, como todas las crisis del mundo, es moral, no económica”, dice Hernán Casciari. “Con Orsai quería jugar a que todo eso no existe y que podemos hacerlo desde otro lado. Es un experimento. ¿Qué pasa si hacemos todo al revés?”.

La revista utópica, que se llamó Orsai, nadie en el medio y va en el séptimo número, pronto convocó a decenas de autores renombrados, como Nick Hornby, Juan Villoro y Santiago Roncagliolo, entre muchos otros. La primera edición, publicada a principios del año pasado, vendió a través de internet más de 10 mil ejemplares en 23 países. En la portada se vio a un tipo calvo, de rostro duro, con terno y un maletín en la mano. Un intermediario.

La figura que Casciari iba a tratar de destruir.

 

Al costado de la industria

Escritor sin papeles

Todo comenzó con el cambio de milenio, en un viejo bar de Barcelona, la noche en que vio por primera vez a su equipo, Racing, salir campeón después de 34 años. Un año atrás, Casciari había llegado a España sin documentos, detrás de una catalana que había conocido recogiendo un premio literario y que terminaría siendo su esposa.

Pero esa noche en el bar algo cambió dentro suyo. Los noticieros españoles de esa semana se habían llenado de imágenes de la crisis argentina. Él las veía como un espectador solitario, tal como ahora veía el partido que había esperado toda su vida. “Sentí como una tragedia no estar celebrando el título junto a mi viejo”, dice Casciari. “Me di cuenta de que al estar lejos no estaba habilitado para la alegría ni para la tristeza, estaba en fuera de juego. En Orsai. Como el delantero que sale gritando un gol sin ver que atrás el juez de línea levantó la bandera”.

Como no tenía papeles ni dinero para volver,  decidió combatir la nostalgia escribiendo un blog en que simulaba ser un ama de casa de Mercedes. Pronto, para su sorpresa, la página se llenó de cientos de lectores y fue elegido el mejor blog del mundo por la cadena alemana Deutsche Welle. Entonces comenzó a hacer muchísimas bitácoras. Se disfrazó de princesa, simuló ser un loco que escribía desde un manicomio a pedido de El País, y abrió el blog de crítica televisiva más visitado de España. En 2004 empezó a escribir Orsai, su diario personal, en donde publicaba cualquier experimento literario que se le viniera a la cabeza. “Empecé a notar que internet me permitía ser escritor sin tener que ir a cenar con nadie”, dice Casciari. “Sin hacer lobby, sin ser hipócrita, todo eso que siempre me había apartado de la industria”.

En medio de ese momento prolífico, mientras los medios lo señalaban como la punta de lanza de la literatura online, la industria llamó por primera vez a su puerta. “Yo estaba escribiendo en pijama en mi casa y empezaron a llegarme muchas ofertas para publicar”, cuenta. “Y yo, que desconocía cómo funcionaba ese mundo, entré contento como un cachorro”. Así publicó dos libros de relatos y dos novelas, todas extraídas de sus blogs. Su condición era poder subir gratis cada libro el mismo día que saliera a la venta. Pero pronto empezaron los problemas.

A medida que pasaban los libros, se sentía cada vez más pasado a llevar por las editoriales. “Hacían cambios en los textos sin preguntarme, mis libros nunca estaban en las librerías. Los tipos estaban atendiendo una fiambrería, no los conmovía ser editores”, dice Casciari. “Y si a eso le agregás que son muy ladrones en la liquidación, dije ‘ya está: esto no tiene sentido’. Chau, buenas noches”.

La revista ha generado un culto comunitario, que derivó en la inauguración de un bar en Buenos Aires, financiado a través de donaciones de sus mismos lectores y donde se realizan conciertos, lecturas y lanzamientos de libros.

Un viaje a Argentina terminó de cerrar todo. Fue a visitar por costumbre una de las tres librerías de Mercedes, su pueblo. Tenía vergüenza, porque de la editorial le habían dicho que su primer libro en todo el país sólo había vendido 900 ejemplares. El librero, al verlo, le comentó que en la suya había vendido cerca de 750 copias.

A partir de esa charla, Hernán Casciari supo que era hora de inventar algo nuevo.

 

La comunidad Orsai

Cuando saltó al vacío, lo primero que decidió fue que revista Orsai no iba a imprimir ningún ejemplar más de los necesarios para no tener pérdidas. Es decir, la primera regla era que estaba prohibido ganar dinero. “Queremos vivir tranquilos, sin distraernos del objetivo, que es divertirnos mucho, y pagarle a la gente que admiramos”, dice el autor, que trabaja desde su casa todo el día en pijama, y con un equipo compuesto por el Chiri, las esposas de cada uno y algunas correctoras amigas.

El primer año los lectores pagaban cada número trimestral por adelantado. El precio era 15 PDS o periódicos del sábado, el valor del diario en cada país multiplicado por 15, aunque algunos países generaran  pérdidas  -mientras en Chile valía $7.500, en Cuba era gratis-. Desde este año, eso sí, la revista se volvió bimensual y se fijó un precio  por la suscripción anual: US$156. Y las ventas no han bajado. Los mismos lectores se postulan para ser distribuidores y reparten las revistas en su zona. Luego, se suben gratis al blog, desde donde se producen más de 500 mil descargas. “Es impresionante la confianza de la gente”, dice Casciari. “Pagan por adelantado, sin saber los contenidos, haciendo transacciones entre ellos, confiando en la honestidad de los distribuidores. Mirá que es bien fácil cagarnos y nadie lo hizo. Porque son gente buena, no hay ninguno de corbata entremedio”.

Los siete números de la revista, sin ninguna publicidad, han vendido cada uno más de 6  mil copias, en 23 países, y uno de los destinos principales es Chile. Han tenido cuentos inéditos de Abelardo Castillo y Nick Hornby,  artículos de Leila Guerriero y  dibujos de Luis Alberto Spinetta. El criterio de selección es muy simple: sólo autores admirados por Casciari y el Chiri.

La revista ha generado un culto comunitario, que derivó en la inauguración de un bar Orsai en Buenos Aires, financiado a través de donaciones de sus mismos lectores -desde mano de obra hasta miles de dólares- y donde se realizan conciertos, lecturas y lanzamientos de libros. Están preparando la apertura de otros dos en Costa Rica y Uruguay. En octubre del año pasado, un cargamento de revistas quedó retenido en la aduana argentina. La reacción en Twitter fue tan enérgica que a las pocas horas tuvo que salir el jefe de gabinete del gobierno trasandino a asegurar que él mismo arreglaría el asunto.

En este momento está en marcha el proyecto de una Editorial Orsai, que publicará a autores que quieran dejar de ser parte de la industria. Los autores postulan y son los lectores quienes eligen qué libro se edita. El primero en dar el paso fue Horacio Altuna, uno de los dibujantes más importantes de Sudamérica. Las reglas son 50% de las ventas para el autor, frente al 10% de la industria tradicional, y el resto para pagar el proceso. El autor conserva todos los derechos y puede renunciar cuando quiera.

En medio de todos esas ideas, “generadas siempre a altas horas de la noche y en muy mal estado”, Casciari dice que la revista le genera pérdidas por su inexperiencia, pero que esperaba que así fuera y que las paga con lo que le da la obra de teatro de su primer libro. Para el próximo año pretende tener números azules, pero si no es así, dice que lo hará de todas maneras. Hace poco lo invitaron a dar una conferencia TEDx en Argentina, como una especie de visionario editorial. Él sabe que esto es algo grande, pero no se considera un ejemplo para los demás, ni espera que dure demasiado.

“Orsai es una forma de trabajo nueva, donde no entra la codicia. No somos emprendedores”, asegura. “Nosotros estamos perdiendo dinero, somos antiemprendedores. Estamos haciendo literatura”.

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