El primer ejercicio para entender esta historia: buscar en sus bibliotecas los libros de autores norteamericanos nacidos en los años 60 y ver quién tradujo esas novelas, esos cuentos. En muchos casos, el nombre que se repetirá será el de Javier Calvo, un barcelonés de 38 años que viene traduciendo desde hace 15.
El segundo ejercicio para entender esta historia es pensar en un hombre que lleva muchos años escribiendo libros suyos y de otros, alternadamente, mientras su nombre, poco a poco, empieza a convertirse en el de un autor imprescindible del panorama español actual. De hecho, en febrero de este año obtuvo el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral -el mismo que ganó Mario Vargas Llosa en los 60 y que lo situó en el panorama hispanoamericano- por su novela El jardín colgante, que acaba de llegar esta semana a nuestras librerías.
El tercer ejercicio es entender, rápido, que Javier Calvo no parece español. Que Javier Calvo, de hecho, no escribe como un español. Tampoco como un norteamericano ni como un inglés -a pesar de que sus lecturas son, principalmente, anglosajonas- sino como alguien que viene de un país donde lo que importa, de alguna forma, son los géneros, los espías, la ciencia ficción, el terror, Lovecraft y quizás, también, Dickens y los científicos y las novelas policiales y Barcelona, claro. Todo eso mezclado. Así. Rápido.
El cuarto y último ejercicio para entender esta historia, es imaginar a Javier Calvo, con veinte años, viajando a Londres, sin saber que ahí cambiaría su vida. Que aprendería inglés y que eso, que ese pequeño detalle, lo terminaría conduciendo hacia lugares que nunca imaginó.
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Fines de los noventa, comienzos de 2000, la figura española joven que resaltaba era la de Ray Loriga. Y el resto eran autores excepcionales -Enrique Vila-Matas, Javier Marías- y otros que escribían sobre la guerra civil, sobre la posguerra, mientras las editoriales sólo publicaban a norteamericanos que ya llevaban varios años escribiendo, como Philip Roth, Salinger, Carver y Pynchon. Nadie se había detenido en esos autores más jóvenes que venían apareciendo. Eso cambió con la llegada del editor Claudio López a Random House Mondadori, quien implantó la política de empezar a publicar escritores norteamericanos nacidos en los años 60. Y ahí, entonces, aparece la figura de Calvo. La de ese hombre que lee antes que todos. La de ese hombre que, detrás de las sombras, escribe -o reescribe- las novelas que llevamos leyendo hace ya tantos años.
Su nueva novela se ambienta durante la transición española. Es 1977 y en los televisores se puede ver el anuncio de que caerá un meteorito sobre la Tierra. Son años extraños, frágiles. España intenta rearmarse política y socialmente. Y Calvo se centra en la figura de dos agentes y un grupo de terroristas de extrema izquierda.
Antes de esto, Calvo había pasado una temporada en Londres. Porque eso hacían -y siguen haciendo- los jóvenes barceloneses cuando cumplen 20 años. Viajar, irse a la capital de Inglaterra, trabajar de meseros o lavando platos y vivir en aquel lugar.
-Es como un cliché -dice Calvo-. No sé por qué, pero es como un rito de iniciación hacer ese viaje.
Ahí, con 20 años, Calvo aprendió inglés más para sobrevivir que por pensar en leer a algún autor que le gustara en su idioma original. Pero volvió a Barcelona, y luego de estudiar Periodismo hizo un doctorado en Literatura Comparada y se dio cuenta de que eso -saber inglés- era lo único que tenía a su favor. Y lo usó. Y lo sigue usando hoy, porque su vida se sigue dividiendo entre esos dos ejercicios: el de escribir, el de traducir. Ejercicios, claro, que en algún momento se cruzan inevitablemente.
-En mis primeros libros es donde más se puede apreciar el vínculo con lo anglosajón, pero más bien fue el resultado de cierta voluntad de introducir, en España, una serie de manifestaciones literarias que a mi generación le interesaba por entonces: Don DeLillo, David Foster Wallace. Ahora, visto en perspectiva, aquello me parece un error, porque pienso que fue un intento de rebelión estéril. Aunque sí es cierto que mi condición de traductor y de haber vivido en Estados Unidos me permitió acceder a otro tipo de referentes, aunque ahora no tenga mucho que ver con ellos.
Fueron casi seis años -entre 2002 y 2008- los que vivió entre Nueva Jersey y Nueva York. Y, claro, ahí leyó esos libros que terminaría traduciendo. Entremedio se casó con la escritora y traductora Mara Faye Lethem, hermana de Jonathan. Y durante esos años, sobre todo, tradujo. Sí, tradujo muchos, demasiados y gordos libros de autores como Michael Chabon, Chuck Palahniuk, Dennis Johnson y Jonathan Lethem. Y también algunos poetas como Ezra Pound, Ted Hughes y W.H. Auden. Y al Premio Nobel J.M. Coetzee. Y, sí, por supuesto, primero que nada y después que todo, al mito de todo ese grupo de norteamericanos, conocido como la Next Generation: David Foster Wallace.
-El último libro que me ha ocupado mucho tiempo fue El rey pálido. Le dediqué más tiempo del que sería rentable, pero es una de las traducciones que más he disfrutado.
A esta altura, lleva más de 80 libros traducidos. Ya no recuerda, de hecho, cuál fue el primero.
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“Todo el que más o menos lee en serio en este país sabe quién es Calvo por sus legendarias traducciones de los no menos legendarios libros de David Foster Wallace”, escribió hace un tiempo José Luis Amores, crítico español y editor, quien el próximo año publicará The Broom of the System, la primera novela -aún inédita en español- de Foster Wallace. Pero también todos los que leen más o menos en serio saben que la figura de Calvo aparece en 2001, cuando publica el libro de relatos Risas enlatadas.
El escritor oculto
Luego, cuando vivió en Estados Unidos, escribió un par de libros más -Corona de flores (Mondadori) y Suomenlinna (Alpha Decay) se pueden encontrar en librerías chilenas-, en los que dejó en claro que su preferencia eran los géneros, no la tradición. De ahí vienen sus búsquedas en la novela policial o el terror y la ciencia ficción. La literatura de Calvo -muy cercana a la de Rodrigo Fresán, por ejemplo- ha avanzado por esos caminos donde la música, el cómic y el cine se mezclan absolutamente. Una suerte de escritor pop, pero siempre silencioso, haciéndole honor a su figura como traductor: ese hombre que escribe y traduce lo que otros imaginaron.
El jardín colgante, su premiado libro, es una novela de espías. Es, también, una novela sobre la transición española. Y es, como todo libro de Javier Calvo, un libro donde su biografía no tiene nada que ver con la trama. De hecho, él era un niño cuando ocurrió la transición española, pero no aborda el tema desde ese lugar, sino que inventa. Porque su escritura siempre ha sido eso: un proceso de imaginación extremo, un lugar donde la invención cubre todos los espacios.
-No he utilizado una cuestión de memoria personal porque no tengo y tampoco se puede decir que haya investigado demasiado. Y es que quería que la novela tuviera un ritmo mucho mas rápido e inmediato y, por lo tanto, la excesiva recreación histórica era un obstáculo. Lo que sí hice fue investigar más la parte secreta, que es el servicio de inteligencia español y su trabajo durante esos años, que no es muy conocido por el público en general, e investigar la lucha armada de izquierdas en Europa en los años 70.
En la novela es 1977 y en los televisores se puede ver el anuncio de que caerá un meteorito sobre la Tierra. Son años extraños, frágiles. España intenta rearmarse política y socialmente. Y Calvo se centra en la figura de dos agentes y un grupo de terroristas de extrema izquierda. Uno de los agentes se debe infiltrar en el grupo. Mientras, se espera el meteorito y suena The Cure y los Sex Pistols y Patti Smith.
Hasta ahora, la mayoría de las críticas en España han sido positivas.
Como traductor, Calvo tiene una regla que siempre trata de cumplir: “Intento evitar el contacto con los autores. Siento que es una señal de pereza, de no trabajar lo suficiente. Yo creo que el traductor debe tener todas las herramientas para no no acudir al autor”.
-Cuando terminé el libro fui consciente de que la transición democrática española era un periodo sensible, pero pasa que mi intención era escribir una novela que no tuviera una tesis política ni un análisis de la transición, porque pienso que ése no era mi papel. Ahora, el libro se ha recibido específicamente como una novela sobre esa época y para mí no es tan así, aunque también es cierto que la editorial la ha promocionado de esa forma. Para mí, la novela habla de los cambios políticos en general.
Dice que su gran pasión es ser traductor. Y luego aclara que también escribir novelas. Pero le acomoda esa idea del traductor. De ese hombre más silencioso, que se debe meter en la cabeza de otros autores para escribir libros de 600, 700, 900 páginas.
-Una de las cosas más molestas para los lectores latinoamericanos son los modismos españoles de las traducciones. ¿Qué podemos hacer con eso?
-Sí, es una cuestión incómoda también para el traductor porque es algo de lo que no quiero formar parte. La explicación para mí tiene que ver con el colonialismo editorial, que es una anomalía. Debiera existir un proceso de descentralización de la traducción porque el problema es la imposibilidad, en mi opinión, a nivel práctico, de hacer un proceso de traducción que no esté contaminado de los rasgos del español local. Ha habido intentos de neutralizar esos rasgos locales, pero me parece que han sido bastante fallidos porque me pregunto si realmente existe un español neutro. Pero estamos todos con las manos atadas hasta que no haya un cambio de paradigma editorial.
Dice que no sabe cuál es el libro más difícil que ha traducido. Tampoco sabe hablar de tiempos. Pero lo que sí sabe es que la ecuación dinero más tiempo generalmente entrega buenos resultados. En El rey pálido estuvo casi un año. Porque el tiempo que le dedica a la traducción es más largo que lo que se demora en escribir sus libros.
-Si trabajo dos años, cuatro meses son para mis libros y el resto para traducir.
Como traductor, Calvo tiene una regla que siempre trata de cumplir:
-Intento evitar el contacto con autores. Siento que es una señal de pereza, de no trabajar lo suficiente. Yo creo que el traductor debe tener todas las herramientas para no acudir al autor. Si me he visto en un caso extremo lo he hecho, pero lo he evitado a toda costa.
Por ahora, Javier Calvo recién empieza a planificar el último tomo de la Trilogía de la muerte, que empezó con Corona de flores y siguió con El jardín colgante. Hace un par de semanas terminó de traducir dos libros de Joan Didion -Blue Nights, la secuela de El año del pensamiento mágico, y una recopilación de sus ensayos, hasta ahora inéditos en español- y se prepara para traducir el último libro de Don DeLillo y House of Leaves, de Mark Z. Danielewski, una de las novelas más raras y celebradas de Estados Unidos y que se publicará el próximo año en una coedición de Pálido Fuego y Alpha Decay.
Justamente Pálido Fuego publicará la primera novela de Foster Wallace, The Broom of the System. Calvo no sabe aún quién la traducirá, pero dice que está dispuesto a hacerlo. Siempre ha estado ahí, dispuesto a volver a las sombras y leer esos libros en inglés para luego escribirlos en español.