-Un día, en diciembre del año pasado, me llegó una cédula judicial por correo; la leí y sólo entendí la palabra “Kodama”.
Quien dice esto es Pablo Katchadjian (35), escritor argentino, autor de un par de novelas muy celebradas por la crítica y protagonista del último malentendido que ha afectado a la literatura argentina.
Los otros protagonistas son un escritor muerto, una viuda, un cuento que fue reescrito -o engordado- y un abogado, Ricardo Straface, que además es escritor -y firma como Strafacce-, quien se hizo cargo de la defensa de Katchadjian en la demanda que le interpuso “Kodama”, María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, a fines del año pasado.
La palabra Kodama, el apellido de una de las viudas más temibles de la literatura latinoamericana, dejó desconcertado a Katchadjian, quien después de pensarlo un momento, decidió llamar a Strafacce.
-Con Ricardo nos conocíamos de cruzarnos en alguna lectura. Yo sabía que era abogado, e inmediatamente pensé en él: lo llamé y le conté que me había llegado una carta incomprensible de un juzgado -nos explica Katchadjian a través de un breve mensaje vía Facebook.
Lo que había en esa carta, le dijo Strafacce, era una querella penal; el comienzo de una historia que, a ratos, parece el argumento perfecto para un cuento de Borges.
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Pablo Katchadjian no quiere hablar. Ha evitado dar entrevistas, pero está tranquilo, cuenta Strafacce -54 años, especialista en Derecho Comercial- al teléfono desde Buenos Aires. Desde que supo hace unas semanas que el juez sobreseyó el caso, Katchadjian está tranquilo. Pero en Argentina se armó todo un revuelo por el juicio. La demanda era por la defraudación de los derechos de propiedad intelectual que, supuestamente, había infringido Katchadjian en su libro El Aleph engordado: una reescritura del famoso cuento de Borges -“El Aleph”-, al que agregó más de 5.000 palabras, casi el doble del original. Según Kodama, el escritor no había reconocido la autoría de Borges y había lucrado con esa publicación sin pedirle permiso a ella, heredera de los derechos.
Es sabido que la viuda de Borges -la secretaria que se convirtió en su esposa dos meses antes de su muerte, la mujer que se dedicó ocho años a encontrar las pruebas para demostrar que el poema “Instantes” no era de autoría del escritor argentino- es una francotiradora. Ha demandado a biógrafos, escritores y traductores, y no ha dudado en mostrar su molestia con la publicación de Borges (2006), el diario escrito por Bioy Casares.
-(Bioy) es un traidor, es un cobarde. Borges decía que Bioy era cobarde -dijo Kodama, en febrero pasado, en una entrevista publicada en el diario Perfil, de Argentina, donde también se refirió a los casos más polémicos que ha debido enfrentar. Entre esos, el juicio en contra del escritor español Agustín Fernández Mallo y su libro El hacedor (de Borges), Remake, publicado por Alfaguara, en el que pretendía homenajear el libro original del argentino, reescribiendo algunos fragmentos. Al final, el texto tuvo que ser retirado de las librerías el año pasado.
-Es distinto ese caso con el de Pablo -dice Strafacce- porque se trataba de una editorial grande. Lo de Pablo era una edición de autor y además tiene legitimidad artística.
Katchadjian publicó el libro en 2009, en su editorial Imprenta Argentina de Poesía (IAP). Imprimió 200 ejemplares, los vendió a 15 pesos argentinos, lo regaló a sus amigos y cuando se agotaron, pensó que con eso se acababa una historia que empezó cuando escribió en su libreta: “Engordar textos -p. ej. El Aleph”. Eso. Todo partió como un experimento, como uno de esos juegos que le gustaban a Borges y que, incluso, usó en sus cuentos, como el notable “Pierre Menard, autor del Quijote”, donde plantea la idea de un hombre que reescribe la novela de Cervantes en el siglo XX. Un juego de intertextualidad, una broma que no terminó en demanda.
En El Aleph engordado, Katchadjian mantiene el cuento original intacto, pero le agrega adjetivos, verbos, frases que mantienen la lógica del relato escrito por Borges.
Así empieza el original:
“La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios”.
Y así empieza la versión engordada:
“La candente y húmeda mañana de febrero en que Beatriz Viterbo finalmente murió, después de una imperiosa y extensa agonía que no se rebajó ni un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo ni tampoco al abandono y la indiferencia, noté que las horribles carteleras de fierro y plástico de Plaza Constitución, junto a la boca del subterráneo, habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios mentolados”.
Al parecer un argentino becado en Francia le comentó a Kodama sobre El Aleph engordado, el año pasado. Entonces, ella reaccionó. Así, sin dialogar con Katchadjian ni con nadie, entabló la demanda, y ese día de diciembre de 2011, el joven autor de las novelas Qué hacer y Gracias llamó a Strafacce y se enteró de que con la querella podía terminar en la cárcel: de un mes a seis años.
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Esta historia podría ser un cuento de Borges, no sólo porque está en juego la intertextualidad, sino también porque casi todos sus protagonistas son escritores. Porque Ricardo Strafacce puede ser un nombre que no les parezca familiar, pero en 2008 se convirtió en el autor de uno de los mejores libros de ese año: Osvaldo Lamborghini, una biografía, un libro de más de 800 páginas, un relato monumental sobre la vida de un autor adorado por escritores como Bolaño, César Aira y Fogwill. Un maldito. Una historia que Strafacce demoró 10 años en construir.
Es sabido que María Kodama -la secretaria que se convirtió en la esposa de Borges dos meses antes de su muerte, la mujer que se dedicó ocho años a encontrar las pruebas para demostrar que el poema “Instantes” no era de autoría del escritor argentino- es una francotiradora. Ha demandado a biógrafos, escritores y traductores.
En 1998, fue a entrevistar a Fogwill. Ahí empieza a darse cuenta de que Fogwill tiene muchos recuerdos, muchas cartas. Y luego entrevista a César Aira y a Héctor Libertella y encuentra lo mismo: recuerdos, cartas, material interminable. Entonces, decide sumergirse en esa vida llena de mitos. Pero, entremedio, también fue armando sus propias ficciones. Ha publicado varias novelas, casi todas por la editorial argentina Mansalva, y este 2012 prepara su debut en Chile. Publicará El parnaso argentino, la próxima semana, con la editorial La Calabaza del Diablo.
La escritura de Strafacce es rápida, delirante. Cercana, como él dice, a la de César Aira. En El parnaso argentino un presidente de Argentina es secuestrado mientras está en un prostíbulo llamado “El parnaso argentino”, creado por su mismo gobierno. En medio de todo ese delirio, encontramos los ecos del peronismo y de los años 90.
Un delirio heredado, también, de Osvaldo Lamborghini. O del mismo Fogwill, quien también escribió su propia versión de “El Aleph”: “Help a él”, uno de sus mejores cuentos.
-¿Qué hubiese pensado Fogwill de la demanda de Kodama?
-Se hubiera cagado de la risa -dice Strafacce, y se ríe.
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El que no se rió, al principio, fue Katchadjian.
-Lo primero que le dije cuando me llamó, fue que no se preocupara porque no existía delito, por una cuestión técnica que es falta de dolo -dice Strafacce.
Que hubiera falta de dolo significa que Katchadjian no buscaba beneficiarse económicamente y que no se atribuía la autoría de “El Aleph”, porque, justamente, al final del libro escribe en un postfacio: “El texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío”.
Había falta de dolo, pero Strafacce tuvo que explicarle detalladamente al juez, a principios de abril, los procedimientos narrativos que hay en el libro de Katchadjian. Antes de la audiencia, Strafacce le pidió a Katchadjian que redactara un pequeño ensayo explicando las estrategias narrativas usadas en su libro: fueron siete páginas en las que el escritor habló del readymade, de la intertextualidad, de Duchamp. Así, Strafacce escuchó al abogado de Kodama y esperó que le dieran la palabra. Entonces, como si fuera un profesor de Literatura, empezó a dar los argumentos legales, junto con la justificación de Katchadjian.
- Yo creo que fue importante esta explicación para que los jueces aceptaran el argumento jurídico de que no había intención de engañar, y que este procedimiento tenía una gran tradición, de la cual Borges era un entusiasta cultor.
Además, si es que el juicio se alargaba y era necesario llevar testigos, Strafacce había asegurado la participación de los escritores Beatriz Sarlo y César Aira, quienes declararían a favor de Katchadjian. Finalmente, hace dos meses, el juez dictaminó el sobreseimiento de Katchadjian.
-Mi hipótesis es que Kodama hace estas cosas para que alguien le lleve el apunte, porque nadie le da bolilla -explica Strafacce-. Creo que hay mucho resentimiento porque ella dice que es escritora, pero nunca publicó un libro.
Hace dos semanas, la Cámara Federal confirmó el sobreseimiento, aunque Kodama todavía puede apelar a la Cámara de Casación y a la Corte Suprema. De hecho, hace unas semanas la viuda anunció que escribirá sus memorias, contando su vida con Borges y aclarando todos los malentendidos. Al parecer, incluyendo éste.
-Le queda la próxima semana, pero no creo que apele. Y mira, si hace eso, jurídicamente es un disparate, porque no tiene ninguna opción de prosperar. Sería absurdo. Sería un papelón -dice Strafacce, aunque con Kodama nunca se sabe. Ésa es la única certeza de toda esta historia.