Hace un par de semanas, mientras daba una entrevista para el periódico canadiense The Globe and Mail para promover su nueva serie de HBO, el guionista Aaron Sorkin interrumpió a su entrevistadora durante la primera pregunta. La reportera había dicho apenas: “Vi el primer episodio de la serie dos veces…”, y Sorkin no pudo contener su curiosidad de saber si la segunda vez había sido porque le había gustado tanto la primera o porque no la había entendido. Ésa fue, según la reportera, la primera de una serie de respuestas inconfundiblemente misóginas del exitoso creador de series como The West Wing y guionista de películas como Cuestión de honor o Red social. La secuencia incluyó, entre otras perlas, llamarla “internet girl”, sugerir que ella no leía el diario ni veía películas, y declarar que le irritaba que las mujeres no supieran “chocar esos cinco” como los hombres. Y después de semejante despliegue, Sorkin se despidió con una sonrisa pidiéndole que escribiera “algo bonito” sobre él.
¿Que por qué le creo a la reportera? No por lealtad periodística sino por algo mucho más obvio: todo lo que describe Sarah Nicole Prickett en su artículo “How to get under Aaron Sorkin’s skin (and also, how to high-five properly)” es patéticamente similar al primer episodio de The Newsroom -que en Chile se estrena el próximo 5 de agosto-. Al inicio del primer capítulo, el presentador de noticias por cable Will McAvoy (Jeff Daniels) se encuentra participando en un panel sobre política y debate público en una universidad estadounidense. Aferrado a la vieja idea de que como periodista debe ser lo más neutro posible, McAvoy prefiere contestar con sarcasmo (“Soy hincha de los New York Jets”) a las insistentes preguntas sobre su color político.
Pero entonces una estudiante de la universidad toca el tema desde una perspectiva un poco más inocente: le pregunta al panel por las razones que harían a Estados Unidos el mejor país del mundo. Los otros dos panelistas -una liberal y un conservador- responden sin titubear con un par de clichés (libertad, oportunidades, etc.), pero hasta en esto McAvoy parece valorar su neutralidad y se resiste a decir cosa alguna sobre lo que se cocina dentro de su brillante cabeza. Mas el moderador insiste, y eso, sumado al remedio que McAvoy toma para el vértigo y al que crea ver entre el público a su ex productora y ex novia MacKenzie McHale (Emily Mortimer) alentándolo a pronunciarse, lo hacen lanzarse en una perorata en que, aparte de ofender gratuitamente a la estudiante que hizo la pregunta (en vez de “internet girl” la llama despectivamente “sorority girl”, es decir, chica de fraternidad), contesta con pasión y rabia que su partido político es uno solo: ser estadounidense. No lo dice con esas palabras, claro, sino argumentando que Estados Unidos fue, hace tiempo, allá a lo lejos, antes de internet y de la televisión por cable (que le paga más millones de dólares al año de los que necesita, como aprendemos después) y de que las mujeres pudieran hacer preguntas como ésa, un país maravilloso. Ser estadounidense, parece querer decirnos McAvoy, es o solía ser una cosa de hombres. Ser periodista -podemos leer entre líneas- también.
En la infame entrevista, Sorkin dijo prácticamente lo mismo: que Estados Unidos fue un gran país “en los años cuarenta (…) o no mucho después. Antes de Vietnam, antes de Watergate”.
A pesar de que “The Newsroom” esté formalmente ambientada en 2010, su mundo se parece más al de una película de los años 40, donde las secretarias eran tontas y las decisiones que importaban las tomaban hombres blancos que pueden gritarles a las mujeres a causa de su supuesta ineptitud.
Lo curioso es que ese mundo supuestamente dorado del viejo Estados Unidos que añoran tanto Sorkin como su personaje -McAvoy dice, con voz de ensueño: “Fabricábamos cosas grandes y buenas… Explorábamos el universo…”, pocos segundos después de acusar a la estudiante de la pregunta de pertenecer a la peor generación de la historia- es precisamente el que ambos habitan: Sorkin cree que puede tratar mal a una reportera que evidentemente sabe hacer su trabajo y salirse con la suya; y a pesar de que The Newsroom esté formalmente ambientada en 2010, el mundo de McAvoy se parece más al de una película de los años 40, donde las secretarias eran tontas y sólo eran promovidas por accidente o extrema necesidad (como sucede dos veces en el primer episodio), los chistes venían de que alguien se tropiece con algo (ídem), y las decisiones que importaban las tomaban hombres blancos que pueden gritarles a las mujeres a causa de su supuesta ineptitud (cosa que en el primer episodio hacen todos los hombres que tienen algún poder en el ficticio canal ACN), sin temor alguno a sufrir represalias del Departamento de Recursos Humanos. Es decir, un mundo donde el hombre blanco es rey.
Porque los ejemplos no terminan con McAvoy. Su productor estrella (que lo abandona para irse con un nuevo show tras la debacle causada por su pataleta) pasa buena parte del episodio haciéndole ver a su novia (la pasante convertida en asistente por error: ¡gracioso!) que es inepta y dándole excusas para no cenar con sus padres, mientras una subtrama cómica gira en torno a que nadie se sabe su nombre. Y en uno de los pasajes más gruesos del guión, el jefe del canal intenta convencer a McAvoy de que sus problemas son oportunidades, al contarle una historia que transcurre durante la guerra de Vietnam (¡cosas de hombres!) y donde una bailarina exótica termina en sus brazos luego de tropezarse en el escenario.
El mundo femenino de The Newsroom podría tener su esperanza en MacKenzie McHale, quien ha regresado a Nueva York para ser productora después de años como corresponsal de guerra en el Medio Oriente. Pero aparte de ser una de las que se tropiezan con todo, ¡ni siquiera sabe enviar e-mails! En el segundo episodio la vemos comentar con una potencial nueva reportera acerca de la importancia de tener buenas piernas para trabajar en televisión. Todo parece indicar que a la larga su rol será, con suerte, amar e inspirar al héroe de la serie, McAvoy.
Y es por eso que The Newsroom no funciona: porque es una serie sobre noticias añeja en lo moral (a pesar de que en todas partes se cuecen habas, este trato a las mujeres difícilmente pasaría inadvertido para cualquier departamento de recursos humanos neoyorquino), en el sentido del humor (que aparte de las caídas físicas tiene el mismo mal timing cómico que Sports Night, la serie noventera de Sorkin, con la diferencia que ahí las risas grabadas nos avisaban cuándo reírnos), y en las nociones periodísticas (en 2010 ya no era tan terrible que un anchor diera a conocer su color político). Algo parecido a lo que sucede con la idea de mostrarnos cómo habría manejado este ficticio equipo noticias ocurridas hace dos años, es decir, cosas que ya no nos interesan.
Todos sabemos que el periódico de anteayer sólo sirve para envolver pescado o -ya que estamos hablando de Nueva York- para taparse en el metro. Sorkin quiere vendernos misoginia y nostalgia del ayer como noticias de hoy y cobrarnos por el papel. Será que ninguna chica le contó bien de qué iba esa cosa llamada internet.