Por Alberto Fuguet* Julio 18, 2012

Quizás ya han visto Girls.

Quizás les pasaron el dato y ya bajaron sus capítulos.
Quizás incluso siguen a la excéntrica y casi-loca y creativa y exhibicionista protagonista y escritora y directora Lena Dunham por Instagram.

Quizás ya han tenido debates alterados en torno a Girls.

Ok, quizás no, quizás están esperando ansiosos el debut en la señal de HBO local, el próximo lunes 23 (¿por qué estas cadenas insisten en debutar meses después de los estrenos originales?). Da lo mismo; Girls es otro triunfo de HBO.

Un triunfazo.

Qué importa que Kathryn Bigelow haya ganado un Oscar el 2008 por The Hurt Locker, transformándose en la primera directora en acceder a la estatuilla. En una industria donde, de por sí, hay pocas mujeres que dirigen, Lena Dunham se ha vuelto una autora indispensable e insoslayable. En pocos años ya posee obra, un mundo personal y, lo que es más curioso, ha logrado que su nicho sea popular. Esto no es una fantasía hecha por hombres, ya sea hetero u homosexuales. Esto es, quizás, la verdadera voz, la verdadera mirada, el verdadero despacho desde el frente.

Lena Dunham es -quizás- la primera cineasta/autora/voz de su generación de la cultura pop pues, a diferencia de aspirantes a ese puesto como Sofia Coppola o Miranda July, la Dunham ha logrado ser, en efecto, la voz de su generación en un medio masivo y con un público global. Ella lo sabe y tiene claro de donde viene: Joan Didion, Nora Ephron, Tina Fey, Kristen Wiig. Pero la diferencia es que ella es capaz de hacer todos los roles: actuar, escribir, producir, dirigir.

Y todo lo hace bien.

Muy, pero muy bien.

***

Girls, quizás ya lo saben, es acerca de cuatro chicas, veinteañeras, muy amigas, arrinconadas en Nueva York (en rigor, en el epicentro hipster de Brooklyn), que sobreviven apenas y poseen trabajos indignos, que están buscando su lugar bajo el sol y, lo que ha provocado debates duros, ha molestado a algunas feministas mayores y sobregirado a otras menores, es que, a pesar de que estas cuatro chicas estudiaron en universidades elegantes, ahora están casi muertas-de-hambre, exigen que sus padres las ayuden, y andan buscando príncipes azules (o tipos con chalecos y pantalones de pitillo) con los cuales están dispuestas a tener el peor de los lazos (“no quiero un novio; sólo quiero que no tengas sexo con otras y ni siquiera tienes que conocer a mis amigas o salir a almorzar”). Más allá de ser chicas 2.0, de contar con toda la tecnología disponible, están solas y a la deriva y, al final, sólo se tienen a ellas.

Woody Allen llevó en los 70 y 80 su “privacidad” y “narcisismo” hasta ámbitos nunca vistos; pero hay cosas que Allen nunca hubiera hecho y ése es el tema del cuerpo, de la sexualidad, de los desnudos de Lena Dunham.

Girls es más que una estupenda y sorprendentemente actual mirada sin fantasía. La serie es muy creativa. Es impresionantemente al día, in-your-face y, como dicen algunas fans recalcitrantes: “muy FUBU”, es decir, For us, Buy us. Es decir, una serie hecha por nosotras para nosotras. En efecto, las pulsaciones y capacidad de captar lo que está en el aire y en esos departamentos chicos es extraordinariamente adictivo para un amplio público femenino de todas partes del mundo que sienten que la serie está literalmente robada de sus diarios de vida o blogs o de su timeline de Twitter.

Lo que ayuda a esta sensación de realidad es que la ficción de Lena está muy cerca de su vida, lo que hace de Girls una suerte de no-ficción dramatizada sin caer ni en la falsedad de, por ejemplo, Soltera otra vez o, peor aún, en realities como Mundos Opuestos. Como todo buen arte urgente, el resto de la gente (mujeres arriba de 30, hombres) no se siente alienada o ajena o asqueada. Muy por el contrario. Para el público masculino joven que siente arcadas con las comedias románticas, aquí no hay amenaza alguna. Al revés: no sólo está llena de hombres que se parecen mucho a sus amigos sino que la serie posee el morbo de poder ingresar al mítico baño de mujeres y saber -por fin- de qué hablan, qué quieren, qué dicen.

 

Chicas al desnudo

“Creo que, cuando se hace bien, la comedia romántica es uno de mis géneros favoritos”, le confesó Lena Dunham a NPR, la radio pública norteamericana. “Es un género extremadamente humano. Amé Guerra de novias y me encantó que el afiche fuera rosado pero lo cierto es que la mayoría de las comedias románticas o esas novelas chick lit no me entretienen, ni siquiera de forma culposa. No me veo o reflejo, quizás porque ninguna de mis acciones tiene que ver con la búsqueda de un marido o con soñar con una familia algún día o con fantasear con diamantes o una casa inmensa, pero lo cierto es que el típico personaje femenino que aparece en la cultura popular poco tiene que ver conmigo”.

Kate Hudson probablemente ni ha visto una escena de Girls. Vomitaría. Lo más impactante es que, a diferencia de las comedias románticas con Kate Hudson, aquí se ven las escenas de amor. Digo, las escenas de sexo sin amor. Y lo que muestra Girls es más sexo, más desnudos y más cuerpos de los que tienden aparecer en el cine y la televisión. Lo que impresiona es el tipo de sexo (todos en la serie han sido criados viendo porno en la red y creen que eso es el sexo de verdad) y el tipo de cuerpo. La Dunham que se filma sí misma con un grado de placer y de desprecio que no posee parangón. Tanto así, que si esta serie la hubiera filmado un hombre, los epítetos irían de misógino a sádico a francamente cruel.

Pero no, todo Girls es obra de una chica (apoyada en el omnipresente Judd Apatow, que quizás ayuda en dejar a los personajes masculinos como torpes, ineptos, infantiles y perdidos) que tiene claro o quizás no tiene tan claro lo que quiere, pero lo cuenta y lo filma igual. Para el resto del público, hombres y mujeres mayores de 30, digamos, Girls produce una suerte de morbo y tiene la efectividad de una cámara secreta para acceder al mundo y deseos y fracasos en que viven nuestras hijas, nietas, hermanas, sobrinas, alumnas y colegas.

Girls no intenta ser feminista, sólo toca, para la risa o porque esas cosas suceden, temas que otros directores (o directoras) transformarían en un tema: abortos, enfermedades venéreas, experimentación y ambigüedad sexual, sexo kinky, acoso, explotación laboral. Todo sucede en Girls, pero no es tema. El tema son ellas. O quizás es Lena Dunham, la protagonista/autora de 25 años (sí, 25 años) con forma de pera, la gordita y sueltecita y poco agraciada protagonista que le gusta desnudarse (en todos los sentidos de la palabra) y que interpreta a una escritora en ciernes que busca justamente un tema o temas y que, a diferecia de su creadora, no capta que el único tema, el tema más universal, el tema que realmente le interesa al mundo, es ella. Lena Dunham se desnuda no tanto para transgredir (lo que choca a los que sueñan con cuerpos perfectos y empodera a los que no los tienen) sino porque, mal que mal, es lo que hace toda su generación.

Lena llegó a Girls y HBO luego de dos películas: una sin presupuesto llamada Creative Nonfiction, y la más elegante y estilizada Tiny Furniture, donde Lena ya captó que no era tan necesario inventar tanto sino que su vida, y ella misma, era al final el mundo que más conocía. Girls es una suma de la madurez y autobiografía de Tiny Furniture (donde su madre, Laurie Simmons, una célebre artista plástica, hace de su madre, y el loft de Tribeca donde ella aún vive fue el set principal) y la complicidad femenina de un college lleno de aspirantes a escritores, cineastas y pintores. Lena -tal como sucede con, digamos, Woody Allen, el artista más cercano a lo que ella está haciendo (un escritor que actúa y dirige y no se aleja mucho de su ámbito),- es siempre Lena. Woody Allen llevó en los 70 y 80 su “privacidad” y “narcisismo” hasta ámbitos nunca vistos; pero hay cosas que Allen nunca hubiera hecho y ése es el tema del cuerpo, de la sexualidad, de los desnudos. Ver la panza de Lena y luego ver cómo se viste como si fuera una modelo, con ropa apretada y se lanza a la vida, está entre lo más raro, fuerte y cautivante que ha mostrado la tele.

Claramente Paz Bascuñán y Soltera otra vez pertenecen a otro planeta.

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