Faltan unos veinte minutos para las once de la mañana y todo el mundo se mueve rápido en el hotel New Yorker. Es el primer día completo del LAMC, la conferencia de música latina alternativa que se celebra desde hace 13 años (primero en Los Ángeles, luego en Nueva York), y el salón destinado a las entrevistas se asemeja a una foto perfectamente compuesta donde todos salen movidos menos la figura central, la que une a todo lo demás. La rapera chilena Ana Tijoux -labios pintados de rojo, flor roja en el pelo, blusa roja con grandes flores- responde preguntas con mirada fija en medio de una alfombra decorada -sí- con flores rojas.
Es la única artista de la conferencia trabajando a esta hora. Los demás están durmiendo, desayunando o despeinándose frente al espejo, pero Ana Tijoux es el centro de su pequeño huracán. Como si no tuviera tiempo que perder, agota los minutos de cada entrevista con la misma rapidez con que rapea sobre el escenario. Saluda, dispara y despacha a equipos de reporteros sin dejar de sonreír.
Cuando llega el tiempo de Qué Pasa, su mánager -Timo Bissig, un chileno de Valparaíso radicado en Estados Unidos que viste una camiseta negra de La Floripondio- y yo le hacemos notar que, además de los chilenos que parecen dominar esta versión de la conferencia (Gepe, Javiera Mena, Alex Anwandter, Adrianigual, Latin Bitman y DJ Raff), la sala de prensa tiene una sobrerrepresentación del país que los tres compartimos.
-¡La invasión! -dice Tijoux con una ironía cariñosa en el tono que probablemente sólo entendemos los chilenos- ¡Los odio, los odio!
Y luego, equilibrando ese desenfado con un profesionalismo implacable, convierte sus ojos en una línea de concentración para enfrentar la próxima ronda de preguntas.
En pocas horas, después de varias entrevistas más, se subirá a un auto para viajar hacia Washington DC y tocar en un concierto para el que se habrán agotado los boletos en el Black Cat (uno de los principales clubes de música de la capital federal), para al día siguiente hacer el camino de vuelta a Nueva York y tocar en el festival de Prospect Park (una de las series de conciertos más importantes del verano neoyorquino), donde antecederá en el escenario a Calle 13, en un evento que será transmitido en directo por la señal matriz de la radio pública de Estados Unidos, NPR, y del cual centenares de neoyorquinos se quedarán afuera una vez que se haya copado el aforo de 7.000 personas de la concha acústica de Brooklyn. Será uno de los conciertos más importantes en la carrera de Ana Tijoux (35), que vive un fenómeno casi inédito para artistas sudamericanos alternativos: despertar interés del mundo angloparlante y recibir elogios de publicaciones como el Washington Post, el New York Times o la página de MTV Iggy (que el año pasado la puso primera en un ranking de nuevas raperas femeninas), sin que se la confine al tan vago como limitante casillero de “artista latina”.
¿Cómo se lo explica Ana Tijoux?
-Mi cuerpo -dice la cantante, endureciendo su mirada y sus pómulos.
-¿Tu cuerpo?
-Mi cuerpo es fantástico -repite Ana Tijoux, todavía sosteniendo la mirada unos segundos antes de estallar en una carcajada-. Mi cuerpo es una obra de arte, tallada en marfil -dice, hasta que la risa no la deja continuar.
Pero cuando la risa se apaga, cuando tiene que responder la pregunta en serio, el flujo de palabras que sobre el escenario parece nunca detenerse, se tropieza. Y, finalmente, después de volver a fijar la vista, dice:
-Si yo fuera rubia y fuera flaca y alta, quizás no estaría ahora en esta mesa hablándote. Finalmente, tengo una cara norteña. Eso causa un efecto inmediato que en Chile no causa. Yo creo que es un efecto de curiosidad. Como, ¿dónde la encajamos a esta mina? Yo siento un poco eso: nacida en Francia pero vive en Chile, hablando de cualquier cosa menos de música: de política, de jazz… Como que les causa curiosidad.
-Ella tiene todo para conseguir lo que sea que se proponga -dice Tomás Cookman, propietario de Nacional Records (sello que ha editado los dos últimos discos de Ana Tijoux en Estados Unidos) y responsable de, por ejemplo, haber vendido “1977” a la serie “Breaking Bad”.
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Es viernes por la tarde y, si eres sudamericano, pareciera que todo Brooklyn -tus amigos, los músicos del Cono Sur que viven en la ciudad- hubiera desafiado la humedad y la posibilidad de tormenta para asomarse a Prospect Park. El que toque Calle 13 gratis en medio del verano es una suerte de cita obligatoria para varios submundos latinos, pero esta tarde muchos han venido también a ver a la cantante chilena.
Sobre el escenario, Tijoux también es un pequeño huracán en medio de las luces, los beats y el aire pegajoso. En medio de la multitud parece increíble que esa voz que dispara por los parlantes venga de ese pequeño cuerpo del que la artista se ha burlado el día anterior llamándolo “cacharrito de Pomaire”. Pero ahí está Tijoux con su flor roja en el pelo y una camisa abierta que deja ver una polera amarilla de apoyo a los estudiantes chilenos (ESTUDIANTES REVOLUCIÓN DE AMÉRICA!), exponiendo a gente que no entiende español ni menos la variante chilena del idioma a versos como “pacos, guanacos y lumas”.
-¿Cómo estamos, chiquillos? -pregunta entre canciones, como si estuviera en su casa-. I speak very bad english, but we got the spanglish!
Tijoux cierra su presentación de 10 canciones con “1977”, la canción que le abrió las puertas de Estados Unidos. Y en ese rato ha dejado en claro por qué está ahí: porque cuando canta y rapea, la gente vuelve la cabeza. Muchos de los que han venido a ver a Calle 13, al final de su actuación preguntan de qué país venía esa cantante.
-Ella es la mejor de Latinoamérica -dice después de su presentación Raka Rich, miembro del ascendente grupo de rap californiano-panameño Los Rakas-. Pega más duro que ninguna otra. Tiene muy buen flow, mucha melodía, te entra por aquí -dice con respeto profesional, llevándose una mano hacia el oído. Unos días después, un crítico del New York Times comparará su estilo vocal con el de Erykah Badu, elogiando el timbre “ácido, jazzeado” de su canto y su capacidad de cambiar la velocidad de su rapeo.
-Ella tiene todo para conseguir lo que sea que se proponga-me ha dicho unos días antes Tomás Cookman, el cerebro de la LAMC, propietario de Nacional Records (sello que ha editado los dos últimos discos de Ana Tijoux en Estados Unidos) y responsable de, por ejemplo, haber vendido “1977” a la serie Breaking Bad-. Ella es uno de los artistas que, a nivel global, están llevando al hip hop al siguiente nivel. Ana va a llegar tan lejos como quiera llegar.
Ana Tijoux: Un pequeño huracán
Durante su gira por Estados Unidos, Ana ha ido un poco más lejos. Ha lanzado un video que inserta su canción “Shock” en el conflicto de los indocumentados en Estados Unidos, producido en conjunto con organizaciones proinmigrantes. En él Tijoux interpreta una versión acústica de la canción en el desierto de Arizona -la verdadera frontera de la guerra entre los indocumentados y personajes como el sheriff del condado de Maricopa, Joe Arpaio, que han construido plataformas políticas y carreras en torno a hacerles la vida imposible a los inmigrantes-, mientras cae la noche y cuatro jóvenes hispanos sostienen una sábana sobre la que se proyectan imágenes de protestas y represión policial.
La misma canción que antes dedicó al movimiento estudiantil chileno es ahora, con un cambio de escenario, posible himno para un conflicto distinto y que se libra a miles de kilómetros. Para Tijoux, Arizona y Chile están mucho más cerca de lo que parece.
-Es que, de hecho, en Arizona tienen estudiantes que se llaman “dreamers” -dice en el hotel, refiriéndose a los indocumentados que inmigraron cuando eran niños y podrían ser deportados a pesar de haberse incorporado al sistema educativo- que son estudiantes que están superinteresados en lo que pasa en Chile. ¡Si están superconectados! Por ejemplo, al no tener papeles, a los estudiantes de Arizona les cuesta tres veces más la carrera. O sea, hay un montón de muros, murallas, frenos que se le están aplicando a los estudiantes inmigrantes en Arizona, lo que no es muy distinto de un cabro de población que viene de La Legua, que viene de un colegio con un número, al que le dicen que la educación es para todos.
Curiosamente, Tijoux, que dejó inconclusos sus estudios universitarios, podría volver a ser estudiante en el futuro cercano. Dice que la idea le ronda hace mucho tiempo, en parte por las conversaciones que tiene con sus padres -ambos académicos- y por haber asistido recientemente a clases universitarias en Valparaíso junto a su pareja.
-Como que nunca había tenido tanta curiosidad en la necesidad del saber; la necesidad de tener más información, de leer más, de conocer más -declara, indicando que podría hacerlo como oyente, sin necesidad de conseguir un diploma-. Y finalmente creo que eso no es tan distinto de la música. Creo que me daría aún más material para escribir.
Sobre el escenario, Tijoux es un pequeño huracán. En medio de la multitud parece increíble que esa voz que dispara por los parlantes venga de ese pequeño cuerpo del que la artista se ha burlado el día anterior llamándolo “cacharrito de Pomaire”.
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-Hay mucha gente, hermano -dice Tijoux estirando la vista en la mitad de su concierto de Brooklyn hacia el público que se extiende desde la sección con asientos a las lomas del parque más atrás-. Para nosotros es un honor venir de tan lejos, hermano.
Es el principio de la introducción para “Shock”, un discurso en el que no se preocupa de echar mano a su inglés (que, según lo visto en entrevistas radiales, es mucho mejor de lo que ella parece creer) para trazar en poco más de un minuto una línea que une a los “artistas invisibles” con la dictadura de Pinochet, el conflicto educacional chileno, movimientos similares en Colombia y México, y el conflicto de Arizona.
-El mundo es un ghetto -concluye, como si esas cinco palabras abrocharan todas esas situaciones.
Sin tomar un respiro, Tijoux comienza a improvisar versos (“Queremos educación libre y de calidaaaaad / No queremos más tu autoridaaaaad”) sobre las cuerdas y tambores marciales que sirven de base a “Shock”. Y entonces todo lo que en ese discurso algo confuso parecían elementos dispersos, comienzan a juntarse mientras la voz de Tijoux avanza por su canción con una convicción irresistible, como si se comiera las palabras en vez de dispararlas. Y para cuando la canción termina, efectivamente Arizona, Santiago y Nueva York parecen estar un poco más cerca que antes.