La vorágine. Los ascensores del hotel Hilton de Chicago vomitan una interminable seguidilla de adolescentes con cintillos en la cabeza y anteojos Ray-Ban de marcos de colores, universitarios gringos con sudaderas con pinta de spring break en Cancún y uno que otro huésped con cara de en qué lugar me metí. “Mal día elegí para trabajar”, dice una botones. Basta dar un paso afuera de las puertas giratorias para escuchar los potentes bajos del escenario de electrónica de Lollapalooza Chicago, que está literalmente cruzando la calle. Y, en medio de todo esto, seis chilenos y sus técnicos aguardan con dos carros llenos de maletas y de instrumentos musicales.
Es el pasado viernes y, luego de casi un día de viaje, Los Jaivas hacen el check-in. Esperan con paciencia de escolares en primer día de clases, sin quejarse, todavía aterrizando en el corazón de una ciudad que vive el fin de semana más intenso de su verano.
-Va a hacer harto calor mañana, así que prepárense -les dicen en el lobby.
-Chuu... Y nosotros venimos con nuestros uniformes blancos -responde Mario Mutis, bajista de la banda.
Al día siguiente, Los Jaivas están agendados para tocar a las 12:45 en el escenario Bud Light, el mismo que usarán Passion Pit, Black Sabbath, Franz Ferdinand, Florence + The Machine y Justice, entre otros. “Tuvimos la suerte de que Perry Farrell estuvo en nuestro escenario en Chile. Nos vio y se emocionó”, recuerda Mutis. Ese mismo día, el fundador del festival decidió que ellos serían los embajadores nacionales en Chicago. La banda, que cumple cincuenta años en agosto de 2013, que ya ha tocado en el Carnegie Hall, en el Olympia de París y hasta en la Antártica, ahora se enfrentaría a un festival donde se esperaban 270 mil personas, y donde el público promedio no pasa los 23 años y nunca en su vida ha visto una trutruca.
Alturas de Lollapalooza
Menos de doce horas después de su llegada, a las 7:30 de la mañana del sábado, suena el despertador de Juanita Parra, la baterista del grupo. En sus respectivas habitaciones, los músicos se levantan, se reúnen en el lobby y cruzan la calle para desayunar en el recinto del festival. Luego de eso, parten rumbo al escenario y hacen lo que en general no hacen: una prueba de sonido.
“Casi siempre los técnicos hacen las pruebas, porque ya está todo arreglado. Pero esta vez teníamos varios instrumentos distintos, que no son los nuestros. Por eso llegamos supertemprano”, dice Juanita. Además de la batería de Juanita, el bajo de Mutis, el teclado de Claudio Parra y la guitarra de Ankatu Alquinta, Carlos Cabezas y Francisco Bosco se pasearían por charangos, flautas altiplánicas y trutrucas. Instrumentos especiales para canciones especiales, porque la lista de temas en esta ocasión fue seleccionada pensando en este público desconocido. La apuesta que hacen es arriesgada: partirían con “Tarka y ocarina”, una canción instrumental de doce minutos.
La banda, que cumple cincuenta años en agosto de 2013, que ya ha tocado en el Carnegie Hall, en el Olympia de París y hasta en la Antártica, ahora se enfrentaría a un festival donde se esperaban 270 mil personas, y donde el público promedio no pasa los 23 años y nunca en su vida ha visto una trutruca.
“Lo medular aquí es el rock, entonces, teniendo en cuenta ese tipo de público, nosotros hicimos un programa que se dirige hacia la emotividad más que al pensamiento o a la interpretación racional -explica Mutis-, que la música te entre por la piel, te levante de donde estás y te transporte a otros lugares”.
A la hora agendada, Los Jaivas entran en escena con puntualidad. Juanita llega al escenario con vestido negro largo y se apropia de la batería. Al son de sus tambores, se suman los hombres, todos de camisa y pantalón blanco. Las cincuenta personas que los esperaban en el descampado del parque poco a poco comienzan a ser más y llegan a pasar las 500. Una veintena de chilenos, algunos peruanos, mexicanos y argentinos y, el resto, esos adolescentes gringos de cintillo y Ray-Ban de colores, que empiezan a entender esta mezcla de rock progresivo con música andina. Aplauden, bailan y ríen. El experimento funcionó. “Los gringos miraban con cara de pregunta, pero con una sonrisa de lado a lado. Les gustó. Les pasó un poco lo que le pasó a Perry, escucharon una música que no sabían que existía”, dice Mario Mutis.
Cuando termina la canción, el aplauso es fuerte y esas camisas que estaban impolutas están mojadas por el sudor. No hay botella de agua que aguante los 35 grados y la humedad, pero Los Jaivas sonríen.
“Thank you very much”, dice Mario Mutis en un entusiasta inglés.
Los Jaivas en las estrellas
“We are really excited, we come from Chile”, continúa Claudio Parra. El ceacheí de la porción chilena del público llega como reflejo inmediato.
Esta vez la celebración fue antes de los aplausos. Cuando ya todo estaba listo en el camarín, Claudio Parra sacó una botella de champaña helada que trajo desde París. Antes de salir al escenario, hubo un salud que ayudó a calmar los nervios que tenía Juanita. Normalmente no se pone nerviosa, pero ésta era una ocasión especial. “Pero eso es lo rico, porque es importante que uno siga sintiendo un desafío. Qué suerte que eso todavía pueda pasar, si no es una lata, que se ponga todo rutinario”, dice.
Pero cuando se sienta frente a la batería, todo eso acaba. “Yo entro como en una especie de trance”, dice Juanita.
Se escuchan los aplausos y la música comienza a sonar. Lejos se ven las pifias que recibieron la primera vez que los cinco Jaivas originales estuvieron juntos en un escenario. Fue un 15 de agosto de 1963, en una fiesta del Liceo Guillermo Rivera, de Valparaíso. “El colegio dijo ‘niños, organicen algo artístico, preparen algo’. Armamos un grupo en que éramos, no sé, 22, en que 19 tocaban guitarra”, recuerda Mutis. Uno de los alumnos cantaría la canción “Sueña”, de Luis Dimas. El batallón de guitarras de palo, una batería y una guitarra eléctrica acompañaban. “Salió el cantante y resulta que andaba más lejos del tono que otro poco. Un desastre”, dice Mario. Les tiraron de todo. Se rieron en su cara, pero ése fue el punto de partida. “Y curiosamente el tema que tocamos esa noche fue el último que grabaría el Gato en estudio, antes de morir”, comenta.
De ahí en adelante vinieron los High Bass, luego Los Jaivas, la vida en Argentina y en París, las giras por el mundo y los grandes conciertos, como el del Carnegie Hall. “Esos son lugares que uno guarda en su memoria, pero a mí me marca mucho más el concierto que hicimos en Isla de Pascua o en la Antártida. O en el lago Chungará. Y ahora acá. Esto es como si te invitaran a tocar a Marte”, dice Mutis.
El camino a Marte no ha sido fácil. Con cada muerte -en 1988 la de Gabriel Parra; en 2003 la del Gato Alquinta; y al año siguiente la de uno de sus hijos, Eloy- se han planteado terminar. Pero siguen. “Es el cariño y la cercanía de la gente. La gente se nos acerca y nos mira a los ojos y nos dice ‘sigan tocando, queremos seguir viéndolos, necesitamos de ustedes’. Eso es maravilloso”, comenta Mutis.
La fórmula para el medio siglo
El calor no para y Ankatu se desabrocha la camisa. Sus rulos están totalmente mojados. El público mira cómo se mueve con docilidad por los acordes y punteos de “Pregón para iluminarse”, “La poderosa muerte”, “Amor americano” y “Mambo de Machaguay”. Lo que no ve la gente es la marca de sudor en su espalda y, tras bambalinas, las baterías, pedaleras y guitarras de las bandas que tocarán después. Los otros músicos están concentrados en la virtuosidad de su guitarra, aunque curiosamente hace nueve años no se sabía ninguna canción del repertorio.
Mutis hace aplaudir a todos los gringos y, por un rato, su pelo largo y blanco pasa a segundo plano. No parece que fuera a cumplir medio siglo tocando. “En todo caso, los primeros cincuenta años son los difíciles. Mi abuelo me lo dijo. Después la cosa se pone relativamente más fácil”, dice riéndose.
“Tenía todo en mi memoria musical, en el oído, pero nunca había tocado un tema de Los Jaivas”, recuerda. En una semana tuvo que aprender todo y la primera canción que enfrentó fue justamente “Tarka y ocarinas”, con la que abrieron en Lollapalooza. Ese día, poco tiempo después de la muerte de su padre, llegó a la Sala Master. En el centro del salón estaba Claudio Parra, con una radio. “Ahí le tomé el peso al reto que acepté. Me sentí totalmente intimidado”, relata. Ankatu se sentó con su amplificador y una guitarra y partió de cero. Claudio ponía play y pause en la radio y lo miraba cómo iba sacando la canción. “Fue algo hecho con mucho cariño, con motivación. Por eso yo creo que el público, que estaba muy decepcionado de ver la banda sin Gato, finalmente aceptó, porque hemos hecho un trabajo muy meticuloso, muy serio”, explica.
Éste ha sido otro factor para asegurar la continuidad del grupo: la humildad de las nuevas generaciones. Ankatu describe la música de su padre y sus compañeros con admiración. “Para mí son héroes, son monstruosos. Es impresionante ver gente de la edad de ellos con esa energía, con esa pasión y también con ese coraje de llevar adelante un proyecto musical”, comenta el guitarrista.
Para Juanita fue similar. Incluso al principio se resistió y hasta el día de hoy describe con asombro la batería de su papá. “Yo toco con cuatro tambores. Él tocaba con doce y dos bombos. Y no los tenía de decoración”, dice.
Los recuerdos de esa batería, del que en algún momento fue considerado uno de los mejores bateristas del mundo, estarán en fotos y videos en el Bellas Artes. Como parte de la celebración de los cincuenta años, en agosto de 2013 se realizará una exposición con la historia de Los Jaivas y del rock chileno. Además harán conciertos especiales, donde se incluirá visualmente toda la trayectoria, desde los High Bass, hasta la actualidad.
“Ojalá, en los lugares que se pueda, queremos aparecer con una torta de un metro de altura y compartir con la gente. E incorporar tecnología 3D en la exposición”, dice Mutis sin disimular su entusiasmo. También se van a publicar cuatro libros sobre el grupo. “Y queremos hacer un programa de radio y que la gente mande sus fotos de toda la historia con Los Jaivas. Que la gente se manifieste. Lo que haiga”.
Con esa misma energía termina el concierto en Lollapalooza Chicago, tocando, obviamente, “Todos juntos”. Mutis hace aplaudir a todos los gringos y, por un rato, su pelo largo y blanco pasa a segundo plano. No parece que fuera a cumplir medio siglo tocando. “En todo caso, los primeros cincuenta años son los difíciles. Mi abuelo me lo dijo. Después la cosa se pone relativamente más fácil”, dice riéndose.
Seis canciones en 45 minutos y queda para la historia, aunque Los Jaivas no esperan que se quede ahí. Mientras Juanita y los cinco se toman de las manos y hacen una reverencia, Mario mira a la gente y se emociona. En el público, un hombre levanta un cartel que dice “Ahora puedo morir en paz”. En el escenario, en cambio, parece que queda vida para rato. “¡Será hasta la próxima!”, dice Mutis. Y lo dice en serio.