Por Alberto Fuguet* Agosto 14, 2012

 

Alan Pauls le explicó a Roberto Careaga de La Tercera el título de su nuevo libro, Temas lentos, un libro de no-ficción o crónicas o ensayos o confesiones o el remix de todas las anteriores: “El título del libro es mi statement en la materia: hace 30 años que escribo para los medios, y en todo ese tiempo siempre he querido hacer lo mismo: ir a contracorriente y ralentizar, frenar, contradecir el “vértigo de la actualidad” con el slow motion. Eso no garantiza que mis textos no terminen abrigando una corvina en algún puesto del mercado, pero sí el placer de escribirlos contra cierta hegemonía de lo actual, el presente, la información…”. Luego agrega: “…mi trabajo en los medios o entre los medios, en cierta manera pop que tengo de abordar cuestiones académicas o cultas y cierta manera culta que tengo de abordar materiales o problemas de la cultura pop”.

En efecto: ingresar vía el pop a la alta cultura, darle el respeto académico del ensayo realmente ensayado a temas supuestamente más triviales: James Dean (“…no hizo otra cosa que versionar un único modelo de criatura humillada: el chivo expiatorio, el mártir, el artista de la autoflagelación”), el legado de Fogwill, las fotos de Nan Goldin, la película Caché, las axilas de las mujeres, los cantantes camp europeos de los 70, sus propias canas, los moteles parejeros, o Jean-Luc Godard.

Temas lentos puede asustar en un prinicipio por su título (¿qué temas?, ¿por qué lentos?) y, al hojear algunos de los invitados al Cineplex Pauls, uno podría dudar: Barthes, Borges, Beckett o Piglia. Error. El libro es rápido y la voz que narra es la misma, hable de lo que hable, indague lo que indague, y es una voz que es mucho más asequible que la del personaje crítico de cine docto (para algunos, francamente pedante) con que Pauls aparece presentando películas en I.SAT en esos ciclos de cine “raro” de Primer Plano. Un ejemplo limítrofe de cinefilia mezclada con literatura: “Vallejo siempre ha sido el Increíble Hulk de la cultura latinoamericana”.

Temas lentos supura cine y a veces el pop gana (por suerte). Aquí el que escribe -el que lee, el que ve, el que recuerda- es más un cinéfilo que ha leído mucho y ha escrito menos que un autor que todo lo ha devorado. Temas lentos posee el ADN de la colección Huellas de las Ediciones UDP. Antiacadémicos, estos libros son algo así como “sus sobras” y se alzan no sólo como huellas de carbono de sus propias vidas y un “detrás de bambalinas” de su obra sino que, en muchos casos, estos libros “extras” terminan aplacando o colocando en jaque al resto de las obras del autor. El libro raro, el libro recopilado, el libro hecho con material de prensa, el libro que quizás no se pensó escribir o publicar, se vuelve un libro fundamental del autor. Sin duda éste es el caso de Pauls. Y, de paso, sucede algo curioso: es -quizás- mucho más asequible que sus primeros trabajos de ficción. Pero qué es Temas lentos o en qué se transformó bajo la mágica edición de Leila Guerriero: ¿es quizás una novela fragmentada, un roman à cléf del propio Pauls, unas memorias tangenciales, La infancia perdida de Graham Greene? De nuevo: ¿qué es este libro híbrido, vivo, pulsante, tan misterioso como atrapante, tan lleno de inteligencia, trivia, arrogancia, arrojo, piedad e ideas; ideas que provocan otras ideas, ideas que dan ganas de subrayar, ideas que te estimulan a revisar tus propios cánones?

Uno sale de “Temas lentos” casi agotado, transpirado, como si hubieras estado conversando horas y horas con Pauls y captas que mentiste la mitad de la charla porque no has leído todo, y lo que produce el libro es ingresar, de inmediato, a los libros, autores y películas en que Pauls se fija.

Da lo mismo.

¿Importa?

Es justamente esa cosa inefable y bastarda, la mezcla perfecta de un trozo de diario de vida con un impecable análisis de Borges, lo que provoca la magia. Uno sale de Temas lentos casi agotado, transpirado, como si hubieras estado conversando horas y horas con Pauls y captas que mentiste la mitad de la charla porque no has leído todo, y lo que produce el libro es ingresar, de inmediato, a los libros, autores y películas en que Pauls se fija, además, claro, de viajar cuanto antes a sitios como Berlín, el campus de Princeton y Brasilia, ciudad que le remite a las cintas Fahrenheit 451 y Alphaville de Godard (“¿cómo es posible que Brasilia, la ciudad del futuro por excelencia, pueda hacerme retroceder, dar marcha atrás, repatriarme a ese pasado absoluto que es la infancia?”).

Acá todo es autobiográfico, incluso cuando analiza a Duchamp.

Pauls le coloca emoción a la inteligencia, narra y transforma en autobiografía una crítica literaria, logra frenar la confesión con reflexiones tan arbitrarias como sentidas y jugadas: “Puig se hace escritor cuando descubre lo afuera que está de la literatura: descubre  que no sabe describir descripciones, que es incapaz de narrar en tercera persona y que el castellano puro, como dice, sólo lo hace ‘temblar’; es decir: cuando se reconoce extranjero en su propia lengua”.

En Temas lentos el morbo no va tanto por las confesiones sino por la capacidad de ingresar, a lo John Malkovich, a la cabeza y al corazón del tipo que lee (su crónica/crítica acerca de Los detectives salvajes es casi un diario de lectura que destila épica, arbitrariedad, recuerdos personales mientras la lee en Cabo Polonio, Uruguay) como la forma en que se desnuda ante la posibilidad de volver a ver Melody, una cinta infantil de los setenta, en VHS: “Escucho a los Bee Gees y pienso: ‘Estoy en casa’. Escucho a los Bee Gees y pienso: ‘Estoy en una casa perdida para siempre’. Como si no bastara, el autor de El pasado e Historia del llanto sigue ingresando a Melody y su análisis crece y se expande y se vuelve aun más personal: “…no recuerdo otra película con la que me haya sentido existencial y eróticamente tan contemporáneo… era un espejo y un manual  de instrucciones: veíamos Melody para vernos y para saber qué y cómo teníamos que hacer para enamorarnos, para dar a entender que estábamos enamorados”.

Hacia el final, los textos son claramente confesionales: “Nada me es más inaccesible que mi propio cuerpo, no sé fingir (toda mi capacidad de fabular se la lleva la literatura), no puedo hacer (manejar y hablar por teléfono) y mucho menos ser (yo y el personaje) dos cosas a la vez. Tengo el umbral de tolerancia al ridículo alarmantemente bajo, y ya bastante dejo que desear cuando camino y como y hablo sin darme cuenta, en el teatro de la vida cotidiana, para andar caminando, comiendo y hablando deliberadamente, ante la mirada de los otros…”. Pero eso no le quita espesor personal cuando intenta analizar el poder de las fotos o replantearse ante El acorazado Potemkin o el planteamiento de Mario Bellatin frente a la literatura y a su propia obra. Acá el pasado potencia el análisis, el análisis potencia el pasado. Es su mirada y su historia la que hace que lea o interprete o recuerde como lo hace y, de paso, quizás por eso, nos permita acompañarlo en sus propios viajes, obsesiones y reflexiones, hasta que termina haciéndonos parte y cómplices.

 

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