Por Yenny Cáceres Agosto 16, 2012

Raúl Ruiz se quedó paralizado, miró fijamente a Sergio Hernández, y le dijo:

-Eres igual a mi papá.

Hernández, con anteojos gruesos y traje, interpretaba a Don Celso, el protagonista de La noche de enfrente. Era marzo del 2011 y Ruiz emprendía un rodaje contra el tiempo, que duraría casi un mes. Ruiz  se había ganado un Fondo Audiovisual para hacer este proyecto, y aprovenchando que estaba en Chile, no quiso dejar pasar esta oportunidad. Llamó a Sergio Hernández, se juntaron a almorzar en el café Torres de Isidora Goyenechea y le propuso protagonizar esta historia inspirada en tres cuentos de Hernán del Solar. Hernández no dudó. Hace casi tres décadas, también bajo las órdenes de Ruiz, había dado vida a Fabián Luna en Diálogos de exiliados. Sin saberlo, Hernández cerraba un ciclo. La muerte del cineasta en París, el 19 de agosto del año pasado,  convertiría a La noche de enfrente en la última película de Raúl Ruiz. ***

Todo partió en el verano de 1974, en París. Ruiz era un recién llegado, y con la ayuda de Percy Matas como productor (director chileno que había estudiado en Francia y que llevaba más tiempo en París), se disponía a filmar su primera película en el exilio. En esa tarea sumó a amigos y cercanos, como Luis Poirot, Waldo Rojas y Valeria Sarmiento, y a toda clase de exiliados chilenos que llegaban por esos días a Francia. Sergio Hernández, que aún no cumplía 30 años, fue uno de ellos.

Un día se juntaron. En medio de la conversación, a Raúl Ruiz se le ocurrió que Hernández podría interpretar a un joven cantante que viene a contar la verdad de la Junta Militar, Fabián Luna.

“Es una especie de fascista muy elemental, sin desarrollo político ni ideológico, que no se cuestiona nada. Es un tipo ingenuo, que finalmente nunca llega a cantar al Olympia de París y que había sido raptado por los exiliados de manera muy divertida, de asado en asado, de fiesta en fiesta”, dice Hernández.

Foto: SuricatoFabián Luna y Diálogos de exiliados marcaron un hito. La película, aunque filmada en Francia, cierra el período chileno de Ruiz hasta antes del golpe, aquel que incluye clásicos como Tres tristes tigres y Palomita blanca. Con esta cinta, que mostraba una visión más bien irónica del exilio, alejada de sentimentalismos y épica, Ruiz se ganó varios enemigos en el mundo de la izquierda.

Como era habitual en Ruiz, gran parte de las hilarantes conversaciones de Diálogos de exiliados fueron improvisadas. “Fue increíble, yo nunca había construido un personaje así. En medio del rodaje nos íbamos a servir una cosita, Raúl en ese sentido era un practicante muy permanente y muy ordenado en términos de ‘a esta hora nos tomamos un traguito de esto, ahora tomamos un traguito de esto otro’”, dice.

Hernández recuerda que iban a un bar que quedaba al lado de un departamento muy lujoso que les habían prestado para el rodaje. Mientras se tomaban un traguito y jugaban taca-taca, Ruiz les contaba algunas de las historias que había escuchado en lugares como El Bosco. “Raúl tenía una memoria espectacular. Eran largas conversaciones que él reproducía, y eso eran los textos, yo nunca tuve nada escrito, tomaba ciertas anotaciones de lo que me decía, pero de ahí se construían los diálogos, todo lo que hablo en la película venía de estos destellos, de estas explosiones de su memoria de cuando vivíamos en Chile y que él recordaba a pie juntillas, con punto y coma”. Porque en su recuerdo de Ruiz, el director siempre está así: conversando y contando historias.

***

Después de Diálogos de exiliados, Sergio Hernández nunca más volvió a filmar una película con Ruiz. El exilio lo llevó a radicarse durante largo tiempo en Polonia, y cuando volvió a Chile se convirtió en rostro de teleseries. Puede que alguien no se acuerde de su nombre, pero a sus 67 años, el rostro de Sergio Hernández es parte del imaginario de la televisión y el cine chilenos. Con Valeria Sarmiento filmó Amelia López O’Neill y Secretos, mientras que con Sebastián Lelio trabajó en La sagrada familia, El año del tigre, y acaba de rodar Gloria, con Paly García como coprotagonista. Y como si eso no bastara, también interpreta a un militar en No, de Pablo Larraín, y en septiembre lo veremos nuevamente en el rol de un conservador padre en la obra de teatro Gladys, de Elisa Zulueta.

Para meterme en la cabeza de Don Celso, Ruiz me empezaba a contar historias como si fuera Don Celso.  Fue una responsabilidad gigantesca, porque todos esos diálogos, todas esas actitudes, es su cabeza, es él mismo”, dice Hernández.

Estrenada mundialmente en Cannes, La noche de enfrente se presenta en Sanfic como parte de un homenaje a Ruiz, y el 30 de agosto llega a la cartelera local. Según Hernández, el guión y el método de trabajo fueron distintos a Diálogos de exiliados: “Es un guión absolutamente preciso, específico, concreto, textos que había que aprenderse y decirlos exactamente tal cual, muy bien escritos, de mucho vuelo. No son diálogos normales entre dos personas del tipo ‘hola, cómo estás’, no, no es así. Son más bien vuelos de la mente, invenciones, ocurrencias. Ruiz decía que eran ocurrentistas o imaginistas”.                                                                                     

Don Celso es un funcionario en los años 50 que estira los días para no jubilar, que intenta hacerle el Foto: Lola Cabezas.quite a la muerte, y que tiene un programa de radio donde recuerda su infancia en Quilpué. Entremedio, Ruiz imagina un viaje ficticio del escritor Jean Giono (Christian Vadim) a Antofagasta, en el cual hace clases de francés en un liceo.

Filmar en Antofagasta fue uno de los principales desafíos del rodaje. Por razones de salud -meses antes había recibido un trasplante de hígado-, Ruiz debía estar cerca de una clínica y no moverse mucho, por eso decidió no viajar al norte. Inti Briones -director de fotografía de casi todas las últimas películas de Ruiz hechas en Chile- viajó a filmar las escenas de Antofagasta, y luego Hernández y Vadim caminaron sobre un fondo croma, simulando que estaban en la costanera de esa ciudad. El recorte de esas imágenes después fue insertado digitalmente con las tomas filmadas en Antofagasta. “En las escenas con Vadim la exigencia era que teníamos que caminar lentísimo, avanzar un metro con cincuenta mil pisadas”, cuenta Hernández.

Esa parte se filmó en un hangar del ex aeropuerto de Cerrillos, locación que se sumó a la Peluquería Francesa y al  Boulevard Lavaud, en Santiago Poniente. Fue una filmación intensa, todos los días, hasta los fines de semana. “Raúl se notaba convaleciente. Siempre había una cama donde él iba a tenderse de repente. Andaba muy abrigado, y eso que aún era verano. En el almuerzo se reía un poco, se veía más vital, se tomaba una copita de vino, yo  me tomaba tres o cuatro. El resto del tiempo caminaba mucho y estaba muy retraído”, dice Hernández.

Ruiz le pasó una copia de los cuentos de Hernán del Solar en que se basa la película: “Rododendro”, “Pata de palo” y “La noche de enfrente”. Fiel a su estilo, jamás le dio una sugerencia directa de cómo interpretar a Don Celso. Eso sí, conversaron mucho: “Para meterme en la cabeza de Don Celso, Ruiz me empezaba a contar historias como si fuera Don Celso. Y yo trataba de entender lo que me estaba diciendo y de seguirlo, porque Don Celso se vuela. Fue una responsabilidad gigantesca, porque todos esos diálogos, todas esas actitudes, es su cabeza, es él mismo”, dice.

Al terminar esta entrevista, Hernández se para. Va a una pieza, donde cuelgan los afiches de las películas Negocio redondo y Johnny cien pesos, otro par de películas chilenas en que ha participado. Y saca un retrato enmarcado de Hernández como Don Celso, de lentes gruesos y traje, un jubilado medio loco, un personaje de otra época.

-¿Ha enmarcado otro personaje suyo?

-No.

-Es bonito, tiene enmarcado a Don Celso como un familiar más…

-Exactamente, tienes toda la razón. Quizá este personaje fue más importante de lo que yo imaginé. Cuando murió Raúl fue una semana rarísima para mí. Tenía la sensación de que andaba por ahí esperándome para decirme: “Ya pos, vamos”.

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