Hace unos días, Diego Maquieira (61) tuvo un sueño: estaba durmiendo en un motel en medio de la Antártica y comenzaba a temblar. Después de una lluvia increíblemente larga, empezaba un terremoto que lo encontraba ahí, en la pieza de un motel donde también estaba su madre. Ella, en otra habitación, le hablaba mientras todo se caía, el techo, los muros. Pero ninguno de los dos se desesperaba, pues no les tienen miedo a los terremotos. Sin embargo, cuando el asunto empezaba a ponerse más bravo, Maquieira se despertó.
Ahora, sentado en el living de su casa, rodeado de libros, el autor de La Tirana dice que no sabe qué significa ese sueño, que no le da mucha importancia a ese mundo, pero que la imagen está ahí: una Antártica azotada por un terremoto. Quizás la utilice en algún poema, porque Diego Maquieira escribe así: guiado por imágenes, por visiones. Y a veces esas visiones se vuelven realidad, como cuando en 2007 escribió el verso: “Va a nevar en el espacio y la NASA no lo sabe” y un año después la NASA informaba que la sonda Phoenix había observado una nevazón en Marte. Pero una de las últimas visiones que tuvo y que terminaron obligándolo a sentarse y armar un libro, fue la imagen de una diosa que baja a la Tierra y que visita unas tumbas.
-Yo quiero poner en verso esas visiones, ponerlas en palabras. Si yo no tengo una visión no puedo emprender la expedición -dice.
Y su último viaje se llama El Annapurna, el nuevo libro de Diego Maquieira que se expondrá en la Bienal de São Paulo 2012, su regreso después de un silencio editorial de casi 20 años, su regreso después de haber estado en una clínica para rehabilitarse de su alcoholismo, cuando casi quedó ciego. Y que también coincide con el regreso a librerías, en una edición definitiva y corregida, de La Tirana (1983) y Los Sea Harrier (1993), títulos que lo situaron como uno de los poetas más brillantes e inclasificables de Chile.
Señoras y señores, no sabemos todavía si este 2012 se acaba el mundo. Lo que sí sabemos es que este año se acabó el silencio de Maquieira.
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-La primera parte de la década me la bebí entera y la otra me dediqué a recuperarme -dice Maquieira.
A mediados de 2004, el poeta decidió internarse en una clínica psiquiátrica, porque la situación ya no daba para más. Era internarse o morir. Maquieira se estaba quedando ciego. Casi no comía. Sólo bebía, y mucho. Desde que despertaba hasta que se dormía. Fueron años intensos, demasiado oscuros. Por eso prefirió internarse. Estuvo cinco meses, compartió con una muchacha que sufría de narcolepsia, con un profesor de castellano que venía del sur. Salió a principios de 2005, aunque tres años y medio después sintió, realmente, que estaba recuperado.
-Uno va de a poco asomándose, como saliendo de una cueva -explica.
No bebe desde hace más de ocho años. No toma ninguna pastilla. No tiene problemas en ir a una fiesta donde la gente sí está bebiendo, aunque no tolera mucho a los borrachos.
-Lo que pasa es que cuando estás muy sobrio te quedas fuera de las conversaciones de borracho y tienes que irte. Ahora, los borrachos tranquilos no me preocupan. Lo que yo busco es la paz, la menor distorsión posible.
En este tiempo, además, ha ido recuperando de a poco la vista, aunque para leer ocupa lentes y también unas lupas con mucho aumento. Hay varias, de hecho, repartidas en el living de su casa, sobre los libros que están amontonados en el piso. Toma una de las lupas, mientras conversamos, y me la muestra.
-Es una lupa superaumento, casi un microscopio electrónico -dice y busca un libro, se acerca con la lupa pegada a uno de sus ojos y empieza a leer. Cuando se pone los lentes, puede hacerlo desde un poco más lejos. Dice que no le asustó la posibilidad de no poder leer más, aunque ahora busca más libros de arte y de fotografía. Sin embargo también puede leer cosas largas. De hecho, estuvo releyendo La divina comedia hace poco.
-Me demoro mucho más, pero al demorarme asimilo más cosas. Leo muy lento, pero también es maravilloso leer así.
Una semana antes, en una primera sesión de esta entrevista, no necesitó la lupa para leerme, en voz alta, El Annapurna. Podía ver perfectamente los versos que escribió, con letras grandes, manuscritas, para acompañar las imágenes. Más de 200 páginas fotocopiadas, donde asistimos, al igual que en sus libros anteriores, a un viaje. Esta vez es un viaje en el tiempo, y también un viaje espacial.
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Una primera versión de El Annapurna estuvo lista en 2007, cuando Maquieira logró darle forma a aquella visión de una diosa que visita la Tierra. Sin embargo fue el año pasado, cuando el poeta Ronald Kay vio el libro, que Maquieira entendió que sí, que había algo ahí, que valía la pena trabajar con esas imágenes y versos para terminar, finalmente, con su silencio. Kay le mostró una copia del libro a Pedro Montes, director de la Galería D21, quien le dijo que había que publicarlo. Y, además, permitió que el curador de la Bienal de São Paulo, Luis Pérez-Oramas, se enterara del proyecto e invitara a Maquieira a exponer. Pero el poeta se había resistido a salir de su silencio. Siempre le ha preocupado no repetirse, tener algo que decir.
Además de “El Annapurna”, en septiembre se publicará una nueva edición de “La Tirana” y “Los Sea Harrier” con Tajamar Editores. Maquieira corrigió poemas, cambió títulos, agregó versos. Dice que será la versión definitiva de sus dos libros más importantes.
-En todos estos años he estado armando y desarmando. Tú trabajas en un poema, y a veces no estás a la altura de él. Entonces, te manda de paseo. Así funciono yo.
Pero en El Annapurna no encontramos poemas como los que publicó antes, porque esta vez Maquieira se dedicó, principalmente, a buscar la relación entre poesía e imagen. Tenía una visión y buscaba en enciclopedias, en libros, hasta dar con alguna fotografía que representara esa visión. Fue un trabajo largo. No ocupó internet -no tiene, no usa celular, tampoco automóvil-, salvo para dos imágenes. El resto las encontró buscando de libro en libro, las fotocopió y las intervino con sus versos que dicen, por ejemplo: “Una diosa vagante de la poesía llamada Ombra en un atravesar de estrellas baja a la Tierra a clavar sus ojos”. O que muestran en una piedra “la tumba de César Vallejo” rodeada de los nombres de autores que han marcado la vida de Maquieira: Rulfo, Borges, Neruda, Huidobro, Parra, Mistral. A esta última está dedicado el libro, a quien el poeta redescubrió hace un tiempo. También hay otra dedicatoria para una serie de fotógrafos, donde se cruzan los nombres de Cartier-Bresson, André Kertész, Sebastián Salgado y Sergio Larraín, entre otros.
-Yo tengo la sensación de terminar una trilogía, ojalá que lo sea. Sé que eso es ilusorio, pero uno se encanta, porque sientes que cierras un ciclo. Ahora, si tomo un poco de distancia, creo que es una consecuencia lógica después de los Harrier. Después de ese libro no podría haber hecho otra cosa -dice Maquieira, y tiene razón, porque en El Annapurna volvemos a las imágenes centradas en el cielo, a un viaje de ciencia ficción donde pueden aparecer los Rolling Stones y también Stravinski y los incas. Aunque el antecedente más directo es Bombardo, libro que Maquieira publicó en 1977 donde también mezclaba poesía e imágenes. Imprimió, eso sí, sólo 10 ejemplares y luego lo expuso una vez, pero se perdió hasta llegar, de alguna forma, a El Annapurna. Aquí la ambición es mayor, pues Maquieira no desea emplear la técnica del collage, sino que él apela a los “connection”, como llama cuando junta dos imágenes distintas que parecieran ser una sola, como se puede ver en la foto donde aparece Stravinski dirigiendo frente a un teatro. Pareciera ser una sola imagen, pero en rigor ese teatro es un cine europeo cuya fotografía fue tomada 20 años antes que la del compositor. Ésa es la idea de Maquieira: generar conexiones inesperadas y llevarnos a un viaje alucinante y alucinógeno.
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El Annapurna se expondrá en una pared de 15 metros, en la Bienal de São Paulo 2012, y será publicado por la editorial brasileña Cosac Naify. Antes, eso sí, aparecerá una edición chilena de 250 ejemplares que publicará Galería D21, y el próximo año se lanzará una versión comercial por parte de Tajamar Editores, los mismos que publicarán en septiembre la edición definitiva de La Tirana y Los Sea Harrier.
-Quise hacer una lectura después de 20 años para que me interesara la reedición. Por ejemplo, corregí un poema muy mal hecho de La Tirana, “Estreno final”. Le cambié título a uno de Los Sea Harrier. Inserté versos, mejoré palabras. Ya no lo tomo más, eso sí.
Esta edición se publicará también en México por la editorial Aldus, la que se suma a la publicada en Argentina por Gog y Magog.
Maquieira dice que está fuera de circulación, evita tomarse fotografías. No quiere aparecer, aunque sabe que este nuevo libro significa su regreso. De hecho, Beltrán Mena lo invitó a ser parte de la delegación chilena que participará en la Feria de Guadalajara, pero prefirió no ir. Las fechas coincidirían con su presencia en la Bienal de São Paulo, a donde viajará la tercera semana de noviembre.
-Con una cosa es suficiente. Además, creo que no habría ido a Guadalajara, tampoco. Es mucho esfuerzo para estar unos pocos días. Estoy viejo -dice Maquieira-. Hay que saber retirarse, eso es muy importante. A los 60 años uno no tiene por qué seguir en la misma. Yo creo que hay mucha gente joven y ellos tienen que ir. Salvo que sean los emblemas, los que han hecho carrera internacional, como Skármeta y esa gente, está bien, pero yo no tengo nada que hacer ahí.
Y luego agrega:
-Ahora nosotros tenemos que retirarnos. Los poetas tienen que quedarse en sus casas. Como Uribe, que está en su casa. Como Parra. Como Arteche, que estaba en su casa cuando murió. Los viejos tienen que retirarse y cerrar la boca.
Maquieira dice todo esto con absoluta tranquilidad. A diferencia de los otros poetas que menciona, él acaba de cumplir, solamente, 61 años. Y en ningún caso da la sensación de que vaya a cerrar la boca. Sigue leyendo. Sigue escribiendo. Está preparando su viaje a São Paulo. Y aún no pierde la curiosidad. Dice que le falta leer muchos libros. No ha leído, por ejemplo, a Roberto Bolaño.
Aunque sabe que habló de él un par de veces, no sabe que el autor de Los detectives salvajes escribió en una de sus crónicas: “Diego Maquieira escribe dos libros únicos, brillantes, y después opta por el silencio. ¿Qué nos quiso decir Maquieira?, me pregunto a veces”.
Días después de esta entrevista, llamo a Maquieira por teléfono y le leo ese fragmento de Bolaño.
-¿Dónde aparece eso? No sabía que dijo eso -dice Maquieira.
-Aparece en Entre paréntesis, donde se recopilan sus crónicas y columnas -le respondo, le vuelvo a leer el fragmento y le repito la pregunta que se hacía Bolaño- ¿Qué nos quiso decir Maquieira?
Se queda unos segundos callado y, finalmente, dice:
-Mi silencio era un silencio de nieve, no un silencio de tumba.
Y luego no dice nada más.