La semana pasada se estrenaron dos cintas extremadamente opuestas (una que roza la maestría; la otra que quiso ser una obra maestra antes de tipear las primeras líneas del guión). Ambas -Ted y Moonrise Kingdom, respectivamente- se enfrentaron en las multisalas y ante la crítica. Al parecer la cinta de Anderson ganó en cantidad de estrellitas; en cuanto a convocatoria de público, los seguidores de esa locura animada con-y-sin sentido que es Family Guy se dejaron seducir ante “la comedia del osito chucheta” e hicieron bien. Ted no es una “joyita” que terminará como las botellas de Fanta de los 70 vendiéndose en los locales cool de la Avenida Italia; Ted es un diamante en bruto. Y vaya que es brutal: brutalmente honesta, brutalmente emocionante, brutalmente histérica, brutalmente tosca, brutalmente vulgar, brutalmente inmadura. Es decir, brutal e inspiradamente masculina.
Ted es de ese tipo de comedias capaces de decir con pachotadas y chistes escatológicos lo que las cintas bienintencionadas o sobreasesoradas no pueden. Y, de paso, lo hace con cariño e inteligencia y arma una radiografía prístina a la amistad entre hombres, una radiografía a la inseguridad y la soledad masculina y, lo que la eleva aún más, es capaz de esquivar la misoginia casi inherente al género al crear el personaje de la novia (la extraordinaria y guapísima Mila Kunis) como un ser complejo, honesto, divertido y finalmente sagaz. Kunis no es la “típica novia” que desea, en este tipo de comedias bromance (amor platónico entre bros) que ha afinado Judd Apatow, separar a los amigos para que éstos crezcan, se establezcan y maduren a costa de su propios principios y personalidad (ver la entrañable 50/50 que falla justamente en establecer a la novia como una arpía insensible). Es cierto que, como este filme es uno de aprendizaje, le exige a John (Mark Wahlberg), su novio, que opte. Ted parte como una comedia masculina adolescente, pero posee un final que, sin revelarlo, es moderno, progresista, acaso feminista, consistente y francamente jugado; de hecho, la cinta es una vuelta de tuerca de 10, la mujer perfecta de Blake Edwards, y Mila Kunis debe entender y perdonar al novio que no es capaz de madurar (o dejar su osito), tal como Julie Andrews debe hacerlo con Dudley Moore y sus extravíos, pues exigirle más de lo que puede dar al final no es sino querer moldear. Tanto Andrews como Kunis deben asumir que lo que más les atrae de su novio son justamente sus fallas y carencias y neurosis en lugar de la idea de que sea un monumento a la estabilidad. Quizás las incompletas son ellas; quizás son ellas las que necesitan un hombre así en vez de los otros galanes que andan rondándolas.
Ted parte como una comedia masculina adolescente, pero posee un final que, sin revelarlo, es moderno, progresista, acaso feminista, consistente y francamente jugado.
Ted irrumpe sin permiso o aviso para convertirse en ese tipo de comedia necesaria y grandiosa, urgente y ultracontemporánea, que posee todos los elementos que, de un tiempo a esta parte, los otros géneros son incapaces de generar: drama, suspenso, observación social, amistad, amor, miedo, sacrificio. Que además sea un espejo de lo que ocurre con un gran segmento de la sociedad la transforma en una obra mayor y consistente. La premisa básica de Ted ya se sabe: un supuesto loser de 35 años (el hombre que se niega a crecer) y su férrea y acaso envidiable amistad con su osito de peluche que habla y putea y pasa tan volado como él. John (sí, el chico que tiene un trabajo mediocre) es Mark Wahlberg (notable) y Ted posee la voz y la personalidad de su director, Seth MacFarlane (si los efectos especiales sirven para esto, larga vida a los efectos especiales). Ted, que es tan tierno como demente, surgió del deseo navideño de un niño solitario. Se ha convertido en el amigo que siempre está ahí, tanto para drogarse, destrozar a la sociedad con pelambres y acotaciones, ver películas malas o protegerse en momentos malos. Y si la novia está celosa no es tanto porque no tiene total acceso a Wahlberg; es que la intimidad que poseen los dos amigos es una que, con todo el tiempo del mundo, tampoco podrían tener ella con él. Wahlberg ama a Kunis y ama a Ted. Son amores distintos. La cinta, al final, no es Chico conoce Oso. Es, en lo profundo, Chica conoce Oso y, de paso, conoce al Chico.
Ted, que bien puede ser la mejor comedia del año (la más vulgar, la más alocada, la más esquizofrénica), es el debut en el cine de Seth MacFarlane, un comediante/artista que, a diferencia de un simple imitador sano como Stefan Kramer, sabe que la comedia es venganza, ironía, cero filtro, riesgo, locura intensa y litros de mala leche contaminada y ni un gramo de eso que llaman lo políticamente correcto. Ted es de esos debuts que te dejan tendido en la lona (y llorando de la risa hasta quedar agotado y sin voz) y captas que cuando hay maestría da lo mismo el pasado de ese director. Al revés: es justamente ese pasado el que lo ha transformado en lo que es y le permite filmar algo que, por intuitiva, por fresca e inesperada, es el tipo de obra kamikaze que se hizo sin pensarla mucho, en un estado febril, y que perfectamente pudo ser un desastre. En Ted hay mucha animación (la suya, y la de Tex Avery y Looney Tunes) y hay al menos dos secuencias de antología que ponen en escena el tipo de locura que sólo funciona y puede existir en una animación: una pelea a combos en una habitación de un hotel y una fiesta inyectada de coca y tequila que literalmente gira y gira. Y logra hacer arte de la “basura”: muchas sitcoms de la TV (ALF, desde luego), mucha cultura ochentera, mucho blockbuster y VHS y MTV, y muchísima deuda a ciertas películas de sátira en ácido como ¿Y dónde está el piloto? o El mundo según Wayne. El filme está editado como Family Guy y le debe tanto a Los Simpson como a E.T. (¿qué hubiera pasado si el alien no hubiera vuelto a casa y Elliott hubiera crecido junto a él en ese suburbio intercambiable?).
Presenciar un debut cinematográfico como el de MacFarlane me hace imaginar lo que sintieron los espectadores cuando el comediante de TV y del stand-up Woody Allen partió con Robó, huyó y lo pescaron o Bananas. Aquí hay talento, hay pulsaciones, hay inteligencia, hay estupidez, pero sobre todo hay conexión: esto es cine de autor, es cine popular, es cine de género, es cine de vanguardia. Ver Ted, ahora, con las risas del público, es presenciar un momento histórico: ha nacido un autor, se ha creado un personaje iconográfico (Ted, claro) y la consagración de lo que era un género vital, pero a veces burdo, en un filme que perfectamente podría estar entre lo mejor que se rodó este año en que decían que el mundo se iba a acabar. Con comedias como Ted, el mundo no puede, no debe acabarse. Amistades como las de Ted y John tampoco.