El ejercicio es simple al comienzo, pero luego se vuelve complejo. Ir a un museo, ir a una galería, ver una pintura, una escultura, una instalación y luego volver a casa, sentarse frente al computador y escribir. Escribir sobre lo que se vio, decir algo, interpretar, encontrar las palabras precisas para retratar ese momento. Criticar. Decir algo. No sólo sobre la obra, sino sobre la realidad, conectar lecturas, vincular autores, mezclar los referentes, hablar de Gabriel Orozco y luego recordar una canción de los Rolling Stones mientras das algunas señales que iluminen el camino para entender, de alguna forma, el escenario actual del arte contemporáneo. Eso hace Christian Viveros-Fauné desde fines de los noventa. Recorrer galerías, museos, bienales de arte, volver a casa, sentarse frente al computador y escribir críticas que empiezan así: “El arte minimalista, aceptémoslo, es una reverenda lata”. O: “Al igual que la figura de Jesús, la de Andy Warhol ha llegado a significar distintas cosas para muchas personas. Una pantalla blanca encima de la cual varias generaciones de amantes del arte proyectan sus propios deseos, la sombra fugaz que fue Warhol retiene un poder religiosamente icónico para la barrida escéptica de los culturati, que se extiende desde los decanos de Harvard hasta los fans de los más absurdos reality”.
Christian Viveros-Fauné escribe en The Village Voice, vive hace varias décadas en Nueva York, nació en Santiago hace 47 años y es uno de los críticos de arte más importantes de nuestro país. Uno que no tiene problema en criticar las obras de Damien Hirst o Jeff Koons, como tampoco en resaltar el talento de artistas jóvenes como Gianfranco Foschino o Sebastián Errázuriz, pero todo en un lenguaje entendible, atractivo.
Sí: Viveros-Faunés está muy lejos de la crítica académica, esa que abunda en Chile y que naufraga entre tanto tecnicismo, citas a Benjamin y la falta de ideas; y está muy cerca de Cyril Connolly, de Greil Marcus y de Robert Hughes: críticos que entendieron y que siguen entendiendo la crítica como un género más de la literatura, como un lugar de ideas y discusiones, pero también un terreno donde las palabras importan. Críticos de arte que en realidad son escritores.
-Fue muy importante leer a Hughes, porque entendí que esas críticas eran literatura en sí. Era una escritura bellísima, eficaz, con un uso de la retórica con una tremenda sofisticación. Era amplia, democrática. Algo que un no especialista podría leer y entender.
Eso ocurre también con las críticas de Viveros-Fauné, invitado a la feria Ch.ACO -que se realizará entre el 28 de septiembre y el 1 de octubre-, donde estará en una mesa de discusión en la que presentará Greatest Hits. Arte en Nueva York, 2001-2011, libro editado por Metales Pesados y que reúne 23 críticas y columnas escritas para medios como Art Review, The New York Press, The Paris Review y The Village Voice. Eso pasa: que uno, que no es especialista, lee las 23 críticas y columnas del libro y se transmite el entusiasmo y la curiosidad. Y también pasa otra cosa: que lees Greatest Hits y quieres ver las pinturas de Lisa Yuskavage y los video arte de Steve McQueen y sí, definitivamente terminas creyendo que el arte minimalista es una reverenda lata.
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Christian Viveros-Fauné tenía poco más de 20 años y quería ser escritor. Había leído al boom latinoamericano y decidió partir a Barcelona para cumplir su sueño. Había ido, de alguna forma, tras las huellas de ellos. Pero ya no estaban. Sin embargo, escribió. Viveros-Fauné leyó y escribió hasta que un amigo canadiense, que era corresponsal en España de la revista Art in America, le dijo que escribiera una reseña para la revista.
-Me acuerdo que le dije: “Pero con qué calificación”, sin saber, por supuesto, que la calificación necesaria para escribir crítica de arte es ninguna -cuenta Vivieros-Fauné, por Skype, desde Nueva York -. Entonces me lancé y me gustó el acercamiento a través de las letras. De la misma forma que me interesó entrar a un estudio de un artista serio por primera vez, que era ver el paralelismo que había entre lo que yo admiraba con el uso del lenguaje de ciertos escritores y lo que hacía esta gente manchando un pedazo de tela.
A comienzos de los noventa, Viveros-Fauné volvió a Estados Unidos. De vez en cuando venía a Chile, nunca ha dejado de venir, pero en ese momento decidió instalarse en Nueva York y llegó a Brooklyn justo cuando el barrio estaba por convertirse en lo que hoy se conoce como Brooklyn.
Ahí, en ese lugar, Viveros-Fauné, el joven que quería ser escritor, fue transformándose, sin darse cuenta, en un hombre vinculado a las artes visuales, mientras el barrio se llenaba de artistas talentosos. Entonces, siguió escribiendo, conoció el circuito, curó exposiciones y en 1997 abrió, con un socio, su primera galería en Brooklyn. Luego abriría otra en el SoHo y luego otra en Chelsea. Llegó a proyectar ganancias por dos millones de dólares. A esa altura había dejado de hacer crítica, porque era incompatible ser galerista y escribir de arte al mismo tiempo.
“El apoyo estatal a los museos en Chile lo encuentro escandalosamente bajísimo, y no solamente lo que se otorga en dinero, sino también lo que se podría hacer en términos de recursos”, dice Viveros-Fauné.
-El conflicto de interés era evidente -dice.
Entonces, años después dejó las galerías y volvió a escribir. Porque entendió que eso era él, que eso le gustaba, que eso necesitaba.
- Mi vida siempre ha sido querer estar metido en la cultura, y curiosamente no me di cuenta durante mucho tiempo que podía hacer esto sólo escribiendo. Así que volví a la crítica.
-Hace un tiempo, en una entrevista, Héctor Soto explicaba que él no terminaba de procesar una película sino hasta escribir sobre ella. Decía: “Probablemente es muy arrogante decir que el proceso no termina hasta que uno escribe, pero hasta que la película se discute con alguien, hasta que no se confronta con alguien, creo que no ha completado su ciclo”. ¿Qué piensas de eso?
-Eso está muy bien dicho. Yo no sé bien de qué se trata una obra hasta que me siento a escribir de ella. Cuando termino el artículo y lo he editado y meditado, ahí sí tengo una opinión formada. Antes puedo vislumbrar esa opinión, pero en general no sé bien qué pienso de una obra hasta que me he sentado a concentrar la opinión.
Entonces, volvió a escribir. Escribió sobre el MoMa y la vergonzosa abundancia que llena sus nutridos estantes, sobre Peter Schjeldahl -“el crítico de arte vivo más importante de Norteamérica”-, sobre el entrañable y brillante Jean-Michel Basquiat, y sobre una foto que vio en el estudio de un joven pintor puertorriqueño, una foto en la que aparecen “los tres más importantes marchantes de arte de la última mitad del siglo XX en ropa interior, en lo que parece ser el living de una lujosa casa de playa”: Larry Gagosian, Charles Saatchi y Leo Castelli, los tres hombres que han convertido el arte en un lugar “donde el dinero triunfa totalmente por sobre todas las ideas generadas por el arte y los artistas”.
Viveros-Fauné escribió y escribe sobre las grandes ligas con intensidad, riesgo e inteligencia, pero nunca ha dejado de mirar hacia Chile.
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Admira a Iván Navarro, es amigo de Patrick Hamilton, dice que hay que poner ojo en lo que están haciendo Gianfranco Foschino y Sebastián Errázuriz. Ha escrito sobre ellos, sobre Jorge Tacla, sobre otros.
Viveros-Fauné vive en el centro del arte mundial, pero está atento a la escena chilena. Los conoce, también, porque casi todos quieren ir hacia allá, instalarse en Nueva York o en Londres. Y lo entiende.
-Porque después de dos exposiciones en Chile ya tocas techo -dice y agrega:- En Chile las artes visuales no han tomado las dimensiones necesarias para una cultura activa y sólida, una cultura nacional.
Dice que es imperdonable que un director de un museo -Milan Ivelic- haya estado tantos años -19- en el cargo. Que tampoco entiende por qué no hay una bienal en Chile. Que sabe que el tema es el dinero, pero que es necesario que el Estado se asocie con los privados.
-El apoyo estatal a los museos en Chile lo encuentro escandalosamente bajísimo, y no solamente lo que se otorga en dinero, sino también lo que se podría hacer en términos de recursos. Por ejemplo, actuar como agente para las artes visuales y acercar al empresariado para que financie proyectos no en pos de exposiciones específicas, sino en pos de un programa concertado, coherente, concreto.
Y luego agrega:
-En Chile no ha caído la vergüenza ajena que debería existir cuando un millonario nacional va a ver a su par en Londres o Nueva York, y ve colgadas obras de arte de verdad y conversa con él y se da cuenta de que el homólogo londinense o neoyorquino tiene una relación real con la filantropía y con los museos y las instituciones de su ciudad y de su país. Eso en Chile casi no existe y yo no me lo explico del todo. Pero supongo que debería existir en algún momento. Entre otras cosas sé que hay coleccionistas chilenos que han vuelto al país con un pequeño Richter bajo el brazo, lo que no es decir poco.
Dice que hace poco le ofrecieron armar un proyecto de libro, parecido a Greatest Hits, pero dedicado a artistas chilenos. Dijo que sí. Le gusta la idea. Por mientras sigue escribiendo. No lo va a dejar de hacer. Es eso. Un crítico. Un escritor.
- Es cierto que hay menos lugares para escribir, se lee cada vez menos, se publican cada vez menos libros, pero por esa misma razón es importante abarcar esta especie de misión que es ser crítico. Es fundamenatal entender bien el arte como entender la economía, y las dos van de la manito, en términos del mapamundi actual. Eso puede sonar totalmente ridículo, pero no lo piensan como una noción ridícula los multimillonarios que están en las casas de subasta comprando cuadros a 54 millones de dólares. Para ellos está muy claro que el arte, las finanzas y el orden global van de la mano. Y para mí eso también está clarísimo.