Acaban de anunciar que sus dos “patrias” van a jugar un amistoso de fútbol: Argentina contra Suecia, en Estocolmo. Pero a José González (cantautor, 34 años) elegir una camiseta le tiene sin cuidado. Nacido en Gotemburgo y de padres trasandinos, el músico disfruta jugar fútbol, pero no así la discusión sobre si es de aquí o de allá. “No me importa especialmente. Para mí los dos países son interesantes como fenómenos culturales, pero eso”, explica en voz baja al teléfono desde su casa en Gotemburgo. “Entre la mezcla y todos los viajes que he hecho, es la música la que me provoca sentimientos más fuertes. Lo de una nación que me pertenece no me atrae mucho”, comenta.
Lo que sí le gusta a González, que será parte del festival Primavera Fauna este 24 de noviembre, es viajar a Argentina. “Ir para allá es estar ahí, tomando mate, conversar con el vecino. Eso es algo nostálgico”, dice. Así lo vivió luego de tocar por última vez en Chile, en 2008, cuando, luego de presentarse en el Teatro Oriente, viajó a Mendoza para estar con sus padres que, luego de escapar por razones políticas a Suecia en los 70, regresaron a Argentina. Ahí, junto a su familia, pudo revivir esa simplicidad, eso básico, eso natural que es también tan propio de su música. Sólo guitarra y voz. Quizás algunas percusiones y su guitarra Alhambra, sus dedos con protecciones en las uñas -no usa uñetas- y las cuerdas imitando a un tambor.
Con esa misma naturalidad no ha tenido problemas en declarar cómo se ha movido desde sus inicios entre uno y otro tipo de música. Que el primer sencillo que compró en su vida fue la canción dance noventera “Groove is in the heart” de Deee-Lite; que el primer concierto que vio fue el de The Wailers, cuando tenía doce años; que cuando empezó a tocar guitarra su padre le regaló cancioneros de The Beatles y de bossa nova. “Para mí nunca fue cambiar de un tema al otro, sino que eran distintas cosas. Yo iba a la escuela, jugaba fútbol, tocaba bajo en un grupo y también aprendía guitarra clásica y tocaba a Silvio Rodríguez”, dice.
Sus primeros aprontes musicales fueron desde el punk, cuando era adolescente. Ahí estaba a cargo del bajo en una banda, influenciado por Black Flag, Misfits y los Dead Kennedys. Pero para él, haber hecho eso y ahora tocar canciones que asemejan más un día de sol que un sótano oscuro, no parece raro. Incluso cree que hay algo de ese punk vivo en sus canciones. “Cuando hago música busco inspiración desde distintos estilos y, además, tocar muchos años en esos grupos deja su marca”, dice González. “De algún modo, eso queda al escribir la música o los textos. Pero también me influencia música que no he tocado, como la música electrónica o la africana”. El sueco se hizo famoso por un cover de sus compatriotas de The Knife (“Heartbeats”) y no le hizo asco a tomar una canción pop ochentera -“Hand on your heart”, de Kylie Minogue- y transformarla en una melancólica obra maestra.
Pero, más allá del pop o la electrónica, en sus letras -especialmente las de su último disco de estudio, In Our Nature (2007)- algo de la ira del punk se asoma entre las cuerdas de nylon. “Qué tan bajo estás dispuesto a ir antes de lograr todas tus egoístas metas”, canta en “How low”. En otras canciones protesta -casi recordando a Silvio Rodríguez- contra la religión y la guerra. La ciencia y el ateísmo también se notan en sus textos y ha dicho que libros como El espejismo de Dios, de Richard Dawkins -donde el biólogo británico intenta probar la imposibilidad de la existencia de un ser sobrenatural- influenciaron su última producción.
Como Dawkins, González alguna vez hizo de los laboratorios su hogar, aunque ya han pasado casi diez años desde que los cambió por los estudios de grabación. Sin embargo, sigue leyendo sobre ciencia de vez en cuando y viendo documentales al respecto. “Aunque no tanto como me gustaría y como lo hacía antes”, explica. El éxito de su primer disco, Veneer (2003), lo pilló estudiando su doctorado en Bioquímica en la Universidad de Gotemburgo. “Yo pensaba que la ciencia iba a ser mi trabajo. La música era algo que podía resultar, pero lo más posible era que no saliera nada de eso”, recuerda González. Pero Veneer llegó al número siete del ranking británico y el músico dejó la tesis que estaba haciendo sobre la replicación del ADN en un virus de un día para otro. “El cambio fue abrupto, ahora no siento la necesidad de estar haciendo experimentos, aunque me sigue pareciendo muy interesante lo que está pasando. Pero creo que en esto estoy bien y voy a seguir haciéndolo por mucho tiempo”, dice
A pesar de estar alejado de eso, hay dejos de esa meticulosidad científica en su trabajo. La grabación en estudio de In our nature demoró dos semanas, pero la música y la letra del disco le tomó tres años. Es un perfeccionista, pero, a pesar de eso, no le preocupa que el público no entienda lo que busca comunicar en sus canciones, como podría pasar en Latinoamérica. “Las letras, en realidad, no son tan obvias sobre lo que tratan -comenta-, el público se puede hacer su propia idea y así, además, la música será más de ellos, independiente de lo que yo pueda decir”. González lo dice así, tranquilamente, sin ninguna pretensión, con la misma calma con la que empieza a preparar su próximo disco. Sabe que será un proceso largo, que recién está comenzando, pero le parece que, esta vez, lo biológico ya no estará tan presente. “Hoy estoy mucho más inspirado en la música misma y estoy pensando mucho más musicalmente que en temas filosóficos”, concluye.