Por José Manuel Simián Noviembre 8, 2012

“Gracias por venir a nuestro show de regreso a casa”, dice el vocalista Hamilton Leithauser sobre el escenario de Terminal 5 de Manhattan, hace unas semanas, durante una de las últimas fechas de su gira estadounidense para el álbum Heaven. “Ya no vivimos todos aquí, pero Nueva York es nuestra casa”.

Nueva York fue, por supuesto, donde los cinco integrantes de The Walkmen se convirtieron en una de las bandas fundamentales de la década pasada. A pesar de haber crecido en Washington DC, fue aquí donde la banda se creó en 2000 a partir de la disolución de otros dos conjuntos, The Recoys y Jonathan Fire*Eater, y también donde armaron su propio estudio en Harlem antes de grabar su debut, Everyone Who Pretended to Like Me Is Gone (2002). Poco después de eso, en 2004, ya habían creado su primer pequeño clásico, “The Rat”, una rabiosa canción que el influyente sitio de música Pitchfork eligió como una de las 20 mejores pistas de esa década.

Pero ni Nueva York ni The Walkmen son los mismos de entonces. Heaven (2012), su último disco, está a varios casilleros de distancia sonora y emocional de esos dos álbumes que los pusieron en el mapa. Si por entonces The Walkmen sonaba como una banda de jóvenes prematuramente adultos y bien educados que habían procesado toda la historia de la invasión británica y la música independiente de The Velvet Underground en adelante para producir un sonido nuevo -que los distanciaba del rock vanidoso y falsamente nostálgico de The Strokes-, con el paso de los años y los discos su música y letras han seguido una lenta pero constante madurez, explorando más esas raíces pero aprendiendo de sus propias lecciones.

Si en “The Rat” lograron convertir la rabia en ruido en los instrumentos y los versos (“¿Acaso no puedes oírme? Estoy golpeando la muralla”), en Heaven las complicaciones de las relaciones de pareja han evolucionado hacia sonidos y versos más complejos. En “We Can’t Be Beat”, la delicada canción que abre el disco con apenas una guitarra acústica y segundas voces tipo años 60, Leithauser -ahora de 34 años, casado y padre de una hija- canta desde la experiencia: “No necesito perfección, amo el conjunto / Dame una vida que necesite correcciones”.

* * *

El próximo 24 de noviembre The Walkmen debutará en Chile como parte del festival Primavera Fauna. Y el lunes 26 se presentarán, como parte del ciclo S.U.E.N.A., en el Centro de Eventos Bellavista (ex Oz). Un debut por partida doble, pero eso no significa que Peter Bauer, el tecladista de la banda, vaya a caer en el cliché fácil de decir frases de buena crianza sobre el público del país por conocer.

“Todo lo que sé de Chile lo sé a través de Roberto Bolaño, así que no tengo demasiada idea, la verdad”, dice Bauer, que suele actuar como portavoz de la banda.

Pero lo que Bauer puede haber aprendido del país no es poco: sin pensarlo mucho nombra casi todos los títulos de Bolaño traducidos al inglés. El detalle no es irrelevante: dentro de la fauna de bandas neoyorquinas de los últimos años, antes de que apareciera Vampire Weekend, The Walkmen cargaba con la leyenda de ser una banda de niños ricos educados en las universidades de la Ivy League. La leyenda no es del todo cierta, pero algunos de ellos sí consiguieron títulos en Historia Rusa o Filosofía en universidades como Columbia o NYU. Y el que sus cinco integrantes hayan logrado combinar largas temporadas de giras y festivales con relaciones de pareja estables y convertirse en padres los confirma como tipos alejados de otros tantos clichés del rock. Pero a Bauer no le gusta que Heaven sea considerado a secas el disco en que todos los integrantes de The Walkmen sentaron cabeza. “No es que hablemos sobre nuestra vida y luego escribamos una canción. Es música, no tus memorias”, dice Bauer.

“Pero sí, estamos muy orgullosos de cómo han resultado las cosas, de tener cada uno nuestra propia vida”, agrega sobre el hecho de que también sigan funcionando como banda a pesar de estar repartidos entre Nueva York, Filadelfia y Lisboa. “Te sientes más satisfecho con tu vida por haber logrado esas cosas que por el solo hecho de estar en una banda de rock. Creo que hay una diferencia con bandas de rock que siguen en la misma rutina de, no sé, tomar y salir por ahí. Eso me parece tan aburrido ahora”.

Pero el camino a la madurez tampoco ha estado exento de tropiezos. Después de sus dos aclamados primeros discos, A Hundred Miles Off (2006) no fue bien recibido por buena parte de la crítica y sus fans. “Ese disco fue un fracaso terrible. La gente lo odió”, dice Bauer con una risa algo amarga. “No sé por qué fue, pero sí sé esto: cuando a la gente no le gusta lo que haces, a ti tampoco te termina gustando”.

A Hundred Miles Off fue el último disco grabado por The Walkmen en sus estudios de Harlem (el edificio fue, irónicamente, adquirido para permitir la expansión de la Universidad de Columbia). Desde entonces, han usado otros estudios en el país y Heaven fue registrado en las afueras de Seattle. Ahí fue donde se produjo una de las pequeñas hazañas del disco, la canción que le da título, una combinación de música aparentemente alegre con una letra desesperada, que muy pocos grupos podrían lograr.

“Si quieres escribir música feliz, te vas a volver loco si le pones letras que tienen que ver con payasos y fiestas de cumpleaños”, dice Bauer. “Lo que a nosotros nos resulta es música sobre ponerse nostálgico, sobre recuerdos. Ésa es, en cierta forma, la sangre de esta banda”.

“Grabar ‘Heaven’ fue brutal, porque teníamos una canción con una letra completamente distinta, con riffs diferentes, y no funcionó”, recuerda. “El productor del disco decía que no la termináramos, y nosotros le decíamos que teníamos que hacerlo. Y al final salió. Pero fue una batalla”.

Bauer suena más cansado que orgulloso de haber logrado producir un disco como Heaven. Por eso, antes de despedirnos le pregunto si siente que el resultado ha sido suficientemente valorado.

 “Pensé que a estas alturas iba a estar imprimiendo billetes y manejando un Mercedes-Benz -dice Bauer antes de reírse-. Pero estoy en el asiento trasero de una van y comiendo en (el restaurante de comida rápida) Wendy’s. Así que creo que mi respuesta es no”.

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