Por Antonio Díaz Oliva Noviembre 15, 2012

Dos Hamlet sobre un mismo escenario. Dos Hamlet que se mueven igual, hablan al unísono y como si uno fuera un calco del otro, gesticulan de la misma forma. Uno de ellos es digital: lo podemos ver en la pantalla grande ubicada al fondo del escenario o en uno de los cinco pequeños televisores puestos estratégicamente en distintos lugares. A ratos, ese Hamlet digital desaparece; se va en un fade out y sólo nos quedamos con el sonido de su voz que retumba por la sala. El otro Hamlet, en cambio, es un actor de verdad. Uno que le sigue los movimientos al de la pantalla. Como ahora: cuando los dos, luego de un momento de silencio, de enfocar la mirada en la audiencia, pronuncian esa clásica frase de la obra de Shakespeare: “To be or not to be, that is the question”.

Fue en 1964 cuando el actor Richard Burton interpretó a Hamlet. Por esos años, mediados de los 60, el cine se consolidaba cada vez más como una forma de entretenimiento masiva. El teatro, por su parte, vivía el proceso contrario. De ahí que esa versión del clásico de Shakespeare fuese grabada con siete cámaras. Y luego, con diferentes tomas de las presentaciones en vivo y en un proceso de edición denominado electronovision, se llegase a un corte definitivo. El resultado final se transmitió en dos mil cines a lo largo de Estados Unidos durante dos días. Y fue un éxito. Tanto, que se llegó a hablar de una posible nueva forma de arte, una que ayudaría a mantener interesadas en el teatro a esas audiencias que el cine estaba absorbiendo. A ese nuevo género, o experimento, se le llamó teatrofilm.

Casi cuarenta años más tarde, Elizabeth LeCompte (68), la directora y cofundadora de la compañía neoyorquina The Wooster Group, estaba en proceso de buscar una nueva idea para llevar a las tablas. Desde 1975 que The Wooster Group venía tomando piezas clásicas -de autores como Chéjov, Eugene O’Neill, Arthur Miller- para manipularlas y agregarles aspectos tecnológicos. Por esos días, Scott Shepherd, uno de los actores de The Wooster Group, estaba obsesionado con Shakespeare, especialmente con la figura de Hamlet. Durante las noches, luego de los ensayos de otra obra en preparación, usaba la sala para dar clases de Shakespeare. Hasta que organizó una lectura de Hamlet. Y le dijo a LeCompte que asistiera. Y ahí algo sucedió. LeCompte se puso a pensar en su relación con Hamlet y rememoró esa ocasión en que viajó desde Nueva Jersey a Nueva York para ver la versión de Richard Burton (en ese tiempo, además, ella estaba obsesionada con la entonces esposa del actor galés, Elizabeth Taylor). Ahí rondó por primera vez el concepto de lo que más tarde llegaría a ser la versión que presentarán en la próxima edición del festival Santiago a Mil, entre el 17 y el 20 de enero en el GAM (abonos generales ya están a la venta en sistema Ticketek y GAM). “La pregunta fue la siguiente: ¿qué sucedería si se proyecta la película de Burton y al mismo tiempo ponemos a nuestros actores a interpretar aquella versión?”, dice LeCompte, en el mismo escenario donde la noche anterior sus actores interpretaban el drama que transcurre en Dinamarca. Ahora, varios de esos mismos actores que hacían de Ofelia o Polonio, acarrean sacos de arena. A un día de que el huracán Sandy llegara a Nueva York, y en un sector del barrio SoHo que se inunda fácilmente, han decidido cancelar las funciones de Hamlet -que llevan presentando desde 2006 tanto en Estados Unidos como en festivales en España, Irlanda, Alemania y otros países- hasta nuevo aviso. Lo que más le importa a la compañía, en estos momentos, es tener a salvo su sala de teatro: The Performing Garage.

“Acá todos hacemos de todo. La mayoría de los actores, y la gente de sonido también, tienen que realizar trabajos durante el día. O conseguir alguna forma de sobrevivir”, comenta la directora sobre The Wooster Group, el cual se mantiene con donaciones y dinero de diversas organizaciones estadounidenses. Actores como Willem Dafoe (que fue esposo de LeCompte y también fundador del grupo), Frances McDormand y Steve Buscemi alguna vez fueron parte de sus filas, y por lo mismo, The Wooster Group ya es una de las marcas más importantes del teatro experimental en Estados Unidos. Uno de esos referentes culturales que, por ejemplo, tienen a Paul Auster y su esposa Siri Hustvedt, a los hermanos Coen, a la infaltable Patti Smith y a otros de la intelligentsia cultural neoyorquina, como público frecuente y hasta de colaboradores económicos.

Todo muy acorde a una compañía que tuvo sus inicios en los años de la contracultura norteamericana, cuando LeCompte trabajaba como mesera en un café ubicado en una pequeña ciudad al norte del estado de Nueva York, donde varios músicos de la entonces activa movida folk (desde Pete Seeger hasta un jovencísimo Bob Dylan) tocaban con frecuencia. Una época en que saltar de la música a la pintura y luego al teatro o las artes plásticas no era extraño. Junto a Spalding Gray (actor especializado en monólogos), y otros actores, entre los que estaba Dafoe, formaron The Wooster Group. Compraron un lugar, que hoy es The Performing Garage, y comenzaron a experimentar en base a textos clásicos durante los 70. Luego, con el arribo de los yuppies, todo cambió. “Como siempre sucede en esto, lo más difícil sigue siendo conseguir el dinero. Y hubo épocas, como los años 80 y 90, que fueron extremadamente complejos. Una suerte de conservadurismo se tomó el ambiente cultural”, recuerda LeCompte. “Muchos nos recomendaban que no dijéramos que éramos una compañía de teatro experimental, que eso era una pésima publicidad. Pero me parece que hoy las cosas han cambiado. Las nuevas generaciones, de audiencias y actores, parecen estar interesándose, una vez más, en este tipo de teatro”.

 

El reflejo de un fantasma

Sentarse a ver la versión de Hamlet de The Wooster Group es un acto -en una palabra- estimulante. No sólo porque está la pantalla, con la versión de Burton, y porque al mismo tiempo, sobre el escenario, los actores siguen movimiento a movimiento lo que sucede. También porque recurren a otros trucos para tener al espectador sin respiro.

Todo parte cuando Scott Shepherd, el actor que interpreta al príncipe Hamlet, sale a escena y cuenta la historia detrás de la película de Burton (después del estreno, se ordenó que se quemaran todas las copias, y no fue hasta años después, y por azar, que se encontró una copia en la casa de Burton). Así, luego de esa introducción, la pantalla se prende: vemos un príncipe Hamlet en blanco y negro, al cual se le aparece el fantasma de su padre para pedirle venganza, ya que Claudio, su hermano, lo ha asesinado. A la vez, vemos la interpretación de Shepherd y los demás actores que imitan a la perfección lo que está sucediendo en la pantalla.  Por eso, a ratos, cuesta decidir dónde poner la atención. Todo es rápido. Todo es doble. Es como si uno, al mismo tiempo, estuviese sentado en una sala de cine y en una butaca de un teatro viendo las mismas historias desarrollándose paralelamente. La experiencia se acerca, en algo, a Dogville, la película de Lars von Trier, que LeCompte admira. “Es un buen ejemplo de un paso intermedio entre el teatro y cine -dice-. De una suerte de teatrofilm, si se quiere. Por un momento, cuando ensamblábamos la obra, pensamos en marcar, como en la película, los lugares por los cuales los personajes circulan”.

Y luego hay más referentes que van surgiendo a lo largo de la obra. Ahí están las imágenes de otras adaptaciones fílmicas de Hamlet, como una versión del año 2000, con Bill Murray y Ethan Hawke, como Polonio y Hamlet, respectivamente, discutiendo en el interior de un departamento en Nueva York. Por un momento Burton y compañía desaparecen de la pantalla y los actores de The Wooster Group se ponen a seguir los movimientos de Murray y Hawke (hasta que reaparece Burton y así volvemos a la intranquila calma anterior). O que la música, en un extraño intermedio durante la segunda parte de la obra (que dura casi tres horas), sea de Casey Spooner, uno de los cerebros tras la banda de electropop Fischerspooner, el cual canta, actúa y es parte de The Wooster Group hace varios años.

“Todo el mundo viene a ver esta obra con un referente de Hamlet. Todos. Hasta Los Simpson han hecho algo con esta historia. Por eso cada espectador trae su propio Hamlet y lo pone al lado de lo que hacemos. Es como el reflejo de un reflejo, que a la vez te lleva a otro reflejo y así infinitamente, hasta que ya no se puede detectar cuál era el reflejo original”, dice LeCompte. Así, la versión de The Wooster Group hace que uno sienta que está contemplando un diálogo entre dos Hamlet. No sólo eso: también enfrenta dos postales del teatro estadounidense: la imagen de los años 60, cuando perdía terreno frente a las películas y la televisión; y la imagen actual, cuando para muchos el teatro se mantiene como un nicho intelectual hermético, que difícilmente podrá rescatar lo masivo que alguna vez tuvo.

“Estaban muy preocupados por el cine cuando Burton hizo su versión. Inventaron ese concepto del teatrofilm, para que la gente siguiera interesada en el teatro. Pero no funcionó, por supuesto”, cuenta la directora.

-De todas maneras, la gente sigue viendo obras.

-Bueno, tal vez la razón de eso es la misma razón de por qué la gente sigue yendo al cine en vez de ver películas en sus computadores. Hay una parte de la experiencia que es irreemplazable.

-De hecho, en la obra muchas veces uno está pendiente de la pantalla, como para ver si el actor sigue al pie de la letra lo que sucede o si se está equivocando.

-Eso fue parte de nuestra idea inicial. Porque por un lado está la seguridad de la pantalla, sabes que los actores están a salvo. Y, en el otro lado, sobre el escenario, está el riesgo; el riesgo de que algo va a salir mal, de que a alguno de los actores se le va a olvidar una línea. Pero la gente olvida que si algo va mal no es un error necesariamente. Al contrario, es una posibilidad, como espectador ese error te despierta y te trae de vuelta. Te hace consciente. Y eso, creo, no es algo que suceda cuando uno va a ver un show a Broadway.

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