Por Marisol García Diciembre 19, 2012

Muchos de los escritores, críticos y académicos sumados hace un mes a la comitiva chilena de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara no estaban enterados de que junto a ellos se presentaría una tropa de creadores también destacados, chilenos como ellos, ocupados desde hace años en la construcción de canciones pop. Sus shows de cada noche en la Explanada del recinto de exposiciones fueron, en palabras de un testigo, “golazos que parecían alegrar a los mexicanos como si fuésemos de un mismo equipo”.

Con un concierto ante un espacio que se rebasó (seis mil personas dentro, y otras dos mil escuchando por fuera), Los Bunkers electrificaron la jornada musical más exitosa de la FIL. “La Feria sacó a la luz pública un éxito del cual los medios chilenos o el mundo intelectual no tenían idea”, estima Mauricio Basualto, baterista de la banda; y al decirlo no piensa sólo en su grupo: “Todos los recitales ofrecidos esos días sumaron para dar una sensación de que hoy el embajador cultural de nuestras artes en el extranjero es la música. Y que podría venir un boom parecido al de la Nueva Canción. La composición ha mejorado tanto, que está casi todo dado para que los chilenos estén hoy en muy buen pie”.

Quién sabe si hablan como generales después de la batalla, pero los participantes de este año en la FIL coinciden en que los músicos invitados fueron un aventón a la representación cultural chilena en la feria literaria más grande del continente. El balance es “positivo, a todas luces; reforzó la empatía que hoy tienen los medios y la audiencia mexicana por la música chilena”, dice Rodrigo Sanhueza, secretario ejecutivo del Consejo de Fomento de la Música Nacional, uno de los organismos (junto a la Dirac, la comisión organizadora, y también representantes de la propia FIL) que se hicieron cargo de la selección de la delegación musical chilena en México.

Cualquier interesado en la suerte de la canción popular local podía prever lo acertado de la inclusión de Los Bunkers, Gepe, Javiera Mena, Francisca Valenzuela, Pedropiedra y Astro (entre otros) en la comitiva. Ningún medio ha hablado aún del 2012 como “el año del pop chileno”, pero la sensación-ambiente es que la calificación no sería exagerada. A una cosecha de bien recibidos discos publicados en los últimos veinte meses por, entre otros, Gepe, Pedropiedra, Manuel García, Ases Falsos, Camila Moreno, Carolina Nissen, Jiminelson, Ana Tijoux, Pascuala Ilabaca, Francisca Valenzuela, Astro, Protistas, Fakuta y Álex Anwandter -artistas que han debutado en los últimos ocho años-; se suma la salida de casi todos ellos al extranjero, para presentaciones en salas y festivales, en los que nombres como Javiera Mena, Los Bunkers, Dënver, Latin Bitman y Fernando Milagros son ya familiares.

Hace un par de semanas, el sitio de ABC/Univisión aseguró que “es probable que hoy Chile tenga la más poderosa escena pop del mundo hispano”. En webs especializadas, como Club Fonograma, se ha llegado a comparar a Javiera Mena con Café Tacuba (“una nueva voz generacional”, “única en su especie”).

“Chile, nuevo paraíso del pop”, dictaminaba en un titular de hace casi dos años el diario español El País. Y si entonces el entusiasmo europeo por la nueva cantautoría chilena pareció sorprendente, las notas de similar tono en Time, CNN, NPR, ABC o Rockdelux han pasado este año como algo (casi) natural. Combinar independencia e internacionalización era una utopía hace tan sólo una década, pero hoy parece ser el mejor modo de apurar resultados. Sólo en el 2012, Francisca Valenzuela y Pascuala Ilabaca ofrecieron 34 recitales en el extranjero; Javiera Mena, 24; Gepe, 23; Manuel García, 10; Fernando Milagros, 9; y Pedropiedra, 8. Ninguno de ellos trabaja ni ha trabajado nunca con un sello multinacional. Y aunque su ejemplo es todavía más discreto que el de nombres activos hace décadas en la promoción internacional -como Myriam Hernández y Alberto Plaza, o como los casos de Chico Trujillo (55 recitales) y Gondwana (que tienen probablemente el récord del año, con 72)-, demuestran que la nueva canción local es ya una fuerza de dinámica continental, cuyo torbellino suprafronteras no hará sino acelerarse en 2013.

El sonido de la ambición

En comparación con las expectativas discretas con la que en los años 90 solía trabajarse el rock chileno -cuando la palabra “internacionalización” se pronunciaba con pudor, como una meta a largo plazo-, coinciden hoy los nuevos músicos en una ambición moderada pero firme, sin timideces. Para el baterista de Los Bunkers la gran diferencia de la actual generación es su profesionalismo natural: “No hay modo de seguir con esos tics añejos de un discurso apocado, o de tener mala relación con los medios. Esto no es amor al arte. Somos profesionales del entretenimiento. Sabemos que esto es un trabajo, y uno muy importante, que combina creación y negocio”. En el caso de su banda, eso significó mudarse a México hace cuatro años, trabajar intensamente casi sin compensaciones económicas, y recién a estas alturas poder permitirse un estándar de vida autónomo, aunque sin lujos.

Cristián Heyne, productor de varios de los discos pop mejor recibidos de los últimos años, habla de un sonido entroncado con la ambición: “La ambición de que las cosas funcionen”. Álex Anwandter aplaude la calidad de una apuesta competitiva, pero sin padrinazgos económicos. “Aún no sabemos qué pueda pasar en el gran mercado. No somos Paulina Rubio ni nunca lo seremos”.

La avanzada chilena a Guadalajara representaba, en gran parte, esa nueva mirada. Existe hoy un tipo de música chilena cosmopolita y radiable, libre ya del ancla retro que en los años 90 afirmaban Los Tres o de la solemnidad del trabajo en torno a la raíz folclórica que por décadas se privilegió en las instancias de promoción cultural al extranjero. Es una “nueva cara” de exportación sonora.

“La gente de la FIL nos hizo algunas sugerencias sobre qué tipo de artistas incluir en los conciertos, a partir de malas experiencias anteriores y su conocimiento del medio”, explica Rodrigo Sanhueza. “Tuvimos que dejar fuera algunos nombres que nos hubiese gustado llevar. Pero al final se asumió que la Explanada era un escenario masivo, popular, gratuito. Y creo que la estrategia fue acertada, no sólo porque acercó a la audiencia a músicos ya conocidos por ellos, sino porque también pudo introducirse a algunos artistas emergentes”.

Mauricio Basualto confía en que es cosa de tiempo para que esta masificación de la nueva canción chilena se diversifique. “Si uno va a clavar una estaca, tiene que ser la correcta. Y la estaca a clavar en este momento es el pop. Luego el resto vendrá por añadidura”, opina el baterista de Los Bunkers. “Hoy debemos mostrar música concebida para que le guste a la mayor cantidad de gente. Eso entiendo por pop”.

2013, el año de la decisión

A la Feria Pulsar de 2011 llegaron doce mil personas. La más reciente versión, en noviembre pasado, duplicó esa cifra, y eso que uno de sus tres días coincidió con la Cumbre del Rock Chileno (que tuvo sus propios treinta mil asistentes). “Hasta que no los ve ahí en stands y escenarios, la gente no tiene idea que hoy existen tantos sellos, tantos músicos, tanta actividad. Si hasta yo me sorprendo”, estima Manuel Lagos, director de Evolución, la oficina a cargo este año de la organización de un encuentro nacido como iniciativa de la Fundación Música de Chile (SCD).

Lagos es hoy uno de los productores más activos en la promoción de música chilena en el extranjero. Evolución apoya el trabajo de nueve bandas y solistas chilenos (Los Bunkers, Nicole y Javiera & Los Imposibles, entre ellos), sosteniéndoles una cadena que puede ir desde la grabación y edición de sus discos hasta la organización de sus giras internacionales. Sabe que el buen momento de la música local requiere aún de un gran trabajo para legitimarse ante auspiciadores, radios y productores que no parecen convencerse del fenómeno, pero también está seguro de que se trata de una fuerza ya imparable y de encomiable autonomía. “Si el día de mañana los sellos multinacionales deciden cerrar sus oficinas en Chile, no importa: la música acá seguirá moviéndose”.

Hay en el fenómeno, sin embargo, aún grandes dosis de altruismo y apuesta. Pese a que Evolución es una de las productoras con mejores nombres musicales asociados, Lagos dice que no se sostendría si no es por la producción de actividades para empresas privadas “que de algún modo subsidian lo que, como oficina, queremos hacer con la música. Estamos en la etapa de sostener algo potente, pero con mucho en contra todavía ”. Su trabajo con Los Bunkers, por ejemplo, delimita dos áreas geográficas, y obliga a que la banda maneje todos sus negocios mexicanos con Ocesa Sei Track, una de las agencias de representación musical más importantes de Latinoamérica. Ese puente entre agencias locales y extranjeras parece ser por ahora el modo más inteligente de ampliar los alcances de una creatividad sometida localmente a estándares estrechos, y a la que debe sumarse la distancia de músicos que, salvo Los Bunkers, no se deciden a radicarse afuera.

A través de la etiqueta Nacional Records, Tomás Cookman es hoy el representante para Estados Unidos (y, en algunos casos, también en el resto del mundo) de los más recientes discos de Ana Tijoux, Astro, Álex Anwandter, DJ Raff y Latin Bitman, que si bien mantienen localmente su agencia propia, descansan en la experiencia de este ejecutivo, que ha representado a gente como Manu Chao y Los Fabulosos Cadillacs.

-¿Ayudaría que los músicos chilenos con los que hoy trabajas se radicasen en el extranjero?

-Sí, especialmente en el caso de México. Es importante tener presencia constante en el mercado. Es difícil triunfar de lejos. Pienso que una parte de la estrategia es que hay que pensar que vas a estar viviendo en México un rato para realmente entrar en el mercado, y luego hacer promoción también en Estados Unidos. Lo importante es que en Chile el talento está: es mucho y es diverso.

Mezcla de sello, agencia de promoción y productora, Quemasucabeza llevó a México por primera vez a Javiera Mena y Gepe, en 2007. Hoy, cuando varios de sus artistas asociados se ganan notas allá sin dificultades, la oficina descansa sobre la asociación con agencias de Brasil, México y Argentina para facilitar su trabajo de difusión y logística en nuevas giras.

“Nueve años después de llevar casi a pulso a Congelador a España, creo que estamos viendo frutos”, dice Rodrigo Santis, director de Quemasucabeza. “Digo ‘frutos’, y no ‘dinero’. Los viajes dan saldos positivos, y los números son azules en la mayoría de los casos. Que un show se llene en el D.F., que se vendan cien discos, que la gente se prenda y coree canciones -a veces, mucho más que en Chile- es un gran logro. En eso estamos ahora”.

Nadie sensato habla aún de “explosión”. Los grandes fenómenos necesitan un tiempo de acomodo antes de poder dar los golpes certeros. Pero es un sincero optimismo, nunca visto en los últimos veinte años, lo que ese asentamiento parece producir hoy.

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