Por Sergio Parra, encargado del stand chileno en la Feria del Libro de Guadalajara
Las expectativas en una feria internacional del libro siendo país invitado, eran mostrar la variedad de la industria editorial chilena, en sus distintas temáticas y desarrollar una plataforma que permitiese la relación de nuestros editores y autores con el mercado mexicano y latinoamericano. Para ello el stand estaba compuesto de 21 mil libros que mostraban esta variedad.
El primer día la aceptación del público fue masiva frente a la propuesta, la que se mantuvo durante todos los días de la feria. Uno de los aspectos destacables es que el encuentro permitió promover principalmente a autores jóvenes chilenos, un ejemplo de esto es que el primer libro que se agotó fue Camanchaca, de Diego Zúñiga; le siguieron todos los autores que recién tienen sus primeras publicaciones, así mismo dibujantes como Peirano, Salinas y Montt fueron un éxito. El público hacía filas para recomendaciones de libros, por ejemplo, fue un agrado vender todo el stock del libro Correr el tupido velo de Pilar Donoso, El libro gordo de 31 minutos de Peirano, Háblame de Amores de Pedro Lemebel, en fin, son muchos los autores que tuvieron una gran aceptación. El lector sintió que lo que compraba era lo mejor que se estaba produciendo en Chile.
Promover una escritura del Chile actual fue una gran satisfacción personal, la que fue posible por el interés de los asistentes mexicanos respecto de lo que se está realizando en Chile y por su apertura a las recomendaciones que uno podía realizar, las que siempre eran bien recibidas. Esto evidentemente era posible hacerlo por un trabajo desarrollado los últimos meses, coordinado por el Consejo de la Cultura, bajo el comisariado de Beltrán Mena.
Frente a esto, uno tenía que ser muy responsable, no fui a ninguna fiesta, siempre estuve en el stand (de ocho de la mañana a nueve de la noche): el resultado fue que bajé dos kilos. Esta misma carga de trabajo la compartió Manuel Marchant, otro librero invitado, con el cual nos coordinamos de forma extraordinaria.
Acompañando a la comitiva de escritores y editores chilenos, tuvieron participación el teatro, la fotografía y la música. Ver a Los Bunkers comprar libros en el stand y luego tocar en la Explanada fue el momento más emocionante de Guadalajara.
El último día, a las siete y media de la tarde, no quise ver cómo se desmontaba el stand, éste se había transformado en esos días en nuestra casa. Le dije a Manuel Marchant: “Nos vamos”, caminamos buscando una cafetería, desde allí seguíamos viendo personas que llegaban a última hora a la feria. Al otro día nos volvimos a Chile. No vi el cierre.
Ya habíamos cumplido.
En el stand quedaron doce botellas de tequila que amablemente nos regalaron. No me las pude traer.