Cada vez que habla, su rostro se ilumina como el escenario de un teatro. La arquitecta y artista visual Francisca Benítez (38) tiene voz fuerte, modula bien, pero además gesticula con la cabeza, las manos y los brazos. “Soy súperexagerada. Si quiero saber algo, pongo cara de pregunta, y si tengo rabia tiene que notarse”, dice frunciendo el ceño y mostrando los dientes.
La costumbre viene de su infancia. El padre de Benítez es sordo, por lo que sus conversaciones se han sostenido, desde que ella tiene memoria, a través de dos formas: él le lee los labios a ella o intercambian señas. “Mi papá sufrió una meningitis que afectó su nervio auditivo a los tres años, pero logra cosas que a los oyentes nos costarían mucho más. Recuerdo, por ejemplo, verlo cagado de la risa con un ruso, un checo y un alemán, hablando con caras y haciendo performance con el cuerpo. La lengua de señas es mucho más intuitiva. Una danza”, dice.
Del mundo de su padre, pero también de la historia de su madre -una profesora con la que aprendió a hacer mermeladas en su tierra natal, Pichingal, en la VII Región- surge la última muestra de la artista visual, que está radicada en Nueva York desde 1998.
Bautizada como Canto visual, la exposición consiste en transformar el Museo de Artes Visuales (MAVI) de Lastarria en una escuela gratuita de lengua de señas, que funcionará hasta el 27 de enero. La convocatoria, realizada durante diciembre pasado, tuvo una buena recepción y se inscribieron más de 200 personas.
No es necesario ser sordomudo para participar. El propósito de Francisca es convertir el espacio del museo en un punto de encuentro e intercambio entre los sordos y los oyentes. “Tú puedes tomar clases de lengua de señas en muchos lados, pero la gracia es trasladar ese universo al museo, un lugar donde sólo hay silencio y no nos queda otra que comunicarnos con lo visual”, explica, abriendo los ojos.
No es la primera vez que le da un nuevo uso a los espacios convencionales y que echa mano a su biografía. En 2011, Francisca ya había instalado una tienda en la galería Die Ecke, donde se vendían los 590 litros de mermelada de membrillo que su familia produce cada otoño.
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La exposición Canto visual comenzó a gestarse durante una residencia que Francisca realizó en Gasworks, Inglaterra, el año pasado, gracias a la beca AMA. Creada en 2010 por Juan Yarur, coleccionista de arte contemporáneo, la beca apoya la residencia en el extranjero y una exposición en el MAVI.
A Francisca la postuló Die Ecke, la galería local en la que debutó en 2007 exhibiendo su muestra Prótesis del nuevo éxodo, donde la artista visual documentaba con fotos y videos la ciudad efímera de Sucot. Así se denomina el rito que realiza la comunidad judía cada otoño en Brooklyn, y que consiste en abandonar su casa y construir un habitáculo temporal, con el fin de rememorar el momento en que fueron liberados de la esclavitud y partieron en busca de la tierra prometida. “Es una minga, una toma efímera del espacio público que registré durante nueve años, porque los judíos que no tienen antejardín sencillamente se toman la calle, el techo o las escaleras de incendio de los edificios. A la vez se rigen por un montón de códigos de construcción. En esos espacios debe sentirse la humedad adentro y sus techos deben estar hechos con materiales que alguna vez estuvieron vivos, como ramas”, explica.
Presentada también en São Paulo, Nueva York y Barcelona, esta obra marcó el paso definitivo de Francisca al arte, tras estudiar Arquitectura en la Universidad de Chile y trabajar durante dos años en una oficina de arquitectos en Estados Unidos. “Fue mi primera pega en Nueva York, adonde llegué como turista. Ahí aprendí el inglés y a dar soluciones a proyectos que se enfrentaban con las infinitas leyes del plan regulador, pero a mí siempre me interesó más la reflexión urbanística que la construcción o la materia de la arquitectura. Es decir, cómo la gente habita un espacio, cómo convive y se organiza en pro de su calidad de vida”, cuenta.
Francisca vive en Chinatown, en Manhattan, y si un tiempo trabajó y expuso en la galería Storefront for Art and Architecture, ahora se mantiene haciendo clases de arte para ancianos y jóvenes en centros comunitarios que son resabios de las estructuras estatales del New Deal que implementó Roosevelt tras la depresión económica de 1929.
El resto del tiempo lo dedica a caminar, ejercicio que la ha llevado a encontrar fenómenos urbanos alucinantes, que ha traspasado al arte a través de múltiples formatos. “Depende de la idea generadora, pero me gusta trabajar con lo que tengo más a mano, volver a lo elemental en una época hipertecnologizada. Por eso la escuela de lengua de señas se desarrollará en un ambiente muy simple: 40 sillas dispuestas en dos semicírculos y dos proyectores”, cuenta. Lo importante para Francisca es generar una acción. En Canto visual el desafío de los profesores y de los alumnos es interpretar en señas el libro Canto General de Pablo Neruda.
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Cuando Francisca Benítez se fue, en julio pasado, a Gasworks, llevó en la maleta dos ideas: quería llevar al arte el tema de la sordera, que en Chile afecta a aproximadamente el 2% de la población. Y, a la vez, quería hacerse eco de las movilizaciones estudiantiles.
Montar una escuela de lengua de señas en un museo fue la mejor forma que encontró Francisca para fusionar esas temáticas, y en Londres aprovechó de tirar las primeras líneas. Durante los tres meses que duró la residencia, contrató a profesores que le enseñaron el idioma de los sordos, pero también se nutrió de la experiencia de la Tate Modern, donde el primer viernes de cada mes se realizan charlas para sordos sobre la exposición de turno.
“Ahí me hice amiga de sordos con los que fui a bares a compartir, pero además me propuse incorporar a un intérprete de señas en una ponencia que hice sobre Desalambrar, una exposición de mi portafolio donde hablo de sacar las rejas y producir espacios de integración”, dice.
Francisca quiere que la escuela de lengua de señas del MAVI sea una pequeña muestra del modelo educativo más participativo que le gustaría ver en el país. “Mi idea fue aprovechar las condiciones del museo y no gastar ni siquiera en un clavo. Todos los recursos de la beca están destinados a generar sueldos dignos a los profesores que encabezarán los talleres, que son completamente abiertos, porque si bien puedes asistir como alumno, también puedes ir como oyente o como espectador”, dice.
Tanto las clases que dará por las mañanas el profesor sordomudo Alexeis V. Estibill, como las que realizará por las tardes Alejandro Ibacache, el intérprete que traduce a señas los discursos presidenciales de La Moneda que se transmiten por la televisión, serán grabadas en video y luego se proyectarán en las salas del museo para el visitante que las quiera ver.
El programa de Canto visual no termina ahí: también habrá un ciclo de cine y discapacidad, y el colectivo de danza Nerven & Zellen presentará sus performances. Aunque compuesto por oyentes, éstos se especializan en coreografiar canciones que están en el inconsciente colectivo incorporando el lenguaje de señas, como en este caso sucederá con “Un año de amor” de Luz Casal, “Puré de papas” de Cecilia, y “We Are Sudamerican Rockers” de Los Prisioneros.
“Hay otro contexto que no se puede soslayar. La lengua de señas acaba de ser reconocida por ley como el idioma propio de la comunidad sorda en Chile, lo que hace que cada vez más servicios públicos necesiten tener un intérprete. Aprender esta lengua puede ser muy útil”, cuenta Francisca.
El público que se ha inscrito en Canto visual habla de esa tendencia: alumnos entre 20 y 50 años, pero también personas de la tercera edad. “Las motivaciones que tienen para estudiar el idioma sordo son muy diversas. Si bien hay una persona mayor que quiere aprender para comunicarse con su nieta sorda, también hay abogados que quieren aprender a defender a los no oyentes o gente que se está quedando sorda y que no quiere quedarse sin herramientas para poder comunicarse”, dice.
-¿Y qué podría enseñarle un sordomudo a un oyente?
-Sobre todo a utilizar el cuerpo. A volver al gesto. En un momento en que estamos todos individualizados, sería bueno leerse de otra manera. Los sordos necesitan mirarse para darse a entender, conectan mejor entre sí que los oyentes, que siendo más numerosos, apenas nos vemos. Pero, además, tienen mucho humor, de hecho se identifican con apodos. El de mi padre es “hijo del doctor”, porque mi abuelo, en Pichingal, tenía esa profesión.
Francisca cuenta todo esto mientras hace el gesto. Arruga la frente y con cara de apurada, como si tuviera una urgencia que atender, pellizca su muñeca y hace el gesto de mirar el reloj. Y así comienza a hablar. Con las manos.