Por Alberto Fuguet* Enero 17, 2013

No sé cuándo empezaron a celebrarse los centenarios de ciertas figuras colosales ligadas al arte (el año pasado fue el cineasta maldito Samuel Fuller, por ejemplo, aunque no pasó demasiado y casi desapareció más de lo que estaba presente antes en el imaginario pop, lo que habla bien de su marginalidad), pero creo que incluso esta extraña moda de hecho ya pasó. Ahora es más simple: “alguien” decide (¿sincronía?, ¿lobby?, ¿teoría de la conspiración?, ¿casualidad?) y todos (Hollywood, por cierto, la prensa, museos, gobiernos, festivales, editoriales) siguen y potencian este “evento”, no importando si hay una fecha de la cual colgarse.

Para qué esperar un cumpleaños si podemos celebrar ahora. ¿Pero qué evento?, ¿qué celebración? El regreso… El volver a la vida… Renacer… El volver a estar de otro modo, con nuevos ojos… Con un nuevo interés… Poder contar o inventar o inmiscuirse o fantasear en la vida del que “regresa”… El poder volver a apreciar o reinterpretar una obra (mejor: al que hizo una cierta obra) que no se apreció en su momento… O bien (más divertido aún, más vendedor) indagar en el lado B o C de un famoso, lo que sin duda ayudará a complejizar o humanizar su legado.

¿No es más fascinante revivir y disecar al mismo tiempo a alguien que ya no está pero cuyo legado u obra conecta y nos habla? O quizás estoy hilando fino: quizás todo al final es un acto retro, algo que, hoy por hoy, es sospechosamente actual, moderno, al día. Ya no se necesitan excusas para celebrar. Para volver a poner a alguien de moda. Que vuelva, no más; bienvenido. Quizás mejorado, con más información o con más bombo.

Hitchcock es, claro, el protagonista y el centro de la cinta Hitchcock (que se estrena en Chile el 7 de febrero) y el obeso director lo interpreta nada menos que Anthony Hopkins, aunque eso ya no significa demasiado. Hopkins hace lo que puede y el maquillaje termina conquistando la pantalla. El filme, que no es realmente una biografía (biopic) sino que se inscribe en el curioso subgénero de las cintas “making of” (películas acerca de cómo se hizo una película). En este caso, nada menos que Psicosis, su mayor éxito comercial, una obra maestra impensada (¿se puede hacer algo trascendente a partir de una historia casi indigna?). Los créditos dicen que está inspirada en el fascinante libro lleno-de-trivia de Stephen Rebello llamado Alfred Hitchcock and the Making of Psycho, pero la verdad es que termina desviándose del set, especulando acerca de la verdadera dinámica del matrimonio con Alma (la gran Helen Mirren, desperdiciada) y hasta ingresando a la “oscura mente” del protagonista (Hopkins le “conversa” al asesino real que inspiró al personaje de Norman Bates; mal). Esto es lo que hunde y vuelve pedestre algo que pudo ser una divertida y apasionante cinta acerca de cómo se hace una obra cumbre (suerte, casualidades, inspiración, enemigos, etc.).

El director Sacha Gervasi, que debutó en el cine con el estupendo documental acerca del grupo de heavy metal perdedor Anvil, aquí tropieza con una cinta que da la impresión que tuvo más problemas y más gente opinando que durante el verdadero rodaje de Psicosis. Gervasi, digámoslo, no es Hitchcock y tampoco es Douglas Sirk a la hora de crear un melodrama de amor y desamor maduro entre gente privilegiada. Acá falta mucho y sobra demasiado. Este subgénero asume que el público algo sabe del filme y eso es lo que uno quiere: más Janet Leigh (Scarlett Johansson), más Anthony Perkins, si el diseñador Saul Bass, famoso por sus créditos, fue tan clave en crear la escena de la ducha o si es cierto que usaron una doble que luego asesinaron en la vida real. Aun así, el filme posee sus momentos (el mejor: Hitchcock dirigiendo una orquesta invisible al son de la terrorífica música de Bernard Herrmann en el foyer de un cine, durante la première, mientras adentro de la sala el público grita) y tiene ese morbo que poseen tanto las buenas como las malas películas acerca de temas o personajes que conocemos. Y sí, te dan ganas de ver Psicosis de nuevo.

Si uno anda obsesionado con Hitchcock, quizás lo conveniente es ver otra cinta “acerca de cómo se hizo una película”. O, para ser más preciso: cómo se hicieron dos. The Girl, una cinta menos ambiciosa y muy superior, es acerca del obsesivo lazo entre Hitchcock (el pequeño Toby Jones) y la modelo-actriz Tippi Hedren (Sienna Miller), cuando el viejo director insistió en que esta chica sin experiencia, a la que tiñó de rubia, fuera la protagonista de dos de sus cintas más curiosas y menos comprendidas: Los pájaros y Marnie, la ladrona. A pesar de ser acerca de dos películas, esta cinta hecha para HBO y dirigida por Julian Jarrold, profundiza más en el proceso de filmar, en el lazo entre el director y su mujer y, por cierto, en cómo usó el cine para sublimar y torturar a una mujer que se negaba a entregarse a pesar de que él le ofrecía el estrellato.

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Es osado saber cómo nace el revival, pero hay que tomarlo con algo de humor, aunque no sé cómo lo tomaría él.  Lo cierto es que ni Hitchcock ni sus películas se han ido o han envejecido. Al contrario. Siempre están circulando, les encuentran cosas nuevas o dan pie para cintas “hitchcockianas”, como Déjà Vu de Tony Scott o la serie de cable que está por partir: Bates Motel, una suerte de precuela de Psicosis, donde el joven Norman Bates, que luego matará a Marion Crane en la ducha unos años después, es un adolescente algo atormentado que vive en el recién inaugurado motel junto a su madre (una Vera Farmiga que estará viva al menos por buena parte de la serie, supongo).

El gran fracaso comercial y de crítica llamado Vértigo  ahora pasó a ser “la mejor película” de todos los tiempo en la publicitada lista para nerds cinéfilos que tabula Sight & Sound. Años antes, cuando De entre los muertos (su título en Hispanoamérica) estaba fuera de circulación, el filme empezó a crecer y transformarse en una cinta de culto. Algo curioso para un director tan célebre, expuesto y mediático, que nunca quiso jugar al marginado o el incomprendido (aunque quizás nunca le dieron un Oscar por eso mismo). Vértigo es una cinta de cinéfilos que coloca en su centro la obsesión, la idea del remake, la posibilidad de poner en escena guiones escritos y la posibilidad de enamorarse y poseer una mujer inalcanzable: por lo bella, por lo lejana, porque quizás está muerta. Quizás por eso (entre tantas otras razones) es que Hitchcock atrae e interesa tanto ahora. Su vida fue bastante tranquila, pero al parecer sus pulsaciones no. Cineastas como John Ford, Howard Hawks o Sam Peckinpah tuvieron vidas “más cinematográficas”, pero la gracia de Hitchcock es que sus aventuras las padeció en la oscuridad, dentro de su cabeza. Esto dio paso a varias biografías, siendo la más famosa de ellas Alfred Hitchcock: El lado oscuro de un genio, de Donald Spoto, que destapó todas sus manías, su particular manera de enfrentar una filmación, su fijación con actrices rubias y sus pulsaciones, que botaba rodando notables escenas de asesinatos, traiciones e intriga.

Hitchcock fue un adelantado en cuanto a la idea de ser no sólo un auteur sino un nombre, una marca, una cara, una franquicia. Es cierto que quizás Vértigo no arrasó, pero sus otras cintas sí. Psicosis puede ser considerada muchas cosas: explotación, éxito atronador, obra maestra, cine-experimental, terror popular y el inventor/legitimador del cine slasher, que es aquel que hoy domina las pantallas del mundo (psicópata mata chicas desnudas en sitios aislados).

Éste no es el primer regreso del viejo inglés. A pesar de todo su éxito comercial, fue la Nueva Ola francesa, Cahiers du Cinéma y el famoso libro de François Truffaut (que nunca ha dejado de reimprimirse y que está en la repisa de todo cinéfilo que se respete), los que lo legitimaron cuando, a fines de los 60 y comienzos de los 70, ya estaba envejeciendo y realizando sus últimas películas, que no estaban a la altura de sus trabajos mayores. Antes que estrenara su última, Family Plot (Trama macabra) en 1976, ya Brian De Palma estaba obsesionado con “el maestro del suspenso”. Hitchcock murió en abril de 1980 y para esa fecha De Palma había estrenado Sisters, La Furia, Obsession (un osado remake o reinterpretación de Vértigo) y Carrie. Y como si eso fuera poco: estaba esperando el inminente estreno de Vestida para matar y estaba por rodar Estallido mortal (de 1981). En todas estas cintas había elementos hitchcockianos y varias secuencias claves ocurrían en duchas. Carrie es del mismo año de Trama macabra. Carrie triunfó; la cinta de Hitchcock fue ninguneada y pasó sin pena ni gloria.

Hitchcock ha vuelto o ya no se va más. Y no por estas dos cintas. O por la inminente Bates Motel. O porque What You See in the Dark, de Manuel Muñoz, una de las grandes novelas chicanas escritas en inglés el 2010, fue acerca de cómo el rodaje de Psicosis afecta los personajes de un pueblito del valle central de California. No, esto es moda. O casualidad.

Hitchcock es un maestro. Punto.

Y ahora tanto sus cintas más abstractas como las más terroríficas se entienden mejor por algo que pocos logran: sus cintas ayudaron a perfilar y entender la cultura en la cual vivimos. Él no fue de esos que filmaron la realidad; de alguna manera ayudó a inventarla.

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