Por Valeria Bastías Febrero 14, 2013

La sala principal del teatro Mercat de les Flors, en Barcelona, está repleta. Hace cuatro años que la Compañía Nacional de Danza (CND), la más importante de España, no realiza un estreno, y su nuevo repertorio es todo un misterio. Pero en ese momento, el misterio que le preocupa a Alfredo Bravo (42) es descubrir dónde se va a sentar. Los organizadores corren de un lado a otro. Él, de pie, apoyado en una pared a un costado del escenario, sólo espera.

Alfredo Bravo, alguna vez campeón de patinaje artístico, ganador de un APES y dos Altazor, dejó Chile hace seis años, cuando ya había logrado el máximo reconocimiento como primer bailarín del Ballet Nacional Chileno (BANCH). Contratado a los 21 años por la compañía, entonces dirigida por Maritza Parada, pasó 14 años bailando,  antes de resolver que su camino continuaría lejos del Teatro de la Universidad de Chile y de Gigi Caciuleanu, director del BANCH en ese entonces.

 Cinco minutos faltan para que se abra el telón y comience el espectáculo que exhibirá tres coreografías en el teatro Mercat. Un coordinador le dice a Bravo que está todo solucionado. Él va directo a su butaca. “Sleepless”, una pieza del reconocido coreógrafo checo Jirí Kylián, abre la noche. Un breve intermedio y comienza “Babylon”, de Alfredo Bravo y Arantxa Sagardoy. Una composición basada en la Octava Sinfonía de Shostakovich y que lleva a escena la dualidad del dolor, expresada a través del alma y el cuerpo. Bravo siente la tensión en sus hombros. Ahí, sentado y con la vista fija en la escena, se preocupa de la iluminación, de la música, de los 18 bailarines y de la escenografía. Lo hace durante los treinta y siete minutos que dura la obra. Treinta y cinco en realidad, porque dos minutos antes del final lo llaman para que suba, junto a Arantxa, a recibir los aplausos del público, que esa noche sonaron fuertes, muy fuertes.

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La primera vez que la bailarina y coreógrafa catalana Arantxa Sagardoy vio a Alfredo fue en Lisboa, en el Almada International Festival (2006). Allí Bravo bailó el dúo “Compasión” con la chilena Isabel Croxatto. Unos meses más tarde, se vieron en Santiago. Esa vez, Bravo quedó encantado con el trabajo de Arantxa, entonces directora de la compañía Patas pa’ Arriba,  que estaba de gira por el país. La conexión fue inmediata. Bravo renunció al BANCH y junto Laetitia, su mujer francesa, y sus mellizas Camila y Antonella, partieron rumbo a España en 2007.

Cuando termina el proceso de creación coreográfica, lo más difícil para Bravo es enfrentarse al resultado, porque nunca queda conforme. “La sensación es tan diferente. Cuando eres intérprete, sólo te concentras en tu rol y en el espacio que ocupas en el escenario”, dice.

Y fue esa disconformidad la que le permitió dejar su codiciado puesto de solista y primer bailarín y llegar hasta España, a enfrentar las exigencias artísticas, los estándares técnicos y la crítica de un país con una tradición cultural mucho más rica que la chilena: “Tenía ganas de crear, de cambiar de proceso. Necesitaba profundizar en mis ideas y sentí que con Arantxa podríamos entendernos”. Bravo se integró a la Compañía Plan B, que tiene su sede en Tarragona, en la región de Cataluña, primero como bailarín y al poco tiempo en la codirección, junto a Arantxa Sagardoy.

Desde entonces, y con un amplio respaldo de la Generalitat de Catalunya y del Ayuntamiento de Tarragona, han creado “Oannes”, “Espiritualidad y fe”, “Arena”, “Dínamo” y su último estreno exitoso,  “Las criaturas de Prometeo” (2010). Bravo sigue bailando. En esta última obra, que narra el mito griego,  interpretó a Prometeo.

A sus 42 años, la única lesión que hasta el día de hoy le molesta es la que sufrió antes de ingresar al BANCH, en una audición con Karen Connolly. Quiso demostrar todas sus habilidades y sin darse cuenta se paró sobre una tela que colgaba desde el techo mientras elevaba su pierna derecha hacia el cielo y la afirmaba con la mano izquierda. La tela cedió y él cayó al piso. Trató de amortiguar el golpe con su mano derecha y terminó con dos dedos esguinzados. Y aunque hasta ahora los dedos le duelen cuando hace frío, es una lesión menor si se consideran sus más de 20  años de carrera profesional.

Con las obras de su compañía, Plan B, Alfredo Bravo ha bailado por toda España y ha ido de gira a Francia,  Alemania,  Grecia  y Egipto. Para cada proyecto, la compañía realiza una nueva audición de bailarines, los que suelen reservar sus fechas para trabajar con Bravo y Sagardoy. Luego, viene la generación de las ideas. ¿De dónde nacen? De cualquier parte, cree Bravo: “Como dice Nicanor Parra, hay que pescar lo que anda en el aire”. 

Radicado con su familia en Perpiñán, una pequeña ciudad al sudeste de Francia y a dos horas de Tarragona, Bravo piensa en cómo “no aburrir”. Ésa es una de las cosas que más le preocupan de su trabajo, y la razón por la cual rara vez asiste a ver una obra de danza. “Soy un atípico. No soy muy asiduo a ver danza porque suele aburrirme. Ni el cine, ni la ópera, ni el teatro han llegado a tocarme una fibra tan inmensamente como lo puede hacer un espectáculo de danza, pero me cuesta muchísimo encontrar esos espectáculos”, dice.

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En 2010, Nacho Duato -uno de los coreógrafos más afamados del circuito mundial de danza- anunció su retiro como director de la Compañía Nacional de Danza de España, porque no llegó a un acuerdo con  Ángeles González-Sinde, la entonces ministra de Cultura. Como una cruel despedida, prohibió que al cese de su contrato, en julio de 2011, continuaran bailando las coreografías que había creado durante los 20 años que estuvo a cargo de la compañía. Fue entonces cuando el nuevo director, el ex bailarín y estrella de la Ópera de París José Carlos Martínez empezó a buscar nuevos coreógrafos de danza contemporánea. Martínez, quien había visto “Espiritualidad y fe” y “Las criaturas de Prometeo”, de Plan B, finalmente contactó a Alfredo Bravo y Arantxa Sagardoy y los invitó a crear una obra para la Compañía Nacional de Danza.

“Es una de las mejores compañías de España y eso conllevó a que hubiera muchísima presión”, recuerda Bravo. Después de dos meses de preproducción y uno y medio de montaje, nació “Babylon”, que fue estrenada el 24 de octubre del año pasado en Barcelona, y en noviembre en Madrid. La crítica de El País la calificó como “una pieza apasionada, donde el movimiento está marcado por el sufrimiento y sus intérpretes son empujados a un éxodo emocional. Arantxa Sagardoy y Alfredo Bravo son dos nombres a tener en cuenta en el panorama de creadores actuales”. Y tras el estreno en Madrid, junto a otras dos coreografías  (“Unsound” de Juanjo Arqués y “Demodé” de Iván Pérez), el periódico ABC aseguró que “‘Babylon’ es una magnética y fascinante coreografía, dibujada con oleadas y contrastes, dinámica y misteriosa al mismo tiempo, siendo la pieza más destacada de la noche”.

La historia se repetía. Un poco antes, a inicios de octubre de 2012, invitados por Víctor Ullate, director del Ballet de la Comunidad de Madrid, Alfredo y Arantxa habían estrenado “Nexo”, una obra con música de La consagración de la primavera, de Stravinski. Bravo completaba así tres estrenos en dos años. “Ahora estamos planificando y comenzando a investigar lo que serán nuestras dos nuevas piezas. Comienza un año interesante”, dice.

La Compañía Nacional de Danza y el Ballet de la Comunidad de Madrid ya tienen programadas giras extensas, en las que presentarán “Babylon” y “Nexo” durante el 2013. Todo un hito en la carrera de Bravo y una hazaña para quien vive del arte bajo una de las peores crisis económicas de España, y que durante su estadía en Europa ha rechazado -como nadie lo imaginaría- dos trabajos con el Cirque du Soleil, porque le significaban mucho tiempo lejos de sus tres mujeres.

Bravo sabe que a Chile no volverá por ahora, sólo viajará de visita. Y con Plan B, una compañía que al menos ocupa quince bailarines en cada una de sus obras, tampoco hay muchas posibilidades de venir. “Necesitaríamos costear por lo menos unos 15 mil euros, sólo en pasajes, para ir a hacer una actuación frente a unas 300 personas. No vale la pena. Es que es impensable”.

-¿Cómo un artista logra sobrevivir a la crisis en España?

-No sé bien cómo, pero a nosotros nos ha ido excelente. La crisis se está evidenciando hace tiempo y se nota en la cantidad de público en los espectáculos, que ha bajado. Pero a nosotros nos siguen contratando y eso que un teatro debe desembolsar mínimo unos 7.500 euros (casi cinco millones de pesos) por función.

Alfredo Bravo asume que su camino ha tenido muchísimo de esfuerzo y también de suerte. Sobre todo, de suerte.

Danza de exportación

Tras el estreno en Barcelona, El País calificó a “Babylon” como “una pieza apasionada”. Y sentenció: “Arantxa Sagardoy y Alfredo Bravo son dos nombres a tener en cuenta en el panorama de creadores actuales”.

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