Por Alberto Fuguet* Febrero 21, 2013

Suceda lo que suceda este domingo en la ceremonia del Oscar, hay una cosa que está clarísima: Ben Affleck no ganará como Mejor Director por su notable, creativo, sorprendentemente emocionante y eficaz thriller Argo. No hay posibilidad alguna. Cero. Da lo mismo que esté basado en un hecho real insólito y casi increíble (de no creerse, de “no lo puedo creer”). O que haya sido un éxito de taquilla inesperado en un momento en que los éxitos de taquilla están más ligados a las explosiones, las franquicias, los vampiros o los superhéroes. No puede ganar como Mejor Actor porque no está nominado. No puede ganar como Mejor Director -que es lo que merece, que es lo que hubiera querido- porque tampoco está nominado. Y sin embargo, justo cuando los votos para el Oscar empezaron a enviarse, Ben Affleck empezó a arrasar con todo. No paró de ganar y ganar premios importantes, incluyendo los de los sindicatos (sus pares) y los de la crítica. Argo empezó a ganar en otras categorías también. Affleck ganó como Mejor Director en los Bafta ingleses, por ejemplo.

¿Qué pasó entonces?

¿Se puede ganar sin estar nominado?

Sí, claro que sí. El éxito es la mejor venganza. Si gana el Oscar a Mejor Película, quedará como un error de la Academia no haberlo nominado a Mejor Director. ¿Argo se dirigió sola? Y si no gana nada, peor aún: quedará claro que la Academia extravió su brújula y terminará haciendo (una vez más) el ridículo. Porque lo que partió como una suerte de ninguneo al momento de anunciarse las nominaciones, se está revirtiendo. Argo obtuvo 8 nominaciones al Oscar, lo que no es poco. Al no contar con Mejor Actor y Mejor Director, sus posibilidades parecían leves, es cierto. Ahora, unas seis semanas después, Affleck (como productor) se alza como favorito y muchos creen que Argo puede terminar ganando el Oscar a la Mejor Película del año. Lincoln puede tener pedigrí, pero Argo es, al final, acerca de Hollywood, y Hollywood siempre ha sido algo narcisista. Lo que no se entiende mucho es por qué Affleck no fue acogido como el hijo pródigo que ha vuelto por la Academia y sí ha sido celebrado -merecidamente- por el resto de la industria y la crítica. Quizás es su historia, sus caídas, sus errores, sus fracasos cinematográficos. Qué quizás: eso es. Sin dudas. Pero a todos les gusta una historia de redención y la de Affleck sin duda lo es. Si gana el Oscar, la que pierde es la Academia y el que gana y se redime ante todos (ya lo ha hecho ante sí mismo) es él.

Argo, un thriller político insólitamente basado en un hecho real, es nostalgia setentera filmada como en los 70 y es algo más: un notable y certero tratado acerca de poner en escena una puesta en escena (valga la redundancia). En Argo (que debe verse lo antes posible) todos están actuando, siendo otros, jugando un rol y siguiendo al pie de la letra un guión. La genialidad de Affleck es, como lo señaló Gustavo Noriega, el director de la revista de cine argentina El Amante, encontrar los parecidos y balancearlos entre los operativos de la CIA en la era de Jimmy Carter; los recién asumidos y empoderados revolucionarios iraníes seguidores del Ayatolá Khomeini; y el submundo de los perdedores de Hollywood. Así, Argo es sobre un héroe solitario y dañado, que debe ingresar al Teherán antiamericano para intentar salvar a unos funcionarios de la embajada que lograron escapar antes que los séquitos del Ayatolá se la tomaran. Estos pocos afortunados se refugian en la Embajada de Canadá y pronto serán capturados. Hay que ingresar a rescatarlos. La única idea viable es pésima, pero es la “mejor de las peores ideas”. Inventar que un equipo de productores de cine canadienses desean filmar una cinta de ciencia ficción de poco presupuesto llamada Argo, aprovechando el éxito reciente de La guerra de las galaxias. El final se sabe (los rescataron, los rehenes de la embajada fueron liberados una vez que Carter ya no estaba en el poder), pero el suspenso no cede un instante. La crítica la celebró, la comunidad de Hollywood también, y el público acudió a verla en todas partes. Cine de personajes, comedia, suspenso, thriller, política. Hacía tiempo que una cinta de estudio no era capaz de sintetizar todos estos elementos en un film.

Lo que sorprendió a todos en enero es que, con la historia del auge-caída-y-redención de Affleck narrándose por todas partes, y con una tradición quizás algo exagerada de la propia Academia de premiar a actores que decidieron colocarse detrás de la cámara (Robert Redford ganó con su debut y le quitó el Oscar a Scorsese por Toro salvaje; Kevin Costner también triunfó con su primera película, la sobrevalorada y eterna Danza con lobos), lo ignoraran. Otros actores con Oscar a Mejor Director: Woody Allen, Warren Beatty, Clint Eastwood. Affleck, con su tercer filme (los dos anteriores son cintas -Gone Baby Gone y The Town- más que respetables), perfectamente podía entrar en la liga. Argo, la hubiera dirigido quien la hubiera dirigido, es una gran cinta. De eso no cabe duda. Es una estupenda entretención: el tipo de film que no es de autor pero tiene un sello; una cinta que sólo Hollywood puede hacer cuando quiere. Narra, emociona, sorprende, entretiene, arma personajes, tiene momentos de entrañable emoción y no huele a lucro o a remake o a franquicia.

Si Argo no gana el domingo, ya ha ganado. Ha ganado muchos premios, además. El Globo de Oro a Mejor Director fue, quizás, lo que desbalanceó todo. Lo que dejó a todos atónitos fue cuando el DGA, el sindicato de directores de Hollywood, consideró a Affleck como el Mejor Director del Año. Affleck lo ha confesado: Argo la hizo, entre otras cosas, para intentar cerrar su “período oscuro” y dejar de ser considerado “un tipo que arruinó su carrera”. Ben Affleck era el opuesto de su gran amigo y otrora socio Matt Damon, que, sin que nadie lo esperara, empezó a crecer como actor y como estrella, con cintas más arriesgadas (El talentoso señor Ripley, por ejemplo) o armando una franquicia (la trilogía Bourne) que era cine de verdad. Damon siempre ha tenido claro que lo más importante de una película es su director; Affleck se dejó llevar por las luces, el dinero y la farándula. Uno se volvió parte de la realeza de Hollywood; el otro, un paria. El Oscar que ambos ganaron como guionistas de Good Will Hunting era cosa del pasado. Damon trabajaba con Paul Greengrass, Van Sant y los hermanos Coen. Affleck hacía desastres como Daredevil, pero aun mezcló su mediática vida privada (un publicitado romance con Jennifer López) con malas películas (incluyendo una con J-Lo, error garrafal). Se sobreexpuso y se quemó. Captó que nadie quería saber de él, excepto para usar sus fotos en tabloides. Optó por alejarse de la actuación y juntar su dinero y esconderse. Y luego cuando decidió dirigir, tuvo claro que su figura no era agradable. Que ya no atraía, que la gente al verlo pensaba en la López y no en el rol que estaba interpretando. Su primer paso fue Gone Baby Gone. La cinta gustó, fue respetada, tuvo hasta nominaciones. Para el rol principal llamó a su hermano, Casey.  Sabía que debía pagar sus culpas mediáticas y demostrarle a Hollywood que era más que un imán para los paparazzi. Al momento de decidir hacer Argo, sintió que la culpa se había expiado, que había atravesado el desierto, que ya era hora de dar la cara. La ha dado. Y de qué manera.

 Bienvenido de vuelta. Y sigue dirigiendo. Está bien que ahora filmes con Terrence Malick como actor, pero se necesitan más actores-directores como tú. Suerte el domingo.

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