Recién había cumplido 16 años cuando le dijo a su madre que amaba a otra mujer.
La señora Winterson, una mujer religiosa, que pertenecía a la iglesia evangélica pentecostal, que leía todos los días la Biblia y que creía en el Dios del Antiguo Testamento, le dio dos opciones: “O te vas de esta casa y no vuelves nunca más o dejas de ver a esa chica”.
Jeanette no dijo nada. Entonces, la señora Winterson empezó a llorar. “Es un pecado, irás al infierno”, le dijo, pero Jeanette ya había tomado una decisión: subió a su pieza y recogió sus pocas pertenencias. Cuando estaba saliendo de la casa, su madre le preguntó: “Jeanette, ¿puedes decirme por qué?”. “Cuando estoy con ella soy feliz. Feliz sin más”, le respondió su hija. La señora Winterson asintió y le hizo una última pregunta antes de que Jeanette dejara la casa de sus padres para no volver a vivir ahí nunca más: “¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?”.
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Jeanette Winterson (52) tenía 24 años cuando publicó Fruta prohibida (1985), su primera novela, la historia de esos días cuando abandonó su casa y empezaba una nueva vida. La protagonista de esa novela se llamaba Jeanette y era adoptada, igual que su autora. Era y no era, entonces, una novela autobiográfica, el retrato de aquellos días cuando su vida cambió para siempre.
La recepción del libro, eso sí, no la esperaba nadie: obtuvo el premio Whitbread en la categoría “primera novela” -premio que han ganado Zadie Smith y Bruce Chatwin, entre otros-, y se convirtió en una obra símbolo de las luchas de las minorías sexuales. Y, en 1990, la cadena BBC hizo una adaptación del libro para una miniserie y Winterson obtuvo un premio en el Festival de Cannes por el guión.
Ese mismo año, la madre de Jeanette moriría. No alcanzaron a despedirse. No se hablaban. La señora Winterson nunca le perdonó que fuera lesbiana y, menos, que se decidiera a contar esa historia.
Muchos años después, Jeanette Winterson decidió escribir la historia que nunca contó en Fruta prohibida, la historia real, lejos de la ficción, esa donde hay nombres y apellidos, esa que termina varios años más tarde, cuando Winterson es una de las escritoras más importantes de Inglaterra -de la misma generación de Hanif Kureishi- y decide buscar a sus padres biológicos para entender por qué le tocó esa madre adoptiva, esa vida tan llena de reglas y relaciones disfuncionales. Y decidió titular ese libro -que se publicó en 2011 y que llegó hace unos meses a librerías chilenas- con aquella pregunta que le hizo su madre el día que tuvo que abandonar su casa: ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? (Lumen).
Y en las primeras páginas del libro, escribe sobre su madre: “Era una mujer muy solitaria. Una mujer solitaria que anhelaba que una persona la conociera. Creo que ahora la conozco, pero es demasiado tarde”.
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-Lo más difícil de escribir ¿Por qué ser feliz… fue no retroceder ante el dolor que me producía la historia. Para el lector es un libro divertido, pero también triste. Para mí fue aterrador escribirlo. Y el control estaba ahí, en no ser autoindulgente o sentimental, vicios que odio en un escritor, pero tampoco ser tan dura -cuenta Jeanette Winterson desde Inglaterra.
Ésta es la historia de una familia disfuncional. Es la historia, también, de un matrimonio infeliz, de un padre obrero y de una madre que tenía actitudes realmente desconcertantes, una mujer obsesionada con la religión, con el bien y el mal, y que un día de 1960 adoptó a Jeanette Winterson. Muchas veces diría, después, que “el Demonio nos llevó a la cuna equivocada”. Muchas veces castigaría a Jeanette dejándola afuera de la casa, durante toda la noche, o esperando a que su marido volviera del trabajo para que le pegara. Una mujer que, para no acostarse con su esposo, se quedaba toda la noche despierta, ordenando la casa, lavando platos, hasta que su marido despertaba y se iba al trabajo. Recién ahí, dormía.
Con esa madre creció Jeanette Winterson. Con esa mujer que la mandaba a la biblioteca pública, de un pueblo inglés, a buscar novelas policiales, sin saber que ahí se empezaría a despertar la curiosidad de Jeanette por los libros, por las historias: “Necesitaba palabras porque las familias infelices son un pacto de silencio”, escribe Winterson. Y empezó a leer novelas a escondidas, pues su madre desconfiaba de lo que podían contener los libros. Pero Jeanette no le hizo caso. Hasta que un día su madre le pidió, por equivocación, un libro de poesía de T.S. Eliot y Jeanette leyó los siguientes versos, que la hicieron llorar: “Este es un momento/ pero has de saber que otro/ te atravesará con una repentina alegría dolorosa”.
Aquella lectura le hizo sentir, a Winterson, que no estaba sola en la vida, que de alguna forma iba a poder salir, algún día, de esa familia oscura que le tocó. Winterson escribe: “Una vida dura necesita un lenguaje duro, y eso es la poesía. Eso es lo que nos ofrece la literatura: un idioma suficientemente poderoso para contar cómo son las cosas”.
Era la vida antes de Fruta prohibida, cuando su madre descubrió que Jeanette era lectora y quemó todos los libros que tenía escondidos bajo su cama. Cuando su madre, tras leer su diario y sus cartas, supo que Jeanette tenía, por primera vez, una relación con una mujer, le pidió al pastor de la iglesia que la exorcizara.
Sí, el pastor fue a la casa de los Winterson y exorcizó a Jeanette sin conseguir nada, por supuesto. Hasta que llegó ese día en que le confesó a su madre que se había enamorado, nuevamente, de una mujer y se tuvo que ir de la casa. Una profesora del colegio la acogería en su hogar y la ayudaría a estudiar para entrar a la Universidad de Oxford. Ahí se comenzó a escribir, entonces, otra historia. La historia de Jeanette Winterson escritora.
-¿Qué habría dicho su madre si hubiera podido leer este libro?
-Ella no lo habría entendido. El tiempo no cambia a las personas. Sólo algunas cosas las cambian: una guerra, una enfermedad o enamorarse. Pero el hecho de envejecer no cambia nada. La gente empeora, no mejora. Y la señora Winterson no cambió durante su vida, sólo se hizo más amarga e introspectiva. Nunca entendió que su oportunidad de cambiar en la vida era yo. En todos los sentidos, yo podría haberla llevado a otro lugar. Pero sabemos que es difícil manejar los cambios. Decimos que queremos el cambio, hacer la revolución, enamorarnos, tener un hijo, pero luego, lo más rápidamente posible, deseamos volver a la vida de antes. La vida es un esfuerzo. Un enorme y loco esfuerzo. Pero tenemos que hacerlo no una vez, sino todo el tiempo.
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Tras la muerte de su madre, su padre se casó con Lilian, una mujer 10 años menor. Él intentaba rehacer su vida, vivir un matrimonio normal. Jeanette Winterson se llevaba bien con ella, conversaban, intentaba ayudarla cuando no lograba entender a su padre. Pero un día de 2007, repentinamente, Lilian murió, y Jeanette tuvo que ir a casa de su padre para ayudarlo. No quería seguir viviendo en su casa, se iría a una residencia de ancianos. Así que Jeanette lo ayudó en la mudanza, y mientras ordenaba las cosas, encontró una orden judicial antigua: aparecía su nombre. Era un papel amarillo que hablaba de su adopción.
Justo en esa época se había separado de una pareja y andaba algo perdida por la vida. Aunque desde niña supo que había sido adoptada, quiso buscar a sus padres biológicos. Pero no fue fácil. La burocracia, los juzgados, la empezaron a deprimir. Escribe: “En febrero de 2008 intenté terminar con mi vida. Mi gato estaba en el garaje conmigo. No lo sabía cuando cerré las puertas y encendí el motor. El gato me arañaba la cara, me arañaba la cara, me arañaba la cara”.
Meses después, moriría su padre.
-A veces los libros tienen su propio tiempo. Comencé a escribir ¿Por qué ser feliz… como un intento de registrar y entender lo que estaba sucediendo durante la búsqueda de mis padres biológicos. Pasaron muchas cosas. Tuve que escribirlo porque, aunque tengo buena memoria, me di cuenta de que el trauma de la búsqueda de ellos me estaba haciendo olvidar las cosas, como si mi mente me hubiera estado bloqueando lo que iba sucediendo -cuenta Winterson-. Una parte de mí quería saber la historia de mis orígenes, pero otra parte no. Como escritora estoy acostumbrada a inventar mis propias historias. Pero fue difícil, porque soy una escritora de ficción, no una detective.
El señor Winterson se había muerto, la señora Winterson también. Jeanette se había convertido, de un día para otro, en una huérfana. Pero escribía. Buscaba a sus padres y escribía.
Hasta que encontró a Ann, su madre. Y conoció a su hermanastro y a su tía. Su padre había muerto hacía mucho tiempo. Jeanette tenía muchas preguntas que hacer, pero en ese primer encuentro, en la casa de Ann, decidió guardárselas todas. Escribe: “Yo crecí con todas esas novelas de Dickens, donde las familias reales son las de mentira; la gente que se convierte en tu familia a través de profundos vínculos de afecto y continuidad en el tiempo”.
Parece un final feliz, pero no lo es. Porque Winterson no logra encontrarse, tampoco, en esta familia. Su madre le pide perdón. Le explica por qué tuvieron que darla en adopción. Le dice que pueden empezar de nuevo. Tener una intimidad. Hablan sobre la señora Winterson. En algún momento, escribe: “Me doy cuenta de que detesto que Ann critique a la señora Winterson. Era un monstruo, pero era mi monstruo”.
Jeanette Winterson termina de escribir el libro. Su madre biológica lo lee, pero no le dice nada.
-De alguna manera tengo la misma madre dos veces. No se puede obligar a nadie a ser lo que quieres que sea. La adopción es siempre una especie de fantasía: fantasía del niño, de los padres. Pero la realidad es más dura. Cuando le dije a una amiga lo decepcionada que estaba con cómo resultaron las cosas con Ann, ella me dijo: “Bienvenida a la vida familiar”. Me sirvió mucho escuchar eso.