Por Diego Zúñiga Marzo 7, 2013

Todos se quedaron en silencio. En el set de filmación, Sebastián Ayala y Patricio Contreras rodaban una de las primeras escenas de La pasión de Michelangelo. Ayala, interpretando al vidente de Villa Alemana, y Contreras, a un sacerdote que es enviado desde Santiago para investigar el caso.

Afuera, el resto del elenco -entre los que están Catalina Saavedra, Ramón Núñez, Alejandro Sieveking y Roberto Farías- junto al director, Esteban Larraín (Alicia en el país), los observaban en una pantalla. Era una de las primeras escenas en donde veían actuar a Sebastián Ayala, que en ese 2010, cuando filmaron la película, tenía sólo 22 años. Y se quedaron mudos, porque ya no era Sebastián Ayala el que estaba ahí, sino alguien demasiado parecido a Miguel Ángel Poblete, ese niño huérfano que en los años 80 anunciaba, arriba de un cerro de Villa Alemana, que veía a la Virgen.

-Me acuerdo que terminamos la escena, donde yo lloraba y estaba lleno de sangre, y todos estaban callados, mirándonos, como si fuera un velorio -cuenta Sebastián Ayala, quien hoy tiene 24 años y que ya no está tan moreno como en la película, ni tiene el pelo tan largo. Aunque su rostro, después de verlo en La pasión de Michelangelo, que se estrena el 18 de abril, sigue siendo perturbadoramente parecido al de Miguel Ángel.

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El casting se extendió más de la cuenta. Esteban Larraín había empezado a buscar en Santiago, a inicios de 2010, al protagonista de su película. Buscó en las escuelas de teatro, buscó en talleres que se hicieran en poblaciones, encontró algunos chicos, eligió, de hecho, a uno, pero luego terminó dudando. Así que decidió extender la búsqueda hacia Valparaíso y ahí, en ese momento, entre los más de 100 actores que llegaron, apareció Sebastián. Era julio de 2010, Ayala tenía 22 años, estudiaba Teatro en la Universidad de Valparaíso. Creció ahí, en esas calles, en esos cerros. Hacía poco había grabado un cortometraje con unos amigos: era su única experiencia frente a las cámaras. Le interesaba el teatro, escribir, montar, dirigir, actuar. Pero entonces vio el aviso del casting y fue y quedó, junto a otro actor, para la última etapa: entre uno de ellos saldría el protagonista de la película. Esteban Larraín los entrevistó, les mostró imágenes de sus trabajos anteriores, les habló de la historia, de este joven que veía a la Virgen, de los años 80 y de la dictadura, y les dijo que tendrían que improvisar, que investigaran sobre el personaje y que cuando se volvieran a juntar tendrían que actuar como si fueran Miguel Ángel.

-Los dos hicieron un buen casting, pero finalmente lo que inclinó la balanza por Sebastián es que tenía algo innato: la apariencia física. No sólo parecía de la edad, sino que con su caracterización… era muy parecido a Miguel Ángel -cuenta Larraín.

Era agosto, tenían al protagonista, y empezarían a grabar en noviembre. Todo iba a ser así: rápido e intenso. Le pusieron un coach a Ayala y él se dedicó a investigar sobre el personaje. Porque hasta ese momento no sabía casi nada. O sabía, mejor dicho, lo que todos sabemos. Entonces, empezó a leer diarios de la época, vio reportajes, documentales, encontró un blog que estaba dedicado a Miguel Ángel y sus milagros, un blog que se sigue actualizando hasta nuestros días.

-Como estaba cerca de Villa Alemana, viajé mucho, hice investigación en terreno, hablé con personas que conocían más el tema, aunque también me di cuenta de que había muchas personas que estaban superreacias a hablar -dice Ayala.

Era su primer protagónico, así que se preocupó de todos los detalles. Sabía que era un desafío muy grande, tenía miedo, incluso, porque en el elenco habían muchos actores que él admiraba, pero se preparó sin límites: llegó, incluso, a ir a una misa en conmemoración de la muerte de Miguel Ángel.

-Había como 10 personas, eran abuelitas, en una capilla de Quilpué. Traté de pasar piola, pero no sé si lo conseguí -dice-. Igual fue extraño, como que vi esa mística medio misteriosa que había en torno a Miguel Ángel, como si fuera una secta.

Fueron tres meses de preparación hasta que llegó el día del rodaje. Y entonces filmaron esas primeras escenas y sí: ya no era Sebastián Ayala, ahora era Miguel Ángel. Así lo empezaron a llamar en las grabaciones: Miguel Ángel.

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El rodaje duró 6 semanas. Casi todo se filmó en Villa Alemana. El cerro que aparece en la película es el mismo donde Miguel Ángel tuvo sus visiones y se reunían miles de personas para ver a la Virgen: El Membrillar. De hecho, varios de los extras que aparecen en esas imágenes son personas de Villa Alemana que vieron al verdadero Miguel Ángel, que hicieron realmente esa peregrinación. Y muchos de ellos, cuenta Larraín, se sorprendieron cuando vieron por primera vez a Sebastián Ayala: era igual, dicen, a Miguel Ángel: los mismos movimientos, los mismos tics, la mirada, la voz, el magnetismo para reunir a miles de personas y convencerlas de que él tenía visiones y de que la Virgen le hablaba sólo a él.

-Igual sentía el peso de ser el niño nuevo que tiene que convencer a todos los actores secos y, además, convencer a la masa, porque las escenas eran con muchos extras. Era como actuar en la calle, con 300 personas y que todas te creyeran. Fue bien agotador -explica Ayala.

Su actuación, sin duda, resalta en la película. Hay un juego con la ambigüedad sexual y con la inocencia, que recorre toda su interpretación. Porque la idea de Larraín y de Ayala fue mostrar esa cara menos visible que los medios presentaron de Miguel Ángel: el rostro de niño huérfano que creció en la calle y que una vez que empieza a tener visiones es protegido por un sacerdote de Villa Alemana. Larraín, entonces, plantea la película mostrando esto y, también, la misión que le encargan al personaje de Patricio Contreras, que es un sacerdote que viaja desde Santiago para verificar cuán ciertas son estas visiones y estos milagros. Aunque lo que importa, realmente, es la actuación de Ayala, que le otorga intensidad y matices a un personaje que siempre estuvo muy cerca de la caricaturización, sobre todo pensando el final que tuvo, cuando Miguel Ángel Poblete se convirtió en Karol Romanoff. Pero Larraín no llega hasta ese punto. Se detiene en los años 80 y opta por darle fuerza a la idea de que tras esto pudo haber un montaje por parte del gobierno de Pinochet. Y también fija su mirada en los orígenes de Miguel Ángel.

-Tratamos de trabajar en esa otra versión que no se conocía tanto de él. Pero hay muchas investigaciones, muchos textos escritos en torno a Miguel Ángel que hablan de una infancia supertrastocada, superviolentada, y también responde a un proceso de Chile o Latinoamérica con la infancia -cuenta Ayala y agrega-: En esa época, la mayoría de los dibujos animados hablaban mucho de esta infancia sin la madre, la infancia del niño huacho y no creo que haya sido un tema cliché, sino que era algo que estaba ahí.

De hecho, Ayala vio muchos dibujos animados de la época como parte de la investigación.

-Recuerdo que vi un capítulo de Marco que me dio mucha pena, eso me marcó mucho, porque era un niño que quedaba botado en la nada. Cuando hicimos las escenas finales de la película tuve muy presente eso, la sensación del desapego, de estar solo.

Esas escenas finales en las que esa misma gente que subía al cerro, esas miles de personas empiezan a cuestionar a Miguel Ángel: sus visiones, sus milagros, hasta no creer nunca más en él.

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Una vez que terminó de filmar La pasión de Michelangelo, Ayala volvió a estudiar, pero eso no duraría mucho, pues volvería a aparecer otro casting. Esta vez, eso sí, era para una serie de televisión: El reemplazante, de TVN.

Hizo la audición para interpretar al Zafrada, pero luego, cuando lo vio Nicolás Acuña, el director, entendió que en realidad el papel que tenía que hacer Ayala era el de Maicol, uno de los protagonistas. Y así entró a participar en una de las series que tuvieron mejor recepción crítica y de público el año pasado, en la que participaron actores, pero también jóvenes que no tenían estudios actorales. Ayala era, de hecho, entre las personas que hacían de escolares, uno de los pocos que sí había pasado por una escuela de teatro.

-Yo creo mucho en el teatro con los no actores, entonces para mí fue increíble la experiencia, ellos sabían muchas cosas que nosotros no, nos actualizaban de lo que estaba pasando, de la música y cosas así. Con varios somos reamigos ahora -cuenta.

Al principio, eso sí, cuando empezó a leer el guión, lo hizo con bastante suspicacia por el tema que trataba la serie: la educación chilena. Pero luego de darse cuenta de que había una postura clara frente a esos temas y que se hacía cargo de los conflictos políticos, le gustó la idea de la serie y se convenció. Además, el tema de los problemas de la educación lo conoce muy bien, pues estudió en un colegio técnico -donde se recibió de acuicultor- en el que había varios cursos por nivel, “como hasta la letra J”, y nadie tenía expectativas de llegar a la universidad.

En abril grabarán la segunda temporada de la serie, mientras Ayala intenta retomar la universidad para poder terminar la carrera. Dice que su vida no ha cambiado mucho. Sigue viviendo en Valparaíso, aunque ahora en una casa, solo. La gente lo reconoce en la calle, pero su vida sigue siendo más o menos igual. Trabaja en La Maceta, una productora de cine, teatro y diseño. Tiene algunos proyectos en carpeta, pero nada confirmado por ahora. Sólo está a la espera del estreno de La pasión de Michelangelo. Como ha pasado harto tiempo desde que se filmó, los nervios recién están apareciendo ahora, cuando faltan pocas semanas para que llegue a las salas de cine.

Sobre Miguel Ángel, dice que no tiene ninguna certeza de lo que le pasó realmente.

-Creo que lo más interesante de todo esto es que nadie puede decir a ciencia cierta si esto era producto de su imaginación o era, realmente, una iluminación divina o algo así. Nunca llegué al límite de pensar que estaba loco, nunca he podido pensar eso. Quizás algo tenía él, lo que sea, un carisma o quizás tenía esa atracción con la gente, no sé, pero algo debe haber tenido. Y su historia está llena de detalles que hacen su vida mucho más conflictiva. Sus detalles más personales son, por sí solos, una tragedia.

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