El proceso de investigación para “Escuela” fue largo. Calderón se juntó con distintas personas que habían pertenecido a grupos subversivos durante la dictadura. Los escuchó, les preguntó sobre su historia: “Es una generación que fue injustamente invisibilizada”, dice.
Ésta es la historia de un secreto. Por eso tienen las caras cubiertas con una capucha. No saben sus nombres reales, ni su edad, ni dónde viven, ni quiénes son, ni quiénes fueron. Pero están aquí, a fines de los 80. Son cinco personas, tres mujeres, dos hombres. No saben, realmente, en qué lugar de Santiago están, pero intuyen que puede ser una casa del sector alto. Todos recuerdan que se subieron a un auto, que luego ya no vieron nada más y que sintieron que los llevaban hacia arriba y luego hacia abajo. Los desorientaron. Pero no están asustados. Saben que esto es así, que para pertenecer a un grupo subversivo, en plena dictadura chilena, deben seguir estos protocolos. Es necesario. Y también es necesario que aprendan ciertas cosas: a armar una bomba, a disparar una pistola, a entender por qué hay que luchar contra el régimen, a entender por qué no saben sus nombres reales, ni su edad, ni dónde viven, ni quiénes son, ni quiénes fueron.
No hay historia en Escuela, la última obra de Guillermo Calderón (41). Sí una clase. Son cinco alumnos, que a su vez se transforman en profesores, cinco encapuchados que nos hacen vivir la experiencia de estar en una clase en la que nos entrenan para vivir en la clandestinidad, en la que nos enseñan a armar una bomba para derribar una torre de alta tensión, en las que nos explican lo que es la plusvalía.
Ésta es la obra con que Guillermo Calderón ha decidido enfrentar los 40 años del golpe militar. La estrenó en el Festival Internacional de Teatro Santiago a Mil (Fitam), en enero pasado, y ahora la vuelve a presentar en el Teatro de la Universidad Católica. Y lo hace en uno de los mejores momentos de su carrera, cuando acaba de montar en el Public Theater de Nueva York la versión norteamericana de Neva -elogiada por The New York Times-.
Esto es Escuela:
-La historia de la resistencia más radical a Pinochet -dice Calderón-, la historia de los que no se sumaron al triunfalismo del No, los que quedaron como una especie de nota a pie de página de la historia. Porque ¿qué pasó con la gente que se quedó al margen, los que no estaban de acuerdo con el plebiscito y que aspiraban a una derrota más profunda y radical de la dictadura para que pudiera haber justicia?
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Los productores de Fitam se acercaron a principios del año pasado, recuerda Calderón. Le dijeron que iban a hacer un ciclo a propósito de los 40 años del golpe y querían invitarlo a participar. Él no lo dudó mucho. Ya había trabajado con ellos en su obra anterior, Villa+Discurso -que esta semana se acaba de reponer en el Museo de la Memoria, hasta el 21 de abril-, así que empezó a darle vueltas a un par de ideas y en junio comenzó a tomar forma Escuela.
-Yo ya había enfrentado el tema de la dictadura en Villa+Discurso, el tema de la memoria, entonces empecé a ver cómo abordar los 40 años, hasta que pensé que quería hacer algo más personal, pero también más complejo, porque cuando uno recuerda la dictadura es muy fácil llegar a soluciones más simplistas como víctimas-victimarios y cosas así, y yo no quería eso. Entonces, ahí apareció el tema de estos grupos de resistencia -dice Calderón y agrega-: También me inspiró el hecho de que en 2011, 2012, con todo el tema del movimiento estudiantil, como que se consensuó en el país que sí, que parece que no ganó el No, o que si ganó, no fue de verdad, porque la Constitución es la misma, el sistema económico, la salud, la educación, como que se volvió a examinar lo que fue esa derrota de Pinochet y si valió la pena o no…
Calderón tenía 18 años cuando fue el plebiscito. No se inscribió. No creía que aquella fuera la mejor forma para terminar una dictadura como la de Pinochet. Tenía, en ese entonces, una actividad política intensa. Era parte del CODE, agrupación que reunía a distintos estudiantes secundarios que se oponían a la dictadura. Había sido presidente del centro del alumnos del Liceo Manuel de Salas hasta que lo expulsaron, en cuarto medio, después de haber insultado a Lucía Hiriart, en el colegio, en plena campaña del Sí. No perteneció a ningún grupo subversivo, pero dice que estaban ahí, que no era algo ajeno, que eran parte de la vida cotidiana, como es hoy ver a un encapuchado en las marchas.
-Todo ese grupo está borrado, no hay mucha ficción que se haya escrito al respecto, no hay muchas películas. Es una generación que fue injustamente invisibilizada, entonces una de las cosas que yo quería con Escuela era darle una visibilidad para discutir.
Una vez que fijó el tema, Calderón empezó a investigar. Porque aquí está su propia experiencia de la dictadura, pero también hay un proceso largo de investigación. Se reunió con distintas personas que pertenecieron a grupos subversivos (FPMR, MIR, Lautaro), que hoy tienen familias y que ya casi no hablan del tema. Calderón se reunió con ellos, los escuchó, les preguntó sobre aquella época, sobre las instrucciones que recibían, cómo se arma una bomba, cómo se maneja una pistola.
-Juntarse con ellos fue una de las cosas más interesantes de todo. Porque es gente, de partida, que genuinamente se siente derrotada, no sólo política, sino militarmente. Y se sienten como que están en un proceso permanente de reconstruir su vida, su identidad, su lugar en el país. Es gente que se preparó mucho para algo… Es como si uno fuera un experto en revelar fotos, pero se acabó, se acabó el oficio. Te quedaste con una capacidad que ya no sirve en el mundo moderno. Es como mantener un idioma que ya no se habla.
Después de la investigación, Calderón se encerró a escribir. Pero el tiempo siempre se le hizo poco. Entremedio fue invitado a la FIL de Guadalajara, en noviembre, para montar Villa+Discurso y, además, le propusieron hacer la versión de Neva, pero en inglés y con actores norteamericanos.
El proyecto surgió cuando en 2011 presentaron en un festival en Nueva York, Diciembre -que también fue elogiada en The New York Times-, y luego lo invitaron a un festival en Los Ángeles, donde mostró Neva, y los productores norteamericanos del Public Theater lo convencieron para hacer una versión estadounidense.
-Contar con el respaldo de ellos ha sido increíble. Los gringos tienen algo muy cordial, y me di cuenta de que es algo que no sólo es un lubricante social, sino que es una forma de trabajar para que las cosas resulten.
Ahora, Calderón volvió a Estados Unidos para comenzar a girar con Neva por Boston. Y luego viajará a California, para presentar la obra, pero esta vez con otro elenco.
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Cuando entras a la sala del Teatro de la Universidad Católica, ellos -los cinco encapuchados- ya están ahí, en el escenario, sentados, cantando canciones de protesta. Son Francisca Lewin, Luis Cerda, Camila González, Carlos Ugarte y Trinidad González, la última que se unió al grupo -la misma que actuó en Neva y Diciembre-, pues cuando se estrenó la obra, en enero, el papel de ella lo hizo Calderón, ya que el actor original se enfermó. Y la verdad es que se nota la diferencia entre la obra que se mostró en el verano y la que está ahora, en esta temporada que durará hasta el 1 de junio: los diálogos y las actuaciones son más fluidos, lo que permite que esta historia coral -pues cada uno de ellos dicta una clase- avance de manera más dinámica y precisa.
Aunque hay algo que no cambia: la incomodidad. Porque a ratos el humor negro que tiene la obra desconcierta, pues muestra a estos cinco encapuchados con todas sus complejidades, con su inocencia e idealismos realmente intactos.
-Es una obra políticamente problemática, porque plantea cosas que se pueden discutir con vehemencia y que pueden malinterpretarse, pero es lo que yo buscaba -dice Calderón, y recuerda el tiempo que pasó en Alemania, en 2012, cuando presentó en Düsseldorf su obra Beben, acerca del terremoto de 2010. Tuvo, entonces, la oportunidad de ir varias veces al teatro y presenciar, en muchas obras, que cuando terminaban, la mitad del teatro estaba de pie, aplaudiendo, y la otra mitad abucheando, gritando.
-Siento que eso me influyó, de alguna forma. Porque me encantó la idea de una obra que entiende que para que funcione tiene que ser un problema y despertar posiciones, incluso animosidades -dice.
Y algo de eso hay en Escuela. Sobre todo porque a muchas personas les puede incomodar el hecho de que no haya ningún juicio moral con respecto a lo que van a hacer, con estas instrucciones, los miembros de este grupo subversivo. Y eso puede perturbar y desconcertar, sin duda, como también el hecho de que los actores estén encapuchados, pues se prescinde de algo tan importante en el teatro como la gestualidad de la cara.
-Mira, eso ha sido un gran tema de conversación con el grupo. Pero, por un lado, es una situación súperreal, porque era así. Y, por otro lado, es una historia secreta, que uno nunca va a poder saber de verdad, porque el secreto sigue hasta ahora. Nadie de los derrotados dice públicamente: “Yo fui del Frente, yo tengo entrenamiento en armas, yo me entrené dos años en Cuba y uno en la Unión Soviética, soy experto en explosivos, boté 60 torres de alta tensión eléctrica”. Es un permanente secreto social, un tabú. Y me gusta pensar que la obra plantea un secreto que va a seguir siendo secreto -dice y agrega-: Porque yo no quería hacer un drama de esto, porque es más o menos fácil construir la historia del traidor que es delator, o de los que se enamoran y tienen un amor imposible, porque no se pueden ver las caras, o que todos están preparando una operación y al final falla y muere uno de ellos… Eso me parecía artificioso, me parecía que era usar este mundo para contar un drama que no me interesaba, porque me parecía mas teatral y dramático mostrar el contenido. Obviamente hay una negación a ciertas ideas del teatro, pero eso me gusta.